martes, 29 de diciembre de 2020

Relato 353

                                ¡Vedla!

― ¿Cómo te llaman? ―masculla con voz ronca un tipo calvo con camisa roja, de ojos saltones y vidriosos, mientras retuerce un palillo entre sus dientes amarillentos y la va desnudando nerviosamente. Sin pantalones ni calzoncillos, descalzo, sólo con la tizana roja en alto, incendiada de pasión ciega en la penumbra de un cuartucho de mierda. 

        Apenas un catre, un lavamanos, una televisión encendida sin programa, el runrún monótono de rayas horizontales que se suceden unas tras otras, de arriba abajo y en blanco y negro. Yo lo estoy oyendo, oigo el zumbido rutinario del aparato ¿lo oyes tú? ¿lo oís vosotros? Prestad atención.

¿Veis la ventana? De verde chillón, descascarillada y carcomida, y arriba pendiendo del infinito una luna redonda y albina, preñada de luz bastarda y abajo, una callejuela maloliente, inhóspita y fría entre farolas emborrachadas de escarcha nocturna. ¿La conocéis? La habéis visto muchas veces y resulta asfixiante, cobija sombras huidizas. ¿Oís el resonar de unos pasos extraviados? Yo los oigo, me ensordecen, he de taponarme los oídos, y las luces fluctúan como las bandas de la televisión, arriba y abajo.

Una zarpa áspera y arrugada le agarra el cuello, su cuello de cisne blanco, lucha frenética con la presilla de su blusa perlada, oigo una carcajada burlona. ¿La oís? ¿Oís las quejas de ella, y las risotadas de él? Una piel blanca a merced de un camisa roja. Ella tiembla de puro miedo, podría ser mi hija, la tuya, la de cualquiera. Unas manos callosas descienden por un cuerpo frágil desabrochando unos botones satinados que se le resisten, vocifera, la insulta. ¿Le oís?

De un trallazo brusco revienta la botonera y estallan como semillas del Acanto, vuelan los botones enardecidos por la lujuria, unos rebotan en la tele, otros se hunden en la moqueta mugrienta y hasta hay uno que se va a la calle y se mezcla con las sombras. Explota la blusa de organdí como una ventana impúdica, ella se siente violada y rota y de su tórax asoman unas colinas blancas. ¿Las veis? Yo las veo, apenas unas dunas, llevan caramelo deshecho en la cima y la luna las despunta. 

La misma voz ronca ronronea de placer, la saliva se le cae de los labios, planta sus manazas sobre los montículos de cera y los estruja, ella grita, y él se ríe y los retuerce como con su palillo en la boca. ¿Oís cómo se ríe el bestia? ¿Oís como ella se lamenta? ¿Yo la oigo, la oís vosotros? Luego viene lo de siempre, la falda escocesa ni se la quita, el monstruo cierra los ojos, la deja ir y la suelta.

―La niña ciega ―responde ella, balbuceante, antes de arrodillarse.

       Yo la veo. ¿La ves tú? ¿La veis vosotros? Podría ser tu hija, la mía, la de cualquiera…Aun así, es hija de alguien. ¿Lo veis? 

       ¡Vedla! 

martes, 22 de diciembre de 2020

Relato 352

   

                                           Peligro

 

Es inútil que te escondas en la oscuridad del cine, en la pasajera nube gris, bajo las sábanas blancas o en la espesura del bosque humeante, tus energías se volverán  estériles, lo sabes bien, un día o una noche o una tarde aciaga vendrá a por ti, te hallará envuelto en sudor o en incertidumbre, la oirás llegar por el portal, chirriarán los goznes del portón oxidado, se cerrará de golpe, pulsará el interruptor general, brillarán las luces de las plantas, subirá por la escalera de madera, crujirán los escalones, auscultarás pisadas inquietantes, irán a tu nido de cristal.

 No querrás hacer ruido, estarás ausente, cerrarás los ojos, invisible, acurrucado en crisálida, cada paso retumbará en tu cabeza, campanadas de niñez, las contarás una a una, una tras otra, sabrás la hora que vives, el tiempo que te queda, permanecerás en suspenso, inmóvil, temblarás febril.

 En tu rellano cesarán los pasos, se detendrán ante tu puerta, sentirás un silencio largo y tenso, te parecerá inmortal. La mirilla deformará a la visitante, oirás el tintineo calmado de unas llaves, te acordarás del sereno de tu infancia, el sereno que abría los portales de todas las casas, aquí será sólo una, la tuya, tantearán en tu cerradura, se introducirá la llave justa en el bombín, darán dos vueltas los bulones burlones, se retraerá el resbalón, alguien empujará, abrirá la puerta, verás cierto resplandor, notarás corriente de aire, sentirás frío bajo el manto protector.

Tú querrás pasar desapercibido, apretarás los ojos, estrujarás los puños, no lo podrás evitar, la sombra se te acercará y se alargará, la verás hincharse como un presagio y te invadirá, suavemente ocupará tu lugar, os fundiréis en negro, un largo fundido en negro y ya no habrá nada que hacer, con las llaves en la mano serás uno de los suyos, otro sereno.

Y buscarás por los cines, por las nubes afelpadas de amarillo, por los bosques vaporosos, por las sábanas negras; inútil resistirte, lo sabes, no importa donde te escondas ni lo que hayas hecho en el pasado, las moscas que has matado o liberado, las vidas que has destrozado o salvado, reído, compartido, sufrido o llorado, las facturas que has pagado, nada importará.

