Dijo
—Ahora mismo lo mataría con estas mismas manos
—dijo, y se las señalaba con asombro y admiración, y se las apretujaba como si
estuviera estrangulando a alguien.
—Por favor, Carlota, cálmate, por lo
que más quieras no hagas un espectáculo, aquí no, te lo ruego —dijo su
interlocutora.
—Tío, así empezaron, ¿vale? Yo
observaba a las mingas sin decirles nada (aunque luego sí tuve que acercarme
para pedirles que no hicieran tanto jaleo, por respeto a la clientela, hagan el
favor, ¿vale? —les dije) y de vez en cuando tomaba notas de lo que decían
—éstas que te paso ahora— pues pensé qué jodido, que igual te podían ir bien
para uno de estos rollos que tú escribes en el blog. El caso es que lo hice,
vale, y te lo voy a contar ahora mismito, ¿vale?, ahora mismito. Has de saber
que las circunscritas llegaron a la granja a media mañana, pongamos que a eso
de las diez, más o menos, había gente y no me fijé exactamente, ¿esto de la hora
importa? Pues eso, hacia las diez, y después de echar una visual y de hablar un
poco entre sí se fueron a sentar a la mesa más lejana de la entrada, tú ya
sabes, la que da al ventanal de la calle Industria,
discreta por estar aislada pero también ideal para el menda porque al estar
cerca de la cafetera podía echarle el oído, ¿vale? Da gracias a ello porque así
te puedo pasar este dramón, que lo vi venir cuando entraron, con esas caritas
largas, que uno tiene su psicología, que eso se ve a la legua, y para mí, tío,
esto es un culebrón en toda regla, vamos uno de esos de Telecinco, que te cagas, ¿me sigues? Pues eso y me dije “esto lo
anoto para el Javi, para que haga una buena historieta” o yo que sé, ¿vale? Tú
mismo, haz con ello lo que te pase por el carajo, yo lo hice pensando en ti,
¿vale?, pensando en ti, como el poema ese que tanto te gusta. Si he decirte la
verdad, Javi, nunca había visto hasta ese momento tan cabreada a la tía esa, la
que estaba hablando y hacía gestos increíbles en el aire con las manos, una tía
buena ¿vale? Rubia natural, despampanante, ahí donde la veas, cabellera crepada
que le caía por la espalda hasta la mitad más o menos, los ojos, pequeños, eso
sí, pequeños, anótalo, pequeños pero muy vivaces, ¿vale? De esos que escudriñan
por dentro cuanto te miran de frente, ya sabes, y buenas tetas, buen culo y
mira yo qué sé, por decirte un defecto yo lo plantearía en la nariz, sí,
seguro, la tiene como le decís…,¡ah, sí!, aguileña, eso y luego que…, bueno, me
pareció una tipa fría, distante, como que para hablar con ella hay que hacer
una instancia o algo así. ¿Te vale eso? Oye que el literato de los cojones eres
tú, ¿vale? Nunca hasta ese día, creo que fue el pasado miércoles, el once, a
ver déjame pensar, sí, porque a la tarde fui a ver la última de Bruce Willis,
sí, seguro, fue el miércoles pasado, el día del espectador, que te ahorras un
montón, tío, que eso hay que mirarlo, que el cine se ha puesto que no veas,
¡vale!, que no veas. Pero, a todo eso, ¿el día importa? Bueno, lo que te decía,
que nunca había visto en la granja a esa pibe por la mañana y me consta que
trabaja fuera de Barcelona en algo social, creo; te lo digo porque alguna vez
la he visto irse de madrugada a toda leche con su Corsa blanco y lleva pegado
en el cristal trasero un distintivo azul que a mí me parece de los
ambulatorios. No me hagas mucho caso, pero, ¿eso importa? Importa en qué trabaje
o deje de trabajar la rubia. Yo te explico esto porque quiero resaltarte que no
era normal que estuviera en la granja a las diez de la mañana, o más o menos,
