Elegidos
Podría deciros que
soy un matarife, pero os engañaría. Sin embargo, soy un criminal contumaz, he
matado hasta ahora seis personas. De esto hace cierto tiempo, pero como parece
que la policía se ha olvidado de mí, volveré a matar. No es por vanidad, sino
por justicia ¡Estáis avisados! Seguro que sabréis de mí por los periódicos,
aparecí en los titulares de los diarios de Barcelona hará unos quince años, soy
el asesino astrólogo, el mismo quien ahora os escribe y habla. Comprenderéis
que no dé en este aviso publico muchas pistas, soy alguien buscado por la ley,
y aunque los investigadores estén perdidos ante mi proceder minucioso e
inteligente, debo ser cauteloso. No me jacto, voy con mucho cuidado, ahora con
el ADN el asesinato se ha vuelto un oficio peligroso. Matar y salir inmune es
más complicado. Desgraciadamente, no puedo negarme, me debo a un imperativo
máximo. Por causas desconocidas (tal vez kármicas) la naturaleza me ha elegido
y estoy comprometido con la causa divina. No voy solo en este servicio, somos
centenares los elegidos en el mundo para aniquilar y cumplir la palabra de la
sombra de Dios. Centenares de miles. Me complace el servicio social, lo
reconozco. Por seguridad permitidme que sea escueto, sólo os diré de mí que no
soy hombre ni mujer, una especie de andrógino. Llamadme, si gustáis, XYZ. Me
han calificado de asesino en serie, frío y calculador. Esto me irrita, porque
es incierto. Quienes así me condenan desconocen que no soy más que un servidor
del mandato celestial. Debo esclarecerlo. Volveré a exponerme, volveré al juego
del gato y del ratón, volveré a asesinar, aunque sólo sea para aclarar este
terrible malentendido. No es nada personal. No violo ni me interesa el sexo,
eso es para gente primaria y yo soy alguien evolucionado. Disfruto matando, eso
sí, ver correr la sangre de los interfectos seleccionados me excita, pero
respetando siempre las órdenes recibidas. No son al azar, ni mucho menos. Quizá
os sorprenda pero quien muere, aún siendo violentamente, lo ha pedido con
antelación, está escrito en su carta astral de nacimiento. No soy más que un
leal sirviente de los designios de Quien sí sabe, de la sombra de Dios, uno entre muchos. Contemplar el
horror en la cara de las víctimas es lo que más me enerva, es como un orgasmo. La
muerte es lo más verdadero que hay, creedme. Es un momento intenso, constituye
el clímax, la culminación de un largo proceso de seguimiento, de un plan
preciso y un deber inexcusable. En mi caso casi una liturgia, un acto sagrado.
Procuro ser un buen oficiante, respetuoso, me esmero en hacerlo lentamente para
que la víctima sea consciente del tránsito al que la someto mientras la
acompaño tiernamente para ayudarle en este lance que de no ser por mí, sería solitario,
triste, casi vulgar. Pero allí estoy yo, auxiliándola, siguiéndole los ojos,
¡pobres, tan desorbitados!, llenos de duda, espanto, incertidumbre, a punto de
reventar contra las cuencas enrojecidas. Les permito una muerte digna, y les estimulo
a que perciban la belleza de ese instante santo e irrepetible, el instante de
su propia muerte. Por lo general, huyen desesperados, casi nadie se atreve a
vivir su agonía, no quieren darse cuenta, les asusta, se aferran a la isla
desierta de esta vida. Me entristece comprobarlo, se irritan, vociferan,
suplican, gimen como niños, quieren rehuir mi cálido abrazo, incluso tratan de
agredirme, ¡pobres criaturas!, y se defienden como si pudieran escapar de su
destino. Nadie puede escapar de su destino, ni mis víctimas ni los elegidos, ni
yo mismo ni vosotros, lectores. Entendedlo bien, nadie. ¡Eso es imposible, pues
todo está escrito en las estrellas! Antes de morir con frecuencia les capto una
expresión de extrañeza, indefensión a veces, estupor siempre, y poco antes de
rendirse, veo perfilar en sus labios y rostro una incógnita, un ¿por qué? ¡No
os podéis imaginar cuanta verdad acompaña la muerte! Y sin embargo casi todos
mueren sin saber por qué mueren y peor, sin saber por qué han vivido. Os
confundís si me llamáis sádico. En absoluto. No soy más que un esforzado
trabajador (uno más) que trata de cumplir el encargo (el asesinato selectivo)
con la mayor delicadeza posible. No en vano sigo siendo un ferviente defensor
de la justicia de la sombra de Dios, de quien no soy más que su instrumento.