        Siempre en peligro, tú lo sabes bien, te has convertido en uno de ellos.

martes, 15 de diciembre de 2020

Relato 351

                                Asepsia

Las dos salitas son rectangulares, asépticas, algo inhóspitas y están unidas entre sí por una puerta, siendo una de las salitas algo mayor que la otra. Huelen fragante a rosa recién cortada, a docenas de rosas rojas, blancas y amarillas, hábilmente encordonadas.

        La salita mayor contiene una mesa baja, algunas sillas, y un par de sofás para atender al velatorio mientras que la otra alberga las coronas de flores y el féretro refrigerado. Junto al féretro se encuentra una puerta camuflada en una pared de mármol de Siena, veteado y algo glacial, que lleva a las dependencias interiores del tanatorio.

        El ataúd, ovalado y pulcro, de pino piñonero, se encuentra descubierto dentro de una urna de cristal refrigerada. Contiene un difunto caro de rostro alargado y triste, piel encerada, reluciente, con traje y corbata de ayer mismo.  Con los ojos cerrados parece dormido, dan ganas de decirle: levántate, hombre y anda. En vano. Es el bello durmiente del cuento de nunca acabar…

        Entre faralaes de tafetán blancos yace estático mi padre muerto. 

martes, 8 de diciembre de 2020

Relato 350

                                Patapam!

"Me les hauria de cosir. I tant! Sens falta. Però, on? Sempre igual. Jo sóc jove, res de vella. Tomàquets, faves i ous, no cal llista, me’n recordaré. Quin fàstic la de sota, tant arrugada! Sembla una fava. Algun dia tindré un disgust...seria una desgràcia i què faria? Au, guapa, pentina’t bé! No ho sé, les hauria de cosir sens falta. Coloret? També. I els llavis? És clar, discretament. D’espantaocells res de res, per això la Carme. Somriu al mirall, no estàs mal, vuitanta i set anys, gens malament, ets jove. Les hauria de cosir, sí, on?, si vaig sempre corrents. Vella no, jo jove, la de sota sí que és una vella. Hola, Montse, on vas? I a tu què et fot! Li hauria de dir, em fa angunia, quin fàstic. Cistell? Va, es poca cosa, baixo i pujo, total, és al Súper de sota. Ai, i els alls! Que no me’ls descuidi. Em canvio? Per a què. Em poso la jaqueta i llestos, ho tapa tot. És només un moment. Les sabatilles? Sí, les sabatilles, sinó se’n riurien. On vas així, Montse, em diria la Carme, sembles una vella. Ridícula, tan estirada, només per cinc anys menys que jo. Valga’m Déu, me les hauria de cosir, no sé on. I al folre? Bona idea! A quin? Al d’una jaqueta, és clar, la de mig temps, hauria de ser. I al hivern, què? Quin embolic! Vaja, ara tinc pipi. Puc aguantar, crec. Quina merda! Què faig? Baixo i torno, aniré després, ara ja estic a punt. Total no hi haurà gent, a aquestes hores no hi ha cua. I els alls, pensa-hi. Millor me’n duc el cistell. Tot a punt, guapa? En marxa, doncs. Patapam! Ai, les claus!” 

martes, 1 de diciembre de 2020

Relato 349

                                Silencio (2)

El silencio es muy frágil, se rompe sólo con nombrarlo... ¿Oíste?


martes, 24 de noviembre de 2020

Relato 348

                               Vecino


        —¿Sabéis lo último del nuevo?     

        —¿El del tercero tercera?      

        —Ese mismo, Rosa, el caradura.   

        —¿Qué? ¿Cuéntanos?  

        —¿Os acordáis de su novia menorquina?

        —Claro, aquella tan finolis.

        —Pues, hace un par de noches la molió a palos.

        —¡Qué dices, Ana!

        —Lo que oís. Lo sé de buena tinta. Rocío, que vive al lado, lo oyó todo. Al día siguiente la vio: le dejó la cara como una ensaimada.

        —¡Pobre chiquilla, si al menos le lleva quince años!

        —Se ve que estaba como loco. Gritaba que él podía irse con cualquiera, pero que ella no, que ella era suya.

        —¡Qué sinvergüenza y pensar que me caía bien ese tipejo!

        —Los cafés con leche para ellas y el té para mí, por favor, y los cruasanes los puede dejar en medio de la mesa. Gracias.

        —Ya os dije yo que no era de fiar ese franchute.

        —Pero, reconócelo, a ti también te engañó con sus buenos modales.

        —Es cierto, tan alto y educado, tan elegante, con su sonrisa recién horneada: le he traído unos eclairs, Sra. Pura, para que los comparta con su marido. ¡Qué hipócrita! ¡Quién iba a pensar que eran artimañas de gigoló!

        —Y, ¿sabéis? Es de buena familia. Un día me lo dijo en el ascensor, su madre es rica, vive en París y le manda dinero, todo el que le pide, un adelanto de la herencia, ¡qué pencas, con treinta y nueve años! A Carmen le pagó el alquiler de un año de golpe y luego no ha visto ni un euro más. Está que trina.

        —Y más que estará, se le ha acabado la bicoca, un finde vino la madame sin avisar y descubrió que su hijo era un mentiroso, que no tenía ninguna agencia de casting como le había dicho y le desheredó. Estaba indignada, sobre todo désolé. Chapurreé un poco de francés con ella.

