Nido (2) (Concluye el relato 379)
Paco,
el jardinero fiel, que lleva treinta y dos años con la tía Matilde, es un
hombre afable, con barriga volumétrica, ojos saltones como búhos y un conocedor
consumado de los secretos de la naturaleza y amante de los pájaros. A Ricardín
le hace gracia el donaire con que espanta las moscas con la gorra amarilla de
la Cooperativa del pueblo.
Ricardín recurrió a Paco. Estaba
decidido a solucionar el misterio del nido. Ricardín seguía triste pensando qué
les podría haber pasado a las tres crías de los mirlos que de un día a otro
desaparecieron del nido.
Y no habían vuelto, ni siquiera los papis a dar un vistazo
al huevo, que efectivamente acabó pudriéndose en el nido. Ricardín lo
fotografió con el móvil subido a la escalera y vio que en pocos días el huevo
abandonado empequeñeció, mudó a color oscuro y se llenó de gusanitos crema,
minúsculos, que acabaron con todo.
—Han sido las urracas —le contestó Paco
con seguridad absoluta, seguramente una sola…
—Lo siento, Ricardín, no podías hacer nada. Las urracas
son hermosas con su plumaje blanco y negro, pero malas bestias, odio a estos
animales, te lo digo de verdad, Ricardín, son muy listas y ladronas.
Ricardín cayó en la
cuenta, mientras Paco hablaba de las urracas, de haber visto un ave de esos
colores que le recordó las pelis de Charlot, merodeando por los alrededores del
nido.
—Forman parte de lo córvidos, sabes, Ricardín, vigilan los
nidos ajenos y cuando ven que se quedan solos aprovechan para llevarse con su
poderoso pico a las crías una a una a lugar seguro y se las comen sin piedad
alguna. Lo siento, de veras. —concluyó Paco.
Ricardín no había oído hasta entonces la
palabra córvidos.