martes, 31 de mayo de 2016

Relato 114

                                           Nací

Odio el día de mi nacimiento; cuando nací, madre quedó destrozada. Padre no me ha perdonado, aunque diga que sí. Sin embargo, yo no tuve nada que ver, soy inocente, fui y seguiré siendo inocente. Fue una complicación en el parto. Venía de nalgas, madre no quería cesárea y el médico se retrasó. Para cuando alcanzó mi cabeza, estaba morada con el cordón alrededor del cuello, casi me estrangula. Luego vinieron las prisas, el fórceps, la respiración asistida, los viales, monitores y las lágrimas. Padre suplicaba:
         —Dios mío, sálvalos, por lo que más quieras, ¡sálvalos!

         Me salvó, pero el daño fue irreparable. Parálisis cerebral. Llevo treinta y dos años así, en esta silla de ruedas, sin poder expresar lo que pienso. Madre murió para el mundo, abandonó su trabajo, brillante, de arquitecta para atenderme. Lo hizo por mí. Lo siento, madre. Mi hermano mayor, Francisco Javier, me ha pedido que con su ayuda escriba mi experiencia natal. Para vosotros —me ha dicho— para compartirla con el mundo en su blog. Ahí la tenéis. Me siento paralizado por dentro y por fuera, incomprendido, menospreciado, impotente. Madre está ahora conmigo, callada, me sonríe y escucha. Tiene los ojos rojos, antes la he visto llorar a escondidas. Fue horrible. Padre está muy cambiado, trabaja mucho, casi nunca está en casa. Soy inocente, pero lo siento tanto. Lamento haber llevado tanto dolor al mundo, todo este desafío. Preferiría haber nacido muerto. O no haber nacido. Saludos de Gabriel, el hermano tonto.  

martes, 24 de mayo de 2016

Relato 113

                                                     
                                        ...Cruz

Pues sí, Juan, éste es el paseo que hago cada miércoles cuando salgo del psiquiatra; llevo haciéndolo año y medio, y me reconforta andar un rato por este jardín después de la terapia, me ayuda a reconciliarme conmigo misma; me permite ordenar mis pensamientos y resituar mis emociones con solo respirar profundo, llenándome de las formas y colores de este parque cambiante. Mira, Juan, éste es el sauce llorón del que te hablé, yo también he llorado bajo él y mucho. ¡Me ha reconfortado tanto! Me sentaba en este mismo banco de forja al abrigo de sus delicadas ramas y llorábamos juntos; somos viejos amigos, si supieras los buenos consejos que me ha dado... Ven, siéntate a mi lado, aquí, bajo sus hilos colgantes, ¿no sientes cómo te amparan? Desde aquí se divisa esta magnífica vista sobre la rosaleda, encendida hoy por este solazo de mayo; mira las hileras de rosas rojas, blancas, fucsias, amarillas... desparramadas por los bancales, chispeando vida. Las veces que desde aquí sentada me he ido identificando con sus colores, con unas o otras, a remolque de mis estados de ánimo. Me decía: “Rosa, hoy estás baja, necesitas vitalidad” y entonces me acercaba a una rosa roja, entraba en ella con la fantasía y al poco la sentía aquí dentro, en el corazón, llenándome de fuerza, renaciéndome. Otras veces me animaba sola; decía: “Rosa, adelante, vas bien, sigue, ábrete pétalo a pétalo, has de hacerlo para florecer, aprende de las rosas de verdad, ellas ni se quejan ni se deprimen, siempre lucen hermosas, ellas simplemente son así.” Eso me daba fuerzas y con cada rosa renacía. Pero, ¡Qué magnífica mañana de domingo, Juan!