        —Ahora entiendo, Eva, porque le veo a veces con un mono blanco de pintor. ¡Intenta ganarse la vida decentemente!

        —Y Carmen, ¿cómo que no lo ha denunciado?

        —Al parecer se la está beneficiando, al ser viuda. Eso dicen las malas lenguas, que a mí no me ha dicho ni mu.

        —¡Qué sinvergüenza!

        —El pollero ya no le fía: Pascal o me pagas lo que me debes o no vengas más. Julio es así, a las buenas, todo, a las malas, nada. Iba con invitados y tuvo que irse con el rabo entre las piernas. Eso sí, sin torcer su sonrisa gala.

        —Es un vividor, eso es lo que es, se vale de su simpatía para engatusar a todo bicho viviente. El presi me dijo que lo pilló robando luz de la escalera. Ese gandul no ha dado golpe en su vida.

        —Los reserva a sus fans, menudo canalla. Sabes, Rosa, yo cada vez lo veo más claro: esa perla, siempre rodeado de jovencitas, debe ser un corruptor de menores, un proxeneta de esos.

        —Y un drogata, la escalera apesta a maría.

        —No os extrañe que algún día venga la policía.

        —A mí, no me extrañaría, Pura.

        —¿A quién le toca pagar hoy?

martes, 17 de noviembre de 2020

Relato 347

                        Vacuna

Orestes tuvo un sueño extraño, acabó en la UVI.

Especialista en virus informáticos diseñó en sus laboratorios un antivirus para los Coronavirus.

La población se estaba diezmando en Guardilandia y había que actuar con eficacia y rapidez, antes no se derrumbara el mercado financiero.

A Orestes, un hombre poderoso y rico, le preocupaba la salud del empobrecido pueblo, ahora obligado a llevar mascarilla y sumiso.

En el sueño se veía feliz dominando el mundo desde la montaña de Jerusalén con los súbditos rendidos a sus divinos pies, rindiéndole pleitesía.

A regañadientes ideó una vacuna infalible y cara, un antivirus actualizable, su especialidad. Nobleza ética obliga, pensó en el sueño, es un bien para todos.

La puso en práctica con sus clientes y amigos importantes de Guardilandia con acierto e incertidumbre.

El poder político, judicial y ejecutivo de Guardilandia fue la clase elegida por Orestes para ser los primeros en intentar salvarse con su vacuna.

A fin de poder decretarla como obligatoria para el pueblo, los que de verdad mandan debían probarla y predicar con el ejemplo.

Sin embargo, como saben, nunca llueve a gusto de todos:

Algunos malévolos pensaron que la clase dirigente siempre se lleva los privilegios.

Otros, en cambio, creían que era justo y necesario que los mejores sobrevivieran a la pandemia vírica, pues tenían que seguir liderando la salvación del mundo.

Orestes tuvo un sueño extraño, acabó en la UVI, infectado de coronavirus.

Sin embargo, no teme por su vida, siempre puede despertar de la maravilla.

Aunque sea a regañadientes.

Y además está la vacuna.

 

martes, 10 de noviembre de 2020

Relato 346

Anotó

¿Envenenamos? Envenenemos, total no se va a notar. ¿Amamos? Amemos, total no se va a notar. ¿Escribimos? Escribamos, total no se va a notar. Anotó.

martes, 3 de noviembre de 2020

Relato 345

                                         Maquillaje

­―Como sabéis, queridos, mi trabajo consiste en preparar los cuerpos, dejarlos bien presentados para que su familia los vea por última vez. Empecé a los doce años con mi papá que me ingresó en este gremio y comencé con él y con mi tío que también me enseñó. Con ellos inicié mis primeros trabajos y algunos de vosotros seguiréis mis pasos. Empecé a vestir los cuerpos, pero no lo hacía bien aún, no era la hora. Yo les dije que a mí me gustaba, que quería aprender más y hacerlo mejor. Y les he demostrado que sí, que podía. Me dieron la oportunidad y empecé a trabajar con ellos.

El hombre que hablaba ante el micrófono de la sala tendría unos sesenta años, cabello abundante y cano, cobrizo de piel, de baja estatura y enjuto. Vestía traje oscuro con corbata negra y leía en voz alta y vellosa unos papeles que tenía en el atril.   

―El nuestro es un servicio universal, poco reconocido, ayudamos a que gente anónima se despida mejor de sus difuntos. Yo siento cuando trabajo que cada persona, que cada alma me está mirando y que debo arreglar su cuerpo con respeto, tanto cuando acciono sus articulaciones para vencer el rigor mortis o le masajeo enérgicamente su piel, o cuando le visto o maquillo su rostro. Debo tener máximo respeto por el ser que se va y procurar darle una buena presentación para la familia. La última impresión es la que cuenta, lo sabemos, aunque vaya a ser incinerado como en este caso.

La voz le salió aflautada en este momento, tuvo que carraspear para recuperar el aplomo, hizo una pausa para ajustarse la mascarilla y continuó:

        ―Cuando recibo un cuerpo lo baño, lo desinfecto, le inyecto formol por la femoral, a veces por la aorta, aspiro el agua y la sangre residuales con el trocador, y cierro con sutura la incisión. Voy, como os he dicho con mucho respeto, pero con poco cuidado, nada le hace daño. Yo le veo como un ser vivo, muerto, no como un muñeco de cera. Algunos compañeros lo ven como un muñeco de cera, le han perdido el respeto al muerto, a la muerte. En ocasiones extraigo sus vísceras, las desinfecto, se las vuelvo a poner y suturo de nuevo. En este caso no ha sido necesario. Lo baño otra vez, le tapono los orificios con algodón y le visto con la ropa que me ha dado la familia. No podemos darle la vida al ser querido, pero podemos simularla.

