Tostadas
─¡Alfonso, venga!
Mi mujer me zarandea en la cama, llevo
rato despierto con los ojos cerrados, pensando. Fuera hace frío, no me muevo,
sigo como dormido.
─Alfonso, venga,
levántate ya, que haremos tarde!
Saco un brazo, los dos, es cierto hace frío,
me estiro, me duelen los huesos, bostezo, ¿tendré un resfriado?, mejor me tomo
una aspirina después del desayuno, mejor, sí.
Se incorpora, pone los pies en el suelo,
tiembla, busca a tientas los calcetines, se los calza, se levanta, se pone las
zapatillas y la bata, una de azul que le regaló su esposa cuando aún le quería,
mira por la ventana, está gris, muy gris.
─Creo que va a
nevar ─dice en voz alta.
Su mujer está en el baño, no le contesta, no
le ha oído, ve un mirlo en la terraza del vecino rebuscando gusanos en una
jardinera, tira la tierra, lo deja todo perdido.
─Parece que va a
nevar ─grita.
Hay ruido en el baño, cañerías que vibran,
nadie le responde. Estornuda, se suena la nariz, debe hacer mucho frío fuera
con este día, rebusca pañuelos en la cómoda, elige uno de blanco con las iniciales AL., se lo mira, sonríe ligeramente, se suena la nariz de nuevo,
lleva pensando toda la noche, apenas ha
dormido y se siente cansado.
─¡Aún no estás
vestido, pero hombre, qué haremos tarde!
─Creo que va a
nevar, Elisa, hoy creo que sí.
─Tonterías, venga,
vístete, hay tanto que hacer, date prisa.
Ella se va fregándose las manos a la cocina y
él sigue mirando por la ventana, el mirlo ya se ha ido, una chimenea empieza a
echar humo, ladra un perro o varios en la calle y una moto de poca cilindrada
rompe la mañana con un estruendo que le ensordece. Va al baño a vestirse, luego
se acerca a la cocina.
─¿Te ayudo?
─Prepara las
tostadas, hazlas bien.
Ella ha puesto el café al fuego y está
exprimiendo naranjas en un exprimidor eléctrico, pone algunas sanguinas. Él
saca el pan de molde del congelador, separa con un cuchillo cuatro y vuelve a
colocar la bolsa de pan de molde en el congelador.
─¿Aún quedan?
─Para mañana,
quedan.
Huele a café, coge la tostadora,
introduce las 4 rebanadas, sitúa el termostato en el cinco, la pone en marcha, mira
por la ventana también allí el cielo está gris.
─Creo que va a
nevar.
Elisa le mira, mira fuera, le da un vaso de
naranjada, hace un gesto mohín.
―¡Vigila las tostadas, sabes
que no me gustan quemadas!
El olor a café le recuerda la infancia,
la casa familiar, allí sí le querían. Se va bebiendo la naranjada a pequeños
sorbos. Abre un cajón y saca una caja de aspirinas, extrae una y se la pone
junto al plato. La mesa ya está preparada con mantequilla y mermelada, sólo
faltan las tostadas. Aún estando en la cocina siguen teniendo frío y arriman
las manos a las llamas del gas, se las frotan. Huele a quemado,
inexplicablemente. Elisa se sulfura, no da crédito, estalla: ¡Eres un inútil,
no sabes ni hacer tostadas, se te han vuelto a quemar, como ayer, antesdeayer y
el otro!
Luego calla, se muerde los labios, sólo
se oye el crepitar del fuego, Elisa coge un cuchillo del cajón y las tostadas
quemadas, las lleva al mármol y una a una las rasca nerviosamente, se
desmenuzan en buena parte, deja el mármol negro, murmura: ¿de qué nos va servir
ir al neurólogo? La mezcla de olores de la cocina y la escandalera de su mujer
le reconfortan, extrañamente.
─Seguro que es de
la tostadora, debe fallar, no me lo explico, yo estaba atento.
Hacia las diez, cuando salen, empieza a nevar
copiosamente.
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