        ¡Claro!, esto es el parque Cervantes... y ves aquel bloque de enfrente, aquel de obra vista... pues  ahí tiene el psiquiatra la consulta, en el entresuelo, Diagonal 705, escalera derecha. Gracias a él y gracias a mí y a las rosas de verdad he podido rehacer mi vida. ¡Ay, Juan, qué dura fue la separación, qué dura la traición! Llegué a pensar que había caído en un pozo oscuro, sin fondo, sin futuro, en donde nada tenía sentido sin Alfredo. No concebía vivir sin un hombre a mi lado, sin hijos, sin familia. Pero él me la jugó, vaya si me la jugó. Tenía una amante... Sí... Una chica joven de unos veinte años, una tal Lea, morena, que le engatusó con sus largas pestañas y sus andares ondulantes, siempre tan fina, siempre tan puta, de Berga, creo, aunque de padres gallegos o de por ahí; el caso es que ella le mandaba correos de amor cuando viajaba a Coruña y a otras partes y él los imprimía y los guardaba en la guantera del coche, ocultos tras las bombillas de recambio. Una noche buscando unas llaves con la luz de mi móvil las descubrí por casualidad. Estaban dentro de una carpeta azul con una letra en la portada: L. Al principio dudé en revisarla y cuando vi que eran correos aún más, pero luego decidí hacerlo, al fin y al cabo “entre nosotros no había secretos.”Bueno eso me creía yo, ingenua que era una, pues no veas lo que las cartas decían de mí y sobre todo desde cuando lo decían; llevaba casi un año haciéndome el salto con ella y a mí sólo me decía: “que de hijos por el momento no, que iba muy cansado, muy presionado por el trabajo y que le comprendiera.” ¡El muy cabrón!

         Cuando llegó le mostré las cartas, pidiéndole una explicación. Él, al principio –fíjate lo que te digo- negó que tuviera relaciones con esa chica alegando que eran “cosas del pasado”, pero cuando le mostré las fechas tuvo que admitir que tenía un lío enorme y que se lo había descubierto. Se excusó diciéndome “que lo lamentaba mucho por mí, que no me lo merecía porque había sido muy dócil y comprensiva, pero que no podía evitarlo, que se había enamorado locamente de aquella chiquilla y que no había nada que hacer, que lo nuestro no funcionaba y que la separación era lo mejor para los dos.” El mundo se me vino abajo, Juan; yo amaba a ese hombre que me estaba traicionado, era mi marido, mi referencia y mi orgullo, mi motivo de vivir y de un plumazo por unos correos insultantes, se derrumbaba todo. Incluso me arrepentí de haberlos leídos, te lo juro, Juan, te lo juro. Estaba tan loca que hubiera preferido haberlos ignorado con tal de seguir unida a él. Me puse a llorar sin poder evitarlo, le increpé, le rogué que reconsiderase su situación y la nuestra pero él lejos de atenderme me zarandeó y me empujo violentamente contra la tabla de planchar, y sin decirme nada se fue de casa dando un portazo terrible. Me quedé conmocionada, con la cabeza entre las manos sentada en el suelo, suerte tuve de mis padres a los que llamé enseguida y  me ayudaron.


        Sí. Alfredo me engaño, traicionó mi confianza, no se lo he perdonado aún, pero he de poder perdonarlo por prescripción médica. Sabes, Juan, el psiquiatra dice que aquello del pasado que no se perdona es un lazo emocional que me ata, impidiéndome avanzar. He de conseguirlo. Fui una imbécil, creí en él mucho más que en mí, de tanto comprenderle abusaba de mí; él es el enfermo sediento de sexo y quien necesita ayuda, pero este es su problema y no el mío, que se arregle. Lo tiene mal, me parece que rompió con la morena y ahora anda con una sueca o rusa, incluso quiere irse a vivir fuera con ella. Dudo que lo haga. Es un mentiroso nato y mujeriego sin remedio. Ahora ya lo sabes, Juan, para mí la confianza es otro nombre que le doy al amor. Así que confiemos uno en el otro y desde la seguridad y el respeto mutuo venga lo que venga lo superaremos juntos. ¡Uf qué tarde, la reserva era para las dos, vayámonos, cariño!        

martes, 17 de mayo de 2016

Relato 112

                                                   Cara..

