Vecino
—¿Sabéis lo último del nuevo?
—¿El del tercero tercera?
—Ese mismo, Rosa, el caradura.
—¿Qué? ¿Cuéntanos?
—¿Os acordáis de su novia menorquina?
—Claro, aquella tan finolis.
—Pues, hace un par de noches la molió a
palos.
—¡Qué dices, Ana!
—Lo que oís. Lo sé de buena tinta.
Rocío, que vive al lado, lo oyó todo. Al día siguiente la vio: le dejó la cara
como una ensaimada.
—¡Pobre chiquilla, si al menos le lleva
quince años!
—Se ve que estaba como loco. Gritaba que
él podía irse con cualquiera, pero que ella no, que ella era suya.
—¡Qué sinvergüenza y pensar que me caía
bien ese tipejo!
—Los cafés con leche para ellas y el té
para mí, por favor, y los cruasanes los puede dejar en medio de la mesa.
Gracias.
—Ya os dije yo que no era de fiar ese
franchute.
—Pero, reconócelo, a ti también te
engañó con sus buenos modales.
—Es cierto, tan alto y educado, tan
elegante, con su sonrisa recién horneada: le he traído unos eclairs, Sra. Pura, para que los comparta con
su marido. ¡Qué hipócrita! ¡Quién iba a pensar que eran artimañas de gigoló!
—Y, ¿sabéis? Es de buena familia. Un día
me lo dijo en el ascensor, su madre es rica, vive en París y le manda dinero,
todo el que le pide, un adelanto de la herencia, ¡qué pencas, con treinta y
nueve años! A Carmen le pagó el alquiler de un año de golpe y luego no ha visto
ni un euro más. Está que trina.
—Y más que estará, se le ha acabado la
bicoca, un finde vino la madame sin avisar y descubrió que su hijo era un
mentiroso, que no tenía ninguna agencia de casting como le había dicho y le
desheredó. Estaba indignada, sobre todo désolé.
Chapurreé un poco de francés con ella.
—Ahora entiendo, Eva, porque le veo a
veces con un mono blanco de pintor. ¡Intenta ganarse la vida decentemente!
—Y Carmen, ¿cómo que no lo ha
denunciado?
—Al parecer se la está beneficiando, al
ser viuda. Eso dicen las malas lenguas, que a mí no me ha dicho ni mu.
—¡Qué sinvergüenza!
—El pollero ya no le fía: Pascal o me
pagas lo que me debes o no vengas más. Julio es así, a las buenas, todo, a las
malas, nada. Iba con invitados y tuvo que irse con el rabo entre las piernas.
Eso sí, sin torcer su sonrisa gala.
—Es un vividor, eso es lo que es, se
vale de su simpatía para engatusar a todo bicho viviente. El presi me dijo que
lo pilló robando luz de la escalera. Ese gandul no ha dado golpe en su vida.
—Los reserva a sus fans, menudo canalla.
Sabes, Rosa, yo cada vez lo veo más claro: esa perla, siempre rodeado de
jovencitas, debe ser un corruptor de menores, un proxeneta de esos.
—Y un drogata, la escalera apesta a
maría.
—No os extrañe que algún día venga la policía.
—A mí, no me extrañaría, Pura.
—¿A quién le toca pagar hoy?