Despedida (1ª parte)
Lo tuyo, padre, es una muerte anunciada y esa sí de verdad y una
preparación para todos. Por fin está llegando tu despedida y la nuestra. Algún
día había de ser y ahora, en el mes que precede a tu nacimiento lo has elegido
como el momento adecuado. Lo que tú digas, como siempre. Te acompaño hoy, diecisiete de
diciembre, como hice ayer y en días pasados, sigues tozudo en tu marcha, en eso
de la tozudez no te ha ganado nunca nadie. Llevas días encamado, sin comer ni
beber, sólo el suero, la respiración asistida, el cuidado de todos, el final se
acerca. Tú lo has decidido así, y resulta admirable tu entereza. Estás
semiconsciente y aún así te acaricio los cabellos y retengo tus manos entre las
mías, las acaricio, sin que denote movimiento alguno, solo el acto reflejo de
apretar los dedos, sin un propósito claro. Me gustaría algún gesto tuyo, alguna
señal, algo que me hiciera saber que sabes que estoy contigo, pero bastante
tienes con lo que te ocupa, necesitas todo para ti. Lo entiendo, me basta con
acompañarte.
Quiero aún así, ahora,
hablarte de ti y de mí. Gracias, padre, por tu fortaleza, por tu presencia
enorme, por haberme traído al mundo, por haberte hecho feliz, por haberme hecho
a mí. Yo he estado siempre contigo, en especial en los días malos, trabajando
juntos en la pastelería desde mi más tierna edad, soportando tus desprecios a
mi mano izquierda, a mi zurdera, a tus insultos y celos de pequeño, he
resistido a tus agresiones, a tu violencia, al batidor que me tiraste a la cabeza,
hiriéndome, cuando dije "ésta" a tu esposa, mi madre. Yo era un crío,
padre, ¿cómo pudiste hacerme algo así? También a la humillación que me
infringiste cuando a gritos me obligaste a fregar a mano el suelo del obrador en
presencia de los trabajadores. ¿Por qué me maltrataste tanto? Yo era un
orgulloso, un ignorante, lo que era, no lo olvides, lo aprendí de vosotros.
¿Por qué me castigaste? ¿Por qué no reconociste casi nunca la ayuda que te
estaba dando? Trabajando duro a tu lado los días festivos, y los laborables de seis a nueve cuando luego salía hacia el colegio, y negándome más tarde, a mis dieciséis años,
que fuera a jugar el campeonato de ajedrez porque era domingo y había que
trabajar. Solo accediste, recuérdalo, si empezaba el curro antes, a las cuatro de la
madrugada y así lo hice.
Me explotaste, padre, me obligaste a trabajar
como si fuera un negro, y aún así guardo tus pocos momentos de cariño como un
tesoro. Tú, tan cerrado, tan bloqueado emocionalmente, (alguna vez te vi llorar
por tus padres) tan obsesionado por el trabajo que te olvidaste de nosotros, de
tus tres hijos. En las pocas ocasiones que salimos juntos a disfrutar las
recuerdo todas, como tú recuerdas la única vez que tu madre te dio un beso. Fue
en el mercado de san Antonio, un domingo, de mayor, cuando ibas a casa después
del trabajo, al mediodía, me lo contaste muchas veces. Ella sin más se despidió
de ti dándote un beso en la mejilla, "adeu,
fill", y te quedaste deslumbrado. Fue su única muestra de cariño que
recibiste en tu vida. ¿Cómo ibas a darnos afecto cuando tú no lo habías
recibido?
Pero me duele decirte esto,
padre, me duele que no me hayas abrazado cariñosamente, que siempre haya sido
una especie de burro de carga a tu lado, poquísimos momentos felices juntos, sólo
de mayor, aunque siempre he estado cerca y tu presencia era importante para mí.
Ahora te vas, todo llega, y debo decirte, padre, que me trataste como a un
esclavo. Me aparté de ti, hice mi vida al margen de la tuya, te he respetado, a
pesar de tu carácter autoritario y agresivo. Aún así te he querido siempre sin
remedio y sobretodo comprendido, siempre me has acompañado en las situaciones
difíciles que te he confiado, en las escasas que te he confiado, pues he
confiado poco en ti, nunca o casi nunca estabas. Demasiado ocupado en trabajar
y en tus asuntos. Me va bien llorar un poco, me he sonado la nariz en un
pañuelo de papel y lo he tirado al váter, para qué guardar malos recuerdos,
rencores y mucosidades. Te voy a leer esto que estoy escribiendo, necesito
liberarlo, decírtelo, "díselo todo antes de que se vaya" —me dijo mi hijo el otro
día, él que entiende de estos asuntos. Lo haré. No quiero guardarme reproches,
daño ni resquemores, ni zonas oscuras dentro, quiero que lo sepas todo de mí
referente a ti, las oportunidades se me acaban, que no me quede con dolor
alguno, quedarnos tú y yo en paz, nada en el fondo del cajón. Sé que me has
querido con locura y también que te he decepcionado cuando después de la mili
decidí no continuar con el negocio familiar, el oficio de pastelero que me
enseñaste. No podía cohabitar contigo, con tus exigencias permanentes, con tus irrisorios
agradecimientos, sin ningún reconocimiento, me tomaste por un competidor por tu
esposa, tenías celos de mí, eso es lo que yo sentía.
Sé que moriste un poco, padre, cuando no continué con tu pastelería, pero tú tampoco nos diste, ni a mi hermano ni a mí ninguna facilidad, querías seguir llevando la nave a tu manera y allí no se levantaba una brizna de hierba sin tu permiso. Como Atila. Tampoco ayudaba la imagen que nos transmitiste, la del esfuerzo, sudor y lagrimas. Ni el padecimiento ni la lucha por sobrevivir, ni los nervios, prisas y gritos, ni las preocupaciones siempre económicas, ni un trabajo inagotable y agotador, ni tu eterna insatisfacción. Y el sacrificio intenso sin compensación afectiva. Fuiste cruel con nosotros, padre. Con el ejemplo que nos diste ninguno de tus hijos quiso continuar con tu profesión ¿Cómo hacerlo?
Sé que moriste un poco, padre, cuando no continué con tu pastelería, pero tú tampoco nos diste, ni a mi hermano ni a mí ninguna facilidad, querías seguir llevando la nave a tu manera y allí no se levantaba una brizna de hierba sin tu permiso. Como Atila. Tampoco ayudaba la imagen que nos transmitiste, la del esfuerzo, sudor y lagrimas. Ni el padecimiento ni la lucha por sobrevivir, ni los nervios, prisas y gritos, ni las preocupaciones siempre económicas, ni un trabajo inagotable y agotador, ni tu eterna insatisfacción. Y el sacrificio intenso sin compensación afectiva. Fuiste cruel con nosotros, padre. Con el ejemplo que nos diste ninguno de tus hijos quiso continuar con tu profesión ¿Cómo hacerlo?
Así nadie, padre, nadie. Te quedaste solo, pues lo tuyo es el
individualismo, el liderar, el mandar, tú el primero en el tajo, y los demás
detrás y a obedecer, sin ningún detalle ni agradecimiento de corazón. Seguí
yendo a trabajar a tu tienda en las noches de días señalados como Reyes, san
Juan o san Pedro, durante años, a echarte una mano, desinteresadamente y casi
lo tomabas como una obligación. Sabía que me necesitabas. He de poder leerte
eso que te escribo...