¿Qué, qué dijo? Pues “que no entendía por qué quería dejarla, que ella me amaba y que jamás había sospechado que pudiera haber otra mujer en mi vida.” Pero, no te rías, Lea, venga, va... Sí, como te  digo, así fue, sí, eso dijo: “que no sospechaba que hubiera otra mujer”, ya, sí, de acuerdo, una mojigata, bueno, y qué; venga, para ya de reírte, escucha, ¿quieres que te lo cuente o no? Va, venga, deja de hacerme cosquillas, por favor Lea, sé buena por una vez y atiéndeme... Sí, luego jugamos, que sí, y estrenamos estas braguitas que se comen, venga, va, para, déjame que te cuente. Oye que esto es serio eh, que ella lo pasó mal; va, venga, escucha... Para ya de tocarme aquí, para de reírte y de hacerme cosquillas, pero bueno, ¡quieres parar de una puta vez y atenderme, Lea! No, si al final se van a enterar hasta los vecinos de arriba que estamos en la cama. Va, venga, por favor, para ya. Stop, ¿vale?, stop. Eso es. Buena chica. Venga, te lo cuento rápido y no se hable más del asunto. Y luego jugamos, ¿vale?

        Bueno pues aquella noche, cuando aparqué, tomé tus correos que guardo impresos en un sobre a buen recaudo en la guantera del coche y releí el último, el que me mandaste de Galicia: “... estoy tan aburrida como mi almeja, amor mío...” -me decías- “... aquí, de vacaciones forzosas con mis padres entre pescadores de basura...” –bajura, seguro que querías decir bajura, vida mía, seguro- “... aquí, sin tu caña todo es monotonía, te echo de menos, tengo tantas ganas de verte y de estarme siempre contigo y de marcharme de casa de una jodida vez...” Y luego continuabas con aquella exhortación a que le dijera a “la bruja de mi esposa” que no la soportaba más, que me estaba amargando la vida y que “la dejara ¡r a la voz de ya!” Me releí todos tus correos de nuevo, eso me dio coraje; me dije: “Alfredu  –por usar tu mote cariñoso-  ha llegado el momento de poner las cartas boca arriba, es el momento de hablar con Rosa.”

        Decidido subí las escaleras de dos en dos y con brío entré en casa; al instante me llegó su voz aflautada: “Hola, cariño, qué tal te ha ido hoy; estoy planchando tus camisas, ahora vengo.” Pensé en decirle “mal”, pero en vez de esto lancé un largo silbido de hastío; descargué la cartera y me acerqué a ella mientras me aflojaba el nudo de la corbata como se lo había visto hacer al Clint Eastwood de perdonavidas y tras el beso de rigor le espeté con tono grave: “Rosa, hemos de hablar.” Ella se asustó. Sí, Lea, sí, se lo dije así, con esta cara: “Rosa, hemos de hablar.” Venga, va, estate quieta, es solo un momento, ya termino, mujer.

        Como te digo ella al verme tan serio, tan en mi sitio, se asustó, se quitó el delantal y se me acercó. Yo, con el mismo semblante, continué: “He conocido a una mujer de la que estoy locamente enamorado y antes de serte infiel  -aquí tuve que forzar una mentira piadosa, compréndelo- antes de romper el sagrado compromiso del matrimonio como tú dices, prefiero que lo sepas, no puedo continuar contigo.” Va, Lea, déjame terminar... Luego le dije: “Mira, Rosa, yo te quiero mucho pero no te amo, no hay pasión entre nosotros, no quiero hacerte daño, no quiero serte desleal y tener que llevar una doble vida porque te respeto, te he respetado siempre y no quiero lastimarte; eres como una madre para mí, es mejor que lo sepas ahora...” Y lo rematé con “Ya sabes, lo nuestro no funciona.”


