martes, 27 de enero de 2015

Relato 44

                                               Final

El ABC, en su primera plana, asegura que ha sido una venganza judeo-masónica por su  fidelidad máxima al Régimen. Sacan una foto sonriente del cacique con su bigote fino, vestido de falangista y con medallas que le cuelgan del pecho, seguido de un largo historial laudatorio como héroe de la guerra civil ¡Qué muerte más condenable, después de tantas victorias! –añade la nota al final. Luego explica que el distinguido personaje ha sido degollado en su propia cama, pobre, mientras dormía plácidamente con un miserable cuchillo de su cocina ¡Qué fin tan injusto para una persona tan justa! -resalta así, en negrita, el titular. ¡Se encontrará a los culpables! –sentencia la noticia. De hecho –se indica un poco más adelante- la Guardia Civil ya ha detenido como sospechosos del cruel asesinato a dos jornaleros del pueblo que accedieron el día de los hechos a la cocina, buscando comida y trabajo. Parece ser que están relacionados con una conspiración masónica, cercana a tesis comunistas. Ningún crimen queda impune en este Régimen –concluye la página.
        Lo que no dice el diario es que además de la yugular al cacique le han cercenado la verga y los testículos. No dice que el difunto era un mujeriego que se había ganado muchos enemigos tanto en el pueblo como entre los suyos. Ni que tenía una hija no reconocida de su ama de llaves, antigua amante, viviendo lejos con una tía, a cuya muerte, la chiquilla se había venido al caserío. Ni que todos obedecían sus órdenes por puro miedo y  que llevaba la Hacienda y la familia con mano de hierro. Que su esposa le detestaba, que hacía años que dormía aparte, que de él sólo recibía desprecios... y su muerte la independizaba. Que sus hijos le odiaban, que era para ellos una especie de rodillo, nada valían sin su reconocimiento... y su muerte les emancipaba. Que la servidumbre le aborrecía por su despotismo constante, jamás un gesto amable del amo, pero ahora ... su muerte les liberaba de la tiranía. Que la misma Guardia Civil, encargada del caso, le abominaba, harta ya de tanto trampearle denuncias, de tantos abusos y desacatos ... y su muerte, aún disimulándolo, les proporcionaba un gran alivio. Cualquiera podía haberlo matado, cualquiera que se hubiera atrevido. Todos habrían callado.
        Cualquiera hubiera hecho lo mismo en su lugar, cualquiera. Muerta su tía,  la chiquilla con apenas doce años y unos bultitos que le asoman por el pecho se ha presentado al caserío. Conoce a su madre, no ha transcurrido ningún año sin que su madre no haya conseguido con engaños permiso del cacique para ir a verla, para estar con su hija y abrazarla. La chiquilla adora a su madre, sabe que ha hecho lo que ha podido por ella, y ahora se reencuentran. El cacique se interesa por la niña, lleva el mismo nombre que el de su madre. La cita en la alcoba, hace irse a la madre, que se va con recelo directamente a la cocina. Poco a poco la va desnudando. La niña no dice nada, apenas susurra “papá”. “No tengas miedo, hija, ven, acércate aquí, mira ¡Qué bien te queda este nomeolvides con tu nombre grabado!” “Pero, papá... ¿Qué haces?” El hombre se medio quita los pantalones, la niña instintivamente corre hacia la puerta, él la sigue, resbala con los pantalones, se cae contra el cabezal de la cama, se aturde unos segundos, ella sale, la madre entra, cuchillo en mano, como loca, le siega la yugular de un tajo certero ¡A mi hija no, cabrón!¡ A mi hija no!, ―clama llorando. La hija solloza en el pasillo casi en silencio. Un chorro de sangre se eleva unos palmos manchando el cabezal, manchándolo todo ¡Otra vez no!, grita, rabiosa, jadeante. Parece poseída; con rapidez le corta la verga y los testículos ¡Otra vez ya no!, exclama satisfecha. El hombre se retuerce, se le hinchan los ojos y a los pocos segundos muere ¡Ya nunca más!, repite aturdida la madre escaleras abajo, ¡Nunca más, hija, me separaré de ti!

