martes, 25 de diciembre de 2018

Relato 248

                                     Nadal

Fum, fum, fum i el foc s'estengué més ràpid que una daina. No arribaren a 

tastar els torrons, els pobres innocents. Per Nadal també funcionen els 

crematoris.



martes, 18 de diciembre de 2018

Relato 247


                                                Duelo

Hoy, hace tres años, murió padre, mi querido padre. Tenía 89 años, muchos según mis hijos y nietos, pero siempre insuficientes para mí. Y eso que había perdido la cabeza, que no recordaba ni su nombre, ni el mío ni el de su esposa, que había olvidado cosas tan sencillas como vestirse, calzarse, caminar firme, defecar, comer, beber, orinar... Había olvidado casi todo lo que necesita un ser vivo para sobrevivir por sí mismo. Sin embargo, era todavía mi padre, mi referencia. En defensa suya he de reconocer que su muerte no debía haber sido una sorpresa para mí, llevaba años enfermo de Alzheimer, preparándonos a su manera para este momento, perdido en un mundo que se le antojaba hostil.
        Sin memoria, tal vez por ello, por el hecho de darle descanso a la razón, podía expresarnos tanto afecto, tanta ternura, como quizás nunca antes había sido capaz de verbalizar a sus hijos, generalmente parco, severo e insensible. Padre era y se comportó como un artista nato, indiscutible y el trabajo su mayor pasión y satisfacción. Se pasó la vida trabajando de pastelero, su afición y trabajo favoritos, casi una obsesión, destacar en su oficio, ser alguien de renombre en su profesión, que se le valoraba su talento y creatividad. Su tesón tuvo éxito de muy joven cuando desde su pueblo de Móra d'Ebre se dio a conocer al mundo publicando en la revista La Confitería Española espectaculares figuras de chocolate o de azúcar glaseado como un juego de la oca imposible a tamaño natural (que aún conservamos) o un tapete con figuras de lucha grecorromana y pronto empezó a recibir el reconocimiento del mundo artístico y un montón de premios nacionales y del extranjero. Tenía una enorme habilidad con el cornet. Es cierto que eso le ocupó mucho tiempo, tiempo que no dedicó a sus hijos, es un hecho, pero él necesitaba el triunfo social por encima de todo, no había nacido para educar a sus hijos.
        Y sin embargo lo hizo, a su manera, padre ha estado en los momentos dramáticos de mi vida, cuando enfermé de pequeño con riesgo de muerte, cuando caí de la bici y me operaron de la pierna con ocho puntos o cuando la salmonelosis de mayor, que estuve ingresado una semana. Padre y madre siempre han estado juntos y cuando los he necesitado a mi lado. Os doy las gracias, padres, por vuestra entrega, por vuestro amor incondicional, gracias. Padre nos quiso a su modo, como se quería antes, como de lejos, formó parte de una época en la que expresar los afectos era considerado una debilidad, pero no lo era expresar la ira. ¡Qué cosas!
        A veces, recuerdo ahora, tenía destellos del pasado. Una vez me preguntó: a mi me ha gustado mucho trabajar, ¿verdad?, aunque no recordaba de qué. Sin cabeza, cierto, pero con un gran corazón, padre se ha ido para siempre, resulta duro escribir esto, para siempre, él era mi referente y ya hace tres años. No volveré a verle, ni a tocar sus manos arrugadas, manos que de joven me izaban al cielo cuando era su querido bebé. Con gran orgullo hace años me decía tú fuiste el primero en hacerme padre.
         Sé que esto de morirse sucede cada día, las personas nos morimos, incluso al nacer o por accidente o enfermedad, muchas ni llegan a la vejez, mueren asesinadas, perseguidas, arrastradas por la vorágine de guerras estúpidas, que causan migraciones humanas de gran dolor y desespero. Morirse es natural, unas formas desaparecen y vienen otras, el propio sistema evolutivo de la humanidad  requiere reciclarse, pero no me acostumbro a la muerte, no creo pueda acostumbrarme, allí donde la veo sigue causándome desconsuelo, estupor y desconcierto.
        Todos los que estamos ahora aquí vivos, moriremos, es un hecho, el tiempo es el mayor demócrata, nos iguala a todos por el mismo rasero, siempre nos alcanza, ahora estás, ahora dejas de estar, no hay que llevarse a engaño. Con todo son muchas las personas que viven como si la muerte no fuera para ellos, nadie les dijo al nacer que un día u otro morirían, seguramente por eso, porque padre vivió como si nunca hubiera de morirse y yo me lo creí, me sigue doliendo tanto su  desaparición. Y porqué  es mi padre, porqué alguien le ha de llorar y porque necesito desahogarme. Me duele dentro un montón. Tres años después y aún estoy de duelo.