        ¿Qué, qué dijo ella? Pues, al principio nada, se quedó alelada... sí, eso, petrificada y luego lo que te he dicho antes, balbuceando decía: “ ...que no entendía porque quería dejarla, que ella me amaba, que no podía haber otra mujer, que ella no se merecía todo eso que le estaba haciendo, que, ¡qué sería de ella!, qué le diría a sus padres, en el trabajo...” Me suplicó que “reconsidera mi posición”, pero yo me mantuve firme por ti, mi decisión era irreducible. Empezó a gimotear, luego a llorar y a desesperarse, ya sabes, no soporto ver llorar a una mujer, así que tomé la cartera, le dije que me iba, que la llamaría por la mañana, pero ella se enfureció, abrí la puerta, y tú te crees, ella, sin más, me lanzó la plancha humeante. –No te rías que pasó rozándome el flequillo, sí, por aquí, mua... –y fue a estrellarse al rellano de la escalera. La miré como mira Eastwood por última vez a un forajido y pensé: “fallaste, Rosa.” Y me fui aliviado encendiendo un cigarrillo. En fin, así fue, no le sentó nada bien, estamos en litigio con los abogados, pero esto ya lo sabes. Venga, va, a lo nuestro, ahora sí, juguemos, trae la miel.             

martes, 10 de mayo de 2016

Relato 111

                                          Venecia (5)       (Ver relato 99)

  Antes que nada: Vaporetti, para que no se me pase como el otro día. Son como tus Golondrinas del puerto en plan autobús acuático y con más capacidad de gente. Es el medio de transporte público más frecuente aquí, para cruzar el canal o ir a otras islas se hace imprescindible. También hay lanchas que hacen de taxis y motonaves, en total tenemos unas 15 líneas. La línea 1 es la más famosa, la que te pongo en la postal, es el vaporetto que recorre lentamente el Gran Canal, tarda unos 45', para poder ver todos los palacios de Cannareggio, los que están a la orilla del agua desde la altura a la que fue pensado que debían verse. Andando se va más rápido, pero cansa más. Los residentes solemos coger el vaporetto de la línea 2 que hace el mismo recorrido pero más rápido y práctico, sin tantas paradas. También usamos el traghetto que cruza el canal en un brevísimo recorrido transversal, sorteando con ingenio los vaporetti y las lanchas que avanzan longitudinalmente. Dices que me ves como una mujer muy suelta y liberal y que eso te sorprende positivamente, pues me alegro mucho, cuanto más clarito mejor para los dos, no tengo nada que ocultar y menos a ti. (A veces tanta claridad duele, preferiría no saberlo, francamente) También dices que menciono barrios y tú ni idea de lo que te hablo. Veamos, Venecia tiene seis barrios o distritos, como tú que vives en Gracia, aquí les llamamos Sestiere que quiere decir la sexta parte de la ciudad y son Canareggio al norte, Dorsoduro al sur, Castello al este y Santa Croce al oeste. La zona centro está ocupada por San Marco, donde vivo y San Polo, separados por el Gran Canal. Para que se aclare mejor mi hombre cuadriculado (¿cuadriculado? Si a tener cierto orden y saber el día en que vivo le llama cuadriculado pues entonces, sí, soy cuadriculado) he pensado en escribir cada barrio con un color diferente, aún no sé cual, para que no seas tan melindroso y veas mejor la Venecia que yo veo. Cada cual ve lo que quiere ver y yo la veo en colores. Por ejemplo San Marcos es verde. Empecé por San Marcos no porque se esté hundiendo, como tú dices, (la salsa de ironía le ha parecido picante) sino porque es el Sestiere donde he nacido, pasado la infancia y donde resido. La calle Canterini, está muy cerca de la piazza y es lo más caro, próximo y mío. ¿Por qué verde? Simple, San Marco es verde para mí, así lo siento, ¿Cómo lo olerás tú? (Yo que sé, mal, imagino a que a verde podrido, a verde mugriento y sucio) Yo huelo a verde mar, verde alga, verde césped, me evoca el verde Lorca (aún se acuerda de Lorca y sólo se lo recité una vez, caray con lo de Virgo) y es el verde mágico de tu fuente encantada, y me evoca la esperanza de que un día vengas a verme. Lo tienes muy fácil, Albert, coges el tren y te plantas en Santa Lucía y yo te vengo a buscar, no te has de preocupar de nada más. Claro que trabajo mucho, todo el año, aquí quien no es turista vive del turista, ya sabes, pero te buscaría un hueco, piénsalo, me encantaría, a madre también, pero avísame con tiempo (iría a por merengue). (Angelina no pierde comba, algún día se le va escapar y estaremos en un lío). Qué bonito, Albert, lo de la ristra de negativos en blanco y negro que compraste el otro día en Els Encants vells, sólo porque en la carátula ponía Venecia. Dices que tienes ganas de llevarlas a revelar, pero que al trasluz has visto que se trata de una mujer, sola, paseando seguramente por esta misma piazza, se distingue el campanile al fondo y lleva cabellos años 50. Me muero de ganas de saber más, como tú. Tenía ganas de hablarte del pavimento de esta piazza mía, que no pizza, tonto, me trae recuerdos, pero será en la próxima, no me has dejado. (Que no la he dejado, si habla más que piensa). Besos. ¡Ciao! X X                                 (Continuará)

