martes, 30 de abril de 2019

Relato 266


                                            Amanecer
        —¿Cuándo le fusilan?
        —Al amanecer.
        —Me cae bien.
        —Sí, es un buen tipo. Nos cae bien a casi todos.
        —Se cargó al coronel.
        —Se lo merecía.
        —Fue por ella.
     —Claro, quien no lo hubiera hecho. Él, un borracho, ella, un bombón pinturero.
        —Tenía acceso a su chalet como carpintero soldado.
        —Le echó coraje. Demasiados cajones desalineados.
        —Un tipo con suerte.
        —Menudo era el coronel.
        —Sí, menudo pájaro. El regimiento se ha quedado con un tirano menos.
        —Estrenó el cetme con él. Le descargó el cargador entero.
        —Sí, eso dicen, parecía un colador.
        —Un colador con mango de bigote felpudo.
        —Sí, les pilló en plena faena.
      —Fue un arrebato, locura transitoria —dictaminó el tribunal militar—  pero le han condenado. Al paredón con éste, al amanecer.
        —¿Cuánto le queda?
        —Apenas tres horas.
        —Al menos las está disfrutando.
        —Una gracia especial, inusual para un reo.
        —¿Qué hacen?
        —El amor, de nuevo.
        —Un tipo con suerte.
        —Y que lo digas. Un vis a vis con la mujer amada, la ex del coronel.
        —¿Están desnudos?
        —Claro, aunque no se distinguen mucho los detalles en la pantalla.
        —¿Y, ahora?
        —Están hablándose:
        —Abrázame, amor, no dejes de abrazarme. Necesito estar dentro de ti,  fundirme en tus entrañas, desaparecer contigo. Abrázame fuerte, te amo, lo volvería a hacer, volvería a descargarle el cargador. No merecía vivir, no te lo merecías. No me arrepiento de nada, eres lo que más adoro. Cómo podías soportarlo. Abrázame, por favor, abrázame tiernamente, como tú sabes.
        —Sigue, amor, sigue, te amo, te amo, no malgastes saliva, ámame, así, muy bien, sí, ámame, te amo, sigue, sigue, sí, no pares. ¡Oh, Dios mío!, sigue, amor, sigue, ¡sí!
        —Es una lástima.
        —¿El qué?
        —Que lo tengamos que fusilar.
        —Conmigo que no cuenten.
        —Ni conmigo.
        —Siempre encontraran cómplices sobornados con dinero o con miedo.
     —Arendt decía que sin la complicidad de los judíos no habrían habido campos de exterminio.
       —Exagerado. Solamente buscaban sobrevivir en un entorno terrible. Ten en cuenta que los nazis se cargaron más de seis millones de judíos. Fue una masacre.  
        —La jerarquía militar dejaría de tener sentido con la desobediencia.
        —Quieres decir que hacen falta más ¡No, señor!
        —Exactamente. Te imaginas un mundo sin órdenes.
        —No.
     —Un mundo donde cada cual asumiera la responsabilidad de sus decisiones y no las derivara a terceros.
        —No.
        —Un mundo sin el recurso sistemático a la violencia o a la represión.
        —No.
       —Un día eso será posible. Un día nos levantaremos en un mundo nuevo, donde habremos dejado para siempre atrás la niñería de la humanidad.
        —¿Cuándo será eso?
        —Al amanecer.                      

