...Cruz
Pues sí, Juan, éste es el paseo que hago
cada miércoles cuando salgo del psiquiatra; llevo haciéndolo año y medio, y me
reconforta andar un rato por este jardín después de la terapia, me ayuda a
reconciliarme conmigo misma; me permite ordenar mis pensamientos y resituar mis
emociones con solo respirar profundo, llenándome de las formas y colores de
este parque cambiante. Mira, Juan, éste es el sauce llorón del que te hablé, yo
también he llorado bajo él y mucho. ¡Me ha reconfortado tanto! Me sentaba en
este mismo banco de forja al abrigo de sus delicadas ramas y llorábamos juntos;
somos viejos amigos, si supieras los buenos consejos que me ha dado... Ven,
siéntate a mi lado, aquí, bajo sus hilos colgantes, ¿no sientes cómo te
amparan? Desde aquí se divisa esta magnífica vista sobre la rosaleda, encendida
hoy por este solazo de mayo; mira las hileras de rosas rojas, blancas, fucsias,
amarillas... desparramadas por los bancales, chispeando vida. Las veces que
desde aquí sentada me he ido identificando con sus colores, con unas o otras, a
remolque de mis estados de ánimo. Me decía: “Rosa, hoy estás baja, necesitas
vitalidad” y entonces me acercaba a una rosa roja, entraba en ella con la fantasía
y al poco la sentía aquí dentro, en el corazón, llenándome de fuerza,
renaciéndome. Otras veces me animaba sola; decía: “Rosa, adelante, vas bien,
sigue, ábrete pétalo a pétalo, has de hacerlo para florecer, aprende de las
rosas de verdad, ellas ni se quejan ni se deprimen, siempre lucen hermosas,
ellas simplemente son así.” Eso me daba fuerzas y con cada rosa renacía. Pero,
¡Qué magnífica mañana de domingo, Juan!
¡Claro!,
esto es el parque Cervantes... y ves aquel bloque de enfrente, aquel de obra
vista... pues ahí tiene el psiquiatra la
consulta, en el entresuelo, Diagonal 705, escalera derecha. Gracias a él y
gracias a mí y a las rosas de verdad he podido rehacer mi vida. ¡Ay, Juan, qué
dura fue la separación, qué dura la traición! Llegué a pensar que había caído
en un pozo oscuro, sin fondo, sin futuro, en donde nada tenía sentido sin
Alfredo. No concebía vivir sin un hombre a mi lado, sin hijos, sin familia.
Pero él me la jugó, vaya si me la jugó. Tenía una amante... Sí... Una chica
joven de unos veinte años, una tal Lea, morena, que le engatusó con sus largas
pestañas y sus andares ondulantes, siempre tan fina, siempre tan puta, de Berga,
creo, aunque de padres gallegos o de por ahí; el caso es que ella le mandaba
correos de amor cuando viajaba a Coruña y a otras partes y él los imprimía y
los guardaba en la guantera del coche, ocultos tras las bombillas de recambio.
Una noche buscando unas llaves con la luz de mi móvil las descubrí por
casualidad. Estaban dentro de una carpeta azul con una letra en la portada: L. Al
principio dudé en revisarla y cuando vi que eran correos aún más, pero luego
decidí hacerlo, al fin y al cabo “entre nosotros no había secretos.”Bueno eso
me creía yo, ingenua que era una, pues no veas lo que las cartas decían de mí y
sobre todo desde cuando lo decían; llevaba casi un año haciéndome el salto con
ella y a mí sólo me decía: “que de hijos por el momento no, que iba muy
cansado, muy presionado por el trabajo y que le comprendiera.” ¡El muy cabrón!
Cuando llegó le mostré las cartas, pidiéndole
una explicación. Él, al principio –fíjate lo que te digo- negó que tuviera
relaciones con esa chica alegando que eran “cosas del pasado”, pero cuando le
mostré las fechas tuvo que admitir que tenía un lío enorme y que se lo había
descubierto. Se excusó diciéndome “que lo lamentaba mucho por mí, que no me lo
merecía porque había sido muy dócil y comprensiva, pero que no podía evitarlo,
que se había enamorado locamente de aquella chiquilla y que no había nada que
hacer, que lo nuestro no funcionaba y que la separación era lo mejor para los
dos.” El mundo se me vino abajo, Juan; yo amaba a ese hombre que me estaba
traicionado, era mi marido, mi referencia y mi orgullo, mi motivo de vivir y de
un plumazo por unos correos insultantes, se derrumbaba todo. Incluso me
arrepentí de haberlos leídos, te lo juro, Juan, te lo juro. Estaba tan loca que
hubiera preferido haberlos ignorado con tal de seguir unida a él. Me puse a llorar
sin poder evitarlo, le increpé, le rogué que reconsiderase su situación y la
nuestra pero él lejos de atenderme me zarandeó y me empujo violentamente contra
la tabla de planchar, y sin decirme nada se fue de casa dando un portazo
terrible. Me quedé conmocionada, con la cabeza entre las manos sentada en el
suelo, suerte tuve de mis padres a los que llamé enseguida y me ayudaron.
Sí.
Alfredo me engaño, traicionó mi confianza, no se lo he perdonado aún, pero he de
poder perdonarlo por prescripción médica. Sabes, Juan, el psiquiatra dice que
aquello del pasado que no se perdona es un lazo emocional que me ata,
impidiéndome avanzar. He de conseguirlo. Fui una imbécil, creí en él mucho más
que en mí, de tanto comprenderle abusaba de mí; él es el enfermo sediento de
sexo y quien necesita ayuda, pero este es su problema y no el mío, que se
arregle. Lo tiene mal, me parece que rompió con la morena y ahora anda con una
sueca o rusa, incluso quiere irse a vivir fuera con ella. Dudo que lo haga. Es
un mentiroso nato y mujeriego sin remedio. Ahora ya lo sabes, Juan, para mí la
confianza es otro nombre que le doy al amor. Así que confiemos uno en el otro y
desde la seguridad y el respeto mutuo venga lo que venga lo superaremos juntos.
¡Uf qué tarde, la reserva era para las dos, vayámonos, cariño!
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