Singulares
Estoy paseando con mi sobrina por una avenida
ancha de Barcelona. Topamos con un edificio modernista que redondea la esquina
y bifurca la avenida en dos calles en forma de Y griega. El edificio es hermoso
con un gran balcón curvo con muchos adornos. Del balcón asoma un personaje
elegante, vestido de frac con sombrero de copa, como un mago salido de un
espectáculo circense, que se muestra divertido, simpático y nos sonríe. Saca un
reloj artístico y lo coloca en la fachada, ajustando la hora. Nosotros observamos lo que hace y al
poco, seguimos andando, tomamos la calle que abre a nuestra izquierda. Los
edificios son también modernistas, con balconadas preciosas y con una
característica peculiar: a distancias equidistantes destellan unos relojes muy
fastos, verdaderas obras de arte. Cada uno con estilo propio, de diferentes
épocas, algunos de sol, de redondos, elípticos, ovalados, con cornucopias más o
menos barrocas, labradas en oro y en brillantes, distintos tipos de manecillas,
de blandas, de duras, con forma de flecha o de aguja, en fin, todos los relojes
cuelgan de las fachadas con una gracia exquisita. Sin embargo, y esto es lo que
más nos sorprende, todos marcan horas diferentes aún yendo por la misma calle.
Mi sobrina pregunta, ¿por qué, tía? Claro, ̶ le contesto ̶ son de países distintos con horarios y
estilos desiguales, todos singulares y exactos, todos dotados de precisión y hermosura.
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