martes, 3 de febrero de 2015

Relato 45



  
                                               Tostadas

        ¡Alfonso, venga!
        Mi mujer me zarandea en la cama, llevo rato despierto con los ojos cerrados, pensando. Fuera hace frío, no me muevo, sigo como dormido.
        Alfonso, venga, levántate ya, que haremos tarde!
         Saco un brazo, los dos, es cierto hace frío, me estiro, me duelen los huesos, bostezo, ¿tendré un resfriado?, mejor me tomo una aspirina después del desayuno, mejor, sí.
       Se incorpora, pone los pies en el suelo, tiembla, busca a tientas los calcetines, se los calza, se levanta, se pone las zapatillas y la bata, una de azul que le regaló su esposa cuando aún le quería, mira por la ventana, está gris, muy gris.                                                       
        Creo que va a nevar dice en voz alta.
         Su mujer está en el baño, no le contesta, no le ha oído, ve un mirlo en la terraza del vecino rebuscando gusanos en una jardinera, tira la tierra, lo deja todo perdido.
        Parece que va a nevar grita.
         Hay ruido en el baño, cañerías que vibran, nadie le responde. Estornuda, se suena la nariz, debe hacer mucho frío fuera con este día, rebusca pañuelos en la cómoda, elige uno de blanco con las iniciales AL., se lo mira, sonríe ligeramente, se suena la nariz de nuevo, lleva  pensando toda  la noche, apenas  ha  dormido y se siente cansado.
        ¡Aún no estás vestido, pero hombre, qué haremos tarde!
        Creo que va a nevar, Elisa, hoy creo que sí.
        Tonterías, venga, vístete, hay tanto que hacer, date prisa.
         Ella se va fregándose las manos a la cocina y él sigue mirando por la ventana, el mirlo ya se ha ido, una chimenea empieza a echar humo, ladra un perro o varios en la calle y una moto de poca cilindrada rompe la mañana con un estruendo que le ensordece. Va al baño a vestirse, luego se acerca a la cocina.
        ¿Te ayudo?
        Prepara las tostadas, hazlas bien.
         Ella ha puesto el café al fuego y está exprimiendo naranjas en un exprimidor eléctrico, pone algunas sanguinas. Él saca el pan de molde del congelador, separa con un cuchillo cuatro y vuelve a colocar la bolsa de pan de molde en el congelador.
        ¿Aún quedan?
        Para mañana, quedan.
        Huele a café, coge la tostadora, introduce las 4 rebanadas, sitúa el termostato en el cinco, la pone en marcha, mira por la ventana también allí el cielo está gris.
        Creo que va a nevar.
         Elisa le mira, mira fuera, le da un vaso de naranjada, hace un gesto mohín.
       ―¡Vigila las tostadas, sabes que no me gustan quemadas!                    
        El olor a café le recuerda la infancia, la casa familiar, allí sí le querían. Se va bebiendo la naranjada a pequeños sorbos. Abre un cajón y saca una caja de aspirinas, extrae una y se la pone junto al plato. La mesa ya está preparada con mantequilla y mermelada, sólo faltan las tostadas. Aún estando en la cocina siguen teniendo frío y arriman las manos a las llamas del gas, se las frotan. Huele a quemado, inexplicablemente. Elisa se sulfura, no da crédito, estalla: ¡Eres un inútil, no sabes ni hacer tostadas, se te han vuelto a quemar, como ayer, antesdeayer y el otro!
        Luego calla, se muerde los labios, sólo se oye el crepitar del fuego, Elisa coge un cuchillo del cajón y las tostadas quemadas, las lleva al mármol y una a una las rasca nerviosamente, se desmenuzan en buena parte, deja el mármol negro, murmura: ¿de qué nos va servir ir al neurólogo? La mezcla de olores de la cocina y la escandalera de su mujer le reconfortan, extrañamente.
        Seguro que es de la tostadora, debe fallar, no me lo explico, yo estaba atento.
         Hacia las diez, cuando salen, empieza a nevar copiosamente.  

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