martes, 26 de junio de 2018

Relato 222



                                      Crispín

Tiene sesenta y seis años y los aparenta, con su escaso pelo blanco, una sotabarba pronunciada y un estómago ovalado que crece a medida que pasan las semanas, a pesar de ser un varón cultivado. Sigue siendo una persona cuidadosa con la alimentación y con el aspecto físico, más por mantenerse sano que por coquetería, (que también) y  es experto en la cocina desde siempre, desde que de joven tuvo que sobrevivir solo, cuando se quedó inesperadamente huérfano. Sabe combinar con acierto proteínas con verduras, lo pudimos comprobar hace dos noches, en su casa, invitados, en la cena. También estaban mi esposa, los dos cuñados y sus hijos, en total trece. Practico ejercicio moderado —nos dijo— mientras repartía los pimientos a la plancha con unos trocitos de filete de buey, aliñados con salsa de manzana Reineta, —un poco de pesas, y algo de jogging. La regularidad es la clave para mantenerse en forma, —concluyó, sonriente—, mientras gesticulaba con las manos al tiempo que servía su plato en último lugar, después del de su esposa.
        Cuando Crispín se encarga de la cena, es un alivio para todos los comensales, es el perfecto anfitrión, y cuando digo perfecto, quiero decir perfecto: todo ha de estar en su sitio y todos hemos de ocupar el lugar designado, no valen las improvisaciones, todo perfectamente estudiado y ordenado, los menores juntos, las parejas juntas en la mesa sólo que ayer al ser impar uno se quedaba suelto y me situó enfrente suyo. Es una gran tranquilidad como digo cuando Crispín organiza la comida en su casa. Nosotros le conocemos cariñosamente como "el milimetrado", pues extiende su formación científica a todas los orbes de su vida, incluso a la mesa, la suya es circular, por cierto, le sale natural, la arquitectura por todas partes. No es de extrañar que en la pasada verbena de san Juan todo fuera redondo, la mejor comida, el mejor vino, el mejor cava, la mejor compañía, cenando juntos en la terraza de su casa de Pals. Nosotros trajimos las cocas y los petardos y él se encargó del resto, que es mucho. Crispín es generoso y rico, Crispín ha trabajado duro desde los dieciséis, empezó en un despacho de delineantes como aprendiz, mientras por la noches se forjaba su futuro estudiando arquitectura, primero superó no sin esfuerzo la carrera técnica, luego, a los veintitrés, cuando ya estaba colocado en una empresa estatal, asaltó la superior para ascender en el colofón funcionarial, hasta llegar a ser jefe de un departamento de prestigio. Siempre dice que es arquitecto superior y se siente muy orgulloso, aunque lleve años jubilado. Le encanta hablar de él y a nosotros escucharle, no tanto por lo que dice, que ya nos lo conocemos, sino por el énfasis que imprime a sus discursos panegíricos de sí mismo. Se nota que es un hombre con un pasado difícil, sin padres, que necesita mostrarnos lo muy valioso que se considera y nos lo hace visible cada vez que nos invita a comer. Nosotros asentimos, es el precio que hemos de pagar por la exquisita comida, escucharle. A decir verdad si no fuera por Crispín, por su esplendidez, por sus frecuentes invitaciones a comer, nuestra sobrevivencia peligraría. La crisis económica continua siendo muy dura para todos nosotros. Desde que se jubiló, nos convida con mayor frecuencia. Por supuesto nadie tienta la suerte, nadie tienta contradecirle, no fuera el caso que no lo volviera a invitar. 
       Esa noche uno de mis cuñados intentó no secundar sus palabras de auto bombo y quiso él mismo imitarle, jugar a lo mismo, auto valorarse, hablarle con desprecio, como si no le hubiera escuchado, como si solo existiese él (mi cuñado) en el mundo y él fuera lo más importante que existe y la reacción de Crispín fue sorprendente. Se quedó desconcertado, le saltaban los ojuelos, no estaba en su programa que alguien diferente a él se atreviera a hablar de sí mismo con tanta fuerza y en su casa de Pals, por un momento me temí lo peor, que no le volviera a invitar, que no nos volviera a invitar, pero en seguida mi cuñado, alertado por un guiño o dos de su esposa, recondujo la conversación, cediéndole el protagonismo a Crispín, como debe ser, siguiendo el pacto fijado entre todos los cuñados.
      Que todo siga igual para seguir siendo invitados por Crispín, un gran cocinero, una excelente persona y un jubilado rico, aunque orondo por todo lo que engulle de sí mismo.       

