martes, 27 de octubre de 2015

Relato 83

                                       Carlos ...

Sabes bien, Xavi, que yo no tenía ganas de casarme con Rosa, fue ella quien tenía más ilusión y quien tiraba del carro y quien se encargó de buscar piso y los preparativos de la boda y todo esto; yo me dejaba llevar, le dejaba hacer, no en balde llevábamos siete años saliendo juntos y el matrimonio parecía ser el proceso que culminaba nuestra relación, era ella quien quería casarse y además casarse por la iglesia, era casi una imposición de su familia, ya sabes, muy beata, a mí, como te pasa a ti, me daba absolutamente igual, me daba igual casarme que no o hacerlo de una manera o de otra, pero también creía que había que querer mucho a una persona para casarse con ella y yo francamente no estaba nada seguro de quererla tanto, de hecho creo que no la quería bastante pero me dejé llevar, seguí lo que ella decía más que nada por no decepcionarla; Rosa, tú la conoces, es una buena chica, algo dominante pero muy voluntariosa, sus padres están mucho de ella, claro que al ser la mayor es la más responsable y todo esto... Y yo también me llevaba bien con ellos, ya sabes que yo no conocí a mis padres, me abandonó mi madre en un hospicio, nunca he sabido quienes son mis padres verdaderos, crecí en adopción, no te creas todo esto influyó en mi carácter y necesitaba un cariño familiar y Rosa me quería y yo también la quería, a  mi modo; como te digo, seguramente no lo bastante para casarme con ella, el compromiso me venía grande entonces, de hecho me ha venido siempre grande, pero bueno así estaban las cosas y nos casamos, era lo que tocaba.

        Entonces pasó lo que me temía, en casa mandaba ella, organizó la vivienda a su antojo, yo para complacerla la acompañaba a todas las tiendas, que si muebles de tal estilo, que si la cubertería de cristal de no sé qué...¡Estaba de ilusionada! Claro que esto duró un par de años o así, ya que pronto me empezó a agobiar con tanta organización y tanta limpieza, pero yo la complacía para satisfacerla, sé que eso le gustaba  y a mí me costaba poco porque cada vez aparecía menos por casa, ya sabes como soy , lo que me gusta la libertad, yo necesitaba y necesito moverme en ambientes diferentes, la variedad es mi fuerte y Rosa era un plato fuerte, sin duda, pero único, y eso no me valía. Gracias a mi profesión de viajante de productos de cosmética, conozco muchas peluquerías y lo que es más importante peluqueras, no veas cómo están; no es por hacerme el guapo que no lo soy, me basta ser atractivo y dejarme querer, tú lo sabes bien, cuando me sale el ramalazo ligón se me pegan como moscas. No puedo evitarlo, no me cuesta nada enrollarme con cualquiera que esté buena y se ponga a tiro, un favor se le puede hacer a cualquiera, ya sabes, todos queremos cariño y yo más, que no lo tuve en la infancia...¿Quieres otro güisqui? Ten sin hielo, este sí que es bueno y no el que tomábamos en la mili, aquel era de garrafa, como no; sabes, amigo mío, fue una suerte que estuviera este apartamento libre en tu bloque, porque así nos podemos ver con mayor frecuencia, necesito vuestro apoyo, el tuyo y el de Marta; yo puedo tener muchas relaciones pero al final lo que cuenta son las viejas amistades, como no. Sé que soy un bala, que no paro en ningún sitio, pero gracias a vosotros no soy una bala perdida; este apartamento ha sido mi refugio, sabiendo que estabais vosotros arriba, no me he sentido tan solo.

