Final
El ABC, en su primera plana, asegura que ha sido una
venganza judeo-masónica por su fidelidad
máxima al Régimen. Sacan una foto sonriente del cacique con su bigote fino,
vestido de falangista y con medallas que le cuelgan del pecho, seguido de un
largo historial laudatorio como héroe de la guerra civil ¡Qué muerte más
condenable, después de tantas victorias! –añade la nota al final. Luego explica
que el distinguido personaje ha sido degollado en su propia cama, pobre,
mientras dormía plácidamente con un miserable cuchillo de su cocina ¡Qué fin tan injusto para una persona tan justa! -resalta así, en negrita, el titular. ¡Se encontrará a los culpables!
–sentencia la noticia. De hecho –se indica un poco más adelante- la Guardia
Civil ya ha detenido como sospechosos del cruel asesinato a dos jornaleros del
pueblo que accedieron el día de los hechos a la cocina, buscando comida y
trabajo. Parece ser que están relacionados con una conspiración masónica,
cercana a tesis comunistas. Ningún crimen queda impune en este Régimen
–concluye la página.
Lo que no
dice el diario es que además de la yugular al cacique le han cercenado la verga
y los testículos. No dice que el difunto era un mujeriego que se había ganado
muchos enemigos tanto en el pueblo como entre los suyos. Ni que tenía una hija
no reconocida de su ama de llaves, antigua amante, viviendo lejos con una tía,
a cuya muerte, la chiquilla se había venido al caserío. Ni que todos obedecían
sus órdenes por puro miedo y que llevaba
la Hacienda y la familia con mano de hierro. Que su esposa le detestaba, que
hacía años que dormía aparte, que de él sólo recibía desprecios... y su muerte
la independizaba. Que sus hijos le odiaban, que era para ellos una especie de
rodillo, nada valían sin su reconocimiento... y su muerte les emancipaba. Que
la servidumbre le aborrecía por su despotismo constante, jamás un gesto amable
del amo, pero ahora ... su muerte les liberaba de la tiranía. Que la misma
Guardia Civil, encargada del caso, le abominaba, harta ya de tanto trampearle
denuncias, de tantos abusos y desacatos ... y su muerte, aún disimulándolo, les
proporcionaba un gran alivio. Cualquiera podía haberlo matado, cualquiera que
se hubiera atrevido. Todos habrían callado.
Cualquiera
hubiera hecho lo mismo en su lugar, cualquiera. Muerta su tía, la chiquilla con apenas doce años y unos
bultitos que le asoman por el pecho se ha presentado al caserío. Conoce a su
madre, no ha transcurrido ningún año sin que su madre no haya conseguido con
engaños permiso del cacique para ir a verla, para estar con su hija y
abrazarla. La chiquilla adora a su madre, sabe que ha hecho lo que ha podido
por ella, y ahora se reencuentran. El cacique se interesa por la niña, lleva el
mismo nombre que el de su madre. La cita en la alcoba, hace irse a la madre,
que se va con recelo directamente a la cocina. Poco a poco la va desnudando. La
niña no dice nada, apenas susurra “papá”. “No tengas miedo, hija, ven, acércate
aquí, mira ¡Qué bien te queda este nomeolvides con tu nombre grabado!” “Pero,
papá... ¿Qué haces?” El hombre se medio quita los pantalones, la niña
instintivamente corre hacia la puerta, él la sigue, resbala con los pantalones,
se cae contra el cabezal de la cama, se aturde unos segundos, ella sale, la
madre entra, cuchillo en mano, como loca, le siega la yugular de un tajo
certero ¡A mi hija no, cabrón!¡ A mi hija no!, ―clama llorando. La hija solloza
en el pasillo casi en silencio. Un chorro de sangre se eleva unos palmos
manchando el cabezal, manchándolo todo ¡Otra vez no!, grita, rabiosa, jadeante.
Parece poseída; con rapidez le corta la verga y los testículos ¡Otra vez ya
no!, exclama satisfecha. El hombre se retuerce, se le hinchan los ojos y a los
pocos segundos muere ¡Ya nunca más!, repite aturdida la madre escaleras abajo,
¡Nunca más, hija, me separaré de ti!