martes, 3 de mayo de 2016

Relato 110

                                     Selecció                         A l'espinada de Raquel

        —Algú dels presents estaria disposat a donar-nos el seu semen gratuïtament?
        Les coses varen anar així.
        A Carla Martí, li suen les mans, procura no bellugar-les per no escampar la mullena per sobre la taula. Acaba de formular la pregunta al públic i es mossega el llavi inferior. És una noia menuda, de cabell curt, morena, de trenta i set anys, ulls clars i lluminosos, el front també li sua, nerviosa, no para de riure. Està dreta darrere la taula, en una tarima, li tremolen les cames però el selecte auditori no els hi veu, li tapa la taula. Al seu costat, en silenci, reforçant les seves paraules i com una imatge hieràtica es troba també dempeus Elisabet, de la mateixa edat que Carla però força més alta, d'uns metre setenta, de cabell esbullat i pèl-roig, amb pantalons blaus i celles poblades, bífia. Elisabet Rocamora és la companya de Carla Martí i estan casades pel civil des fa uns deu anys.
        Arribar a fer una selecció acurada que al final va ser de onze possibles candidats de donants d'esperma no ha estat un camí fàcil per cap de les dues.
        Feia un any ni tan sols se'ls hi hagués acudit aquest disbarat. Ni a elles ni a cap de les seves amigues ni a ningú amb dos dits de front. Amb el felices que eren una amb l'altra, quin sentit tindria complicar-se la vida? Va ser Carla qui, relaxada, després d'una intensa tarda de fer l'amor amb l'Elisabet li va soltar mentre mirava lluny per la finestra:
        —i si tinguéssim una criatura.
        No varen ser unes paraules improvisades. De fet, Carla feia temps que s'ho venia rumiant en silenci. Per fi, va atrevir-se a parlar-ne.
        —Adoptar-la, vols dir?    
        —No, Lisa, tenir-la. Tenir-la una de nosaltres.
        —Una de nosaltres?, No diguis ximpleries, Carla, Qui de nosaltres dues? i amb quin home? Per què vols tenir un fill? Què no en tens prou amb mi? Que no veus que ho espatllaríem?
        —Seria el nostre fill, Lisa, teu i meu, per fecundació in vitro, algú amb qui poder allargar la nostra memòria de vida. Hem de deixar algú al darrere nostra, no podem ser tan egoistes. El món ha de continuar. Sento que ara és el moment, encara som fèrtils, diguem que sí, amor, que ho faràs per mi. O almenys pensa-t'ho.
        —Estàs segura, Carla?
        —No, gens, però és el que ara sento, Lisa. Vine al meu costat, vols? Abracem. Observa quina immensitat.
        Elisabet se li atansa, li rodeja la cintura amb el braç esquerre i l'abraça.
        —Quants ulls del passat han contemplat el cel que ara estem mirant tu i jo? I quants hi hauran en el futur? No t'esgarrifa? A mi, sí, Lisa, i molt. Aquesta exhibició nocturna, curull de llumetes, planetes, estels, són tant llunyans! Alguns d'aquests puntets que veiem ja no existeixen i la nit, fosca i misteriosa, continua present, passi el que ens passi, a pesar dels milers de sols i forces ocultes que la conformen. Per què hem de viure tan separats els humans? Per què tan insolidaris? Per què ens creiem el centre del món quan només percebi'm un trosset ben petit del cel? Què estranys que som, anem com formiguetes mirant al terra i no ens adonem que som pols estel·lar, que formem part d'alguna cosa molt més grossa, Lisa, més imponent i que ens supera. Qui som nosaltres per oposar-nos-hi?  Per què no estem presents com ells, els astres, que encara solitaris, distants i efímers, conformen un sol i únic univers en perpetu equilibri i harmonia? Anem massa sols, Lisa, sols i perduts, capficats en minúcies marginals, consumint les nostres insignificants vides en bajanades.     
        Elisabet deixa d'abraçar-la, s'allunya i encén una làmpada de peu.
        —No et posis dramàtica, vols?La nit i el dia seguiran independentment de nosaltres. Jo no necessito a ningú més, la veritat. Amb tu, Carla, en tinc prou.
        —Pensa-t'ho.
        —No sé pas què he de pensar.
       
