martes, 27 de mayo de 2014

Relato 9

                                                        Retraso

 Voy a llegar tarde, piensa, irremediablemente tarde, madre me matará, padre no digamos. Mira el reloj, chasquea la lengua, menea la cabeza, se revuelve en el asiento, mira el reloj de nuevo. Tarde, tarde, otra vez tarde, le resuena en la cabeza, la agacha, en el suelo ve escrito en una pizarra imaginaria, "tarde, tarde" infinitas veces. 
     Se levanta, va hacia la puerta, se asoma, el semáforo está rojo, rojo fijo, rojo intenso, rojo que no se mueve. El convoy está detenido en la estación de Vallcarca hace dos minutos, pero a José Pallerols le parecen quince. Mira a la gente, están todos tranquilos, algunos leen el 20 minutos, otros están con el móvil, una muchacha se pinta los labios de rosa y detrás suyo un hombre con una bandolera se ajusta la corbata. Más allá, ve a un tipo raro subirse el cuello del abrigo, el tipo le está mirando, José desvía la mirada de inmediato. Esto no se mueve, parece que a nadie le importa, tarde, tarde, voy a llegar otra vez tarde. 
     Se asoma de nuevo, rojo sangre, rojo bermellón, sigue el maldito rojo intenso. Baja, pasea por el andén arriba y abajo, empieza a venir gente, se crea un cierto murmullo, ¿y si cojo un taxi? ¿Y si arranca? Por megafonía nada, el rótulo luminoso tampoco nada, ningún aviso, nada donde agarrarse, ninguna pista, el vagón se va llenando, nadie se mueve, madre me va a matar, pobre padre mío. Sube, los cuerpos empiezan a apretujarse, huele a colonia infantil, el aire se vuelve irrespirable, oprime, pobre padre mío, tarde, tarde, otra vez tarde. Gime, se lamenta, José Pallerols parece un hombre desesperado atrapado en una ratonera con forma de estación de metro. 
     Al cabo de una eternidad ( eso le parece a José, en realidad han pasado seis minutos) se escucha un pitido varias veces seguidas, la gente del andén se precipita al vagón que se abarrota, las puertas se cierran, el convoy arranca. Parecemos arenques en casco, como huele esta chica, ¿será a vainilla?, tarde, seguro que llego tarde, seguro que a estas horas ya habrán empezado, madre me va  a matar, ¿o será a canela?, mejor me cambio de sitio, si puedo moverme, todavía me quedan catorce paradas, seguro que llego tarde, maldita sea, maldito tren, cómo puedo hacerle eso a mi padre, cómo, si he salido con tiempo de sobra, maldita retraso, maldita mañana de lluvia. 
     Las estaciones se desgranan con increíble lentitud, una a una, el convoy se detiene lo indispensable, sin embargo a José Pallerols le parecen eternas, como cuando iba de pequeño con sus padres al Vía Crucis, el calvario de las catorce estaciones, y en cada una recitaban el rosario entero. "Eso, este viaje es otro calvario de catorce paradas." Chasquea la lengua, se afloja el botón de la camisa, vuelve a mirar el reloj, se estruja el rostro con las manos, pobre padre mío, madre me matará. El vagón se ha vaciado en España, se puede sentar, al poco se levanta, guarda las manos en los bolsillos del pantalón, se las retuerce, mira el andén, la gente se mueve lenta, el tren no avanza, llega tarde de sobras, ahora está seguro, era para las diez, son casi y media y además le falta aún el trozo andando, que no es poco, pobre padre, madre me va a matar, cómo puedo volver a hacerles esto, volver a llegar tarde, cómo.        Por fin llega a las Corts, sale corriendo, siente el aire frío, la humedad de la calle, ahora no llueve, llovizna, poca cosa, imperceptible, no quiere ni mirar el reloj, solo llegar, llegar como sea, pero llegar, puede que no sea aún demasiado tarde, puede que no, estos actos a veces se retrasan, igual tiene suerte, igual llega a tiempo, igual nadie se da cuenta, igual todo está bien, igual sí. Y él corre, corre por la calle a toda velocidad, lleva colgando de una mano la chaqueta que bambolea y con la otra se anuda como puede el botón superior de la camisa, y todo corriendo, sin detenerse, corre y corre hasta llegar a su cita.
     Ansioso, busca en la pantalla luminosa, suda, se le entelan las gafas, busca un nombre, se las limpia como puede con la manga de la camisa, lo encuentra: José Pallarols Riera, capilla cinco. Acude, allí no hay nadie, tarde, otra vez tarde, tira la chaqueta en un asiento, huele a dulce, como si fuera alhelí. En el suelo, caída, una banda de fina tela rosa que dice: a nuestro querido padre de sus amados hijos.