        No pienses que estoy a gusto dentro de mi piel, cuantas veces pensé  acabar con todo tirándome del balcón de casa, no te creas; detrás de mi don de gente y de mi aparente seguridad se esconde un niño inmaduro que busca desesperadamente amar y ser amado. Sinceramente fui infiel infinidad de veces a Rosa, a veces tenía relaciones por la mañana con una en Granollers, al mediodía con otra en Sabadell y a media tarde con  una tercera en Cerdanyola... y así varios días por semana... cumpliendo con todas, no te vayas a pensar. No podía evitarlo, me sabía mal por Rosa, ella tan comprensiva: “vale, vale Carlos, tal vez mañana tengas ganas, trabajas mucho.” Rosa se había convertido en mi desconocida madre, demasiado orden, demasiada monotonía, demasiada comprensión. Yo necesitaba y necesito caña, necesito conquistar el mundo y las mujeres, necesito sentirme vivo en cada instante, necesito probarme constantemente, probar mi masculinidad. Es así como lo siento, qué voy a hacerle, Xavi. Seguramente no soy bueno como hombre casado, la fidelidad no tiene sentido para mí, ella quería un hombre para lucirlo en todos los ambientes, que siempre quedara bien, ingenioso, con las palabras adecuadas siempre en la punta de la boca, pero además que le fuera fiel, que limpiara la cocina, pasara la aspiradora y que no fumara. Sabes, me tenía prohibido fumar en casa, tenía que hacerlo a escondidas en el balcón... Poco a poco la relación fue aburriéndome, luego ella se empeño en que “tendríamos que tener un hijo” y yo para sacármela de encima diciéndole que no era todavía buen momento... y así estábamos cuando sucedió lo de las cartas, ya sabes.

        Sé bien que fue una estupidez guardar las cartas de Irene en el cajón de los calzoncillos, demasiado expuesto; tal vez  algo dentro de mí quería provocar la ruptura, no sé. Ella las leyó, dejaban a Rosa de vuelta y media, Irene, tú la conoces,  era una chiquilla de veinte años, que se lo creía todo, y no veas lo que me escribía y lo que aprendía. Yo, con treinta y seis y con experiencia con una jovencita que se abría a la vida, madre mía, y como se abría. Aquella noche me las echó en cara, se puso a llorar desconsoladamente, no lo olvidaré: “qué significa esto, Carlos, qué significa esto.” La abracé como se abraza un témpano de hielo y para calmarla le mentí, le dije que eran historias pasadas, pero cuando me refregó las fechas por la cara, tuve que admitir que tenía un lío con Irene, y que lo nuestro no iba. Lloró con amargura, no puedo soportar ver llorar a una mujer, me suplicó que volviera con ella, me recriminó que la hubiera engañado con lo comprensiva que había sido siempre conmigo, qué le iba a decir a sus padres, en su trabajo, a sus amigos... qué iba a ser de ella.

        Me sentí muy mal, deseé desaparecer, fundirme como lo hacen los bloques de hielo, me desembaracé de ella, empujándola violentamente contra la cama, era la primera vez que lo hacía, estaba rabioso contra mí mismo, contra ella, contra el mundo, antes de hacerle más daño me fui sin decirle nada, me consideraba indigno de vivir a su lado, encendí un cigarrillo, salí dando un portazo,  llorando escaleras abajo alcancé la calle, el aire fresco de la noche  me espabiló, otra vez solo —pensé.          


martes, 20 de octubre de 2015

Relato 82



                            Pesadilla                A la memoria de R. QUENEAU

        — ¿Qué decías del botón, amor? —grita ella desde la cocina donde está calentando leche en un cazo.
        —Que lo he perdido, Leda, esta noche, ha sido horrible, una pesadilla—responde él en voz alta y llorona desde el comedor donde está untando de mantequilla cuatro tostadas. Aún lleva el sombrero de fieltro con cordón marrón.
        — ¿Por un botón?
       —Era del abrigo que me regalaste, son valiosos, de piel repujada, el del pecho, imposible de restituir. El amigo del tipo que siempre está empujando, el pelma que te cae tan bien, el que se parece a mi hermano y me jode todos los asientos ¿te acuerdas?, me lo encuentro en plena plaza de Roma y me dice: eh, usted, veintiséis años ¿verdad? Pues sepa que le falta un botón a su abrigo gris, el del corazón. Y fue decírmelo y empezarme a sangrar.
        —¿A sangrar, amor? —inquiere Leda yendo al comedor con la leche en dos tazas de porcelana vidriada. — ¿A sangrar y en colores? ¿Los viste?
       —Sí, Leda, violetas y rojos, colores bien claros. Luego sin más, el pájaro se mofa de mí y me introduce veloz sus dedos de guadaña por el ojal del abrigo, arrancándome el corazón de un estirón certero. Y mana sangre a borbotones y en technicolor. Y me asusto y pido ayuda. Desamparado, en el centro de la plaza pública, con esa oquedad profunda en mí, carcomiéndome y todo lleno de gente, al mediodía y sin que nadie me oiga o vea, nadie y yo desangrándome.
        —No te quemes, amor.
   —Estas dos tostadas son para ti. Nadie, absolutamente nadie. Increíble. Y yo muriéndome. Y enfrente la estación de San Lázaro, tan concurrida. Nadie.
   —Castañeabas los dientes. Me has despertado. Me ha costado volverme a dormir.
      —He intentado cambiar de sueño, sabe Dios que lo he intentado con todas mis fuerzas, todo inútil. Atrapado en un círculo sin salida. Eso era. El boquete en mis entrañas: un agujero negro, ruin y pestilente. Una alcantarilla que se abre, una tumba, la incertidumbre. Sin poder evitarlo, me moría.
       —Y entonces, ¿qué? Pásame la mermelada, amor.
      —Entonces apareciste tú, Leda, en la cocina con un cazo de leche en el fuego gritándome: ¿Qué decías del botón, amor?