        En les següents setmanes Elisabet s'ho va pensar. Veia nens i nenes per tot arreu, al carrer, a les places, al supermercat. Es va imaginar que ella també podria dur de la mà a la seva filla a passejar, al cinema, a l'escola i li compraria gelats i caramels. Ella també podria ser una bona mare, segur que sí, i tant. La va veure a contrallum en la seva casa de Sant Cugat, una planta baixa, enorme, de tres habitacions amb un jardí al darrere ple dels arbres que a elles els hi  agraden, una casa tan gran i de sobte li va semblar buida sense una criatura amb la qui perllongar la memòria de vida com deia Carla. A la fi, ella era una lluitadora, havien estat feia només uns anys sengles activistes socials que es manifestaven pels carrers de Barcelona en defensa de l'amor sincer i del matrimoni lèsbic. Li va començar a semblar que tenir una filla seria congruent per la maduració natural de la parella.
       
        —Una nena nostra, sí, Carla, això sí ho acceptaria.
        Era un dissabte al matí, estaven a la cuina preparant-se unes torrades, mentre al jardí la tardor despullava de colors un Liquidàmbar.  
        — Una nena nostra, què vols dir, Lisa?
        —Vull dir que no necessitem cap home, una filla teva i meva, dels teus òvuls i dels meus. Per què cony hem de necessitar un home!
        —Això es pot?
        —Clar. Seleccionant els gens apropiats.
        —Vaig a trucar a la Dexeus.

        La Rosa, elles la deien així, a Rosa Maria Montagut, la cap d'obstetrícia del Institut Dexeus de Barcelona, tenia entre les mans els resultats de les proves ginecològiques que els hi havien fet i bellugava el cap negant el que veien els seus ulls. 
        —Passa alguna cosa, Rosa?
        —Em temo que sí, Elisabet.
        —Què?
        —El teu úter està en retroversió de setanta i dos graus i això fa difícil que siguis tu la portadora del fetus. D'altra banda i això és més greu els teus òvuls no responen a cap estímul extern, em temo, estimada Elisabet, que ets estèril. Ho sento.

        Sortiren plorant, el seu pla s'acabava d'enfonsar, havien de cercar altres camins si volien tenir descendència. Amb tot, la tristor va cedir el pas a l'esperança: ara sabien més. El panorama s'havia esclarit: la única que podia dur un fill al món era Carla. Però com? Estaria d'acord Elisabet?