martes, 20 de enero de 2015

Relato 43

                                               Borges   
  
Amenaza con morirse. No puede más. Lleva años andando por el fango, no sabe, tal vez siglos. Ante el puente se derrumba. Rueda por el cieno con la mochila y el bastón blanco, sólo unos palmos. Un tronco robusto le corta el paso: su espalda cruje, llueve desde hace rato, está muy oscuro, siempre está muy oscuro para Pedro. Él no lo sabe, pero lleva años ciego, tal vez siglos. Tumbado bajo el tronco se desespera: golpea el lodo con el puño, se lo ensangrienta, gimotea, unos lagrimones le saltan de los ojos y le ensucian. Se acurruca, siente frío, tirita de miedo. Pobre infeliz, está agotado, lleva años rodando, tal vez siglos, no sabe. Quiere descanso, ¡Por Dios!, descanso, y lo mismo le da dormir que morirse. Como un gusano enfangado escucha el goteo interminable de la noche; está a ras del suelo; le parecen nanas. Oye lejano el fragor turbulento del río, discurre por el barranco. Lo tiene muy cerca. Cruzar el puente ahora es temerario. Se imagina una noche estrellada y Pegaso cabalgando: le envidia las alas. Como sea ha de atravesar el puente, no ha llegado hasta allí para rendirse. Además, se lo prometió a Borges. Se sobrepone, ¡heroico! Las piedras nocturnas centellean, le dan alas. Una figura de limo emerge de la penumbra de los siglos, bajo el árbol. Un relámpago oportuno delata su perfil adánico, su carga ancestral, su bastón ensangrentado. Avanza llorando. A cada paso una duda, a cada resbalón una certeza. Se adentra en el puente: es colgante, de cuerdas viejas, algunas podridas. Pedro no sabe, lleva años pisando légamo, pisando jarcias flojas, tal vez siglos. La tormenta arrecia. Un rayo cercano destroza un pico. Tiembla. La noche entera conspira: la torrentera le ruge desde el fondo, el viento certero le azota la cara,  la lluvia le explota la cabeza. Está empapado. Vacila. Siente correr por sus venas la negrura del charco.  “Resiste Pedro, ¡Por Borges!, resiste” —clama desesperado. Eso le da coraje. Blande al aire su cuchillo, lucha en las tinieblas con fantasmas desconocidos, apedaza la noche a cuchillazos. Avanza intrépido, desafiante, hacia su destino como poseído por el fuego de las estrellas. Relampaguea. Pierde pie, pierde el bastón, casi pierde la vida; la noche le golpea con violencia, se aferra a las barandillas de esparto, resbala, cae de morros sobre las cuerdas del pasadero; resisten su peso, ¡Qué suerte! Abajo el infinito. No lo ve, no lo sabe, lleva años muerto, tal vez siglos. Borges le dio su palabra;  le juró que al otro lado vería.   
       Pedro yace sobre las lianas del puente colgante balanceándose a merced del aire fresco de la mañana, mientras chirrían suavemente los mosquetones a los extremos de cada pontón. El sol cabalga presuroso entre las grupas superiores de los grandes árboles sudamericanos, como los Aromos y los Palpales, iluminando la parte sur del río, la mediana del puente y a Pedro por entero. Sobre su cuerpo las cuerdas trenzadas de la barandilla componen una urdimbre de sombras cosidas con hilos naranjados y amarillentos. Su ropa humea, igual que el río y el barranco, igual que los zaguanes y la selva, igual que Pedro mientras respira. Hay esperanzas, él no lo sabe, pero sigue vivo. La lluvia se ha llevado la noche y el sufrimiento, la fatiga, el fango, la pesadilla, y en su rostro agrietado por los siglos amanece una sonrisa. Abajo el río suena fresco y ligero como cascabeles rodando y le parece que son risas que juegan entre saltos y borbotones. Con las manos heridas tantea las cuerdas, aún están mojadas, huelen a esparto, no se fía. Se incorpora lentamente, se sienta con precaución, el sol le quema la cara, mete los pies por los agujeros del  pasadero y mientras oscila peligrosamente se acuerda de Borges, ¡le dio su palabra superlativa! De su mochila, de lo que le queda, toma algo parecido a la palabra soledad que tiene forma de tableta de chocolate, le quita la envoltura plateada, huele dulzona, la arroja directamente al vacío y oye como el eco le responde: ...daaddaad.,daad. Esto le alivia. Una bandada de pinzones viene a hacerle compañía, distingue claramente sus trinos, pero  también cacatúas azules, pintarrajos, colibríes... ,la naturaleza alada le saluda; se acuerda de Pegaso, de cuando le envidiaba las alas. Tira la mochila al barranco, también el cuchillo, así aligera peso y avanza con cuidado por las cuerdas quejumbrosas,  como un tentetieso hasta alcanzar el otro lado. Lleva años cruzando puentes con cuerdas rotas, tal vez siglos, pero él no lo sabe.  Avanza a tientas como siempre, sin pudor se adentra en la virginal cueva de donde -le perjuró mil veces Borges- brota la fuente mágica que le retornará la vista. Se deja guiar por el sonido del agua, la siente muy cerca, se la lleva a la boca, engulle toneladas. Sumerge la cara hasta el cogote, y suspende toda respiración, todo juicio. Espera. Pasan minutos o tal vez horas. No ocurre nada. 
      Entonces comprende: Borges estaba en lo cierto; lleva siglos deambulando a oscuras por el mundo. Ahora Pedro lo sabe.  
             