martes, 23 de abril de 2019

Relato 265


                           Discusión

        —Fue él quien puso el herbicida total a los árboles, ¡se lo vi hacer!
        —No sabe lo que está diciendo, no le hagáis ni caso.
        —¡Cómo que no sé lo que estoy diciendo! ¡Cómo se atreve!
        —Yo amo los árboles, pero en este jardín comunitario están de más y acordamos en Junta eliminarlos cuando enfermaran y yo como presidente y ellos como vecinos responsables es lo que estamos haciendo.
        "¡Qué sinvergüenza, encima quiere hacernos creer que ama los árboles! ¡Qué cinismo! Con todos los problemas que me causa por tener plantas en el balcón, sólo porque vivo encima suyo."
        —Señor, le vi echar salfumant a la base de los tres troncos, usted hacía como si los regara, cuando en realidad los estaba matando expresamente, vi salir humo del suelo. ¿Cómo puede negarlo ahora ante todos?
        —No te alteres, Jordi, y sobre todo no hables así a un hombre mayor.
        —Si, te ruego que moderes tu lenguaje.
        —No te indignes, por favor. No es bueno para nadie.
        —¡Este hombre está mintiendo!, echó a propósito un mata árboles atroz y radical para destruirlos y tener la excusa para quitarlos del jardín.
        —Qué equivocado estás, Jordi, mentir no forma parte de mi manera de ser. Destruir un ser vivo... ¿A quién se le podría ocurrir semejante barbaridad? Sólo a una persona enferma. Desde luego, a mí, no. El día ese de que hablas estaba echando abono, sólo eso. Eres un vecino conflictivo, si me permites que te lo diga, te gustan demasiado las plantas y poco las personas.
        "Me repugna este tío. Su sonrisa de buen hombre viejo esconde un ser mezquino que no duda en denunciarme a la policía por cualquier incidencia que no le guste, ¿cuántas llevo, tres, cuatro? Se esconde en las buenas formas, en el lenguaje amable, en una sonrisa tolerante, el ceremonioso le cae que ni pintado, qué cabrón, un perfecto hipócrita." 
        —Hasta que llegó usted, aquí nadie era conflictivo, señor. Si quería una excusa para quitar los tres árboles del jardín reconozca que usted los mató. Estos chopos los planté yo hace nueve años, y no había ninguna razón para quitarlos, salvo que a usted le tapaban las vistas del mar desde su balcón. Sin embargo, los árboles estaban aquí cuando usted compró el apartamento, señor. Con sibilinas palabras usted convenció a la Junta para eliminarlos, reconózcalo, señor, porque a usted le molestaban.
        "Estoy tartamudeando, lo que me faltaba, nadie me va a creer, me tiemblan las rodillas, no puedo evitarlo, como se den cuenta, estoy perdido. Hasta me cuesta respirar y se debe notar. Por Dios, mantén el tipo. Me he puesto en un berenjenal... Con todo, me he atrevido, bien, felicidades Jordi."
        —¿Es necesario seguir escuchando tantas sandeces seguidas? Vecinos, continuad vosotros desabrazando la zona, sois testigos que me ha tratado poco menos que de criminal, es intolerable, no voy añadir una palabra más, el silencio es la mejor respuesta, me cambio y me marcho. Voy a denunciarlo por maledicencia ahora mismo a la policía, esperadme.
        —Tampoco te pongas así, Ricard, no hace falta denunciar a nadie, estamos hablando, somos vecinos. Aquí nadie ha ofendido a nadie.
        "Qué cabrón, ahora hace el papel de ofendido, el de víctima que busca castigar al agresor, me desespera, el tipo sabe moverse en el escenario, lleva años de práctica y lo sorprendente es que parece convencer a todos. ¿Se han vuelto ciegos? ¡Les está manipulando en sus propias narices!"
        —Señores, lo dicho, continúen, ni una palabra más, con personas así hay que cortar de raíz. Necesitan un baño de ley. Es lamentable, pero es así. Es inaguantable que con todo lo que estoy haciendo por esta comunidad encima me traten de asesino. De juzgado de guardia. Ahora mismo voy a denunciarlo. No insistan, es mi deber como ciudadano y vecino.  
        "¿Será capaz de complicar la vida a la vecindad por un asunto privado? De ese tipo tan quisquilloso me puedo esperar cualquier cosa. Debería haberme callado...los árboles estaban agonizando...He desenmascarado al carcamal. Eso sí, a mí no me engaña. En fin, otra denuncia en ciernes. El juego continua."
        —Feliz santo, Jordi, por cierto.


martes, 16 de abril de 2019

Relato 264


                                      Embarcación
            
         —Continuad con los ojos cerrados. Eso es. Muy bien. Seguid inmóviles sobre vuestros almohadones, relajados, yo os invito a que toméis conciencia de vuestros cuerpos en estos momentos, respirad poco a poco, sentid el aire que inunda vuestros pulmones, que entra y sale suavemente, el aire que todos compartimos, eso es, sin prisa, cada cual a su ritmo, lo hacéis muy bien. Aquí, sentados en el suelo de esta sala climatizada quiero haceros ver que estáis a punto de emprender un largo viaje, un largo viaje a un lugar desconocido. Permitidme que os guíe en esta travesía y sobretodo disfrutadla...
        
        —Y ahora, amigos y amigas, naveguemos. Imaginaros un barco de vela, no uno cualquiera, sino el barco de vela más hermoso que jamás hubierais creído que existía, imaginarlo con todas vuestras fuerzas, vedlo con todo lujo de detalles, sus medidas, su cubierta, el color y el tipo de casco, su calado, el número de velas, el refulgir del mástil, su grosor, la madera torneada del timón, los distintos cabos, el bauprés… Imaginad que os subís en él, que lleváis el timón, que sopla un ligero viento de popa, que hincha las velas vaporosas y blancas, que navegáis por una mar tranquila, bajo un cielo azul, sin nubes, sin aviones, ni gaviotas, ni móviles, sólo el suave mecer del sereno oleaje y os dejáis llevar. Permitiros descansar, oled el salitre, respiradlo, sentid el hormigueo del calor en la nuca, ved el pez que salta que os hace sonreír, sentid la paz, oíd el delicado chapoteo del agua acariciando el casco, escuchad el silencio profundo que emerge del fondo del océano...
        