Me conocéis (por la prensa
sensacionalista) como el asesino astrólogo, según mi costumbre de dejar junto a
la víctima una carta de su signo zodiacal. La policía científica jamás
encuentra huellas pues siempre utilizo guantes (mi segunda piel) y en cada uno
de los seis asesinatos que he cometido hasta ahora, he tenido el ingenio y la
suficiente habilidad (valiéndome de mi condición de andrógino) de disfrazarme
en cada caso de personajes diferentes, según lo requería el caso. Todo está
milimétricamente estudiado, todo tiene un sentido, (aunque la poli no lo valore
y me desprecie) y cada asesinato obedece a un designio superior. No olvidéis
que las estrellas mandan. La sombra de Dios me eligió a mí para cumplir con el
destino de seres anónimos gracias a mis conocimientos de astrología. A otros
muchos por otras habilidades. No es por vanidad, pero veo necesario facilitar a
la poli (ignora mucho) algunas pistas para que armen el rompecabezas y limpien
mi nombre de asesino en serie por el de un mero servidor. No pretendo asustaros
pero os avanzo que esta noche cometeré el séptimo asesinato y la víctima se
encuentra entre vosotros, lectores, que me estáis leyendo. No os espantéis, la
persona elegida no tiene nada que hacer y la muerte, le prevengo, será dulce,
casi empalagosa. Es inevitable, yo sólo soy el brazo ejecutor. Además, ella lo
ha pedido con antelación.
Me estrené como asesino un martes, el dieciséis de octubre de 2001. Marta, la víctima, había nacido un trece de abril de 1978 con
el sol natal a veintitrés grados de Aries. Sigo escrupulosamente el orden de las estrellas.
El Zodiaco empieza en el punto vernal, a cero grados de Aries, de modo que
Marta, una ariana, fue el primer encargo que recibí de mi Superior para,
asesinándola, dar inicio a la rueda zodiacal de la mala fortuna. En el día de
su muerte el novilunio ocupaba la oposición de su sol radical, mientras que
Marte transitaba por Capricornio en cuadratura. La muerte violenta estaba
anunciada desde que Marta nació. Trabajaba de asistente social. Era una mujer
rubia, de cabello rizado y nariz respingona que ocupaba un cargo importante en
el barrio de la Verneda. Recuerdo que era amable y muy voluntariosa por
teléfono y que se mostró muy dispuesta a visitar a mi madre paralítica en casa.
La cité con engaños (el piso lo había alquilado bajo nombre falso) y cuando
confiada se aproximó a mi supuesta madre (era un manojo de escoba, vestida con
un delantal a rayas) le golpeé en la cabeza (donde mejor sino para una Aries)
con un martillo y cuando se giró llena de sangre la tomé entre mis brazos y le
acompañé en la muerte sin necesidad de atizarle ningún martillazo más. Se
desangró rápido. Ya lo he dicho: se me quedó mirando interrogativa y le dije
que yo no tenía nada que ver, que estaba escrito en su carta natal, que el
destino me había puesto en su camino con un martillo en la mano (sentido de
Marte en Capricornio) para que se cumpliera lo inexorable. Cuando me recuperé
guardé mi disfraz en una bolsa que luego quemaría en la chimenea de casa y sin dejar rastro alguno de mi presencia en la
casa me fui. La carta se la dejé debajo del martillo, cuando la sangre ya se
había coagulado.
La siguiente víctima fue naturalmente
un Tauro. Tendría unos cuarenta y cinco años, desconozco el año pero sé que era del tres de mayo.
