martes, 4 de diciembre de 2018

Relato 245

                                       Maduro

 Nadie lo sabe. Permiso, pues, para que mudo vaya entre paréntesis. El (mudo) Alfonso Maduro Carpe escribe rápido en un taco de notas azules y las deja caer al suelo aleatoriamente como si repartiera obleas (hay un buen montón bajo la mesa, algunas pisadas, gasta un cuarenta y siete o así). Escribe  y gesticula sin parar (domina un lenguaje de signos extraño, ininteligible), lo que no deja de sorprender en un tipo de ciento veinte años, cumplidos ayer. También podría ser que no fuera lo que se dice un mudo cien por cien integral, sino resultado de una mudez por bloqueo emocional, enfermedad circulatoria de la vejez o un trauma no resuelto de la infancia y aún, si así fuera, se pirrarían por oírle algún día hablar (por su prominente úvula, especulan que tendría una voz gangosa, otros, sedosa). La esperanza nunca se pierde  reza un cartel en la pared de un verde claro relajante.
        Si pudiera existir un mudo de nacimiento, entonces, no tendría solución. Aún así, ¿resistiría lo suficiente para operarse, madurar y hablar? Dudoso, enganchado día y noche a la silla de ruedas donde duerme con pañales a medida (un cuarenta y seis o así) y una anatomía adaptada al asiento como un capacho rígido, rodillas dobladas, brazos extendidos, cuello a  noventa grados, sin apenas movimiento, ligero tembleque, escupiendo papeles como los funcionarios, formularios. Tanto tiempo allí y nada saben de su vida. Si no fuera mudo, podría haber elegido quedarse mudo para ahorrar energía o saliva, (escasas a su edad) o quizás mutatis mutandis, cansado de hablar en vano prefiriera guardar silencio y gesticular por el gusto de gesticular y escribir veloz por el gusto de escribir. Incomoda el mutismo del inválido, gangosa o sedosa, ¿cómo su voz?, no se acostumbran a ser ignorados. ¿Habla o no, o  disimula?, (de ahí la precaución del principio). Tal vez más tarde, a la hora de comer, si come, le delate un susurrante basta. Pero, en estos momentos Alfonso Maduro Carpe sigue lanzando papeletas al vuelo como una ametralladora desbocada:
       
        La fruta madura cae al suelo, se revienta y lo mancha todo.
        Un hombre llora en un banco del parque y la tarde se esfuma. Otoño.
        Sorpresa. Encogido bajo un paraguas.
        Madurar es crecer por dentro, reventar la piel que aprisiona. Liberarse.
    La niña se va por la esquina, lleva una gabardina que dice adiós.   Déjala.      
        Escalpelo.
        Carretera sin fin. Camina sin zapatos. La arena quema, suda, se hunde.
        Apertura.
        Crece lo que está vivo, rumor de voces escritas, apelotonadas.
        Los peces envejecen sin arrugas, surfean, no se ahogan.
        No seas chiquillo.
        Fragmentos de metal incrustados en la piel. Pasos rápidos. Miedo.
        El paso del tiempo no avanza.
        Cruza por el paso cebra un avestruz.
        El semáforo está en rojo.
        Sangre en la calzada.
        No hace frío, es un día de verano.
        Madura.
        Chirrían las ruedas.
        Enfangados en la piscina, no hay manera.
        Crecimiento sin peso lenticular.
        Envejecer no es madurar. Coge el tren de las siete y del pinar las piñas.
        ¿Sigues teniendo frío, hambre, sed?
        Acuérdese. Rellene las casillas sin salirse del recuadro.
        Crece lento, el tranvía azul.
        Maduro, madura.                                                    
        La noche acecha de madrugada.                    

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