pues a esas horas ella debería estar trabajando de médica o de enfermera o de
lo qué coño haga en el ambulatorio ese, ¿vale?, sólo para eso. Aunque con sólo
verla entrar de la mano de su acompañante, ya vi que allí se estaba mascando
algo gordo o la tragedia, como dicen en el cine. ¡Ah!, otra cosa, casi se me
olvida y es algo importante: a la tarde sí había venido al curro, quiero decir
a la granja, alguna vez y siempre acompañada por el mismo hombre, un tipo con
traje gris marengo y corbata, delgado como un fideo y con mucha labia, pero
tela labia. Como te lo diría, tú imagínate un prototipo de ligón, esos que son
amigos de todo el mundo y que dan buenas propinas, ponle, yo que sé, sus
arruguitas interesantes en la cara, su aire inocente y un aire despreocupado y
juvenil, un papel de fragilidad y de
aparente víctima social y una pose amable de estar siempre pendiente de las
necesidades de todos incluyendo claro está de las féminas, ponle todo esto y
tendrás a su marido, porque yo creo que era su marido, pues le rodeaba el
cuello con los brazos, le susurraba a los oídos y se mostraba muy afectuoso con
ella. Otra detalle, sabía de todo, no importaba qué tema, en todo terreno se
defendía, un Wiki andante, en especial con los medicamentos, qué jodido,
conocía muchos productos de farmacia, vamos un tío muy apañado, pero para mí,
yo que sé, demasiado perfecto. Tú ya me entiendes algo me olía mal, a
chamusquina dicen en el cine, yo que sé, tú, dile sexto sentido, dile
experiencia, que son muchos años sirviendo, Javi, y esto deja huella, ojo
clínico o como coño se le llame a eso. Por eso cuando aquella mañana vi llorar
a la tía buena se me partió el corazón, te lo digo de verdad, se me partió el
corazón a pedacitos. Y, claro, pensé en ti y en lo que te gusta escribir
historietas tiernas, y esa chorradas y, bueno, empecé a tomar estas notas que
ahora te estoy pasando más o menos a vuelo de pájaro porque claro yo tengo mi
trabajo y no puedo estar pendiente de lo que dicen o dejan de decir mis
clientes, ¿vale? Aunque pillé bastante, Javi, bastante. El bombón continuó hablando y dijo:
—Ahora mismo lo haría papilla,
desgraciado de mierda, ¿cómo se ha atrevido a hacerme esto? Si sólo llevamos cuatro años casados ¡Maldita
sea! Cómo habrá podido engañarme, no lo entiendo, no lo puedo entender, Irene,
no lo puedo entender por mucho que le doy vueltas, no puedo. Yo le he dado
todo, ¿me entiendes?, ¡todo!, y él parecía feliz conmigo, parecía tan feliz
como lo estaba yo. Tan amable, tan gentil y cariñoso, tan atento. Por quien me
habrá tomado, por una tonta del culo que no tiene otro trabajo que ir tragando
y tragando, ¡maldita sea él y un millón de estampas suyas!, hijo de mala madre,
huérfano tenías que ser, ¡maldita sea! ¡Maldita sea su estampa y cien como
ella! ¡Maldita sea! No me lo merezco, ni tampoco mi familia, qué les voy a
decir, madre mía, qué escándalo se me viene encima, no puedo, yo sola no puedo,
Irene, no puedo afrontar sola esta vergüenza, qué va a ser de mí, madre mía,
pero donde me habré equivocado, por Dios, ¿dónde?
—Tranquilízate, Carlota,
tranquilízate, el mundo no se acaba con un hombre ni con cien. Mario te quiere,
esto es innegable y lo sabemos todos, habrá sido un desliz, yo que sé, rarezas
de hombre, tranquilízate, por favor. Ya verás como todo se arreglará, saldréis
fortalecidos con esta crisis, a todos nos ha pasado en un momento u otro, las
crisis son para crecer, no te desesperes, por favor, Carlota, te lo ruego, no
levantes la voz, cálmate. El tipo de la barra no hace otra cosa que mirarnos,
tranquilízate, te lo ruego.
