martes, 30 de mayo de 2017

Relato 166

                                       Venecia  (10)  (Ver relato 155)
Continuo con el itinerario secreto del palazzo ducale y lo hago en verde para que no te pierdas, tontín, seguimos en el barrio de San Marcos, mi barrio: Después de los Pozzi, subimos por una escalera estrecha (la de la foto pequeña) (Ya no se ve nada, Angelina, la postal está vieja y enmohecida) a las dos pequeñas habitaciones que albergaban a funcionarios importantes: el Notario Ducal y el Diputado del Consejo Secreto de los Diez. La Inquisición tuvo poca influencia aquí en Venecia, en contra de lo que suele creer gente como tú. (Pues, gracias). Luego viene el siniestro Cuarto de la Tortura o Cámara del Tormento, escalofríos me dan cada vez que entro. Aquí tenían lugar los interrogatorios de los acusados en presencia de los jueces y se pasaba al Piombi, las conocidas prisiones bajo el techo del palacio, en el sótano, recubierto con placas de plomo, de ahí su nombre. Giacomo Casanova, que estuvo encarcelado aquí, protagonizó en 1756 una fuga que narró en uno de sus libros. También estuvo por cierto preso en tu Barcelona. (¿Insinuará algo?) En otro de los extremos del pórtico del patio se ubica la Scala del Giganti, (la de la foto pequeña) que lleva al primer piso, donde vemos a Marte y Saturno, las dos esculturas de Sansovino, remarcando la entrada. La fachada oriental que conduce a la gran escalinata, muestra una decoración de mármol, renacentista, diseñada por el arquitecto Antonio Rizzo, quien también construyo entre 1483 y 1491 la famosa Scala dei Giganti. Esta colosal escalera conecta el patio con el pórtico del primer piso y está al lado del arco de medio punto con tiras de piedra de Istria y mármol rojo de Verona dedicado al dox Foscari y que se conecta con la Porta della Carta (porta de paper, acuérdate, tontín) a través del pasillo Foscari. El suelo es de traquita (¿traquita?) y de mármol parecido al pavimento de la plaza exterior. En la parte superior de la Scala dei Giganti se abren un montón de galerías que rodean el edificio por dentro y fuera, y que conservan parte de la fortaleza original. En esta planta se encuentran unas salas destinadas a la administración y servicios del edificio que nos saltamos en la visita (menos mal). La continuación natural de la Scala dei Giganti es la Scala d´Oro, llamada así por la decoración con estuco blanco y hojas de pan de oro en el techo realizada en 1557 por Alessandro Vittoria. (Angelina tanto detalle me mata, parece que esté leyendo un folleto turístico y no una postal, he de decírselo, sí, pero, al final). La mayor parte de los techos son abombados y decorados hasta la extenuación. La Escalera de Oro conduce, a través de dos brazos, desde la galería del primer piso a las dos plantas superiores en las que se abren a un vestíbulo con grandes ventanales donde se ve diáfana la insularidad de Venecia. En el segundo piso está la famosa Sala del Maggior Consiglio, (equivalente a tu sala del Consell de cent) la sala más grande y majestuosa del Palazzo, de cincuenta y tres metros de largo por veinticinco de ancho, sin columnas y ahí tenían lugar las reuniones de los magistrados del Estado (Angelina, qué te he hecho yo o qué no te hecho para que me sometas a semejante castigo, por qué supones que me interesa tanto tu palacio). La planta segunda (y sigue) parece suspendida en el aire,(de verdad, Albert, como tus teleférics) apenas apoyada sobre las columnas, mientras que la tercera es la más robusta, con losetas de mármol, de diferentes tonos formando un dibujo romboidal. Todo el edificio está rematado con una crestería que refuerza su señorío y verticalidad. En fin, creo que con eso tienes más que suficiente del palazzo ducale de mi amata Venecia. Creo que te lo he dicho todo, Albert, o casi todo... Besos, Ciao! XXX      

Continuará...