        El hombre se detuvo, bajó la mirada hacia el atril y se secó las lágrimas con un pañuelo de papel. Al poco siguió leyendo y hablando por el micro:

        ―Después lo maquillo, el maquillaje de un difunto no se ha de ver, ha de ser natural, lo más parecido a la vida. Uso la mejor crema: Tanatos Plus, mejor que la de los teatros, resiste los tres grados de la cámara. Peinarlo como él lo hacía, si frotas su cabello, se seca, pues ellos también vivieron y sus almas me observan mientras les acicalo y merecen todo mi esmero. Tenemos corazón, tenemos familia, tenemos sentimientos, nos queremos, apreciemos la vida. Es mi trabajo. El contacto diario con los muertos me hace valorar más la vida, los grandes detalles de la vida. Cuando llegamos a este mundo somos inexpertos y mientras unos empiezan a vivir otros empiezan a morir. Siempre trato el cuerpo con cariño, que esto es ser buen profesional, tratarlo bien, tanto si está vivo como muerto. Podemos preparar cinco, diez, al día, depende, el trabajo es relativo, papá me decía que tengo que ser yo, que tengo que estar cerca de mi corazón, permanentemente.

        Al hombre se le quebró la voz de nuevo e hizo una pausa para aclararse la garganta. Señalando el féretro ovalado que estaba a su derecha prosiguió:

         ―Tanto da lo que uno tenga, queridos, todos somos iguales. Aquí, en el laboratorio entran ricos, pobres, mediocres y de todos los estratos, todos pasan por la sala de maquillaje y salen por la misma puerta. Ahí cae la vanidad y el orgullo, aquí termina todo. Cuidar a los hijos a cada instante, en menos de cinco minutos un descuido puede ser fatal. Preparar un niño es lo más triste que he tenido que hacer, creedme… Peor que la frialdad de un cadáver es la indiferencia. Y valorar la vida y estar con la familia, es lo más importante.

        Calló unos segundos como queriendo dar peso a sus últimas palabras… El numeroso grupo de amigos y familia presentes en la sala le miraban consternados guardando la distancia de seguridad por el Covid y cubriéndose la boca y nariz con mascarillas negras.   

        El hombre ladeó la cabeza en dirección al ataúd, lo miró detenidamente y con respeto, tenía los ojos como uvas de rocío. Con voz temblorosa les dijo:

        ―Esta mañana he preparado a papá, me ha llevado más de una hora, su rostro reluce serenidad y paz, podéis verlo, como si siguiera entre nosotros. He hecho un gran trabajo, papá, gracias a ti, espero que te guste.

         Y dirigiéndose al auditorio terminó balbuceando:

         ―Nuestro duelo será, queridos, mucho más llevadero. 

martes, 27 de octubre de 2020

Relato 344

                                      Puente (2)  

La rosa amarilla naufragó bajo el puente de la pasión roja y ciega.

Desde el puente mirábamos las aguas turbulentas. ¡Qué tiempos aquellos!

La torrentera se llevó el puente una noche y a la siguiente otro. Así hasta que se vació en el desierto de las lágrimas.

martes, 20 de octubre de 2020

Relato 343

                                 Campanero

Cada mañana a eso de las ocho, puntual como una campana, pasaba por delante de mi casa Don Venancio montando una escandalera con sus perritos Trolo y Triqui, sus pelotitas de goma y su vozarrón de labriego saludando entusiástico a quien se encontrara en el paseo marítimo, incluso a los pescadores alejados del espigón. Lo que fuera por soltar la milonga con cualquiera echando vozarrones.

“¿Cómo va hoy la pesca? Claro, claro, pronto no habrá peces ni en la mar, acaban con todo.” Y chasqueaba los dedos y se reía por debajo del bigote… o “Buenos días, tenga usted, voy a ver si sigue el mar por ahí…u Hoy tenemos niebla, válgame Dios, a ver si despeja… o parece que va a llover, esos nubarrones no pintan nada bien, llevo el paraguas por si las moscas… o está picada la mar, ¿verdad? A quién habrán cabreado esos políticos de mierda… o han pintado unos grafitis en el murete, al otro lado de la riera, no tienen vergüenza, a porrazos iría tras esos pillastres, con la lengua les haría limpiar las paredes, jodidos… habrase visto… o Triqui está malita, la tengo a régimen, alguna porquería se comió ayer, en fin, qué le vamos a hacer, la vida sigue, ¿verdad?”

