martes, 6 de mayo de 2014

Relato 6

                                         Homenaje

La perra de la vecina de enfrente se merece un homenaje. No se cansa de ladrar, jamás. Su dueña la planta en la terraza cuando se va a las 7 de la mañana y el animal se queda solo. La mujer, viuda de hace mucho, tiene la precaución de dejarle la puerta de la terraza entreabierta para que el chucho pueda cambiar de ambiente cuando le plazca. Así, puede ladrar dentro y entonces sus aullidos suenan más apagados, como claustrofóbicos o puede hacerlo fuera donde suenan nítidos, claros y precisos. Sin ninguna duda, la perra de la vecina con sus 12 años a cuestas es un canino admirable. Siempre que se queda sola y esto sucede muchas veces, se pasa el rato cabreada consigo misma y el mundo, y, milagro de los milagros, nunca se queda afónica, jamás. Apena levanta un palmo del suelo, es de ojos saltones, pelaje castaño, orejas tiesas y cola altiva. Entra y sale de su casa como si fuera la mismísima reina de Saba, gruñe sin descanso, olisquea  lo que encuentra y no para de protestar. Cuando aúlla emite unos quejidos muy característicos, como si resonara un tambor en la jungla y reverberara entero el eco de la manada en la distancia. Gime de continuo y por fases. Cada fase dura unos 40 segundos y termina bruscamente con un suspiro como si estornudara. Luego el animal reposa un instante, toma aire, la pobre bestia necesita respirar y vuelta a empezar, así sin descanso pueden pasarse fácilmente unas horas. Encadena los gañidos en una emocionante sinfonía perruna, levantando el morro, meneando la cola y cerrando los ojos. Luego ulula sin tregua, cual condenada a muerte y da carrerillas por la terraza como si buscara a alguien. Es todo un espectáculo, la delicia del barrio, el mayor gozo que tenemos, digna de aplauso, nada de ronquera, la perra tan fresca como a primera hora de la mañana. Sin embargo, en otras ocasiones sus aúllos se entrecortan y suenan como si llorara. Entonces lame su  cuerpo, bebe agua del cuenco o come pienso y se sienta, inquieta, bajo la mesa de plástico verde, donde no alcanza el sol, abandonada y triste. Ahí se suele estar unos minutos mirando la nada, ausente, un descanso para el vecindario, pero en seguida se yergue y empieza de nuevo la algarabía. Cuando no llora ni babea entonces sus cabreos adquieren otras gamas, se acortan, alcanzan la aspereza. Se vuelven secos, agudos, explosivos, acelerados como si estuviera echando la bronca a alguien y se desplaza enfurecida por la terraza, entra, sale, se sienta, se levanta, chupetea agua y todo sin dejar de gruñir. Y así vamos pasando la mañana con esta monotonía. Pero entonces sucede un acontecimiento sorprendente, el prodigio de cada día, algo que lo cambia todo ¡Estalla la jauría de la calle! Toda la pandilla perruna del barrio se asocia para montar un festival ensordecedor, donde los rezongos, ladrerías y lamentos se combinan con las cantinelas, berridos y chillidos de toda índole en un maravilloso desbarajuste ¡Ay, entonces qué pasmoso momento!, la bestia cautiva en el cubilete de la terraza renace de sus miserias y vuelve a ser la perra orgullosa y ama de casa que se añade diligente y presumida a la fiesta, arrancándose rejuvenecida por chulerías ¡Qué portento de la naturaleza! De alegría salta, señora de su terrado, girando gozosa sobre sí misma, meneando incansable la cola y alzando el morro, babeante, hacia arriba. Y vuelven los ladridos broncos, insistentes, inmisericordes, vuelve la fiera salvaje a golpear los tímpanos del vecindario y resurge el animal rabioso que lleva dentro, con garbo, fuerza y poderío. Y vocea alta la gallarda con todas las fuerzas de que dispone para que se la oiga bien, para que el mundo sepa que existe, que aún existe y sólo entonces pueda volver a sentirse un cánido feliz y realizado, sólo entonces. Satisfecha, al fin, se relaja y se queda callada, junto a la puerta, relamiéndose las heridas durante un rato no largo. Al poco vuelve de nuevo a la carga, incansable. De este modo tan sencillo y cotidiano la perra de la vecina de la terraza de enfrente resurge de su amilanamiento y reaparece la vivaracha de cada día, la nuestra, la que se merece este sentido y entrañable homenaje.

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