martes, 24 de mayo de 2016

Relato 113

                                                     
                                        ...Cruz

Pues sí, Juan, éste es el paseo que hago cada miércoles cuando salgo del psiquiatra; llevo haciéndolo año y medio, y me reconforta andar un rato por este jardín después de la terapia, me ayuda a reconciliarme conmigo misma; me permite ordenar mis pensamientos y resituar mis emociones con solo respirar profundo, llenándome de las formas y colores de este parque cambiante. Mira, Juan, éste es el sauce llorón del que te hablé, yo también he llorado bajo él y mucho. ¡Me ha reconfortado tanto! Me sentaba en este mismo banco de forja al abrigo de sus delicadas ramas y llorábamos juntos; somos viejos amigos, si supieras los buenos consejos que me ha dado... Ven, siéntate a mi lado, aquí, bajo sus hilos colgantes, ¿no sientes cómo te amparan? Desde aquí se divisa esta magnífica vista sobre la rosaleda, encendida hoy por este solazo de mayo; mira las hileras de rosas rojas, blancas, fucsias, amarillas... desparramadas por los bancales, chispeando vida. Las veces que desde aquí sentada me he ido identificando con sus colores, con unas o otras, a remolque de mis estados de ánimo. Me decía: “Rosa, hoy estás baja, necesitas vitalidad” y entonces me acercaba a una rosa roja, entraba en ella con la fantasía y al poco la sentía aquí dentro, en el corazón, llenándome de fuerza, renaciéndome. Otras veces me animaba sola; decía: “Rosa, adelante, vas bien, sigue, ábrete pétalo a pétalo, has de hacerlo para florecer, aprende de las rosas de verdad, ellas ni se quejan ni se deprimen, siempre lucen hermosas, ellas simplemente son así.” Eso me daba fuerzas y con cada rosa renacía. Pero, ¡Qué magnífica mañana de domingo, Juan!

        ¡Claro!, esto es el parque Cervantes... y ves aquel bloque de enfrente, aquel de obra vista... pues  ahí tiene el psiquiatra la consulta, en el entresuelo, Diagonal 705, escalera derecha. Gracias a él y gracias a mí y a las rosas de verdad he podido rehacer mi vida. ¡Ay, Juan, qué dura fue la separación, qué dura la traición! Llegué a pensar que había caído en un pozo oscuro, sin fondo, sin futuro, en donde nada tenía sentido sin Alfredo. No concebía vivir sin un hombre a mi lado, sin hijos, sin familia. Pero él me la jugó, vaya si me la jugó. Tenía una amante... Sí... Una chica joven de unos veinte años, una tal Lea, morena, que le engatusó con sus largas pestañas y sus andares ondulantes, siempre tan fina, siempre tan puta, de Berga, creo, aunque de padres gallegos o de por ahí; el caso es que ella le mandaba correos de amor cuando viajaba a Coruña y a otras partes y él los imprimía y los guardaba en la guantera del coche, ocultos tras las bombillas de recambio. Una noche buscando unas llaves con la luz de mi móvil las descubrí por casualidad. Estaban dentro de una carpeta azul con una letra en la portada: L. Al principio dudé en revisarla y cuando vi que eran correos aún más, pero luego decidí hacerlo, al fin y al cabo “entre nosotros no había secretos.”Bueno eso me creía yo, ingenua que era una, pues no veas lo que las cartas decían de mí y sobre todo desde cuando lo decían; llevaba casi un año haciéndome el salto con ella y a mí sólo me decía: “que de hijos por el momento no, que iba muy cansado, muy presionado por el trabajo y que le comprendiera.” ¡El muy cabrón!

         Cuando llegó le mostré las cartas, pidiéndole una explicación. Él, al principio –fíjate lo que te digo- negó que tuviera relaciones con esa chica alegando que eran “cosas del pasado”, pero cuando le mostré las fechas tuvo que admitir que tenía un lío enorme y que se lo había descubierto. Se excusó diciéndome “que lo lamentaba mucho por mí, que no me lo merecía porque había sido muy dócil y comprensiva, pero que no podía evitarlo, que se había enamorado locamente de aquella chiquilla y que no había nada que hacer, que lo nuestro no funcionaba y que la separación era lo mejor para los dos.” El mundo se me vino abajo, Juan; yo amaba a ese hombre que me estaba traicionado, era mi marido, mi referencia y mi orgullo, mi motivo de vivir y de un plumazo por unos correos insultantes, se derrumbaba todo. Incluso me arrepentí de haberlos leídos, te lo juro, Juan, te lo juro. Estaba tan loca que hubiera preferido haberlos ignorado con tal de seguir unida a él. Me puse a llorar sin poder evitarlo, le increpé, le rogué que reconsiderase su situación y la nuestra pero él lejos de atenderme me zarandeó y me empujo violentamente contra la tabla de planchar, y sin decirme nada se fue de casa dando un portazo terrible. Me quedé conmocionada, con la cabeza entre las manos sentada en el suelo, suerte tuve de mis padres a los que llamé enseguida y  me ayudaron.


        Sí. Alfredo me engaño, traicionó mi confianza, no se lo he perdonado aún, pero he de poder perdonarlo por prescripción médica. Sabes, Juan, el psiquiatra dice que aquello del pasado que no se perdona es un lazo emocional que me ata, impidiéndome avanzar. He de conseguirlo. Fui una imbécil, creí en él mucho más que en mí, de tanto comprenderle abusaba de mí; él es el enfermo sediento de sexo y quien necesita ayuda, pero este es su problema y no el mío, que se arregle. Lo tiene mal, me parece que rompió con la morena y ahora anda con una sueca o rusa, incluso quiere irse a vivir fuera con ella. Dudo que lo haga. Es un mentiroso nato y mujeriego sin remedio. Ahora ya lo sabes, Juan, para mí la confianza es otro nombre que le doy al amor. Así que confiemos uno en el otro y desde la seguridad y el respeto mutuo venga lo que venga lo superaremos juntos. ¡Uf qué tarde, la reserva era para las dos, vayámonos, cariño!        

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