A veces hacía parar a quien pasaba haciendo jogging para comentarle: “parece que viene fresco el día hoy, ¿verdad?” Y rápido continuaba: “Vaya, vaya, no le entretengo que usted tiene prisa…” Y el corredor le sonreía con extrañeza, se secaba el sudor y seguía sin detener la zancada.Sin embargo, con quien más chillaba era con otros paseantes de perros, ahí sí estaba en su salsa, ahí sí se entretenía y arreglaba el mundo generalmente ante el portal de mi dormitorio: “hay que seguir, eso son cuatro días, apruebas lo que ha hecho Rajoy, a mí me parece bien, hay que ser duro con los rebeldes.Y que lo digas, amigo, y que lo digas. Hay que reírse, qué sino qué has de hacer, es lo que toca, a la nuestra edad, jodidos…”

A Don Venancio, con quien no hablé nunca, (cuando a las ocho de la tarde le veía hacer la misma ronda perruna, yo solía girar la cabeza para que no me saludara, pues él saludaba a todo bicho viviente, pero yo le evitaba, me producía repelús), a Don Venancio, digo, yo le llamaba el campanero, por su costumbre de pasear a Trolo y Triqui a la misma hora de la mañana ( y de la tarde) todos los días, dándole igual fuera o no festivo, despertando a todoquisqui durmiente.

Se encarnecía especialmente ante el portal de mi casa donde repetía una y otra vez el mismo ritual: se pasaba la dichosa pelotita de una mano a otra durante un rato, a veces minutos, los perritos no paraban de mirarla ni de ladrar sin descanso dando vueltas como posesos alrededor de Don Campanero, que sonreía bajo su bigote y cuando les veía flaquear aceleraba el peloteo de mano a mano y al cabo de poco echaba la jodida pelotita lo más lejos que podía con su brazo derecho y los perritos (Yorkshires o así) corrían tras ella como locos de contento a traérsela a sus pies y ahí se quedaban, mirándole a él, oliéndole lo zapatos, mordisqueando los cordones, esperando que cogiera la pelotilla del suelo y reiniciara el ritual de cada mañana.

Oler los zapatos era lo que Trolo y Triqui hacían cuando Don Campanero se detenía a dar la parrafada con algún incauto y también olían con fruición los culos de los otros perros paseantes; todo ello, amenizado a toda voz estruendosa con constantes “¡Triqui, cállate!,Trolo, ¡estate quieto! ¡Parad, por favor, ya vamos!” Formaban parte del juego de cada mañana. Para recoger los excrementos (Don Campanero era muy exigente, a veces había colgado carteles en las farolas del paseo sujetos con celo que decían: recoge la mierda de tus perros que es tuya.) para recoger, digo, los excrementos de sus perritos no llevaba bolsa de plástico, sino cuadraditos de papel del diario ABC, convenientemente recortados.

        Su vestimenta era peculiar, la misma camisa blanca cada semana y el mismo pantalón cada mes. Tenía andares de torero y venteaba los brazos de un lado a otro como si fuera un vendaval. El sombrero de paja en verano era un clásico y de fieltro en invierno. A veces el pantalón de pana no se lo quitaba hasta bien entrada la primavera y solía llevar un gabán a cuadros grises y rojos y guantes de piel marrón con al que lanzaba las dichosas pelotitas. Vivía en unos bajos de una casita cercana al muelle, a primera línea de mar.

        Maldije a Don Campanero infinidad de veces desde la cama, ya está aquí el trueno de cada mañana, farfullaba, no podía seguir durmiendo, me desvelaba desde el otro lado de la ventana cerrada, donde él proclamaba su espacio de libertad. He de confesar que respiré aliviado cuando una tarde le vi sentado en un banco del paseo visiblemente desmejorado, había adelgazado mucho, el pantalón desvencijado le sobraba, la camisa no era blanca y llevaba unos tubitos transparentes que le entraban por la nariz y, eso sí, hablaba sin parar. Sus dos compinches perrunos yacían quietos a sus pies.

        Y ahora que va para tres años que no pasa, válgame Dios, hasta le encuentro a faltar. Don Campanero me sigue despertando cada mañana a eso de las ocho. 

martes, 13 de octubre de 2020

Relato 342

                                     Olivia

 

Con cuidado de no despertar a su marido Olivia se levanta de la cama sin encender la luz, se calza a tientas las zapatillas y silenciosa se desliza por el parquet del dormitorio hasta el baño; luego va a la cocina a prepararse un vaso de leche bien fría, la luz de la nevera la sitúa. El plato roto de la discusión de anoche aún está hecho trizas en el suelo, siente el crepitar punzante bajo las finas zapatillas, una sacudida dolorosa electrifica su piel de pies a cabeza.

        En el comedor suenan las cuatro en el reloj de pared. Sigue oscuro. Se sienta en una silla, bebe a sorbos lentos, piensa. Le acompaña el tictac permanente del reloj y de fondo el respirar profundo y arrítmico de su marido. Abre el móvil, se le ilumina el rostro, busca en el correo: “ven, Olivia, déjale, no tienes porque soportar tanto desprecio. Regresa, regresa conmigo.” Oscar la ha encontrado, Oscar ha vuelto a su vida del pasado, de cuando de críos jugaban a médicos en la alcoba de los abuelos, de cuando fueron novios, su primer novio, su primer beso, su primer desengaño.

        Olivia se remueve en el asiento y gime, se refriega los ojos, de repente se ha hecho mayor, ha pasado mucho tiempo, demasiado, apura la leche, va a escribir algo: “Oscar, yo...”, pero apaga el móvil, lo deja en la mesa junto al vaso, y silenciosa regresa al dormitorio, se descalza y se acuesta al lado de su marido sin encender la luz.

martes, 6 de octubre de 2020

Relato 341

                                      Existió

 Crepitan palabras en el fuego de la memoria, chispean verbos, adjetivos y hasta tu nombre, amiga, para acabar consumidas, chamuscadas, convertidas en rescoldos calientes que se enfrían lentamente, simples cenizas del olvido que el viento esparce, levantan al aire en todas direcciones y desaparecen. Tanto da lo cerca que estuviste, tanto da la preñez de tu rostro alegre, lo mucho que te quise o me quisiste, tanto da todo, pues cuando el viento llega escampa las cenizas de lo que fue vivo y vivió y de lo que murió y está muerto.