—Donde coño me habré equivocado para que
prefiera a una pedorra de 18 años a mí, que le conozco desde hace una eternidad,
de cuando hacíamos montañismo con el centro excursionista de Gracia, ¡maldita sea! si sólo tengo treinta y nueve,
qué va ser de mí, ¡madre mía!, Irene, ¡madre mía!, la que se me viene encima,
no voy a poder, siento que no tengo fuerzas, el piso recién hipotecado y a
treinta años, no voy a poder, no veo como voy a poder, ahora mismo no lo veo.
—Ten, Carlota, (le dio un pañuelo de
seda rosa, tío) enjuágate las lágrimas, ten confianza, tú eres una mujer
fuerte, claro que vas a poder, claro que sí, naturalmente que sí, siempre has
podido, eres el motor del grupo, por favor no te derrumbes, no hay nada en el
mundo que pueda justificar que tú te derrumbes. Carlota, por el amor de Dios,
¡Carlota!, te lo ruego, cálmate.
—Jo, tan bueno que había aparecido el
día y va, tío, y de repente, ¿te lo puedes creer?, empezó a llover mogollón, se
puso todo oscuro y empezaron a caer truenos como ronquidos de la selva
amazónica y hasta casi se me va la luz en el local, tío, hubo un parpadeo, se
montó el jodido belén, un tormentón del carajo, cayó hasta piedra, duró poco pero
dejó los cristales completamente empañados y hasta tuve que fregar el suelo del
marmolillo de la entrada, puta lluvia. Vi, te lo digo para tu historieta, que
las dos mujeres se quedaron calladas, cogidas de la mano y mirando hacia la
calle por la ventana que tenían al lado y la rubia continuaba sollozando pero
mantenía la frente erguida. Con la lluvia detrás, desenfocado el cristal, me
pareció ver a una diosa griega herida y resplandeciente. Sentí lástima por ella,
puto marido, con lo buena que estaba, yo tampoco entendía nada. Guardaron
silencio durante un buen rato y luego dijo:
—Lo jodido es que le amo, ¿me entiendes
Irene?, amo a este hombre que me está engañando, le amo profundamente como si
fuera parte de mí misma, ¿entiendes, Irene, lo puedes entender? Maldita sea su
estampa, maldito sea el momento que se me ocurrió ordenar el cajón de sus
calcetines, maldita sea este momento y maldito sea él y malditos todos los
hombres, malditos sean. ¡Maldita sea!
—Por favor, Carlota, por favor.
—Un sobre rosa, guardaba un sobre rosa
en el cajón de los calcetines, Tú te crees, Irene, allí mismo, bien a la vista,
¡maldito canalla!, podía habérselo metido por el culo, puto cabrón de mierda,
¡maldita sea! ¿Qué pretendía?, ¿qué se lo descubriera? ¿Que tuviera que tomar
yo la decisión como siempre sucede entre nosotros? Tan hombre que se considera
y ya ves otro cobarde asqueroso que no ha sido capaz de decirme la verdad, que
tiene un lío con una penca, una maldita zorra de Cornellá, nada menos, ¡maldita
sea!, no puede estar enamorado de ella,
no puedo creérmelo después de 13 años de noviazgo, no puede ser cierto lo que
me está pasando, no puede serlo.
—¡Cómo va estar enamorado de esta tía,
Carlota, que no ves que eso no puede ser, eso es imposible! Es un capricho de
Mario, por eso no te ha dicho nada, cuando se le pase volverá a casa, volverá
contigo, de hecho él no te ha dicho nada ni te ha hecho nada, ni se ha ido de
casa ni nada parecido, de hecho él no sabe que tú lo sabes, al fin y al cabo
todo lo que conoces de este asunto es por el contenido de la carta, de una
carta escrita por la chica esa. No te das cuenta de que no hay que exagerar, de
que tampoco hay para tanto. Además, y si todo fuera una maniobra para
provocarte celos y la carta no fuera más que una invención de Mario. Piensa en
esto, piensa en esto cuando estés más calmada, por favor, piénsalo. No te lo
tomes tan a la brava, por el amor de Dios.
