martes, 28 de noviembre de 2017

Relato 192

                                         Equilibrio

Tan pronto leyó la consigna en el móvil se lanzó al escritorio a escribir acerca del equilibrio. Naturalmente, fracasó.

martes, 21 de noviembre de 2017

Relato 191

                                Pierre

        —¿Eres el presidente, verdad?
        —Sí, este año, así es.
        —Soy Pierre, acabo de venir al tercero, el de la terraza.
        —Bienvenido, Pierre. Yo soy Albert. (y le da la mano)
        —Gracias. ¿Te puedo pedir una cosa, Albert?
        —Dime.
        —Las llaves del cuarto del contador de la luz. Para tomar la lectura y el consumo actual.
        —Uf, me pillas en mal momento, voy tarde, a la noche lo miramos, ¿vale?
        —A la noche no estaré, ¡lástima!, ¿no me la puedes dejar y te la pongo luego en el buzón? Me harías un favor, Al.
        —Ten, no la pierdas, no tengo otra. (la saca del llavero y se la entrega)
        —Gracias, Al. No te preocupes, te la dejo luego en el buzón.
        —Adiós.
        Al cabo de un rato, Pierre abre el cuarto, localiza el contador de luz del tercero, con un destornillador quita la tapa, los fusibles y los cables, los cuales pontea uno a uno con una regleta gruesa y transparente, repone los fusibles, oculta la trampa con un adhesivo que lleva preparado en una cartera, uno que dice: subministro interrumpido por falta de pago. Coloca de nuevo la tapa, revisa el conjunto, asiente, sonríe y cierra la puerta del cuarto. Antes de dejar la llave en el buzón de Albert hace una copia en la ferretería.
       
        Así estuvo quince años, con luz pero con el subministro interrumpido.

        —Tu nuevo vecino tiene mucha cara, ve con cuidado, va de dandy, a nosotros ya nos debe varios encargos. No te fíes. Pide con su carita de niño abandonado y luego se le ve en el bar con sus whiskys garlando como un cosaco y a nosotros que nos zurzan. Que lo aguante su puta madre rica.
        —Parece amable, la comunidad no tiene queja ni yo tampoco.
        —¿Sabes que hace catorce años que no paga el alquiler? Pagó el primero y se acabó. A la propietaria, la Sra. Valdés, le da lástima echarlo, eso dice, pero yo creo y que eso quede entre tú y yo, que se la está beneficiando. Como ella es viuda y mayor y él, joven, apuesto y con tanta labia, pues eso, que cada vez que viene para cobrar el alquiler se lo cobra en especies y todos tan contentos. Pero aquí ese pájaro ya no viene a comprar, se la tenemos jurada, el dinero por delante, Pierre, aquí no se te fía.  
        —Ahora se le ve con una mallorquina jovencísima.
        —¿No oíste el otro día la tunda de palos que le dio? Si resonaba el edificio. Me lo dijo la vecina de enfrente. La pobre quedó desfigurada, vino cojeando a por unas alitas de pollo para ponérselas en la cara. Ya no la hemos visto más. Aparte de cabrón yo creo que ese tío es un macarra. Siempre se le ve con tías buenísimas paseando como un papichulo por el barrio con su acento francés y aire aristocrático.
        —Sí, es verdad, pero también tiene amigos. A veces organizan fiestas en la terraza, alguna vez he tenido que avisarles por la escandalera, nada más.
        —Pa mí, que es bisexual, porqué sí, se le ve con tíos y tías a todas horas.
        —No seáis tan mal pensados, exageráis.
        —Mal piensa y acertarás.
        —No siempre es así, creo yo.
       
         Doce años más tarde.
       
        —¿Te acuerdas del sinvergüenza de Pierre?
        —¿El vecino que desahuciaron hace quince años?
        —Sí, ese, el franchute. Se cambió de barrio, fue a la Ribera, vivió un tiempo como proxeneta, ya te lo decía, lo vi el otro día, va con muletas, delgado como un espino, calvo, seguramente sidoso, casi no lo reconocí, él sí, agachó la cabeza.
        —Un tipo tan seductor, de buena familia y con un final tan mísero.
        —Pregunté, sabes, me dijeron que pasó una temporada en la cárcel donde se dedicó al tráfico de drogas, un tipo de la peor calaña. Y que unos mallorquines le dieron de hostias hasta dejarlo por muerto. Que cada vez que se recuperaba lo molían de nuevo, un castigo eterno como le pasó a un tal Prometeo, de la mitología, me dijeron. En fin, que se lo merecía. ¡Qué coño!, tipos así no deben existir. Uno recoge lo que siembra, ¿no te parece, Albert?