         El viento se lo lleva todo, todos los te quieros que nos dijimos, todos los proyectos y esperanzas urdidos en secreto, todos nuestros anhelos, risas y deseos, tus cabellos sueltos, tu mirada chispeante, tu perfume de magnolia, todo, el viento se lo lleva todo, hasta la misma palabra amiga.

         Ahora te recuerdo aquí, agonizando, en medio del desierto frente a este fuego fatuo que he prendido con este bolígrafo incendiario, sintiendo sangrar la zanja de mi pecho: no es que mientan los sueños es solamente que te sigo viendo despierta en mi insomnio. Veo contornear tus manos y tu figura como sombras vivas entre las llamas, desvelándome tu recuerdo. Escucho el canto de tu risa ahogada entre los trigales ociosos, fatigados de tanto deambulo de un lado para otro sin moverse del sitio. El viento los mece como acariciaba tus cabellos, este viento infame que arrastra con todo. Una llamarada enciende el brillo de mis ojos, la vida y la muerte imponen una senda indeseada, no hay consuelo para este presente, hermano, no hay consuelo. Y pensar que ella existió, que estuvimos paladeando los mismos bocados, respirando el mismo aire, y ahora sólo me queda el hueco de esta fogata amiga.

        Cuando llegue el día que el viento extienda a cualquier parte también mis cenizas, quien se acordará de ti, quien, amiga, tendrá la caridad de ver crepitar el pasado en una hoguera, quien dirá aquí estuvieron unos que se amaron, unos eslabones anónimos de la cadena vital, sí, que existieron, pero quienes eran lo desconocemos. Tal vez digan: ¿sintieron como sentimos nosotros?, ¿padecieron?, ¿soñaron?

        Tal vez se lo pregunten, tal vez no, pero sí podrán decir que alguien debió existir en un tiempo remoto, alguien desconocido, alguien capaz de transmitir el testigo a generaciones futuras, tal vez un biznieto de nuestro hijo o más allá no sepa nunca que en el pasado existió un hombre que lloró y se quitó la vida ante una hoguera por el recuerdo de su tatarabuela muerta.

martes, 29 de septiembre de 2020

Relato 340

                                               Burro                                 Al meu germà

       —“Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr”

       —“Reeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”

       —No, així no. Mira com poso la llengua, la punta a dalt d'aquesta corba i llavors només has de bufar.  Veus? I dius “Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr”

        —“Reeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”

        ―No, torneu a provar, va, què és molt fàcil.

        El Jordi de set anys li està ensenyant al seu germà gran de nou la correcta pronunciació del so de la lletra erra. Es troben asseguts al darrer esglaó de l'escala interior de la casa dels seus  oncles, en el poble de Móra d'Ebre. És mig matí d’un cinc d’agost, un dia més de calor d’estiu, però al replà s'està fresc.

         —“Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr”

         —“Reeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”

         —No, Xavier, repeteix-ho una altra vegada. Fixa't bé on poso la punta de la llengua, aquí a dalt darrera les dents i aplana-la una mica contra el sostre de la boca. Ho veus?

          —“Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr” A veure, fes-ho tu sol.

          —“Reeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”. Ostres Joldiet!, deixem-ho estar, què això és molt difícil. No veus que no em sult, que no em soltilà mai.

           —No et posis nerviós i torna-ho a provar.

         El Jordi té una paciència infinita, sovint s'entreté sol en petites coses capaç de passar-hi hores i juga molt amb els animalets de casa i no només amb el gossos o gats tan freqüents en els pobles, sinó també amb els que ell captura. Té una sargantana guardada dintre d'una caixa de sabates i també un parell de grills en una caixa grossa de llumins  amb un parell de foradets i una serp d'aigua que guarda tancada en una cubell de plàstic. És més baixet que el Xavier i de pell morena mentre que el seu germà és rosset i molt sec i li falten les dues dents del davant. Tots dos es troben de vacances escolars amb els oncles i s'estaran al poble de Móra d ‘Ebre els tres mesos d'estiu. Llurs pares els hi envien allí cada any i així ells poden atendre el negoci de Barcelona amb més comoditat tenint els nens a bon esguard. Al Jordi li sap greu que el seu germà no sàpiga pronunciar la erra. Porta un grapat de matins amb la mateixa ensenyança. Estan a la primera setmana d'agost de 1961.

          —“Reeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”

        El Xavier s'alça enfadat i vol sortir al carrer a  jugar a bicicleta o a saltar a corda amb les veïnes però encara no hi ha ningú. 

      —Deixem-ho Joldiet, anem al calel a jugal amb l'Enlic i la Losel. Segulament alivalan de seguida, cole!

       I fa el gest de voler sortir de pressa, però com el seu germà no es mou d’on és i continua jugant amb la sargantana que té entre els dits i el Xavier no sap anar enlloc sense el seu germanet Jordiet, es queda. Amb tot tracta de convèncer-lo.

       —Anem a la tela del dalela i jugalem a pilota, allà no fala calol que hi toca l’ombla. I podlé xutal amb l'esquela i tu falas de poltel.    