Relato 221



                                       Autoengaño

Nuestra diferencia de edad era a todas luces insalvable, pero su coquetería me desconcertó desde el mismo principio. Aún así tenía claro que un tipo como yo de sesenta y pico de años no podía liarse de ninguna manera con una cría de veintitantos largos. Sin embargo ella porfiaba, o al menos así me lo parecía, con sus miraditas, sus sonrisas y alabanzas a mis comentarios en clase fueran o no oportunos. Sólo al final descubrí a qué venía tanto embeleso, sólo al final y casi por casualidad descubrí el autoengaño. Para un hombre mayor como yo (como para cualquiera, imagino) es una fantasía poder seducir a una muchacha joven y atractiva máxime cuando ésta lleva una faldita corta y rosa, que muestra unos muslos bien trabados, zapatos de puntera fina y labios pintados de carmín. Francamente no veía necesario tanta puesta en escena, tanta elegancia para asistir a un curso de cocina en un centro cívico que duraba tres meses. Ella siempre acudía de punto en blanco. No lo veía necesario a no ser lo hiciera para mí. Vanidad humana, lo reconozco, pero en ese momento seguía en la nube. No caí en la cuenta que Elena podía estarse pavoneando para otro, al fin y al cabo en la clase éramos quince alumnos, yo el mayor, y ella, de desearlo, tenía donde elegir, habían especímenes jóvenes a doquier. (Ahora con eso de la tele los cursos de cocina proliferan para todas las edades). Por ejemplo, se llevaba de rechupete con Luís, de Tucumán, (llamadme Llullo, decía) y hasta yo mismo entablé buena amistad con él. Era y es un joven afable, galante y afectuoso, de metro setenta, más o menos como ella, que la hacía reír y mucho. Pero, ¿por qué cuando Elena reía me miraba a mí, o era una paranoia mía? Con frecuencia la profesora los emparejaba para preparar juntos el plato del día. También había otros alumnos, chicos, incluso chicas y señoras de cuyos nombres no me acuerdo ahora. La profesora, una tal Lydia Ferraz, experta cocinera, ex maître del hotel Palau de Barcelona, mujer de mediana edad, resuelta y alegre, acostumbrada a mandar, con cabello blanco y rizado, llevaba siempre puesto así llegábamos al aula el delantal, uno que decía benvinguts a la cuina mediterrània, pues de eso trataba el curso. Mientras duró no sucedió nada destacable, salvo el continuo cacareo de Elena. Al finalizar el trimestre sí ocurrió algo inesperado, aunque muy previsible: cuatro besitos y cada cual a su casa, como si nada hubiera ocurrido entre nosotros y sin comida final de despedida. Perplejo, sí, pero en verdad no había ocurrido nada. Me quedé observando a Elena, que seguía desplegando sus encantos a cuatro vientos, sin atreverme a abordarla. Compungido la vi irse con su pandero balanceándose de un lado a otro como un camión articulado. Me dolió que se fuera sin más, me dolió hondo en mi vanidad, aunque también por alguna razón me dejó aliviado, tal vez porque soy mayor para estos lances aventureros y aún más estando casado.
        Hace unos días paseando con LLullo por la plaza Real, reparó en una pareja que se estaban besando ardorosamente en la terraza de un bar.
        ―Aquella mujer, viste, se parece a Elena, ¿no es cierto, pibe? ―dijo.
        ―Para nada ―respondí―, sin mirarle.
        Sin embargo, era ella, la mismísima Elena estaba ahí, de espaldas con su faldita corta y rosa que se le subía un poco más, sentada, con otra mujer, una de cabello blanco y rizado, extrañamente familiar.     

