Olivia
Con
cuidado de no despertar a su marido Olivia se levanta de la cama sin encender
la luz, se calza a tientas las zapatillas y silenciosa se desliza por el
parquet del dormitorio hasta el baño; luego va a la cocina a prepararse un vaso
de leche bien fría, la luz de la nevera la sitúa. El plato roto de la discusión
de anoche aún está hecho trizas en el suelo, siente el crepitar punzante bajo
las finas zapatillas, una sacudida dolorosa electrifica su piel de pies a
cabeza.
En el comedor suenan las cuatro en el
reloj de pared. Sigue oscuro. Se sienta en una silla, bebe a sorbos lentos,
piensa. Le acompaña el tictac permanente del reloj y de fondo el respirar
profundo y arrítmico de su marido. Abre el móvil, se le ilumina el rostro,
busca en el correo: “ven, Olivia, déjale, no tienes porque soportar tanto
desprecio. Regresa, regresa conmigo.” Oscar la ha encontrado, Oscar ha vuelto a
su vida del pasado, de cuando de críos jugaban a médicos en la alcoba de los
abuelos, de cuando fueron novios, su primer novio, su primer beso, su primer
desengaño.
Olivia se remueve en el asiento y gime,
se refriega los ojos, de repente se ha hecho mayor, ha pasado mucho tiempo,
demasiado, apura la leche, va a escribir algo: “Oscar, yo...”, pero apaga el
móvil, lo deja en la mesa junto al vaso, y silenciosa regresa al dormitorio, se
descalza y se acuesta al lado de su marido sin encender la luz.
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