martes, 20 de mayo de 2014

Relato 8

                                           Palabras

Sentado cama, solo, moto ruido calle, ventana cielo oscuro, cristal sucio, pienso ella se va, ella se ha ido, por qué, te amo digo, te amo repito, te amo, se va. No quiero, harta, siempre lo mismo, el mismo cuento, tú y tus palabras, no lo soporto. Ingrid ingrata, maleta, noche, apresurada, camisón desgarrado, bragas en mano, desesperado alargo brazo, se zafa, trompazo puerta, escaleras abajo, desconcertado, mi mujer huye, hacer el amor, ella no, venga insistí, se enfadó, le agarré el camisón, sin bragas, desaforada huye, las lleva en la mano, vocea como loca. Escándalo en la calle, un golpe seco, vecindario ventanas, luces, frenazos, autobuses, cláxones, gritos. Luego, sirenas, policía, ambulancias. En la cama, cascándomela.   

martes, 13 de mayo de 2014

Relato 7


                                               Resina

La otra tarde fui a buscar piñas con mi mujer a ese bosque  ─y levanta la mano para señalármelo el viento había amainado y en un rato cogimos un par de bolsas bien buenas. El hombre se calla, me mira, espera que le diga algo, me limito a mirarle y esbozarle una leve sonrisa. Sabe Ud., ahora que no trabajo tengo más tiempo libre y ayudo a mi mujer en la cocina, ella cocina y yo le procuro la leña, sabe Ud., que no están los tiempos para muchas alegrías. Se vuelve a callar y me mira. Asiento con la cabeza sin pronunciar palabra. La tarde transcurre apacible, pasea gente despreocupada con perros, niños, bicis y pelotas ¡Esto es vida! exclama, de repente refiriéndose al bullicio que pasa ante nosotros. Asiento más convencido y le sonrío cortésmente. Habían alguna de cerradas, con resina, sabe Ud., joder tuve que restregarme las manos sobre el tronco, la resina es jodida, se te engancha entre los dedos y no hay Dios que la quite, no quise manchar el pañuelo, sabe Ud., ésas, las puse aparte. El hombre calla, tose un par de veces, me vuelve a mirar y como no digo nada, sonríe, mira hacia el suelo y con el bastón aparta una colilla. Cada vez hay menos gente que fuma, fumar es malo, sabe Ud., como el amianto. Yo estuve trabajando en la fábrica de Cerdanyola, trabajando allí cuarenta años, sabe Ud. ¡Uf!, allí no teníamos protecciones de nada, en aquella época no se sabía de los peligros del asbesto ese, sabe Ud. Es que yo no he fumado nunca, que lo sepa, el tabaco es malo, el amianto peor. Mi hermano trabajaba conmigo, mi hermano Alonso, mi querido hermano mayor. Se llamaba como padre, éste ha de llamarse Alonso le dijo a madre cuando supo que estaba embarazada, Alonso Romeral, como yo. Las veces que nos lo había contado exclama, con ademán nostálgico, mirándome de reojo. Sonrío más claramente, como si me hiciera cargo, como si estuviera de acuerdo, escucho. De pequeños íbamos a coger piñas, sabe Ud., en mi tierra se cogían para vender y para sacar los piñones, para vender a los ricos, entonces se sacaban a mano, uno a uno, los piñones, eso daba justito, pero daba, sabe Ud., nos ganábamos la vida, la tierra es ingrata, ya lo decía padre: hijos, dejad la tierra, iros a la ciudad, aquí no hay nada ni futuro. Que se lo digo a Ud. que la tierra es ingrata, mucho trabajo y luego un vendaval se lo lleva todo al barranco y te quedas sin nada, apenas con lo puesto. Con las piñas se puede contar, hay piñones, hay resina, es verdad, pero se puede contar, siempre se puede contar con las piñas. Meneo la cabeza afirmando, me mira escéptico, tose, se lleva el pañuelo a la boca, escupe algo, le echa una ojeada, dobla lentamente el pañuelo y se lo guarda en el bolsillo, me vuelve a mirar, esboza una sonrisa que se me antoja un poco cínica. Ud. es poco hablador, ¿verdad? El viento se levanta de nuevo y agita las copas del pinar de enfrente, unos gorriones revolotean entre las ramas, la tarde palidece y el sol tiembla al caerse por el horizonte. Qué acabe Ud. de tener un buen día, creo que voy a pillar algunas piñas más, ojalá sean de piñones, aunque tengan resina y sino, pues, también, para el fuego de mi mujer, hasta otro día. Le sonrío más abiertamente, el hombre se levanta del banco y cojeando y tosiendo se va apoyándose en el bastón en dirección al bosque. Le veo alejarse pesadamente, le veo extender su brazo izquierdo y sacar del bolsillo una bolsa transparente, justo cuando el contraluz es perfecto.       