martes, 12 de junio de 2018

Relato 220


                                Mili

       Bon dia, què hi és el Carles Llobins?.../ El Carles?... De part de qui?.../ Sóc Joan, Joan Ribes, truco de part de l'Adrià, tenia el seu telèfon, ell està malalt, va tenir un vessament cerebral.../ Un moment, ara s'hi posa.../
        —Carles, un tal Joan Ribes et demana.
        —Qui?
        —Joan Ribes, et truca de part de l'Adrià.
        —L'Adrià?
        —Sí, això m'ha dit.
        Gemma li passa l'auricular al seu marit.
      Digui'm.../ Carles?.../ Sí, digui'm.../ Sóc el Joan Ribes de la mili..., el germà de l'Adrià em va donar el teu telèfon.../L'Adrià?.../Sí, el d'Esparreguera, saps de qui parlo?.../No em sona gaire, però digui'm, digui'm.../ És que farem una trobada el disset del proper mes... ara me'n cuido jo... L'Adrià que ho feia fins ara no pot...té dificultats a la parla... per si hi vols assistir.../ De la mili... però si d'això fa cinquanta anys.../ Sí, una eternitat, alguns ja no hi són... per recordar els vells temps.../ Doncs, no sé què vols que et digui, allò em queda molt lluny..., Joan Ribes..., de fet ni et recordo.../ Bé, jo tampoc...Tu, Carles, erets de la quinta de l'octubre, oi?.../ Sí, del seixanta i vuit.../ Sí, com jo.../ Perdona, noi, però no et recordo, a l'Adrià tampoc.../ Estem fent un grup de WhatsApp... per si t'hi vols apuntar... tampoc has de decidir-ho ara... serà el pròxim disset de juny, diumenge...
        El Carles es queda pensant en silenci uns instants, se sent incòmode i alhora afalagat, no sap a qui té a l'altre costat de la línia, podria ser una broma de mal gust o una trucada sincera, cinquanta anys és massa temps per tornar enrere, ho és ahir mateix, obrir portes al passat li sembla una obscenitat, quin sentit pot tenir retrobar-se amb gent desconeguda després de tants anys. De què podrien parlar, què tenien en comú més que una estada forçada de quinze mesos a l'Àfrica, en un lloc no triat. A què evocar una època fosca que la vida li posà al davant i haver de rememorar un temps que va voler expressament oblidar tant aviat com va creuar el cos de guàrdia recent llicenciat.
        Què em dius?.../...Allò continua sent un forat negre en el meu cervell, Joan.../ Sí, va ser fotut, eren temps complicats, la democràcia era una paraula estranya al país, la repressió, el pa de cada dia, havia ànsia de llibertat, varem haver de ballar amb el que ens va tocar... però ens ho passàrem piruli..., cal reconeixeu, les sortides a l'Abuela, els entrepans de truita de patata, ceba i tomàquet... les moretes sempre disposades a fer serveis per poques pessetes, heavy, molt heavy, és cert, però inoblidable, ens agradi o no forma part de la nostra vida... /Doncs, jo gairebé no recordo res.../ Et pots apuntar o no, tu mateix... no és obligatori, és clar, jo només ho organitzo... farem memòria plegats... et puc garantir que serà guai del Paraguai... hi ha tantes anècdotes a explicar... a l'Adrià li faria gràcia..., el turuta cantarà i tot... durà la corneta... farem ball i xerinola...Ens divertirem.../Ja, però no sóc pas de mirar enrere... la memòria no és el meu fort...
        Qui cony devia ser l'Adrià? i el Joan? De la mili no li queden fotos ni bons records ni ningú, ni el nom li quedava fins feia un instant. I ara un intrús li està atorrollant amb una trucada que ve del fons de les cloaques del passat. El Roger, el furrier amb qui va fer amistat i amb qui va continuar veient-se, va ser el seu amic més entranyable, i havia mort feia unes setmanes, una mort digna i dolorosa, trencant el darrer vincle que li quedava amb aquella etapa llunyana i tenebrosa. Amb la seva rialla sorneguera veu al Roger cremant Melilla amb la punta de la cigarreta, la imatge simbòlica del nostre alliberament: ho veus, Carles, esborrat del mapa i de les nostres vides, així de senzill. Tant debò hagués estat cert. I ara tornava la mili a Melilla com un fantasma oblidat.
        ...Un grup de WhatsApp?.../ Sí, de tots els qui vulguin venir a Berga..., a un dinar...a l'antiga caserna convertida en hotel... un lloc entranyable...mola un mogollón... ja s'han apuntat trenta.../ Deu-n'hi do, trenta!.../ Sí, i serem molts més, fins i tot un sergent de la segona companyia... perquè tu erets de la segona, oi?.../ M'agafes fora de lloc, ara mateix no t'ho puc dir.../ Te'n recordes del reenganxat Carmona?.../ Ara no caic.../ Donava classes de Cetme i era gairebé analfabet.../ No caic.../ Vindran companys de molts llocs, de Burgos, Soria, Jaén, Girona, Lugo, Bilbao... de tot arreu, serà una trobada magnífica... farem fotos... les he encarregades a un professional... i una llarga sobretaula, per recordar vells temps..., tampoc ens hi queda tant, de vida, vull dir... oi, Carles?.../No, ja passem dels setanta... ja ho pots ben bé dir.../ Jo faig bicicleta cada dia, a la muntanya, eixamplo pulmons, vida saludable, cal cuidar-se, res com viure al camp.../ I tant.../ I viatges amb Imserso amb la parenta.../ Ho celebro.../ Alguns farem la nit anterior i soparem amb els que vénen de fora...però el fort és el dinar del diumenge.../El disset de juny, dius...?/ Sí, ja et posaré els preus, són accessibles... pots venir amb la teva dona, és clar, com jo aniré amb la parenta i fills, si en teniu... serà dabuten... retrobar-nos després de cinquanta anys..., les nostres primeres bodes d'or.../ Perdoni, Joan, però no conec cap Adrià ni el conec a vostè ni vaig fer la mili a Melilla. Sens dubte es deu haver equivocat de persona.
        I Carles va penjar el telèfon.                

