Pierre
—¿Eres el presidente, verdad?
—Sí, este año, así es.
—Soy Pierre, acabo de venir al tercero,
el de la terraza.
—Bienvenido, Pierre. Yo soy Albert. (y
le da la mano)
—Gracias. ¿Te puedo pedir una cosa, Albert?
—Dime.
—Las llaves del cuarto del contador de
la luz. Para tomar la lectura y el consumo actual.
—Uf, me pillas en mal momento, voy
tarde, a la noche lo miramos, ¿vale?
—A la noche no estaré, ¡lástima!, ¿no me
la puedes dejar y te la pongo luego en el buzón? Me harías un favor, Al.
—Ten, no la pierdas, no tengo otra. (la
saca del llavero y se la entrega)
—Gracias, Al. No te preocupes, te la
dejo luego en el buzón.
—Adiós.
Al cabo de un rato, Pierre abre el
cuarto, localiza el contador de luz del tercero, con un destornillador quita la
tapa, los fusibles y los cables, los cuales pontea uno a uno con una regleta
gruesa y transparente, repone los fusibles, oculta la trampa con un adhesivo que
lleva preparado en una cartera, uno que dice: subministro interrumpido por falta de pago. Coloca de nuevo la tapa,
revisa el conjunto, asiente, sonríe y cierra la puerta del cuarto. Antes de
dejar la llave en el buzón de Albert hace una copia en la ferretería.
Así estuvo quince años, con luz pero con
el subministro interrumpido.
—Tu nuevo vecino tiene mucha cara, ve
con cuidado, va de dandy, a nosotros ya nos debe varios encargos. No te fíes. Pide
con su carita de niño abandonado y luego se le ve en el bar con sus whiskys
garlando como un cosaco y a nosotros que nos zurzan. Que lo aguante su puta
madre rica.
—Parece amable, la comunidad no tiene
queja ni yo tampoco.
—¿Sabes que hace catorce años que no
paga el alquiler? Pagó el primero y se acabó. A la propietaria, la Sra. Valdés,
le da lástima echarlo, eso dice, pero yo creo y que eso quede entre tú y yo,
que se la está beneficiando. Como ella es viuda y mayor y él, joven, apuesto y
con tanta labia, pues eso, que cada vez que viene para cobrar el alquiler se lo
cobra en especies y todos tan contentos. Pero aquí ese pájaro ya no viene a
comprar, se la tenemos jurada, el dinero por delante, Pierre, aquí no se te
fía.
—Ahora se le ve con una mallorquina
jovencísima.
—¿No oíste el otro día la tunda de palos
que le dio? Si resonaba el edificio. Me lo dijo la vecina de enfrente. La pobre
quedó desfigurada, vino cojeando a por unas alitas de pollo para ponérselas en
la cara. Ya no la hemos visto más. Aparte de cabrón yo creo que ese tío es un
macarra. Siempre se le ve con tías buenísimas paseando como un papichulo por el
barrio con su acento francés y aire aristocrático.
—Sí, es verdad, pero también tiene
amigos. A veces organizan fiestas en la terraza, alguna vez he tenido que
avisarles por la escandalera, nada más.
—Pa mí, que es bisexual, porqué sí, se
le ve con tíos y tías a todas horas.
—No seáis tan mal pensados, exageráis.
—Mal piensa y acertarás.
—No siempre es así, creo yo.
Doce
años más tarde.
—¿Te acuerdas del sinvergüenza de Pierre?
—¿El vecino que desahuciaron hace quince
años?
—Sí, ese, el franchute. Se cambió de
barrio, fue a la Ribera, vivió un tiempo como proxeneta, ya te lo decía, lo vi
el otro día, va con muletas, delgado como un espino, calvo, seguramente sidoso,
casi no lo reconocí, él sí, agachó la cabeza.
—Un tipo tan seductor, de buena familia y
con un final tan mísero.
—Pregunté, sabes, me dijeron que pasó
una temporada en la cárcel donde se dedicó al tráfico de drogas, un tipo de la
peor calaña. Y que unos mallorquines le dieron de hostias hasta dejarlo por
muerto. Que cada vez que se recuperaba lo molían de nuevo, un castigo eterno
como le pasó a un tal Prometeo, de la mitología, me dijeron. En fin, que se lo
merecía. ¡Qué coño!, tipos así no deben existir. Uno recoge lo que siembra, ¿no
te parece, Albert?
—Sí, claro, lo que siembra.