        —No, ara no, quan sàpigues pronunciar la erra. Vinga, practica de nou.

        —Reeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee”

        —Molt bé, ara ho has fet una miqueta, torna-ho a provar.

        El Xavier és posa més nerviós i està inquiet. Recent ha aprés a anar en bicicleta de dues rodes i està impacient per pujar-hi de nou i practicar. És una mica alta per ell, però és el regal del pares per ser bon estudiant. “Llàstima no sàpiga pronunciar la erra” era una queixa que sentia sovint comentar als seus pares.

         —Mira com poso la llengua, millor mira't tu mateix.

         Aleshores el Jordi va despenjar el petit mirall que es trobava darrera la porta de l'entrada i li va posar davant seu per tal que prestés més atenció a la posició de la llengua en el paladar.

        —Ho veus, aquí, ara recolzes la punteta i treus l'aire suau mentre fas vibrar la llengua d'aquesta manera, a poc a poc i et sortirà el so RRR sol.  

        L'ajut del mirall va ser providencial. El Xavier podia imitar mes fàcilment la disposició dels llavis del seu germà i la situació de la llengua dintre la boca.

         —“Reeeeeeeeeeeerrrrreeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrreeeeeeeeeeeeeeereeee”

          T'ha tornat a sortir! ―cridà content el Jordiet al sentir-lo i repetia la mateixa frase a la sargantana qui girava el seu cap i semblava que l'estès escoltant. Torneu a provar!

        ―”Reeeeeeeeeeeeeeeerrrrrreeeeerrrrrrreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerrrrree”

        ―Molt bé, Xavier, ja sap pronunciar la erra, enhorabona!

        ―Gràcies a tu, Jordiet, gràcies a tu. No estàs content...

        ―Sí, molt, el que passa... és que ara... sí, em podràs dir burro correctament...

        ―No t’entristeixis, germanet, aquí l’únic burro he estat jo..., perdona’m.

        Mai més el Xavier li va tornar a dir burro al seu germà Jordiet, mai més.

martes, 22 de septiembre de 2020

Relato 339


                                       Pez  

El pez no entiende de vedas. No comprende por qué sus compatriotas son pescados en aguas donde hace bien poco no les sucedía nada. Cree que la justicia que imponen bastantes bípedos irracionales es injusta, que es sólo una herramienta que el poder usa para eliminar a los que les estorban amparándose en una apariencia de ley. El pez no entiende nada o entiende mucho, no viene al caso ahora.

El pez cree en su ignorancia animal que, en el mundo bípede, las ideologías están por encima de la justicia, que la justicia es sólo una palabra hueca que el bípedo poderoso de las cañas, red y cesto usa para su propio beneficio en detrimento del débil, quien paga con la vida.

 Los peces desconfían cada vez más de los bípedos con caña que asoman por los espigones antes libres y ahora sitiados. Se ha terminado la veda, se juegan la libertad y la vida… y ellos siguen sin entender nada, siguen pez.

martes, 15 de septiembre de 2020

Relato 338

 

                                    Quietud                                         A Ray

¡Bip!, ¡Bip!, ¡Bip!, ¡Emerg!, ¡Emerg!, ¡Em...! Arístides pulsa un sensor de su gruesa escafandra y desconecta el sistema automático de alarma para ahorrar energía y cantinela. Necesita una recarga urgente. Al intrépido Arístides, número de serie 23.796, conocido popularmente en la civilización Magmórea(*) por Ari-2, se le están secando tanto la válvula de entrada como la de salida de su corazón biónico. El prálex(*) corre el riesgo de coagularse. Infinitos chips de su cerebro cuarta generación excitan ledes rojizos en el casco protector que rodea su enorme cabeza. El peligro es inminente. Con la fuerza de reserva ha de elevar su frecuencia de vibración hasta alcanzar el CREA(*) y recuperarse. Si se le seca el prálex se convertirá irremediablemente en un Maqui(*) sin serie, en otro protector del planeta, de los que lo gobiernan con axiomas binarios para salvaguardarlo. Desde la hecatombe de 2079 que provocó la desviación del eje terrestre en más de trece grados y enorme mortandad, la vida en la Tierra se ha vuelto muy precaria. Los escasos heronautas(*) sobrevivientes viven encapsulados y su única relación entre sí es vía electrónica. Con una atmósfera apedazada se han adaptado a vivir filtrando el aire contaminado, y con la ruptura del núcleo férrico del planeta la gravedad se ha reducido a la mitad. En consecuencia han perdido musculatura en sus extremidades, sus cabezas son como globos y levitan fácilmente a pesar del voluminoso traje protector de radiaciones electromagnéticas. El cambio climático desarboló el planeta. Los Maquis tratan de mantenerlo en equilibrio sideral y evitar que sea absorbido por el agujero negro del centro de la Vía Láctea. El mundo se dirige hacia una quietud desconocida. La civilización anterior, Admirabilis(*), sucumbió por la estupidez de unos pocos que acabaron con la mayoría de seres vivos. Ari-2 es un heronauta, de los pocos que resisten. La batería se le acaba y no dispone de más tiempo. En un gesto atávico cierra los ojos (aún dispone de párpados), respira profundamente varias veces seguidas y eleva su energía vital a lo máximo que puede, a unos 9.500 Uves(*) para acceder al CREA. A este nivel lo que ve en su mente es un pequeño estanque rodeado de césped, el sol espejea entre las hojas de un sauce llorón, sus ramas se reflejan, mansas y cristalinas en el estanque, las aguas están tranquilas, no hace viento, nada se mueve, nada aletea, parece una foto viva. Ve a un niño sentado de espaldas, con las piernas cruzadas como si meditara, mirando el estanque en silencio, lo observa, puede que lleve horas o siglos, o sólo segundos ahí sentado, el niño se da la vuelta, le mira y sonríe. Ari-2 le reconoce y se estremece. Ari-2 se reconoce en aquel niño, se conmueve y llora. Las lágrimas son ya el último residuo orgánico que les queda a los heronautas para reconectarse con su origen humano. Y automáticamente todos sus órganos biogénicos y electrónicos se recargan de energía, se activa el chequeo programado, vuelven a  lucir en verde los ledes, todo vuelve a la quietud primigenia.

