Carlos ...
Sabes bien, Xavi, que yo no tenía ganas de casarme con Rosa, fue ella quien
tenía más ilusión y quien tiraba del carro y quien se encargó de buscar piso y
los preparativos de la boda y todo esto; yo me dejaba llevar, le dejaba hacer,
no en balde llevábamos siete años saliendo juntos y el matrimonio parecía ser
el proceso que culminaba nuestra relación, era ella quien quería casarse y
además casarse por la iglesia, era casi una imposición de su familia, ya sabes,
muy beata, a mí, como te pasa a ti, me daba absolutamente igual, me daba igual
casarme que no o hacerlo de una manera o de otra, pero también creía que había
que querer mucho a una persona para casarse con ella y yo francamente no estaba
nada seguro de quererla tanto, de hecho creo que no la quería bastante pero me
dejé llevar, seguí lo que ella decía más que nada por no decepcionarla; Rosa,
tú la conoces, es una buena chica, algo dominante pero muy voluntariosa, sus
padres están mucho de ella, claro que al ser la mayor es la más responsable y
todo esto... Y yo también me llevaba bien con ellos, ya sabes que yo no conocí
a mis padres, me abandonó mi madre en un hospicio, nunca he sabido quienes son
mis padres verdaderos, crecí en adopción, no te creas todo esto influyó en mi
carácter y necesitaba un cariño familiar y Rosa me quería y yo también la
quería, a mi modo; como te digo,
seguramente no lo bastante para casarme con ella, el compromiso me venía grande
entonces, de hecho me ha venido siempre grande, pero bueno así estaban las
cosas y nos casamos, era lo que tocaba.
Entonces pasó lo que me temía,
en casa mandaba ella, organizó la vivienda a su antojo, yo para complacerla la
acompañaba a todas las tiendas, que si muebles de tal estilo, que si la
cubertería de cristal de no sé qué...¡Estaba de ilusionada! Claro que esto duró
un par de años o así, ya que pronto me empezó a agobiar con tanta organización
y tanta limpieza, pero yo la complacía para satisfacerla, sé que eso le
gustaba y a mí me costaba poco porque
cada vez aparecía menos por casa, ya sabes como soy , lo que me gusta la
libertad, yo necesitaba y necesito moverme en ambientes diferentes, la variedad
es mi fuerte y Rosa era un plato fuerte, sin duda, pero único, y eso no me
valía. Gracias a mi profesión de viajante de productos de cosmética, conozco muchas
peluquerías y lo que es más importante peluqueras, no veas cómo están; no es
por hacerme el guapo que no lo soy, me basta ser atractivo y dejarme querer, tú
lo sabes bien, cuando me sale el ramalazo ligón se me pegan como moscas. No
puedo evitarlo, no me cuesta nada enrollarme con cualquiera que esté buena y se
ponga a tiro, un favor se le puede hacer a cualquiera, ya sabes, todos queremos
cariño y yo más, que no lo tuve en la infancia...¿Quieres otro güisqui? Ten sin
hielo, este sí que es bueno y no el que tomábamos en la mili, aquel era de
garrafa, como no; sabes, amigo mío, fue una suerte que estuviera este
apartamento libre en tu bloque, porque así nos podemos ver con mayor
frecuencia, necesito vuestro apoyo, el tuyo y el de Marta; yo puedo tener muchas
relaciones pero al final lo que cuenta son las viejas amistades, como no. Sé
que soy un bala, que no paro en ningún sitio, pero gracias a vosotros no soy
una bala perdida; este apartamento ha sido mi refugio, sabiendo que estabais
vosotros arriba, no me he sentido tan solo.
No pienses que estoy a gusto
dentro de mi piel, cuantas veces pensé
acabar con todo tirándome del balcón de casa, no te creas; detrás de mi
don de gente y de mi aparente seguridad se esconde un niño inmaduro que busca
desesperadamente amar y ser amado. Sinceramente fui infiel infinidad de veces a
Rosa, a veces tenía relaciones por la mañana con una en Granollers, al mediodía
con otra en Sabadell y a media tarde con
una tercera en Cerdanyola... y así varios días por semana... cumpliendo
con todas, no te vayas a pensar. No podía evitarlo, me sabía mal por Rosa, ella
tan comprensiva: “vale, vale Carlos, tal vez mañana tengas ganas, trabajas
mucho.” Rosa se había convertido en mi desconocida madre, demasiado orden,
demasiada monotonía, demasiada comprensión. Yo necesitaba y necesito caña,
necesito conquistar el mundo y las mujeres, necesito sentirme vivo en cada
instante, necesito probarme constantemente, probar mi masculinidad. Es así como
lo siento, qué voy a hacerle, Xavi. Seguramente no soy bueno como hombre
casado, la fidelidad no tiene sentido para mí, ella quería un hombre para
lucirlo en todos los ambientes, que siempre quedara bien, ingenioso, con las
palabras adecuadas siempre en la punta de la boca, pero además que le fuera
fiel, que limpiara la cocina, pasara la aspiradora y que no fumara. Sabes, me
tenía prohibido fumar en casa, tenía que hacerlo a escondidas en el balcón...
Poco a poco la relación fue aburriéndome, luego ella se empeño en que
“tendríamos que tener un hijo” y yo para sacármela de encima diciéndole que no
era todavía buen momento... y así estábamos cuando sucedió lo de las cartas, ya
sabes.
Sé
bien que fue una estupidez guardar las cartas de Irene en el cajón de los
calzoncillos, demasiado expuesto; tal vez
algo dentro de mí quería provocar la ruptura, no sé. Ella las leyó,
dejaban a Rosa de vuelta y media, Irene, tú la conoces, era una chiquilla de veinte años, que se lo creía
todo, y no veas lo que me escribía y lo que aprendía. Yo, con treinta y seis y
con experiencia con una jovencita que se abría a la vida, madre mía, y como se
abría. Aquella noche me las echó en cara, se puso a llorar desconsoladamente,
no lo olvidaré: “qué significa esto, Carlos, qué significa esto.” La abracé
como se abraza un témpano de hielo y para calmarla le mentí, le dije que eran
historias pasadas, pero cuando me refregó las fechas por la cara, tuve que
admitir que tenía un lío con Irene, y que lo nuestro no iba. Lloró con
amargura, no puedo soportar ver llorar a una mujer, me suplicó que volviera con
ella, me recriminó que la hubiera engañado con lo comprensiva que había sido
siempre conmigo, qué le iba a decir a sus padres, en su trabajo, a sus
amigos... qué iba a ser de ella.
Me
sentí muy mal, deseé desaparecer, fundirme como lo hacen los bloques de hielo,
me desembaracé de ella, empujándola violentamente contra la cama, era la
primera vez que lo hacía, estaba rabioso contra mí mismo, contra ella, contra
el mundo, antes de hacerle más daño me fui sin decirle nada, me consideraba
indigno de vivir a su lado, encendí un cigarrillo, salí dando un portazo, llorando escaleras abajo alcancé la calle, el
aire fresco de la noche me espabiló,
otra vez solo —pensé.