martes, 5 de junio de 2018

Relato 219


                                              Chuán

Aníbal es un niño que tiene la afición de ir detrás de las mariposas. Va con un sombrero de paja para protegerse del calor y de las moscas y lleva una redecilla en su mano izquierda. Cuando va a coger mariposas recorre el camino de tierra junto al río de los álamos de punta y lleva un botellín de agua para rellenar en una mochila. Cuando caza alguna mariposa, con mucho cuidado la sitúa dentro de un cesto de mimbre marrón con doble tapa. Con nueve años es todo un experto en mariposas, sabe por ejemplo que les gustan mucho las flores de la Buddeia, que las alas llevan un polvillo que les hace falta para volar y que su boca es un tubo llamado espiritrompa, parecido a la de un elefante pero en espiral y mucho más pequeño. Le apodan el "mariposilla" aunque a él no le gusta nada que le llamen así. Le encantan las mariposas que tienen ocelos amarillos en sus alas blancas, pues le recuerdan los ojos rasgados de su amiguita Chuán. A veces, cuando la zona está llena de vegetación, en lugar de utilizar la red se lanza sobre la zona verde donde vuela la mariposa y se va incorporando poco a poco para poder capturarla sana y salva, aunque no siempre lo consigue. Vive en la ciudad, pero en verano está con sus tíos en el pueblo. Cuando llega a casa, se sienta en el poyo de la puerta, abre la cesta y con guantes blancos que le deja su tiíta saca las mariposas una a una y con un alfiler las clava en un tablero de corcho atravesándoles con mucho cuidado el cuerpo y extendiéndoles bien sus alas. Casi tiene el tablero lleno, le faltan de azules. A Chuán le dan pena, siempre llora.