        —Em repugna tenir "algú" d'un estrany (des que podria ser un nen, Elisabet li deia algú), això no ho acceptaré mai, Carla, ja li pots posar violes.
        —I si féssim una selecció dels possibles donants d'esperma?
        —Hauria de ser molt exigent, no vull "algú" i alhora ximplet a casa.
        —Com t'agradaria que fos aquest semental?
        —Intel·ligent en primer lloc, i això ens costarà de trobar. Sensible, i això ens costarà encara més. Alt, ben plantat, pèl-roig com jo a poder ser i per suposat homosexual.
        —Estic d'acord, Elisabet, com comencem?
        —No en tinc ni remota idea, però vull que sigui de bona soca. Podríem recórrer a la xarxa. Buscarem els candidats per Internet, que ens enviïn els seus biotips i nosaltres dues farem la selecció. Et sembla bé, Carla?
        —Perfecte.
        En les setmanes següents el ritme dels correus electrònics va ser  frenètic, rebien oferiments de totes les parts del món, especialment de Rússia, també de França, Regne Unit i Bèlgica. La tria va tenir-les entretingudes i molt ocupades, i sovint s'imaginaven com actuarien els homes de les fotos quan estesin de veritat davant seu. A vegades, al llit, jugaven i feien fantasies com si un d'aquells homes fornits fos allí amb elles, generalment amb uniforme militar. Finalment seleccionaren del plec d'ofertes a onze possibles candidats encara que van haver de transigir amb allò del cabell pèl-roig. (A Carla li sabia greu per Elisabet, però a ella tant li feia. Tampoc li importava que fos nen o nena, mentre sortís un bebè sa.)
        —Algú dels presents estaria disposat a donar-nos el seu semen gratuïtament?
        Carla i Elisabet, dretes, darrere la tarima esperaven una resposta. Ningú es va oferir, gratis. Tothom volia rebre compensació econòmica elevada o tenir dret a la nacionalitat espanyola. Només un del darrere es va oferir amb una condició: poder veure el seu fill una vegada al mes ni que fos per Skipe. Era del Senegal, alt i prim. I negre com un estalzí. Es deia  i diu Mamadoo Bleís.
        Totes dues veieren per uns segons córrer pel terra de casa seva a una nena xocolata amb llet i els hi va agradar la idea. Els hi va semblar plausible la imatge que donarien al barri benestant on vivien, elles amb un infant mulat. Podrien continuar sent les transgressores, com se les coneixia a Sant Cugat. D'altra banda Mamadoo, de trenta i nou anys, era un noi de mirada tendra, sensible i afectuós i el seu test d'intel·ligència superava els d'elles, estava en cent quaranta. Que volgués veure al seu fill biològic de tant en tant tampoc era una demanda insuperable.
         Li digueren que sí.    
        La Rosa s'encarregà d'implantar l'òvul fecundat dins l'úter de Carla, assegurant-se que fos un de sol i fort. L'embaràs es va complicar de seguida, segurament per la edat. Carla va haver de guardar repòs absolut durant els primers mesos i en els següents fer-se controls regulars de hiperglucèmia. Inevitablement va haver de deixar la feina. Carla i Elisabet dirigien la revista Dona Donae, que editaven amb força ressò en els medis per Internet. Avui en dia, vint i tres anys després, encara duen les regnes de la publicació escrita en català i traduïda a diferents idiomes. I Mamadoo és el cap de la secció Gais guais. Des del començament de l'embaràs, cap de les dues va voler saber per avançat el sexe del nouvingut. Ni Mamadoo, el pare biològic.
        Nevava en el jardí. El liquidàmbar, desproveït de fulles, exhibia el seu tronc esquarterat i rugós. Les volves encenien la nit fosca de Reis i queien regals del cel. Va ser per cesària. Un estel de xocolata i llet va néixer a la Terra. Va ser un miracle de la natura de cabell pèl-roig i ulls clars i lluminosos. De nom em posaren Martina.


PD: Dir-vos que aquest article, traduït a l'anglès, el castellà i el francès, va aparèixer el passat novembre a la revista Dona Donae a manera de presentació de la nova secció de Dones actives que dirigeix Martina Martí i Rocamora de Bleís.