martes, 23 de mayo de 2017

Relato 165


                                Psicópata
   
Luce un hermoso domingo, soleado y tranquilo, no tengo prisa, me siento generoso, apacible, conduzco mi deportivo con parsimonia, disfrutando de esta espléndida mañana. Me gusta conducir relajado los domingos, estoy atento a las necesidades de los otros conductores, busco paz y armonía, la armonía circulatoria que no encuentro en los días laborables. El vehículo de delante frena bruscamente y pone el intermitente derecho, ha visto un coche que sale y quiere aparcar en su sitio. Tranquilidad, es domingo, luce el sol y estoy de fiesta. Freno y aguardo detrás suyo a que haga la maniobra, pues primero ha de salir el vehículo que está aparcado y luego esperar a que el otro vehículo haga treinta y tres maniobras para aparcar. Eso puede llevar su tiempo según quien lo intente. Pacientemente aguardo, es domingo, mi día de fiesta, padres me han invitado a comer, no hay prisa, me gusta disfrutar de la calma de las mañanas festivas, hay menos tráfico, escucho el canto de los pajaritos en los árboles de la calle, la frescura de la primavera, y en esto estoy cuando casualmente veo por el retrovisor un coche familiar, gris, con un tipo dentro, de unos cincuenta años, obeso, que me está haciendo gestos con manos y dedos como pidiéndome explicaciones por haberme detenido. No le doy importancia y cuando el vehículo de delante termina la maniobra de aparcamiento arranco y me paro en el siguiente semáforo que se ha puesto en rojo. El tipo de atrás me sigue, se detiene y me toca el claxon insistentemente, saca los brazos por la ventanilla, me hace gestos ostensiblemente hostiles y me grita para preguntarme si soy un gilipollas o qué, y si me voy a parar en todas partes. Deduzco que el hombre tiene prisa, pero no puedo hacer nada, la calle es estrecha, sólo da para dos coches, el semáforo está rojo, es domingo y hace sol. Cuando se pone verde  arranco y el tipo me avanza raudo y se detiene a mi lado en el siguiente semáforo. Entonces vuelve a la carga, sigue insultándome y yo procuro mantener la calma, le miro, cuento mentalmente hasta diez,  incluso le sonrío, trato de explicarle que había un coche aparcando, que es domingo, que luce un bonito sol y que no hay motivos para dejarse llevar por los nervios y le pido que se tranquilice, que cuando se ponga verde ya podrá irse donde le plazca. Entonces, ante mi sorpresa el tipo se enfurece aún más, me amenaza por la ventanilla con los puños y golpea con fuerza los cristales de mi deportivo. Eso ya es pasarse de la raya, eso no se lo tolero a nadie, que me toque el coche, eso no, el tipo se merece un escarmiento aunque la mañana sea soleada y padres me esperen para comer. El tipo arranca su coche familiar gris antes que yo pueda hacer lo mismo y me sitúo detrás suyo, simplemente le sigo, descaradamente le sigo sin cláxones ni enfurecimientos, solamente me pego detrás suyo como una lapa sin disimulo. Al principio no se da cuenta, luego sí, cuando acelera y trata de dejarme acelerando y frenando bruscamente como si quisiera provocar un accidente. Así pasamos un cuarto de hora, él delante y yo detrás persiguiéndolo por las calles de Barcelona, respetando las reglas de circulación. Sin embargo, yo estoy atento, le sigo sin alarmarme, es un coche familiar, con adhesivos de críos, debe tener familia, esposa, hijos u hijas, simplemente voy tras él, quiero conocerlos. Cuando el tipo se para en doble fila y pone los intermitentes de emergencia, yo hago lo mismo, me detengo detrás suyo y pongo las luces de emergencia. Cuando se baja del coche y me echa una mirada asustadiza, yo le mantengo la mirada sin moverme del asiento. La mañana es plácida, domingo, día de poco tráfico, día de descanso, hoy el estrés no existe. Al poco vuelve con unos bultos que introduce en el portón de su familiar, lo cierra, y entre dubitativo y temeroso se me acerca.
         —¿Vas a seguirme todo el día?  —me pregunta, irónico.
        —Sólo hasta tu casa —le contesto— tengo interés en conocer a tu esposa y tus hijas, para ver si son tan cretinos como tú. Tengo todo el día.

        El tipo me mira y su semblante se torna blanco, de repente se ha acojonado. Ni me replica, lívido, sube a su coche, cierra la puerta dando un trompazo, lo pone en marcha, rascando nerviosamente el arranque y sale disparado a toda velocidad, saltándose el semáforo rojo que tiene enfrente para evitarme. Cuando me detengo por el semáforo, estoy a tiempo de ver como se empotra el coche familiar contra un camión de gran tonelaje que cruzaba la vía con su semáforo en verde.               