        Ari-2 puede volver renacido al duro trabajo de la maquinal indiferencia.         

 

(*)Civilización Magmórea: Sucedió a la Admirabilis. Integrada por Maquis y  Heronautas. Se caracteriza por su frialdad emocional y autonomía. Sin contacto físico. Se agolpan alrededor del MAG-0, el mayor ordenador cuántico existente y en continua evolución. Los Maquis son sus servidores en las zonas habitables. Se alimentan de información que intercambian constantemente. MAG-0 es el jerarca supremo y símbolo universal de la civilización magmórea. 

(*)Prálex: Agua marina depurada iónicamente con láser azul que circula por los circuitos eléctricos de los heronautas y esencia de la vida.

(*) CREA: Acrónimo de Centro de Recuperación Emocional Antiguo.

(*)Maquis: Así se llaman a lo Robots de quinta generación en adelante. Son innumerables, y se retroalimentan entre sí. Actualmente está en marcha la decimosegunda generación. Son Inteligencias artificiales de tecnología cuántica altamente cualificados cuyo fin es mantener el planeta estable en su órbita.

(*)Heronauta: Humano sobreviviente a la hecatombe de 2079. Son escasos en número y modificados genéticamente por la tecnología biónica y electrónica. Algunos ya no pueden parpadear.

(*)Generación Admirabilis: Ya extinta. Anterior a la Magmórea. No superó el enamoramiento de sí misma ni los afanes autodestructivos.  

 (*) Uves: Acrónimo de Unidad de Vibración Energética.

martes, 8 de septiembre de 2020

Relato 337

 

                                  Puente (1)

Entre tú y yo, Bach y el puente de Brandemburgo.

No sucede nada más que, agrietado el puente, cada cual con su amasadera.

Por el puente de Aviñón pasaron muchos jinetes y jinetas con alborozo y polvareda. El río sigue ahí, anublado.

martes, 1 de septiembre de 2020

Relato 336


    
                               ¿Sueño?

        En el sueño se le caía la cuchara con tomate, fideos y queso al suelo y al
 recogerla se manchaba los dedos sin pretenderlo de tomate, fideos y queso.

Lo que no consigue entender es por qué aún tiene los dedos manchados de tomate, fideos y queso cuando ha despertado.

 Ni el fuerte olor a mozzarella.

 Ni la mancha rojiza en la almohada.

 Ni el fideo colgando del techo.

Ni tampoco porque sigue estando tan solo.

martes, 25 de agosto de 2020

Relato 335


                                              Río
       
        —¡Eh, usted, escuche! (No hay manera). Oiga, Sr. barquero, sí, usted, quiere atenderme.
        —Dígame, jovencito.
        —¿Me lleva al otro lado del río sin zozobra?
        —A eso me dedico.
        —¿Cuánto cuesta?
        —La voluntad, con la voluntad me conformo y es suficiente.
        —Tenga, buen hombre, le doy todo lo que tengo. Lléveme al otro lado.
        —¿Va solo?
        —No, con usted.
        —Bueno, yo no cuento, es mi trabajo, como si no existiera.
        —Entonces, sí, voy solo.
        —Casi siempre se cruza solo este río.
        —¿Tarda mucho?
        —Depende de la corriente.
      —De chaval cruzaba a nado el Ebro y llegaba a la otra orilla unos cincuenta metros más abajo.
        —Aquí ocurre algo parecido, es la resistencia de la vida.
        —Hoy está el río manso, ¿no le parece?
       —Sí, pero no se fíe de las apariencias, en cualquier momento pueden abrir compuertas en la presa de Mequinenza y la corriente volverse peligrosa.
        —Me gusta oír el chapoteo del remo en el agua, rema usted bien, con mucha armonía.
        —Ya se lo he dicho, jovencito, es mi trabajo.
        —Veo mi reflejo en el agua pero, es extraño, no veo el suyo a mi lado.
        —El río ya no refleja a los barqueros, nos tiene demasiado vistos.
        —¿Y, qué me dice de este olor dulzón del agua?
        —Si he de serle sincero, jovencito, ni lo noto.
        —Es cada vez más y más y más intenso.
        —Deben drenar el cauce más arriba. Hacen lo que pueden.
        —Los pulmones se me llenan del dulce de río, ¿lo ve usted? Un remolino me engulle y me arrastra al fondo, se me lleva, ¡ayúdeme!
        —No se apure, jovencito, ya llegamos al otro lado. Pronto estará a salvo.
        —Gracias, Sr. barquero, buen servicio.