martes, 13 de enero de 2015

Relato 42

                                            Pereres

Sota el braç dret duia una cistella recoberta amb un mocadoret blanc amb puntetes blaves i caminava de pressa alçant els peus i aixecant polseguera del terra. Se li havia fet una mica tard, eren més de les vuit d'un dia feiner de finals d'agost i la tarda es fonia ja amb les ombres de la nit. Anava cap a casa accelerada perquè patia que no patissin per ella. Havia desoït les paraules de la seva mare i havia sortit tard al tros de terra, propietat dels seus pares, per regar les plantes assedegades i collir de pas uns quants tomàquets i pebrots de l'horta, que duia al cistell. La causa de tant de retard era la calor, insuportable, enganxosa, que la feren dubtar —ves-hi demà, filla, al matí!— i més dubtar i quan finalment va decidir anar-hi, contrariant l'opinió de la mare, eren passades les sis. Ves que els camins són plens de mala gent! —li havia cridat, abans de sortir d'estampida.
        Irene estava neguitosa perquè mai en els seus tretze anys s'havia atrevit a desafiar el consell de la mare. Era necessari, la mare la necessitava. Ella ho havia fet tot fins llavors i ara no podia. Des de l'accident no podia alçar-se de la cadira de rodes, no podia caminar. Irene sentia que, ara sí, era imprescindible per la mare. Havia recorregut infinitats de vegades aquell camí quan de més petita acompanyava als pares, però ara podia fer-ho sola, ara ja era prou gran. Gran i necessària. Amb la cistella plena de tomàquets i pebrots verds i vermells Irene retornava a casa pel camí de sempre, amb rapidesa i prestant atenció al conegut i al desconegut. Oïa el cant dels grills anuncià la nit mentre vigilava i quan el camí just es recorba a l'alçada de la bassa d'en Miquel va veure davant seu la seva figura inconfusible. Al fons, la ciutat encenia les seves primeres llums.
         —Va de retiro, Sr. Miquel?
        —Ah, filla, no m'havia adonat. Quina calda que fa avui, oi? Sí, és clar, vaig de retiro. Ja he fet el que volia: collir les peres. Saps?, les pereres arribarien a trencar-se de pes, les branques vull dir, si no se li traguessin les peres. Què en vols una?     
     El Sr. Miguel era un home gran. Duia faixa negra a la cintura, barret de palla i pantalons frescos. A l'espatlla dreta duia un sac de peres i caminava lentament amb el coll mig girat del pes. A la mà esquerra tenia un mocador que es passava sovint pel front.
         —No, gràcies, no el vull amoïnar. A més tinc pressa. La mare m'espera.
         —Vas ben carregada. Què dus sota el mocador?
         —Duc tomàquets i pebrots recent collits. A la nit faré escalivada, per demà. 
        —T'ha tocat una de ben dolenta, veritat? Em sap greu, filla, molt de greu, això que us ha passat, em refereixo, és terrible. Qui s'ho podia imaginar del teu pare.
      L'home es deté, es gira mig de costat i se la queda mirant amb ulls tristos. S'ha emocionat. Era amic meu —diu.  Remena el cap com maleint un infortuni i amb cura sense descarregar-se el sac, recupera la passa, eixugant-se la suor amb el mocador humit.
        —Sí, va ser un cop molt fort. Jo m'estimava al pare. Ara he de ser jo la forta.
        —Els matrimonis són complicats. No està bé que ho digui jo, que sóc solter, però els matrimonis són complicats. I al final qui rep és el qui es queda. Com està ta mare? Es recuperarà?
       —El metge diu que sí, encara que es quedarà en cadira de rodes. Per ella és una condemna. Diu que és pitjor que la mort. Això diu i plora, no para de cridar-me i de plorar. La caiguda li fracturà la medul·la i no hi ha res a fer. No ho té assumit, no ha passat prou temps i jo crec que li costarà.  A més, el judici és pendent. Això és el que més la posa nerviosa i no li cal gaire, gens!, per saltar com una rabosa.
        —Tothom diu que va ser un cas clar de defensa personal. El teu pare anava begut i no sabia que se'n feia. Últimament bevia molt, això és cert. Escolta una cosa, filla, jo puc testimoniar-ho, si us fa falta, no tinc cap inconvenient. Què terrible. Què li va deure passar? No m'ho explico. Clavar-li el ganivet. Ta mare va ser molt valenta, saps filla? Joan era fort, molt fort, capaç i tant!, d'empènyer-la pel balcó. No m'ho explico.

