Árbitros
Hablaban
de fútbol, los de la mesa del lado. Eran tres hombres. El tres es un número
excelente en una tertulia pues siempre hay dos que se ponen de acuerdo en
contra del otro. En este caso no, en este caso el consenso era completo, los
tres coincidían con ligeros matices en que los árbitros son unos mequetrefes.
Llevaba un rato sentado, había acabado el segundo repaso al periódico, resuelto
los crucigramas y los tres sudokus y como la conversación del lado se
estaba animando pedí otra clara,
en jarra.
―Se creen los amos del terreno de
juego, hacen lo que les da la gana y aunque se equivoquen jamás rectifican. Se
creen por encima del bien y del mal, como si fueran imparciales, ¿tú, te
crees?, imparciales esos tíos, cuando les tiran los colores de su equipo más
que a un hincha y yo creo que hasta llegan al extremo del odio o de envidiar a
algún jugador. Basta con que éste haga o diga algo que se le antoja negativo
para que le expulse con la tarjeta roja.
Hablaban del Barça, de un partido reciente,
la final de una copa con el Bilbao y que el Barça perdió o el Bilbao ganó, según quien
lo dijera. Al parecer el árbitro expulsó a un defensa central de modo exagerado y arbitrario y que
ese atropello sucedió en un momento clave del partido y fue decisivo para la
derrota de su equipo. Aducían que el árbitro tenía y tiene manía a este
jugador, un tal Piqué, y que actuó vengativamente con alevosía y rencor,
abusando de galones, -hacía gestos tocándose los hombros- pues ya se las había
tenido con este jugador unos años atrás. Dos eran seguidores apasionados del
Barcelona, mientras que el otro era más del Bilbao.
―Que mequetrefes ni ocho cuartos, son
unos maricones, de tanto llevar el pito en la boca todo se pega, eso es lo que
son: unos maricones. No me gusta insultar pero alguien ha de cargar con mi malhumor―sentenció el más fervoroso de ellos, y se bebió el resto de su cerveza de
un largo trago, riéndose ostentosamente luego.
Debo ser de los pocos hombres a los
que el fútbol no nos dice nada, lo reconozco. Me pasa, como a algunas mujeres,
que aún nos cuesta entender los fueras de juego. Si está fuera, ¿cómo puede
seguir jugando? Un galimatías. El deporte que más me gusta es montar
crucigramas y el ajedrez, aunque puede que no se considere deporte a esas
actividades, solamente juegos, no sé.
―Hoy en día carece de sentido que unos
cuantos tipos vestidos de negro decidan jugadas complicadas, porque el error es
humano y siempre posible. No tiene sentido con la tecnología actual, con todas
las cámaras siguiendo el juego. ¿Acaso no sería mucho mejor recurrir al
arbitrio de un grupo de expertos que estuvieran ante una pantalla y pudiera
resolver los lances complicados, en vez de dejarlo todo a la decisión de una
sola persona? Éste no puede ni debería poder asumir tal responsabilidad, en
según qué partidos, obviamente. ¿No os parece más lógico y moderno, más
razonable? Seguro que habría mucho menos debate, seguro ―enfatizó― pero eso en
realidad no interesa a nadie, ya lo veis, interesa crear corrientes de opinión,
que haya discusiones de café entre amigos, como ahora mismo nosotros, ¿no
creéis? En diciendo esto el partidario del Bilbao se ajustó las gafas, estiró
el brazo y ensartó con el palillo las últimas aceitunas de la cazoleta del
centro de la mesita de mármol.
―Lo que pasa es que se ponen calientes
y los jugadores –no olvidemos que son unos profesionales- dicen o hacen cosas
que bien podrían evitarlas. Son finales, más que partidos y los nervios van a
flor de piel y eso los árbitros deberían tenerlo en cuenta, -ellos también
están en tensión permanente, el reto les supera- y yo creo que deberían recurrir más a
la advertencia o a la amarilla que a la dura sanción de la expulsión. Es
evidente que cuando los árbitros toman la decisión de expulsar del terreno de
juego a un jugador sin una razón bien meditada desequilibran arrogantemente las
fuerzas de un equipo en beneficio del otro, lesionando el corazón, el estado de
ánimo y la emotividad de sus seguidores, además del resultado del encuentro.
Tal decisión no se puede dejar en manos subjetivas, hay demasiado riesgo en
juego. Hoy en día con la gran difusión del fútbol, con todo el dinero y fervor que lleva, podrían derivarse
reclamaciones por daños y perjuicios a según qué decisiones arbitrales. Además,
surgen tirrias particulares, muy humanas, como os decía antes, y a veces no son
ni tan inconscientes ni tan inocentes, que hay intereses creados, también en el
fútbol, creedme. Detrás de todo este enorme negocio están los colores del
equipo predilecto, sí, pero también el afán de protagonismo y el dinero.
―Yo creo ―apunta el menos exaltado de
los dos del Barça ―que los entrenadores tienen mucho que
decir en este asunto, bastaría con recomendar efusivamente a sus jugadores que
no protestaran ninguna jugada a los árbitros. Así de sencillo. Por muy injusta
que sea, nada de nada, ninguna. Más bien al contrario, felicitarles por todas
las decisiones que tomen, por erróneas que sean, no importa, incluso
aplaudirlas, mostrarse de acuerdo, eso sí, sin reírse en sus caras, pues aún se
molestarían. Podrían tomar esos actos aprobatorios como una ironía o una burla
inteligente y ser sancionados con una tarjeta morada.
Creo que dijo morada, pero no estoy
seguro. El caso es que se pusieron todos a reír a mandíbula batiente y se
levantaron de un bote, ágilmente, y les vi alejarse brazo sobre brazo como
compinches luciendo cada cual en la espalda la camiseta de su equipo amado. Los
del Barça invitaban a cenar a los del Bilbao,
iban a por sus esposas, creí entender, entre felicitaciones, carcajadas y
alirones al flamante y merecido nuevo campeón de la Supercopa 2015.