martes, 4 de agosto de 2015

Relato 71



                                          Intruso (1)

Sobreviví, sólo que, recordarlo ahora me pone los pelos de punta. Lo que relato a continuación puede que suene increíble, incluso gracioso, pero para mí que vivo sola fue una experiencia dramática e intensa. 
     Sucedió hace unas semanas, el pasado viernes veintiséis de junio del año en curso, 2015, cuando después de una jornada laboral agotadora llegué a casa, un minúsculo apartamento de las afueras de Barcelona que tengo alquilado a un precio demasiado alto. Es un primero y lo tenía todo cerrado, la calor era sofocante, así que abrí todas las puertas habidas y por haber, (fundamentalmente la de la galería, que da a la calle para que corriera algo de aire, que no corría y la del lavabo), encendí la tele y una pequeña lámpara de pie y me dejé caer rendida en el sofá sin ganas ni de cenar. A los pocos segundos estaba dormitando, incluso soñando pues no me explico como vi pasar por delante de mis ojos cerrados la sombra de algo huidizo, un destello fugaz, incluso sentí una corriente de aire. Abrí los ojos y no había nada, la tele seguía con las noticias de siempre, y la calor insoportable, pero me puse en alerta. Volví a cerrarlos y al principio nada, pero al poco de nuevo volví a oír un ruido parecido al aleteo de un pájaro muy próximo a mi rostro, podía notar el movimiento del aire delante de mis ojos, allí había algo o  alguien, alguien que me estaba observando, empecé a sudar de miedo, no me atrevía a abrir los ojos, pensé que tal vez estaba soñando, pero no, el aleteo continuaba, estaba aún más cerca, no sabía qué hacer, casi podía sentir el aliento del intruso soplando en mi nariz, el miedo me paralizaba las manos, me las mojaba, resbalaba en el asiento, no sé cómo me atreví a abrir los ojos, lo hice poco a poco, ¡Dios mío, no me lo podía creer!, no me podía creer lo que tenía delante, mirándome con sus ojitos peludos, batiendo las alas pelosas a toda velocidad, era un murciélago repelente que me estaba observando a punto de atacarme. 
    El grito que salió de mi garganta despertó al vecindario, hasta el mismo bicho empezó a volar asustado por todo el apartamento a media altura, me escurrí al suelo, lo esquivaba andando agachada, manchando las losetas con el sudor de mis manos, parecía una enferma deambulando a cuatro patas, retemblando, la cosa esa volaba a vuelo rasante, buscándome, protegiéndome la cabeza con un trapo huí rápidamente al lavabo, me encerré, horrorizada. Desde el otro lado oía al animal revolotear desesperado buscando una salida sin encontrarla, yo tiritaba, acerté a marcar el número de un amigo, eso a las doce de la noche, no se lo podía creer, me dijo que venía enseguida, seguía oyendo al animal dando tumbos por el otro lado de la puerta hasta que de golpe percibí un ruido seco y se acabó. 
    Me quedé un rato escuchando en el lavabo, no se oía nada, temí estuviera colgado, esperándome al salir en algún lugar, agazapado, esperé un poco más que me pareció suficiente, no se oía nada y me atreví a salir con el albornoz encima de protector. La tele encendida, la lámpara de pie, también, inspeccioné el lugar, todo parecía en orden por el techo pero cuando miré delante de la puerta de la galería, le vi, allí estaba, aturdido en el suelo, en su intento de huida precipitada se había estrellado contra el cristal de la puerta. Me acerqué con precauciones, llevaba una escoba en la mano, no se movía, me aproximé aún más y lo contemplé de cerca, es un bicho asqueroso, con pinchos en las alas y carita de pollo. Fui a por una linterna y le enfoqué el rostro, comprobé que al girar la linterna giraba los ojos, aunque creía que son ciegos, eso hacía. 
     Así que no estaba muerto, pero me hacía asco verlo, siquiera tocarlo, además yo sabía que estos animales transmiten la rabia si te muerden, sólo me faltaría eso después de un día de trabajo tan duro. Me sorprendí a mi misma diciéndome que eso no me estaba pasando, que debía estar en la pesadilla de un sueño, que algo así era imposible, pero no, el murciélago seguía ahí, atolondrado en el mosaico, medio muerto, pero vivo. Debía hacer algo antes que se espabilara, entonces llegó Edu, mi salvador. Lo primero que hizo fue echarse las manos a la cabeza. Lo segundo coger la pala y la escoba y tratar de barrerlo allí mismo. En el tercer intento el animal se despertó o lo que fuera, anduvo un poco por el suelo dando botes sobre sus alas pegajosas hasta alcanzar un plafón de madera que tengo en la galería, entonces reptó por él en un santiamén y se quedo colgado boca abajo al llegar arriba, durmiendo. 
     Sólo quería dormir, el muy murciélago, y eso a las tres y media de la noche. Cerré la puerta de la galería y lo dejamos durmiendo fuera. Naturalmente pude dormir muy poco, ni cuando Edu se fue. Al levantarme por la mañana, el animalillo había desaparecido. Por precaución dejé todo cerrado cuando salí a trabajar. Otra nochecita así no la podría soportar ¿No la podría soportar?   (continuará)

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