        —En esta singladura, amigos y amigas, sois amos y señores de vuestra embarcación imaginada, y aunque vais solos, no os asustéis, sois libres, radicalmente libres. Cada cual marca su rumbo, su dirección, su ritmo, tenéis todo lo que os hace falta para gobernar vuestro maravilloso barco de vela, el universo palpita dentro de cada uno de vosotros, vais acompañados, seguros, protegidos, noche y día. Dejad de resistiros, asumid vuestra mayoría de edad, implicaros con el mundo, aunque estéis rodeados de agua ilimitada, no tengáis miedo, nadie, nadie puede haceros daño, sois completos en sí mismos, confiad, estáis en paz, que no os confundan, vais directos al éxito, porque sois un éxito evolutivo. Todo anhelo que pronunciéis ahora se va a cumplir, es inevitable. Pedid y se os dará. En estos momentos, amigos y amigas, todo está a vuestra disposición, sois poderosos, todo fluye, fluye fácil y mansamente. Permitidlo. Seguid respirando suave como si inflarais las velas de vuestro barco. Eso es, dejaros llevar, confiad en vosotros mismos, todo es posible, lo estáis haciendo bien, lo estáis consiguiendo, lo habéis conseguido. Habéis llegado. ¡Felicidades!
        
         —Y ahora, lentamente iréis moviendo las articulaciones de vuestras extremidades y poco a poco, sin prisa alguna, pero sin pausa abriréis los ojos y terminaremos esta primera parte del viaje...
       
          "No quiero abrir los ojos, no quiero abandonar este paraíso, esta paz, este sosiego. ¿Será esto algo parecido al éxtasis? ¡Qué estupidez! Oigo susurros a mi alrededor, la gente tose, se está levantando, tengo calor, no quiero moverme, estoy tan lejos, pero he de regresar, he de hacerlo, no puedo continuar aquí otra eternidad más, navegando."
        
        —Bien, cuando el amigo Felipe pueda, abrirá los ojos y continuaremos todos juntos con este viaje...
       
          —Lo siento, lo siento de veras, estaba tan feliz, tan ensimismado.  Seguía flotando en mi barco de vela sobre una mar resplandeciente. Gracias.
        
         —Bien, todo está bien, no sucede nada que no tenga que suceder, hemos de continuar, todo fluye simple y fácilmente. Eso es. Bien. Y ahora, queridos amigos y amigas, llega el momento crucial, el más inesperado, os invito a contemplar de cerca el barco de vela que cada uno de vosotros ha imaginado, os invito  a desnudaros.

martes, 9 de abril de 2019

Relato 263


                                                   Cita

        —¿Siiilvia?
        —¿Juan José?
      —Sí, Juaaanjo, peeerdona, puedes llaaamarme Juanjo, si no teee importa.
        —Hola, Juanjo. Clago que no me impogta. No te hacía tan alto.
        —Caaasi dos meeetros, ¿ pueeedo seeentarme?
        —Clago, que sólo tenemos cinco minutos.
        —Graacias, Siiilvia.
        —¿Quién empieza?
        —No sé, como tú quiiieras. Caaasi mejor empiezas tú al ser chiiica.
        —Me llamo Silvia Cano Albego y soy de Talavega de la Geina, pgovincia de Toledo, pego vivo aquí en Madrid. Estoy sepagada desde hace dos años y busco una pageja cagiñosa con quien compagtir mi vida y teneg hijos. Los adogo. El próximo mes de mayo, el día 27 hagé treinta y uno años, así que yo soy Géminis. Y tú, qué eges, pogque eso es impogtante paga congeniag, ¿sabes?
        —Yo me llaaamo Juanjo Gáaalvez Hiiinojo, nací en Alcaañiz, proviiincia de Teeeruel, el 28 de diciiiembre, no sé que siiigno soy, no creo en esas tonteeeerías, peeerdona, teeengo treinta y siete años, y soy ingeniero aaaeronáutico por la universidad de Miiichigan y traaabajo en Aaairbus de Geeetafe, ahora vivo allí en un aapartamento, soolo. Nunca he tenido paareja, mi padre dice que soy un diaamante virgen. Y tú ¿qué eeres?
        —¿Yo? Pues no lo ves soy una mujeg mogena gesuelta en la no duda y algo gogdita.
        —Peeerdona, ya veeeo que eres una mujeeer, me refería en que traaabajas.
        —Soy enfegmera de La Paz. 
        —Enfeeermera, creí que eeeras doooctora.
        —No, aunque en las fotos lleve bata blanca. ¿Qué aficiones tienes tú, Juanjo? ¿Te gusta el baloncesto?  
        —Lo ooodio, padres siempre me lleeevaban, no me guuusta nada. A mí lo que me guuustan son los coooches y los aaaviones. Fui caaampeón de Espaaaña de Scalextric, dos aaaños seeeguidos. Pero ahora con el traaabajo no puedo dediiicarme tanto como antes. Y a ti, Siiilvia, ¿qué te guuusta?