martes, 13 de octubre de 2015

Relato 81

                                    Indecisión

―No puedo más, hijo, me va a estallar la cabeza, estoy segura.
Madre tiene ochenta y ocho años, una sobreviviente de la guerra, terca, de carácter fuerte y poderosa intuición. Mantiene la cabeza despierta, el control de la casa y de padre enfermo con noventa y uno, a rajatabla.  
―Llevas demasiadas cosas, madre, aflójate, libera tensión, permítelo. Acabará sucediendo una desgracia, temo tus presentimientos, te lo digo de verdad, madre, y luego qué, todos a correr.
  ―Hago todo lo que puedo, hijo, he de poder seguir adelante, cuidar a tu padre, atender los pagos, las reparaciones de casa, ir al médico, recetas, cuidarme la tiroides, no quiero importunaros más, mucho hacéis ya, os lo agradezco, disfrutar de la vida ahora que podéis. La vida es una estafa.
Madre se viene ocupando de padre con Alzheimer desde hace cuatro años y por su manera de ser dirige personalmente todos sus movimientos, le hace ir como títere de aquí para allá, y le obliga a hacer por su bien —dice, lo que corresponde en cada momento como si no quisiera aceptar las limitaciones de padre y sobretodo no quiere que nadie de fuera venga a casa a echarle una mano.
—No ves, madre, que estás agotada, con los nervios a punto de reventar, así no puedes seguir.
—Día a día, hijo, así vamos nosotros viviendo, cada día que llega es un día nuevo que agradezco.
—Unas horas a la semana, por favor, madre, una asistenta de geriatría os iría estupendo, padre se acostumbraría a su cara y tú podrías orientarla y guiarla en lo que necesitaras. Sería tiempo ganado al futuro, a mejor no iremos y si te gustara podría más adelante quedarse incluso a vivir con vosotros.
 —Insisto: nadie, no quiero a ningún extraño en casa, te lo pueden robar todo, tú no sabes lo que sucede en el mundo, da miedo. Los cuidadores se vuelven despiadados y crueles, son unos profesionales sin amor. A los viejos no nos quiere nadie, sabes hijo, estorbamos en todas partes.


Ahora toca correr, madre con un ictus en el hospital incapaz de decidir. 