        —Sí, claro, lo que siembra. 

martes, 14 de noviembre de 2017

Relato 190

                                      Atrapat


L'home va aparcar el cotxe, un Toledo blanc, va parar el motor, va recolzar els braços i les mans a sobre del volant i es va posar a plorar. Així s'hi va estar uns minuts, potser vint. La riera que tenia al davant anava plena i no semblava que la pluja s'hagués d'acabar mai. Almenys, a ell no li semblava. Va deixar que s'entelessin el parabrises, les seves ulleres graduades i tots els vidres del vehicle, fins a quedar-se envoltat del vapor blanc del seu alè, enxubat per les llàgrimes. Amb la calefacció no podia comptar, no havia funcionat mai, en segons qui no es pot comptar, ho sap prou bé. Al seient de pell de tant desgastat se li enganxaven els pantalons, mentre que la gana, els tremolins i la humitat li regiraven els budells, podia sentir el forat dintre seu. Un filet d'aigua freda s'escolava per dalt, feia camí pel davantal del cotxe, remullava les fotos dels seus fills Marc i Lluís, no pas de la seva dona, que no en tenia, i continuava  relliscant fins formar un toll circular a sobre la estora del sòl. L'home remenà el cap i es tragué les ulleres. El semàfor bategava vermell, il·luminant-li el seu rostre envellit, rugós, desesperat. Almenys, ell es veia desesperat. Estic atrapat, un cop més en la meva vida em sento atrapat i sense solucions. Almenys, a ell li semblava que no en tenia. L'animà la trencadissa d'unes gotes gruixudes contra el sostre del Toledo que li provocaren esgarrifances, repicaven com campanes sobre el seu cervell igual que les maleïdes paraules del gerent: Sr. Rossell, està acomiada't, demà no cal que torni, demà no cal. Acomiada't, ressonava dintre del seu cap, potser queia calamarsa i ell no la veia, potser sí, potser sí que tenia por, potser sí que pedregava i l'havien acomiadat. Va continuar movent el cap fins a recolzar-lo també sobre el volant. Potser sí que aquell dia de tardor no hauria de tornar mai més, potser sí. Aleshores es va quedar adormit, entelat enmig de la boira, sobre el volant, potser sí que estava cansat, molt cansat i que no hauria de tornar mai més a la feina. 
          Potser sí, li semblà, que li feia falta un llarg descans.           

martes, 7 de noviembre de 2017

Relato 189


                                          Singulares 

Estoy paseando con mi sobrina por una avenida ancha de Barcelona. Topamos con un edificio modernista que redondea la esquina y bifurca la avenida en dos calles en forma de Y griega. El edificio es hermoso con un gran balcón curvo con muchos adornos. Del balcón asoma un personaje elegante, vestido de frac con sombrero de copa, como un mago salido de un espectáculo circense, que se muestra divertido, simpático y nos sonríe. Saca un reloj artístico y lo coloca en la fachada, ajustando  la hora. Nosotros observamos lo que hace y al poco, seguimos andando, tomamos la calle que abre a nuestra izquierda. Los edificios son también modernistas, con balconadas preciosas y con una característica peculiar: a distancias equidistantes destellan unos relojes muy fastos, verdaderas obras de arte. Cada uno con estilo propio, de diferentes épocas, algunos de sol, de redondos, elípticos, ovalados, con cornucopias más o menos barrocas, labradas en oro y en brillantes, distintos tipos de manecillas, de blandas, de duras, con forma de flecha o de aguja, en fin, todos los relojes cuelgan de las fachadas con una gracia exquisita. Sin embargo, y esto es lo que más nos sorprende, todos marcan horas diferentes aún yendo por la misma calle. Mi sobrina pregunta, ¿por qué, tía? Claro,  ̶ le contesto ̶  son de países distintos con horarios y estilos desiguales, todos singulares y exactos, todos dotados de precisión y hermosura.