Kierkegaard
La ventaja de hablar con un muerto es que no me puede replicar, la
desventaja es la soledad. De soledades sabes mucho tú, Soren, la tuya buscada,
creo que nos vamos a entender. Elegiste el celibato, graduarte en Teología en
1840 y vivir en soledad como castigo para expiar la culpa que según tú
arrastrabas por la severa religiosidad de tu linaje familiar (tu apellido
significa camposanto), rompiendo con tu novia Regina Olsen, renunciando a las
relaciones de afecto y a tener descendencia. Viviste pobremente de los escasos ahorros
de tu padre, escribiendo sobre la angustia que te causaba el vivir en pecado hasta
tu muerte a los cuarenta y dos años.
En tus Diarios decías que en el epitafio de tu tumba te gustaría que figurara: fui el individuo. Defendiste la existencia individual frente a la colectiva. Te considerabas un enviado de Dios para revitalizar el cristianismo y estabas convencido que con el tiempo te convertirías en un escritor inmortal. Lo cierto es que has influido y mucho. Tu angustia es esencial y está en relación con el pecado, la libertad y con la salvación por la fe. Te mueves en el más estricto luteranismo dogmático cuando afirmas que por el pecado original que ha traído el pecado al mundo, tú estás manchado y sientes muy hondo en ti la angustia de haber perdido la libertad del paraíso.
Desde que nacemos sabemos que vamos a morir, pero a esta angustia existencial que todos compartimos tú añades la de morir en pecado, lo que sería a mi parecer una doble angustia. Sin duda, la vida adquiere un mayor sentido cuando el viviente toma una posición ante la muerte. Fuiste un romántico atípico, Soren, salvaguardaste la existencia del individuo singular y su superioridad sobre el género humano, lo que hoy se conoce como la masa social. Te opusiste a Hegel, a Fichte, en silencio, y a muchos más. Aunque viviste casi a escondidas de la gente y desconfiado, con tus dos jorobas a cuestas, estás en la base del existencialismo francés de la Francia de 1945. Famoso, sí, Soren, superaste la muerte, lo predijiste.
En tus Diarios decías que en el epitafio de tu tumba te gustaría que figurara: fui el individuo. Defendiste la existencia individual frente a la colectiva. Te considerabas un enviado de Dios para revitalizar el cristianismo y estabas convencido que con el tiempo te convertirías en un escritor inmortal. Lo cierto es que has influido y mucho. Tu angustia es esencial y está en relación con el pecado, la libertad y con la salvación por la fe. Te mueves en el más estricto luteranismo dogmático cuando afirmas que por el pecado original que ha traído el pecado al mundo, tú estás manchado y sientes muy hondo en ti la angustia de haber perdido la libertad del paraíso.
Desde que nacemos sabemos que vamos a morir, pero a esta angustia existencial que todos compartimos tú añades la de morir en pecado, lo que sería a mi parecer una doble angustia. Sin duda, la vida adquiere un mayor sentido cuando el viviente toma una posición ante la muerte. Fuiste un romántico atípico, Soren, salvaguardaste la existencia del individuo singular y su superioridad sobre el género humano, lo que hoy se conoce como la masa social. Te opusiste a Hegel, a Fichte, en silencio, y a muchos más. Aunque viviste casi a escondidas de la gente y desconfiado, con tus dos jorobas a cuestas, estás en la base del existencialismo francés de la Francia de 1945. Famoso, sí, Soren, superaste la muerte, lo predijiste.
Fuiste un filósofo torturado e impregnado de cristianismo.
Jesucristo, tu modelo, su vida, tu contradicción. Dios y hombre, tú también
quisiste lo mismo, donde está uno no está el otro, quisiste ser sin conseguirlo
un nuevo redentor, he ahí tu angustia radical. Sostienes que Dios no es ajeno
al mundo, no es trascendente y que el hombre sin Dios es un pecador, que vive
sin su verdad. Sin embargo, se redime cuando Dios y el hombre se funden en el
instante santo, cuando la verdad atemporal se inserta en el hombre temporal por
la certeza de la fe. Entonces la angustia desaparece porque se tiene el coraje
de renunciar a la angustia sin angustia. Para ti el vivir atento al instante es
lo mismo que la venida de Cristo al mundo. Y esto de vivir atento al presente
es muy actual. Quiero que lo sepas.
Sostienes que el individuo es un haz de
posibilidades infinitas, de tantas que se ve incapaz de decidir cual tomar para
no perderse ninguna. La libertad es en ti, Soren, una posibilidad. Prefieres
quedarte en el punto cero de la no decisión, permanecer en el duro equilibrio
inestable entre alternativas opuestas, estar en la nada, vivir la angustia del
no decidir, como dices tú. Sin embargo, elegir no elegir es un ejercicio de
libertad. Escogiste no escoger. En tu afán de no comprometerte con el mundo, estableciste
una separación multiplicando tu personalidad bajo un montón de pseudónimos a la
hora de publicar tus libros. Marcado en hierro por el Dios de justicia del
luteranismo, el de la salvación por la fe, el pecado original y la culpa
desarrollas un modelo de vida negativo y paralizante, antisocial y aislado,
resentido, en donde mantenerse en la angustia sin implicarse es el punto álgido
de tu filosofía. Hoy tal vez revisarías este concepto. Tu actitud es más propia
de un contemplativo o místico que de un filósofo. Diferencias con justeza y en
contra del radical idealismo de Hegel que lo necesario forzosamente es, mientras
que lo posible necesariamente es un no es, al ser un llegar a ser. Y en el caso
del individuo las posibilidades a elegir son infinitas pero no necesarias. Un
clamo a la libertad.
Mientras que la angustia surge
por la incapacidad de elegir en el mundo,
la desesperación surge según tú por la incapacidad de elegir en uno
mismo. Para ti ambos aspectos configuran los dos ejes básicos de la estructura
problemática de la existencia. El individuo se angustia al no elegir para no
mancharse con el mundo y se desespera consigo mismo al reconocerse finito,
separado de Dios. Quiere ser Dios porque en Dios todo es posible y no puede
serlo. Quiere vivir la muerte del yo para ser Dios sin conseguirlo. Como hizo Jesucristo.
Afirmas que desesperarse es un pecado, una falta de confianza en Dios y que lo
contrario al pecado es la fe. Y que por la fe te salvas al reconocer tu
dependencia con Dios. Pero este recurso a la fe, querido danés, es un argumento
poco razonable y convincente para los que no somos tan religiosos como tú. Un
abrazo.