martes, 25 de mayo de 2021

Relato 374

                                        Zambullida

Conozco algunas personas que viven sumergidas permanentemente en el agua como si tal cosa. No sé cómo lo hacen, pero lo hacen. Para mí, que una simple zambullida me angustia, es algo insólito y reconozco sin tapujos que las envidio. Afirman que les da igual si el agua es dulce o salada, que sólo necesitan que el medio sea acuático, que se alimentan de las burbujas que genera el aire al moverse y de la luz solar que se filtra por la superficie del agua. Verdaderamente extraño.

Suelen vivir en grupos aislados y en zonas de aguas tranquilas, pero profundas, en remansos naturales en caso de ríos o en bahías protegidas del oleaje en los mares y océanos. He de decir que no es sencillo acceder a ellos, sólo reciben por expresa invitación y después de sortear una especie de examen psicológico, un test telepático donde te preguntan hasta donde estaría uno dispuesto a llegar para alcanzar armonía. Según respondas, aceptan o no que les visites y compartas con ellos instantes de sumersión. Al parecer es un asunto de conexión cuántica o nivelación energética de algún tipo vibracional que se me escapa.

         Las contadas ocasiones que les he visitado, enfundado en mi traje de neopreno naranja, me han dejado patidifuso. Allí, en el fondo del mar, junto a ellos, no hay ruido, apenas se oye el aleteo del movimiento continuo de sus dedos, apenas se oye nada. Y viéndolos inmóviles, sentados sobre los talones, con los ojos cerrados, y una media sonrisa permanente en los labios, puedo sentirme en calma, estando allí, quieto, sin hacer nada, en silencio. No sé cómo hacen para llenarme de tanta paz en tan poco tiempo. No lo sé.

Ciertamente, debajo del agua se avivan los sentidos, se encienden los colores, todo se vuelve resplandeciente, siento algo extraño, algo que me reconecta con la vida, y, pobre de mí, me estremezco y lloro, y me fundo con el agua que me rodea y hasta desaparezco. La primera vez casi me da un vahído, nada recomendable en el fondo del mar, pero poco a poco voy sintiéndome mejor.

Recientemente he empezado a zambullirme sin traje de neopreno.       

                                 

martes, 18 de mayo de 2021

Relato 373


                        Isaías

Había un profesor con bigote que siempre ponía los puntos sobre las íes y un día descubrimos que se llamaba Isaías.

martes, 11 de mayo de 2021

Relato 372

 

                                Televisor

 Cada mañana antes del desayuno Leo mira por la ventana como si fuera un televisor donde dan su programa favorito.

Observa emerger la ciudad poco a poco de las tinieblas como un barco fantasma con sus mástiles y velas ondeando al viento, y encenderse las luces de los camarotes y apagarse las de los dormitorios o lavabos de las casas, el trajinar de las redes en manos marineras y el inconfundible olor a salitre.

Y las farolas tiemblan por el muelle, resuenan voces de pescadores, traqueteo de cajas, chasquidos de botas, humo de cigarrillos a contraluz cargados de humedad, sueltan cabos, se liberan norayes, arrancan los primeros motores, salen barcos a faenar…

Y Leo los ve desde su televisor, sentado en una silla de ruedas, conoce el nombre de cada uno de ellos por el ruido de sus motores, y los ve alejarse como cada mañana y luego se queda ensimismado mientras la ciudad se despierta, atruenan tubos de escape, pasos acelerados, las primeras luces y una incipiente lluvia que moja la pantalla de su ventana y empaña los mismos tejados rojizos y acerados como cubiertas, antenas como aparejos y las chimeneas de niebla.

F.X. 16/3/2021

 

martes, 4 de mayo de 2021

Relato 371


                                Silencio (4)

No oía nada, ni siquiera el silencio, aquel empecinado oidor sordo.