martes, 18 de diciembre de 2018

Relato 247


                                                Duelo

Hoy, hace tres años, murió padre, mi querido padre. Tenía 89 años, muchos según mis hijos y nietos, pero siempre insuficientes para mí. Y eso que había perdido la cabeza, que no recordaba ni su nombre, ni el mío ni el de su esposa, que había olvidado cosas tan sencillas como vestirse, calzarse, caminar firme, defecar, comer, beber, orinar... Había olvidado casi todo lo que necesita un ser vivo para sobrevivir por sí mismo. Sin embargo, era todavía mi padre, mi referencia. En defensa suya he de reconocer que su muerte no debía haber sido una sorpresa para mí, llevaba años enfermo de Alzheimer, preparándonos a su manera para este momento, perdido en un mundo que se le antojaba hostil.
        Sin memoria, tal vez por ello, por el hecho de darle descanso a la razón, podía expresarnos tanto afecto, tanta ternura, como quizás nunca antes había sido capaz de verbalizar a sus hijos, generalmente parco, severo e insensible. Padre era y se comportó como un artista nato, indiscutible y el trabajo su mayor pasión y satisfacción. Se pasó la vida trabajando de pastelero, su afición y trabajo favoritos, casi una obsesión, destacar en su oficio, ser alguien de renombre en su profesión, que se le valoraba su talento y creatividad. Su tesón tuvo éxito de muy joven cuando desde su pueblo de Móra d'Ebre se dio a conocer al mundo publicando en la revista La Confitería Española espectaculares figuras de chocolate o de azúcar glaseado como un juego de la oca imposible a tamaño natural (que aún conservamos) o un tapete con figuras de lucha grecorromana y pronto empezó a recibir el reconocimiento del mundo artístico y un montón de premios nacionales y del extranjero. Tenía una enorme habilidad con el cornet. Es cierto que eso le ocupó mucho tiempo, tiempo que no dedicó a sus hijos, es un hecho, pero él necesitaba el triunfo social por encima de todo, no había nacido para educar a sus hijos.
        Y sin embargo lo hizo, a su manera, padre ha estado en los momentos dramáticos de mi vida, cuando enfermé de pequeño con riesgo de muerte, cuando caí de la bici y me operaron de la pierna con ocho puntos o cuando la salmonelosis de mayor, que estuve ingresado una semana. Padre y madre siempre han estado juntos y cuando los he necesitado a mi lado. Os doy las gracias, padres, por vuestra entrega, por vuestro amor incondicional, gracias. Padre nos quiso a su modo, como se quería antes, como de lejos, formó parte de una época en la que expresar los afectos era considerado una debilidad, pero no lo era expresar la ira. ¡Qué cosas!
        A veces, recuerdo ahora, tenía destellos del pasado. Una vez me preguntó: a mi me ha gustado mucho trabajar, ¿verdad?, aunque no recordaba de qué. Sin cabeza, cierto, pero con un gran corazón, padre se ha ido para siempre, resulta duro escribir esto, para siempre, él era mi referente y ya hace tres años. No volveré a verle, ni a tocar sus manos arrugadas, manos que de joven me izaban al cielo cuando era su querido bebé. Con gran orgullo hace años me decía tú fuiste el primero en hacerme padre.
         Sé que esto de morirse sucede cada día, las personas nos morimos, incluso al nacer o por accidente o enfermedad, muchas ni llegan a la vejez, mueren asesinadas, perseguidas, arrastradas por la vorágine de guerras estúpidas, que causan migraciones humanas de gran dolor y desespero. Morirse es natural, unas formas desaparecen y vienen otras, el propio sistema evolutivo de la humanidad  requiere reciclarse, pero no me acostumbro a la muerte, no creo pueda acostumbrarme, allí donde la veo sigue causándome desconsuelo, estupor y desconcierto.
        Todos los que estamos ahora aquí vivos, moriremos, es un hecho, el tiempo es el mayor demócrata, nos iguala a todos por el mismo rasero, siempre nos alcanza, ahora estás, ahora dejas de estar, no hay que llevarse a engaño. Con todo son muchas las personas que viven como si la muerte no fuera para ellos, nadie les dijo al nacer que un día u otro morirían, seguramente por eso, porque padre vivió como si nunca hubiera de morirse y yo me lo creí, me sigue doliendo tanto su  desaparición. Y porqué  es mi padre, porqué alguien le ha de llorar y porque necesito desahogarme. Me duele dentro un montón. Tres años después y aún estoy de duelo.

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