martes, 11 de diciembre de 2018

Relato 246

                                   Muñeco
       
        —¿Dónde se acovacha tu muñeco, pendeja?
        —No patine, señor, no lo sé, palabrita de Dios.
      —¿Dónde, Pimpinela, dónde? Está copado. No me jorobes, destangada. Estaba contigo ahorita mismo, la  piltra está revuelta, aún arde. ¡Ándale!
        —Se ha ido, señor, por el ventano, por mi santa madre bendita.
        —Tú, mira por la ventana. Tú, al cuarto de baño, tú, a la cocina. Andaos con tiento, es un cuchillo largo, lleva chumbo.
        —No me pilotees, Dolores, que te la estás jugando. ¿A dónde el pibe?
        —No lo sé, señor, ha saltado a la carrera, les ha olido.
        —Aquí no hay nadie, señor, y a la calle imposible, hay demasiada altura.
       —El muñeco está aquí, lo presiento, ahora mismo nos está observando. Se está riendo de nosotros. ¿Habéis revisado los armarios? ¿Bajo la cama? ¿En la nevera? ¿Detrás de las puertas? ¿En el balcón?¿En algún libracho?
        —Nada, señor, ni rastro, aquí sólo usted, esta turra y nosotros tres.
        —No puede habérsenos escurrido otra vez. Explorad altillos, claraboyas, trampillas, ¡joder! Revisarlo todo. Está aquí, lo sé.
        —¿Dónde está tu chorbo, coneja? Boquea clarín o te fileteo. 
        —No me lime, señor, con todos mis acatos yo no soy una jetona, vino a por una chupa y se abrió, no tengo nada que ver con el cofrade que buscan.
        — ¡Hay que chingarse! ¡Guzmán!
        —Señor.
        —La bocha es corta. ¡Desnúdala!
        —Malditos seáis, jodidos fiches.
        —¿Y ahora, señor?
        —Ensartadla.
        —¿Los tres? 
        —Los tres y yo vigilo. Que haya fiesta negra, que grite y haya bronca.
        —A su orden.
        —El muñeco no tardará en presentarse al borlote, estoy seguro.
       
        Sin embargo, la mañana siguió monótona y aburrida como la de un lunes cualquiera en Ciudad Suárez.                 

martes, 4 de diciembre de 2018

Relato 245

                                       Maduro

 Nadie lo sabe. Permiso, pues, para que mudo vaya entre paréntesis. El (mudo) Alfonso Maduro Carpe escribe rápido en un taco de notas azules y las deja caer al suelo aleatoriamente como si repartiera obleas (hay un buen montón bajo la mesa, algunas pisadas, gasta un cuarenta y siete o así). Escribe  y gesticula sin parar (domina un lenguaje de signos extraño, ininteligible), lo que no deja de sorprender en un tipo de ciento veinte años, cumplidos ayer. También podría ser que no fuera lo que se dice un mudo cien por cien integral, sino resultado de una mudez por bloqueo emocional, enfermedad circulatoria de la vejez o un trauma no resuelto de la infancia y aún, si así fuera, se pirrarían por oírle algún día hablar (por su prominente úvula, especulan que tendría una voz gangosa, otros, sedosa). La esperanza nunca se pierde  reza un cartel en la pared de un verde claro relajante.
        Si pudiera existir un mudo de nacimiento, entonces, no tendría solución. Aún así, ¿resistiría lo suficiente para operarse, madurar y hablar? Dudoso, enganchado día y noche a la silla de ruedas donde duerme con pañales a medida (un cuarenta y seis o así) y una anatomía adaptada al asiento como un capacho rígido, rodillas dobladas, brazos extendidos, cuello a  noventa grados, sin apenas movimiento, ligero tembleque, escupiendo papeles como los funcionarios, formularios. Tanto tiempo allí y nada saben de su vida. Si no fuera mudo, podría haber elegido quedarse mudo para ahorrar energía o saliva, (escasas a su edad) o quizás mutatis mutandis, cansado de hablar en vano prefiriera guardar silencio y gesticular por el gusto de gesticular y escribir veloz por el gusto de escribir. Incomoda el mutismo del inválido, gangosa o sedosa, ¿cómo su voz?, no se acostumbran a ser ignorados. ¿Habla o no, o  disimula?, (de ahí la precaución del principio). Tal vez más tarde, a la hora de comer, si come, le delate un susurrante basta. Pero, en estos momentos Alfonso Maduro Carpe sigue lanzando papeletas al vuelo como una ametralladora desbocada:
       
        La fruta madura cae al suelo, se revienta y lo mancha todo.
        Un hombre llora en un banco del parque y la tarde se esfuma. Otoño.
        Sorpresa. Encogido bajo un paraguas.
        Madurar es crecer por dentro, reventar la piel que aprisiona. Liberarse.
    La niña se va por la esquina, lleva una gabardina que dice adiós.   Déjala.      
        Escalpelo.
        Carretera sin fin. Camina sin zapatos. La arena quema, suda, se hunde.
        Apertura.
        Crece lo que está vivo, rumor de voces escritas, apelotonadas.
        Los peces envejecen sin arrugas, surfean, no se ahogan.
        No seas chiquillo.
        Fragmentos de metal incrustados en la piel. Pasos rápidos. Miedo.
        El paso del tiempo no avanza.
        Cruza por el paso cebra un avestruz.
        El semáforo está en rojo.
        Sangre en la calzada.
        No hace frío, es un día de verano.
        Madura.
        Chirrían las ruedas.
        Enfangados en la piscina, no hay manera.
        Crecimiento sin peso lenticular.
        Envejecer no es madurar. Coge el tren de las siete y del pinar las piñas.
        ¿Sigues teniendo frío, hambre, sed?
        Acuérdese. Rellene las casillas sin salirse del recuadro.
        Crece lento, el tranvía azul.
        Maduro, madura.                                                    
        La noche acecha de madrugada.