Póquer
Lo último que vio fue la luz de la máquina del tren que se le acercaba a
toda velocidad. Sabía que aprisionado entre los raíles de la vía no tenía ninguna
opción a sobrevivir y menos como estaba, con las manos atadas en la espalda y
encadenado a las traviesas. Ni el mismo Houdini hubiera conseguido salirse con
vida, estaba seguro. Ni Houdini. Mucho menos él, Ricardo Meloso Alfajía, de veintisiete años y sin profesión conocida salvo sus trapicheos con apuestas en Internet y
venta de pastillas alucinógenas por encargo en las discotecas de su barrio y
alrededores. Su tío Alfredo, algo químico, las elaboraba en la cocina de su
casa en Rodera, el pueblo extremeño donde nació, desde que se quedó en el paro.
Iban haciendo. Lo grave para Ricardo era su desmesurada afición al póquer y que,
cuando tenía alguna reserva ni que fuera virtual se la jugaba y perdía casi
siempre. Hay quien tiene un mal ganar —repetía acostado en la vía —quien quiere
cobrar las deudas de juego de inmediato. Jodida prisa exagerada. Por diez mil euros iba a perder la vida. Eso le sucedía. Cualquiera hubiera hecho lo mismo
que yo, apostar todo lo que llevaba encima, el cargamento completo de pastillas
de Al., cualquiera con cuatro ases en la mano, el triunfo era seguro, y más en
una timba de cinco, aunque fueran mafiosos. —Nada puede superar el póquer de
ases que llevo, nada—. Lo vio claro. Si la partida hubiera sido legal, seguramente,
pero no lo fue. Casi de improviso surgió una escalera de color fantasmagórica
que le dejó boquiabierto y le condenó a morir en la vía del tren unas semanas
después. Pocas. Ni su tío pudo o no quiso salvarle. —Arréglate, negocios son
negocios. No puedo hacer nada—. Tampoco intentó huir. Era inútil. —Tal vez la
muerte sea lo mejor para un pelagatos como yo —se resignó viendo avivarse como
un cigarrillo la luz del tren que temblando se le acercaba. Jodida prisa
exagerada. Cuando el maquinista logró detener la máquina a pocos centímetros
del rostro de Ricardo Meloso Alfajía, éste yacía muerto en la vía de un ataque
al corazón.
Una sobredosis de alucinógenos
—sentenció el forense.
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