—Te recuerdo, Irene, que Mario odia las
estilográficas y la nota está redactada
con tinta estilográfica de color violeta. ¡Maldita sea!, sobre una cuartilla
perfumada y rosa, ¡qué delicada! Además, Irene, lo mezquinas que son las
palabras, las inmundas palabras con las que concluye la nota: “me tienes para
lo que tú quieras, amor. Tuya siempre, Laura”. No lo voy a poder soportar,
Irene, qué va a ser de mí y de mi familia, qué voy a hacer. Dios mío, qué puedo
hacer, ¡qué puedo hacer! Del resto de la nota, Irene, ni te cuento, es demasiado
insultante y humillador. Si pretendía humillarme lo ha conseguido, si ha dejado
la carta a propósito para que yo la abriera, es un desgraciado porque sabe muy
bien que esto me está haciendo mucho daño. No me lo merezco, no creo haber sido
tan mala esposa. Ella sabe que él está casado, a ella sí se lo ha dicho, el muy
bribón, ¡maldito sea!, y me trata de vieja bruja y de mandona y lo que peor me
sienta es cuando literalmente dice que “…cuando le vas a decir a la mojigata de
tu esposa que la vas a dejar porque te vas a venir a vivir conmigo, con la
mujer a la que amas de verdad…”. No voy a poder soportarlo, no sé cómo hacerlo,
francamente, Irene, no sé como afrontar la situación.
—Has de poder afrontarlo de cara,
Carlota, y planteárselo claramente, con las cartas boca arriba como siempre has
hecho tú. Mario te quiere, pídele explicaciones, tantéale antes de mostrarle la
carta, déjala donde la has visto y abórdalo antes de que pueda recuperarla. Y a
partir de ahí decides. No tienes porque decidir de antemano, ¿no te parece? ¿Me
oyes, Carlota, me oyes?
—Tío, lo vi en seguida, aquellas
palabras le produjeron, yo que sé, una especie de conmoción o una catarsis de
esas que hablas tú a veces, el caso es que por segunda vez la rubia se quedó
quieta, impasible como una estatua de piedra, sabes tío, casi no lloraba y se
quedaron así calladas un largo rato, luego, con lentitud, guardó la carta en el
bolso y sonrió. Afuera el sol renacía y se me ocurrió que este detalle trivial
le había insuflado de repente, yo qué sé, una energía inesperada. ¡Vaya
tontería! Fue entonces cuando sorprendentemente dijo:
—Preferiría no hacerlo, Irene,
preferiría hacer como si no hubiera visto la carta, preferiría ignorarlo todo.
—Pero esto es imposible, ¿cómo vas a
poder vivir con un hombre que te engaña?
—Yo le amo y puedo perdonarlo casi
todo, esto es lo que haré, dejaré la carta donde estaba y procuraré
recuperármelo, haré como si no la hubiera visto, haré como si no ocurriera
nada, si la pécora esa quiere guerra la tendrá, no me conoce bien, llamarme
mojigata a mí. Sí, eso es lo que voy a hacer, voy a defender mi matrimonio,
aunque sea lo último que haga en esta vida.
—Ya no lloraba, tío, de verdad, más
bien parecía estar consolando a su amiga, yo lo encontré todo muy extraño, la
diosa griega renaciendo del fondo del abismo, te lo dejo tal cual para que tú
montes una de tus historietas. ¿Vale, Javi? ¡Uf!, ¿es esta hora, ya?, pero,
¡qué tarde! Oye, tío, que me tengo que marchar, vale, ¿no te importa?, otro día
nos vemos, perdona, es que he quedado con ella, con la rubia.