        Miquel sacseja el cap mentre camina mirant avall. El camí és de terra i arrossega els peus amb unes espardenyes velles com si fos més vell del que ja és. Irene camina al seu costat, en silenci, ha reduït el pas i ha deixat de fer polseguera.  Pensa en una de les coses que li ha dit el Sr. Miquel fa només una estona: que les branques de les pereres es trenquen quan no poden suportar més pes.

martes, 6 de enero de 2015

Relato 41


                                             Reyes

 Desde el silencio de la inacabable noche escucha sin perder detalle el fragor de los pasos amigos que trasiegan más allá de la puerta del dormitorio y siente  como crece dentro de su pecho el convulso látigo de un corazón acelerado. Me niego a dormirme, no puedo, ¡qué se haga de día, por favor! reclama, lloroso,  ¡ay! si pudiera correr el sol a las ocho de la mañana, qué dichoso sería. Son voces familiares, queridas, voces del mundo de los adultos, del mundo seguro y fiable para un crío de pocos años, voces que no engañan. ―Esto para A, esto para B, esto para C y ¿aquello?. Aquello para los tres, para que lo compartan, no hagas ruido, cuidado, no se despierten, comprueba que estén dormidos―.
        Al poco una delicada sombra se perfila por la hendidura de la puerta, asoma su cabeza de cabellos rizados y un sable de luz irrumpe de repente en el dormitorio, hiriendo de quietud a un niño despierto con los ojos cerrados aparentemente dormido ¡Qué no se rompa la magia! ―Duerme―, escucha que les dice en voz muy queda y la luz huye y se aviva afuera el trasiego, se abren otras puertas, otros silencios expectantes y las mismas palabras, ―duermen, todos duermen―, resume la voz afable y el crío con la respiración retenida vuelve a las sombras del sueño interminable y al movimiento de pasos, de cajas, de papeles, de ruidos amables más allá del fortín de su cama.
        ¡Ojalá fuera ya mañana!