Su muerte violenta le sobrevino un uno de noviembre cuando estaba visitando la
tumba de su madre en el cementerio de las Corts. Se llamaba José, era cocinero,
orondo y una excelente persona. Fue por envenenamiento y doloroso. Entre las flores
que llevaba para ofrendar a su madre se encontraba mezclado con los crisantemos
habituales unas cuantas cabezuelas de opio, cargadas de gas mostaza. Se las
vendí (iba de encantadora florista) en la entrada del cementerio e incluso le
acompañé amablemente (se le veía, pobre, muy compungido por su madre) ante la
tumba. Allí, rompí las cápsulas y le propuse que oliera la fragancia. Ingenuo,
picó. Empezó a convulsionarse de pie hasta caer al suelo, donde entre otras
personas le atendimos. Sus ojos estaban hinchados y echaba espuma y sangre
oscura por la boca. Traté de reconfortarle con mi presencia en estos sus
últimos momentos, pero me ignoraba. Eso me desconcertó. Con la excusa de buscar
auxilio desaparecí de la escena llevándome el ramo de flores. Luego lo
incineré. Alguien (el médico Esteva Hoffman) intentó reanimarlo con el boca a
boca y cayó también fulminado. Era el Géminis que tocaba. Nacido el veintiocho de mayo
de 1960 en aquel fatídico día de noviembre en el que intentó ayudar a un hombre
desconocido (a José) que se moría, Urano (lo inesperado) transitaba por su sol
radical y además Plutón (el planeta infernal y tóxico) ocupaba la conjunción
exacta con su ascendente radical. Una combinación claramente mortífera. El
médico murió al instante con la boca emborronada de sangre de José. Había sido
un doble encargo, que resolví con finura y elegancia, pero la policía no vio
relación alguna entre aquellas dos muertes y servidor, y por eso tuve que
mandarles por franqueo ordinario las dos cartas zodiacales que evité dejar por
precaución en el lugar del crimen. En fin, torpes, muy torpes.
El siguiente asesinato sucedió el veintitrés de abril de 2005, y recayó sobre una mujer sensible pero muy pesimista de nombre
Andrea. Nacida el catorce de junio de 1971 era una mujer divorciada, que vivía sola.
Me las ingenié para caerle bien en el puesto de libros del Hogar del escritor, en el paseo de Gracia. Me hice pasar por el
autor de un libro de fama (no os voy a decir por quien, por si decido
utilizarlo de nuevo) y ella me solicitó un ejemplar firmado. Escribí: Para
Andrea Bifonte, con este libro te entrego mi corazón. Y añadía: con toda
mi estima y mis mejores deseos para un futuro de amor. Cuando abandoné el
puesto, me estaba esperando. Seducirla fue muy fácil, os ahorro los detalles.
En su casa, a la noche, en el baño, la ahogué. Fue muy simple, ella se mostró
muy confiada. Simplemente le propuse hacer el amor en la bañera repleta de agua
y cuando se sumergió le hundí la cabeza y esperé un par de minutos. Me puso
perdido de salpicaduras, pero ella murió bajo el agua, como corresponde a una
Cáncer. En ese sábado, veintitrés de abril, el planeta Neptuno transitaba su sol
radical y Saturno en dirección primaria estaba en conjunción exacta con la
Luna, regente de su carta natal al tener también el ascendente en Cáncer. El
destino llamó a su puerta y yo estaba allí para obedecerlo y dejar mi carta de
visita. Muy sencillo, no hay ningún dramatismo, sólo opera ley divina.
La muerte más espectacular fue la de
León. Se estrelló contra el collado de Falset cuando practicábamos parapente.
Ante un Leo de pura cepa sólo hay que proponerle algo imposible para que lo
haga. Son así. Estábamos en lo alto del collado de la Teixeta para practicar
nuestro deporte favorito, (yo me hice pasar por experto saltador y había
arreglado nuestro encuentro en el club) pero hacía un viento endemoniado. Le
dije que lo dejáramos, que era imposible, que ya volveríamos otro día.
Seleccioné el ritmo, tono y palabras
apropiadamente para provocar en León una reacción contraria. A más le proponía
desistir, más se enardecía. Luego todo vino rodado. Insistió tanto que no me
quedó más remedio que proponerle que saltaría después de él. Saltó y el fuerte
viento lo arrastró contra la gran mola (como cualquiera hubiera previsto), la
tela se rasgó, él no pudo controlar el desequilibrio y en pocos segundos se
estrelló contra el fondo del barranco. Mi compañía fue algo más tarde, cuando
descendí a pie por una zona algo practicable y pude acompañarle en la muerte.