martes, 2 de abril de 2019

Relato 262



                                            Ayer

Fue en el entierro de su madre, ayer. Fui a darle las condolencias. Olía triste, a sándalo y a murmureos enlatados. Aún me duelen las pituitarias. Quería a tía Luisa, la quería de veras. Fue monja misionera, enfermera, esposa, beata, madre, en orden sucesivo, una mujer siempre dispuesta a ofrecer su ayuda con una gran sonrisa. El ataúd blanco, ella, dentro, muy enjuta, también de blanco, con una diadema ancha y blanca, siempre dominó el blanco en su vida y en su muerte. Recé a su lado, por su memoria, por su bondad. Se me acercó su hija, sentí su presencia a mis espaldas, me giré, la abracé, le di dos besos en las mejillas, un abrazo, un lo siento sincero, ella aguantó mi emoción entre sus brazos, también mis lágrimas y al poco se separó de mí lentamente, se me quedó mirando a los ojos y sin darme tiempo a recuperarme me propinó:
        —¿Nunca te diste cuenta?
         Me quedé desconcertado. ¿A cuento de qué venía esta pregunta y en ese momento, junto al cadáver de su madre? Me ruboricé, suerte de la luz tenue de la capilla, que me ayudó a disimularlo. ¿De qué tenía que darme cuenta? ¿De qué había engordado pero seguía siendo la misma prima rica y corpulenta de siempre con sus largas pestañas de acero curvado? ¿De qué seguía siendo hombruna, ancha de espaldas, de hombros alzados y más alta que yo por unos centímetros? ¿De qué, Dios mío? Habían pasado no menos de treinta años desde que nos vimos por última vez. ¿De qué? Ella seguía mirándome fijamente, ansiosa, esperando una respuesta. Su cara continuaba tan extraña y desencajada como cuando de adolescentes jugábamos a escondite en su torre de Horta. Ahí seguía, estática, sus cabellos, lacios, le recubrían las orejas y sus pómulos, tallados al fuego en piedra homérica desde su infancia, continuaban encendidos como ascuas ahora tal vez de tristeza, de rabia, de dolor o de añoranza, o de todos a la vez. No lo sé, estaba perplejo, siempre he sido inocentón y lento de reflejos, así que sintiéndome acuciado por dar una respuesta y sin poder ordenar mis ideas, balbuceante, le respondí:
        —¿De qué, Nuria?
        Ella torció el labio inferior, los tenía abultados, se lo mordisqueó un poco, hasta enrojecerlo, recordé que era un gesto que hacía habitualmente cuando se sentía contrariada, me agradó recordar este detalle. Intuí que le había fallado, que esperaba una respuesta más contundente, el sudor corría por mi espalda, un sudor frío como el cadáver que nos acompañaba me mojaba las manos sin que pudiera evitarlo. Seguía mirándola como si me hubiera hipnotizado.
        — Tú me gustabas.
        Creo que hasta tía Luisa parpadeó el ojo derecho en señal de sorpresa. O puede que ya lo supiera: madre e hija se tenían mucha confianza y yo fuera el único idiota que estaba en blanco. Es cierto que Nuria y yo jugábamos con un montón de amigos en su torre de Horta de jardín salvaje a escondernos y me llevaba a sitios oscuros y alejados de la gente y nos divertíamos mucho. Pero jamás (que yo sepa) se me insinuó, jamás se me hubiera ocurrido ni siquiera darle un beso en los labios, jamás sentí deseos de hacerlo, jamás hizo ella nunca para incitarme, jamás hubiera podido liarme con una muchacha que yo siempre consideré tan poco femenina. Mi cerebro empezó a borbotear y temí que Nuria pudiera atravesar mis neuronas con su mirada penetrante y adivinar mis pensamientos y ofenderla sin querer en una situación tan delicada como la del entierro de su madre. Seguía oliendo a triste sándalo y me ofendía la nariz.              
        —No, Nuria, lo siento.
        —Ni siquiera un poquito.
        —Siempre te vi como mi prima, Nuria, nunca como una mujer.
        Ella apartó la mirada de mí, se restregó los ojos, me dio un beso rápido en la mejilla como si con ese gesto sellara y cerrara un ciclo irresuelto de siglos, respiró acongojada, luego profundo, me miró y sonrió tiernamente antes de salir sollozando a la búsqueda de su esposo e hijos. Todos los presentes fueron a consolar sus lloros en tan triste momento. 
         Aún me duelen las pituitarias.