martes, 6 de octubre de 2015

Relato 80


                                                 Llicó

El metro avançava veloç pel soterrani de Barcelona i s'apropava a l'estació de Penitents en direcció a Trinitat vella, on era el final de la línia quatre l'any 2008, moment en el que es refereixen els següents fets. Exactament era mig matí del dimarts quinze de juliol, quan jo em trobava viatjant en aquesta línia de metro (la groga) per qüestions de feina, tenint la meva parada a Valldaura. Recordo bé que a aquelles hores en el vagó on anava havien moltes més dones que homes, dones de mitjana edat, algunes amb nens, i que sovint duien un carret de la compra buit per omplir-lo segurament al mercat de la Vall d'Hebró. Entre els homes la majoria eren persones d'edat i suposava jo que devien d'anar a fer una passejada per la muntanya o més probablement acudien a alguna consulta externa programada de l'Hospital general, situat a la mateixa línia. Sense res concret a fer m'entretenia a veure el moviment de pujada i baixada de la gent del vagó en  les andanes i per distreure'm imaginava quin devia ser el seu destí i quina podia ser sa vida. De seguida em vaig adonar que el més jove dels presents era jo, i això que rondava la trentena.
           Quan el tren es va aturar a Penitents un home gros i barroer, amb molta pudor d'alcohol, va irrompre violentament al vagó on em trobava empenyent de mala manera a una senyora d'uns cincuanta que duia un nen en braços contra una de les finestres. La dona va protestar i el crio es va posar a plorar, però ningú no va fer res. L'home, que era corpulent i duia barba descuidada de feia dies, es va endinsar cap a dintre sense miraments obrint-se pas a cops d'espatlla sense importa-li res ni ningú i avançava obrint els braços i proferint amb veu alta insults, paraules malsonants i amenaçadores contra la gent, qui espantada s'allunyava. De seguida es va quedar sol al mig del vagó com si fos un empestat, i amb la mirada fuetejava a qui s'atrevís a sostenir-se-la. Una anciana li va recriminar la seva desconsideració i ell li va engegar una cop de peu que no li va donar per ben poc. Es va agafar a la barra central i feia ganyotes com si fos una fera tancada i exhibia la seva musculatura, com si volgués fer-nos una demostració de força, enmig d'una gran cridòria. Un home li va dir que respectés les persones grans presents en el vagó i que es callés però ell, esgrimint una gran riallada desafiadora, li va ensenyar una navalla i apropant-se-li amb molta rapidesa li va fer un tall fi al braç dret amb el que el pobre home es protegia el rostre. El borratxo s'havia fet l'amo de la situació i tots teníem por, era ben bé com si ens tingués agafats pel coll.
         Amb tot, jo vaig intentar mantenir la calma. Em sentia per edat amb el compromís de defensar a aquella pobra gent de semblant malfactor. Encara que només feia un any que anava a rebre classes d'aikido, em considerava (il·lús de mi) prou preparat per fer front a una situació d'emergència, i allò ho era. Ben cert que mai m'havia trobat amb una baralla, d'altra banda prohibida en l'aikido al ser una tècnica marcial no d'atac sinó merament defensiva. En aquells moments difícils sentia que devia de fer alguna cosa i alhora em ressonava pel cap les paraules del meu mestre Jordi: “l'aikido es l'art de la reconnexió a través d'un fusionar-s'hi amb l'altre per reconduir l'energia de l'univers, de manera que deixi d'haver enemics i divisions entre l'un i l'altre.” Ja m'hagués agradat saber que hauria fet ell, ja que allí, al meu davant, havia un enemic molt clar que estava a punt d'esbatussar a un ancià que li acabava de mirar segons l'energumen amenaçadorament. Quan tenia el cop de puny alçat se'm va acudir cridar-li: “ep vostè, que s'atreveix amb vells, per què no ho prova amb mi?” I immediatament vaig adoptar la posició de defensa en aikido (*). Això va aturar la seva descàrrega agressiva i vaig endevinar un cert agraïment en la mirada del vell a qui el talús anava a matxucar.
          Havia arribat el meu moment de glòria, el moment de posar en pràctica tota la teoria apresa fins llavors i poder fer alguna cosa de profit per aquella desvalguda gent. Tenia la mirada fixada en la cara d'aquell embriac indecent qui, se'm quedà mirant amb insolència uns segons (li vaig mantenir mig tremolant la mirada desafiant-lo), i de sobte arrencar a córrer contra mi giravoltant els punys pel seu davant com si fos un molinet mentre cridava “al ataque”. Reconec que això em va desconcertar i atemorir un xic, però estava segur que el venceria, és més, que el destrossaria, ja que podria aprofitar el seu propi impuls, com dictaven les lliçons, per reconduir la seva energia al meu favor i esclafar-lo contra la filera de cadires del meu darrera. Aleshores li aplicaria alguna clau d'immobilització i a la propera estació podríem avisar els agents de seguretat que el detindrien, deslliurant-nos del perillós individu. Per enfurrunyar-lo encara més li vaig engegar en veu alta i burlant-me descaradament: “vine, si ets prou valent”. Òbviament, la batalla estava servida.