Estaba destrozado, pero consciente. Las piernas descoyuntadas y los tobillos
rotos e hinchados. Suerte del casco en la cabeza aunque la tenía lacerada. Le
manaba sangre a borbotones por las mejillas. Lo estreché entre mis brazos, le
pedí que viviera esos momentos tan intensos, pero mirándome extrañado, se quedó
inmóvil y ya no dijo nada. Le cerré los ojos y le puse la carta entre los
labios, para dejar constancia de mi actuación, aunque era obvio que había sido
un accidente. Sucedió el sábado veintinueve de julio de 2006, el día anterior a su
cumpleaños (cumplía treinta y tres) y Saturno en tránsito se encontraba cuadrando su
posición radical, el cual estaba conjunto al Sol. De otro lado Mercurio (el
planeta alado) se encontraba ese día en oposición a su sol de nacimiento.
Demasiados factores de riesgo para salir ileso.
Ágata fue la sexta víctima. Mujer muy
inteligente y suspicaz. Tuve que andarme con gran tiento y diligencia pues
estuvo a punto de desenmascararme. Era prostituta, alta, morena y con una ceja
caída. Le propuse un servicio, nos pusimos de acuerdo con el precio, quedamos
en el hotel Rialto, de la Ramblas, habitación 606, a las veintitrés del día seis de Junio
de 2007, miércoles. Fue mi último asesinato y seguramente el más violento. Me
ensañe, sin pretenderlo, al verla desnuda en la cama, abierta de piernas
diciéndome: métemela, métemela. Obedecí, como un lacayo. El bate de béisbol la
reventó por dentro. Siempre han estado delicados los Virgos del bajo vientre.
Se desangró. Tuve que taparle la boca con cinta americana para evitar los gritos.
Fue muy desagradable, me dejó mal sabor de boca, al mirar mis manos
ensangrentadas, casi vomito. Estas mismas manos que ahora escriben y se pliegan
para orar, también asesinan sin piedad. Escalofriante. La orden me la había
dado la sombra de Dios justo un mes antes: mátala con escarmiento. Estaba
escrito en su carta natal. Nacida el jueves cuatro de septiembre de 1980 tenía el
Sol en semi-cuadratura con Marte en escorpión (El sexo), el cual recibía la
oposición de saturno conjunto a Marte en Tauro desde la casa VIII (la de la
muerte). Añadir finalmente que el objeto punzante venía determinado por la
posición de Marte en tránsito sobre la constelación radical formada por Sol,
Mercurio y Venus, conjuntos en el ascendente radical. La carta se la introduje
en la vagina. Ha sido el encargo más horrible que he desempeñado hasta ahora y
mi último servicio. He necesitado tomarme años de asueto para recuperarme de la
impresión que me causó la muerte de Ágata. La prensa me destrozó, tratándome de
sádico y perverso. Yo sólo cumplí una orden superior, no cometí a mi entender
ningún delito, obedecí para cumplir con mi destino y con el de la víctima. Ella
me eligió de alguna manera que desconozco (misterioso hado) para que llevara a
cabo la muerte que ella misma había inconscientemente solicitado. Suena lioso,
pero es verdadero. La sombra de Dios manda y yo obedezco: he aquí la clave del
destino de cada uno de nosotros.
Como os he dicho ha transcurrido
bastante tiempo sin encargos, pero esto ha llegado a su fin. Las Navidades me
sacan de quicio. Esta noche voy a matar a uno de vosotros. Esto es lo que me
han encargado. La persona ya está seleccionada y todas las pesquisas realizadas;
puedo deciros (no el sexo) pero sí que es lógicamente del siguiente signo, el de
Libra. Que no tiemble ni se azore, la muerte es inevitable y tiene garantizada
mi acompañamiento. No es algo que se pueda decir siempre. Una pista: estudia
Bellas artes y en sus ratos de ocio toca el violín y pinta acuarelas. Nacida a
principios de octubre y será una muerte dulce, no violenta, un embeleso.
Seguramente no se dará ni cuenta, para mi desgracia y la suya. Será mi vuelta
al duro servicio espiritual. XYZ os saluda afectuosamente y os desea unas
horribles Navidades.