martes, 6 de mayo de 2014

Relato 6

                                         Homenaje

La perra de la vecina de enfrente se merece un homenaje. No se cansa de ladrar, jamás. Su dueña la planta en la terraza cuando se va a las 7 de la mañana y el animal se queda solo. La mujer, viuda de hace mucho, tiene la precaución de dejarle la puerta de la terraza entreabierta para que el chucho pueda cambiar de ambiente cuando le plazca. Así, puede ladrar dentro y entonces sus aullidos suenan más apagados, como claustrofóbicos o puede hacerlo fuera donde suenan nítidos, claros y precisos. Sin ninguna duda, la perra de la vecina con sus 12 años a cuestas es un canino admirable. Siempre que se queda sola y esto sucede muchas veces, se pasa el rato cabreada consigo misma y el mundo, y, milagro de los milagros, nunca se queda afónica, jamás. Apena levanta un palmo del suelo, es de ojos saltones, pelaje castaño, orejas tiesas y cola altiva. Entra y sale de su casa como si fuera la mismísima reina de Saba, gruñe sin descanso, olisquea  lo que encuentra y no para de protestar. Cuando aúlla emite unos quejidos muy característicos, como si resonara un tambor en la jungla y reverberara entero el eco de la manada en la distancia. Gime de continuo y por fases. Cada fase dura unos 40 segundos y termina bruscamente con un suspiro como si estornudara. Luego el animal reposa un instante, toma aire, la pobre bestia necesita respirar y vuelta a empezar, así sin descanso pueden pasarse fácilmente unas horas. Encadena los gañidos en una emocionante sinfonía perruna, levantando el morro, meneando la cola y cerrando los ojos. Luego ulula sin tregua, cual condenada a muerte y da carrerillas por la terraza como si buscara a alguien. Es todo un espectáculo, la delicia del barrio, el mayor gozo que tenemos, digna de aplauso, nada de ronquera, la perra tan fresca como a primera hora de la mañana. Sin embargo, en otras ocasiones sus aúllos se entrecortan y suenan como si llorara. Entonces lame su  cuerpo, bebe agua del cuenco o come pienso y se sienta, inquieta, bajo la mesa de plástico verde, donde no alcanza el sol, abandonada y triste. Ahí se suele estar unos minutos mirando la nada, ausente, un descanso para el vecindario, pero en seguida se yergue y empieza de nuevo la algarabía. Cuando no llora ni babea entonces sus cabreos adquieren otras gamas, se acortan, alcanzan la aspereza. Se vuelven secos, agudos, explosivos, acelerados como si estuviera echando la bronca a alguien y se desplaza enfurecida por la terraza, entra, sale, se sienta, se levanta, chupetea agua y todo sin dejar de gruñir. Y así vamos pasando la mañana con esta monotonía. Pero entonces sucede un acontecimiento sorprendente, el prodigio de cada día, algo que lo cambia todo ¡Estalla la jauría de la calle! Toda la pandilla perruna del barrio se asocia para montar un festival ensordecedor, donde los rezongos, ladrerías y lamentos se combinan con las cantinelas, berridos y chillidos de toda índole en un maravilloso desbarajuste ¡Ay, entonces qué pasmoso momento!, la bestia cautiva en el cubilete de la terraza renace de sus miserias y vuelve a ser la perra orgullosa y ama de casa que se añade diligente y presumida a la fiesta, arrancándose rejuvenecida por chulerías ¡Qué portento de la naturaleza! De alegría salta, señora de su terrado, girando gozosa sobre sí misma, meneando incansable la cola y alzando el morro, babeante, hacia arriba. Y vuelven los ladridos broncos, insistentes, inmisericordes, vuelve la fiera salvaje a golpear los tímpanos del vecindario y resurge el animal rabioso que lleva dentro, con garbo, fuerza y poderío. Y vocea alta la gallarda con todas las fuerzas de que dispone para que se la oiga bien, para que el mundo sepa que existe, que aún existe y sólo entonces pueda volver a sentirse un cánido feliz y realizado, sólo entonces. Satisfecha, al fin, se relaja y se queda callada, junto a la puerta, relamiéndose las heridas durante un rato no largo. Al poco vuelve de nuevo a la carga, incansable. De este modo tan sencillo y cotidiano la perra de la vecina de la terraza de enfrente resurge de su amilanamiento y reaparece la vivaracha de cada día, la nuestra, la que se merece este sentido y entrañable homenaje.