martes, 16 de mayo de 2017

Relato 164

                                        Estrella


Padre pregunta: ¿quién eres? Tu hijo, contesto. Sonríe, ¡ah, sí! Sonrío ¿Qué haces luego?, pregunta. Astronomía ¿Astronomía? Sí, cielo y estrellas ¿Para qué? Noche, misterio, espacio sideral ¿Nos sentamos? Espera, andemos un poco más. La rodilla, mal, me duele ¡Si acabamos de salir, padre! ¿Por qué me duele? Cuando eras joven, un accidente, coche, lluvia, resbalaste, golpe con el volante, te quedó lastimada, operaciones, médico, más no se puede. Debía ir deprisa. Sí, tú siempre rápido, trabajando. Me ha gustado trabajar, el trabajo dignifica. Sí, padre. He sido feliz, trabajando, muy feliz. Sí, padre, mucho ¿Dónde un banco, hijo? Más adelante, andemos más, ¿puedes? Lo intentaré. Ahora, no puedo trabajar, ahora mal. No exageres, padre. Ya verás cuando llegues, si llegas. ¿Nos sentamos, ya? Sí, aquí mismo. ¡OH!, qué bien ¿Quién es la mujer de casa? Madre ¿Mi madre? No, la mía, tu esposa. Sonríe, ¡Ah, sí! Sonrío ¿Empezamos? ¿A qué? A lo de siempre. Vale. A caballo regalado digo, no le mires el dentado, contesta. Más vale pájaro en mano... que ciento volando. Quien a buen árbol se arrima... buena sombra le cobija. Me molesta el aire, ¿regresamos a casa? Bien. Esta rodilla, me duele ¿Por qué? Accidente coche ¿Accidente? Sí, hace tiempo. Esta otra no. Es verdad, el golpe no le afectó ¿Tú, quién eres? ¿Yo?, tu hijo Ángel. Ah, como yo. Sí, cierto ¿Qué haces luego? Astronomía, miro estrellas brillantes que puede que ya no estén ¿Por qué? El pasado lejano, desaparece. Todo desaparece, hijo. Sí, cierto, padre. Puede que un día yo sea una estrella brillante. Puede. Igual una noche me ves y no me reconoces. Igual. Pide por Ángel, el cojo, irás a lo seguro. Sí, padre, buena idea ¡No te olvides! ¿Empezamos? ¿A qué?

martes, 9 de mayo de 2017

Relato 163

                                              Eso

Después de eso, el tipo se sube los pantalones, le alarga un par de cincuenta y le dice: hasta la semana que viene, Vane. Vanesa ya se ha cepillado los dientes, repintado de rojo fucsia los labios y ajustado su falda de tubo. Es un buen cliente, regular, siempre le pide lo mismo y ella le satisface sin condón. Antes era peor, cuando estaba con el chulo, no paraba de exigirle más y más, un feliz viaje se lo llevó para siempre. Ahora es autónoma, con clientes fijos, se gana bien la vida, si eso puede decirse ganarse bien la vida. Lo que más le importa a Vanesa es no rendir cuentas a nadie y sobretodo no tener que hacerse más análisis de Sida. En Costa de Marfil las condiciones eran difíciles, se emplea a fondo, sabe que la lozanía dura poco, los hombres siempre quieren lo mismo. Vane es valiente, con apenas veintiséis ha pasado hambre y miseria, los conoce bien, seguramente sabe más de las penurias de la vida que cualquiera de sus clientes. El tipo deja la habitación, Vanesa está delante del espejo, arreglándose el rimel, le mira coqueta, sonríe, le lanza un beso con la mano y esboza con los labios un mohín sexy justo cuando el tipo cierra la puerta. El pasillo huele a humedad rancia, las paredes desconchadas, en la calle llueve, hay mucho ruido, voces, ladridos, griterío, el tipo camina por el empedrado, es de noche, se moja, no le importa. Enciende un pito, expulsa el humo largamente, hay gente corriendo por los callejones, algunos con paraguas. Esquiva las bolsas de basura, casi tropieza con un borracho, va hacia el coche, llega al parking, se sube a un Mercedes 280, gris plateado y regresa a casa dando una volteo por el puerto. Su gusto por el olor a salitre le viene de cuando marinero, de cuando era capitán de mercante y se pasaba mucho tiempo navegando. De Costa de Marfil llevaban contenedores llenos de sacos de cacao. La conoció allí, allí conoció a Vane. Se la trajo de polizón en uno de sus últimos viajes. Estaba mal, con un chulo desalmado que la explotaba sexualmente. Él se encargó que el muy canalla tuviera un feliz viaje al otro mundo, se lo ganó a pulso. Lo hizo por ella, tan vulnerable, se enamoró en cuando la vio. A Vanesa no parece importarle la diferencia de edad ni que él esté casado. Cada cual a lo suyo  —le dice frecuentemente, agradecida.
        ― Hola, Rosa.        
        El tipo deja la americana en el colgador, se sacude los pantalones y se descalza para ponerse las zapatillas.
        ― ¿Todavía llueve?    
        Rosa está sentada en el sofá de dos plazas viendo la televisión. El volumen está alto. Lleva una bata a juego con su nombre y se está comiendo un yogurt.
        ― Sí, me ducho y vengo.
        ― ¿Cómo ha ido la partida, hoy?
        ― Bien, lo comido por lo servido.
        ― O sea, más o menos como siempre.
        ― Eso.

         Vanesa es su nombre de guerra, en realidad se llama Evaristo Goudal i no es de Costa de Marfil , sino de Mali. Pero, ¿a quién le importa eso?    

martes, 2 de mayo de 2017

Relato 162

                                             Legañas


Esta noche he soñado que soñaba que me despertaba y me desvelaba y para pasar el rato me entretenía contando las estrellas del cielo una a una. He contado más de trescientas. Luego me he dormido en el sueño, descansando profundamente y al amanecer ya no habían estrellas ni cielo, sólo legañas en mis ojos y un recuerdo bien vivo de haber soñado despierto.