              Quan l'home es llençava a sobre meu i jo estava a punt d'entomar-lo amb tota la musculatura ben tensada una veu molt poderosa del meu darrera va cridar: “¡aquí!” Ens va sonar com una ordre, causant-nos gran sorpresa, i tant la bestia com jo ens quedàrem estorats i aturarem per uns segons tota acció bel·ligerant “¡Aquí!”, tornà a sonar una veu forta, d'home, des del fons del vagó. I sonava com si algú que havia perdut alguna cosa l'hagués trobat inesperadament i ho estès assenyalant. Es va produir un breu silenci i de nou un “¡Aquí!”, més suau que els anteriors, percebent que l'ordre provenia d'uns seients del darrera meu. Vaig girar-me amb precaució mirant de reüll  per no descuidar la guàrdia i  vaig  veure a un vell assegut qui, amb tota la tranquil·litat del món, es dirigia a l'home violent dient-li: “¡Aquí, vingui aquí!, vingui aquí que parlarem”, i acompanyava la invitació amb un lleuger moviment de mà i un somrís.
           L'alcohòlic s'aturà i deixar de moure els braços agressivament i de mirar-me, per dirigir-se perplex directament al vell, qui assegut semblava afectuós però ben insignificant.
            —Què collons vols tu, vell de merda? —Li soltà molt emprenyat, sense baixar els punys i mirant-me de tant en tant. Com s'havia avançat el tenia al meu abast i amb una simple clau hagués pogut tombar-lo al terra i deixar-lo fora de combat, però vaig fer molt bé d'atendre'm a les regles de l'aikido i de no atacar-lo, perquè el que esdevinguí després va ser per a mi tota una lliçó magistral.
             —Què has estat bevent? —li preguntà el vell amb uns ulls petits i plens d'interès.
           —Vi negre —li respongué fastiguejat— només vi negre. Però, què cony n'has de fer tu, vell de merda, el que jo hagi begut?
          —Vi negre, caram!, això si que és casualitat —li contestà el vell tractant de mantenir un to de veu serè, mentre la suor li feia brillar la calba. Sap vostè? —continuà— a mi també m'encanta el vi negre, de vegades a les tardes faig unes copetes amb la dona, sap?, ella té setanta i set anys, i ens quedem observant des de la terrassa de casa el deambular del la gent atrafegada que torna de treballar o que camina amb els nens agafats de la mà mentre berenen. La vida ens sembla aleshores un riu inacabable de gent amunt i avall, i sempre trobem motius per seguir interessats i ben vius, un amb l'altre, sap?, encara a la nostra edat. S'ha d'anar en compte, però —continuà parlant sense parar i guaitant-lo de tant en tant amb uns ulls cordials que l'estaven radiografiant —amb la qualitat del vi i encara millor —afegir amb un gest significatiu amb la mà —si va acompanyat d'un petit aperitiu.
            —Sí, és clar que és important això del vi —respongué l'home violent visiblement més temperat, però sense desfermar els punys tancats— encara que avui he begut sense que m'importés el tipus de vi i sense menjar res— va admetre.
        —Estic convençut que vostè també té una dona meravellosa amb qui poder compartir una tarda i passar plegats una estona esplèndida compartint una copeta de bon vi —completà l'home vell, mentre li somreia afectuosament.
           —No —respongué l'home corpulent, qui ja havia obert els punys i baixat els braços. — La meva dona va morir fa un any i no tinc ningú al món, ni feina ni lloc on dormir ni menjar i la meva vida és una merda, una completa merda —afegir desconsolant, mentre començava a singlotar.
              —Bon home, vostè està passant un tràngol molt dolent, el comprenc ben bé, sap? Quan era jove la feina estava com ara molt malament i també vaig haver de superar infinitats d'obstacles. Però, vingui, si us plau, vingui aquí al meu costat, asseguis i expliqui-m'ho. —Va concloure el vell, qui amb un gest cordial amb el braç dret el va convidar a seure amb ell.
               No podia donar crèdit al que estava veient, la fera s'havia transformat en un infant que plorava a sobre de l'espatlla d'aquell vell d'aspecte feble i en canvi tot un home savi. Sí, savi, perquè aquella persona m'estava ensenyat que la via de l'amor era un camí més ferm que el que pretenia jo, el de la violència, i que darrera de qualsevol conflicte per estrany que sigui s'amaga una causa oculta, quelcom que fa mal per dintre i que s'allibera al compartir-la. Em vaig adonar que la famosa reconnexió de l'aikido  no era més que actuar amb afecte amb l'altre i que la violència física genera més violència perquè crea separació. Quan vaig girar el cap abans de baixar a la meva parada de Valldaura, l'home que feia una estona estava completament enfurismat es trobava en aquells moments recolzat al costat de l'home gran, mussitant-li en veu baixa unes paraules mesclades amb saliva que em semblaren accelerades. El savi calb, sense dir res ni protestar l'escoltava amb atenció, mentre tendrament li acaronava el cabell brut, canós, encara enganxós i amb ferum d'alcohol.          


(*) posició dempeus i semi inclinat: el peu dret amb la ma dreta pel davant dels esquerres i aquests igual que braç i mà dreta.