Eso
Después de eso, el
tipo se sube los pantalones, le alarga un par de cincuenta y le dice: hasta la
semana que viene, Vane. Vanesa ya se ha cepillado los dientes, repintado de
rojo fucsia los labios y ajustado su falda de tubo. Es un buen cliente,
regular, siempre le pide lo mismo y ella le satisface sin condón. Antes era
peor, cuando estaba con el chulo, no paraba de exigirle más y más, un feliz
viaje se lo llevó para siempre. Ahora es autónoma, con clientes fijos, se gana bien
la vida, si eso puede decirse ganarse bien la vida. Lo que más le importa a
Vanesa es no rendir cuentas a nadie y sobretodo no tener que hacerse más
análisis de Sida. En Costa de Marfil las condiciones eran difíciles, se emplea
a fondo, sabe que la lozanía dura poco, los hombres siempre quieren lo mismo. Vane
es valiente, con apenas veintiséis ha pasado hambre y miseria, los conoce bien,
seguramente sabe más de las penurias de la vida que cualquiera de sus clientes.
El tipo deja la habitación, Vanesa está delante del espejo, arreglándose el
rimel, le mira coqueta, sonríe, le lanza un beso con la mano y esboza con los
labios un mohín sexy justo cuando el tipo cierra la puerta. El pasillo huele a
humedad rancia, las paredes desconchadas, en la calle llueve, hay mucho ruido,
voces, ladridos, griterío, el tipo camina por el empedrado, es de noche, se
moja, no le importa. Enciende un pito, expulsa el humo largamente, hay gente
corriendo por los callejones, algunos con paraguas. Esquiva las bolsas de
basura, casi tropieza con un borracho, va hacia el coche, llega al parking, se
sube a un Mercedes 280, gris plateado y regresa a casa dando una volteo por el
puerto. Su gusto por el olor a salitre le viene de cuando marinero, de cuando
era capitán de mercante y se pasaba mucho tiempo navegando. De Costa de Marfil
llevaban contenedores llenos de sacos de cacao. La conoció allí, allí conoció a
Vane. Se la trajo de polizón en uno de sus últimos viajes. Estaba mal, con un
chulo desalmado que la explotaba sexualmente. Él se encargó que el muy canalla
tuviera un feliz viaje al otro mundo, se lo ganó a pulso. Lo hizo por ella, tan
vulnerable, se enamoró en cuando la vio. A Vanesa no parece importarle la
diferencia de edad ni que él esté casado. Cada cual a lo suyo —le dice frecuentemente, agradecida.
― Hola, Rosa.
El tipo deja la americana en el colgador,
se sacude los pantalones y se descalza para ponerse las zapatillas.
― ¿Todavía llueve?
Rosa está sentada en el sofá de dos
plazas viendo la televisión. El volumen está alto. Lleva una bata a juego con
su nombre y se está comiendo un yogurt.
― Sí, me ducho y vengo.
― ¿Cómo ha ido la partida, hoy?
― Bien, lo comido por lo servido.
― O sea, más o menos como siempre.
― Eso.
Vanesa
es su nombre de guerra, en realidad se llama Evaristo Goudal i no es de Costa
de Marfil , sino de Mali. Pero, ¿a quién le importa eso?
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