martes, 27 de abril de 2021

Relato 370

 

                                               69

Joan escup un pèl de la boca i se'l queda mirant com es recargola per l'aire fins dipositar-se al terra, un terratzo fosc ple de taques grises de diferents mides i tonalitats, on es confon fins perdre'l de vista.

Es queda així una bona estona, assegut a sobre del llit, amb la mirada perduda, tractant d'endevinar on ha caigut aquell pèl i d'altres anteriors i se n'adona del  munt de partícules que en suspensió floten i que són delatats pel besllum de la finestra mig entornada.

Pensa que en un altre moment s'hagués encès una cigarreta i s'hauria entretingut mirant les volutes de fum cargolant-se per l'aire del dormitori i que segurament estaria escopint enlloc de pèls enganxosos, gruixuts brins de tabac. Però això tant fa, és passat, Joan no fuma. Va deixar-ho fa mesos, abans que entrés en vigor l'actual legislació que prohibeix fer-ho en llocs tancats. Tampoc li ve de gust, de fet no li ve de gust ni vestir-se ni anar-se'n.

Però és hora de tornar a casa, encara entra claror pel finestral, són gairebé les nou i el llit és desfet.  Pensa que ha estat bé, que sempre està bé amb Pat i li sembla que ella també s'ho ha passat bé, pensa que podria preguntar-li, encara que és una pregunta arriscada, perquè cada persona sent fins i tot la mateixa experiència de maneres tan diferents que fa sovint esfereïdor parar-se a escoltar la resposta. Amb tot, Joan deixa de resseguir l'infinit estel de punts grisos del terratzo i la pols que brilla en suspensió i espavilant-se alça una mica el cap i osa preguntar-li:  

                —T'ha agradat.

                De seguida prem amb força les mans i se les frega, les té suades, se les passa pel cabell mentre tanca els ulls i ho fa diverses vegades, se les eixuga així, celebra haver-s’hi atrevit, ell mateix s'ha sorprès de la veu profunda que ha emès, una veu gruixuda i nítida com feia temps no s'havia escoltat, segura i alhora relaxada embolcallada amb un to de molta tendresa.    

               —I tant!, Joan, llarg i delicat com a mi m'agrada. I a tu?

               Patrícia, de bocaterrosa, s'ha donat la volta per respondre'l. El llençol li cobreix les cames però deixa luxuriós mig cos al descobert. Te uns pits grossos amb uns mugrons prominents i estirada mig  de costat, com ara es troba, els pits li pengen tremolosos un sobre l'altre. Du força maquillatge, pestanyes postisses i uns llavis engrossits, potser artificialment, però que arrodoneixen la seva cara picardiosa.

                  Joan s'alça del llit i s'apropa a la finestra i la llum rogenca del carrer l'il·lumina el tors nu. Veu que en l'edifici del davant una dona grossa amb un davantal i una galleda rega les plantes del balcó i deixa anar amb descuit l'aigua al carrer. Més avall una parella que passa per la vorera s'hi aparta al caure'ls-hi l'aigua a sobre, remuguen entre ells, alcen els caps i els braços i esbronquen a la dona. Aquesta es fa la desentesa, acaba la feina, desa la galleda en un racó i es resguarda dintre casa. El sol es vermell i ja no es veu, només resta el resplendor darrera del fotimer d'antenes i edificis alts de la gran ciutat.

 —És tard, Pat, he de tornar a casa.     

martes, 20 de abril de 2021

Relato 369

 

                                          Limbo

 

La luna, una ce acostada, colgaba del techo estrellado de un hilo invisible. Parecía dormida. De cuando en cuando una ráfaga de viento la despertaba, se desplazaba unos centímetros (o era la rotación de la tierra) y volvía a quedarse dormida en otra parte del espacio. Es difícil percibir el movimiento constante de los objetos, en especial cuando es de noche y se tiene sueño. Es difícil percibir el paso de la vida cuando es de noche y va muy lento. Aún así se distinguía el aro que completaba el círculo lunar, el limbo que la proyectaba al mundo. En aquel crepúsculo la luna dormida era la protagonista.

        Tres palmeras datileras, un banco de madera pintado de verde, la mar rugiendo de fondo, un hombre con pantalones de pana y una camisa a cuadros apoyado en una gayata, una mujer con un vestido largo y un tocado que le cubre el cabello gris. Están sentados en el banco, uno al lado del otro, con las manos unidas en el regazo de ella, la cabeza levantada, mirando la luna huidiza. El rostro se les ilumina.

        —Ahí está, ahí estaba y ahí seguirá...

        —Pero nosotros no lo veremos...

        —Que lo veamos o no, no es importante para la noche.

        —Lo es para mí.

        —Aún así, seguirá existiendo la luna, su limbo, el cielo estrellado...

        —Existir o no existir parece circunstancial y frágil, unos segundos en la tarima de la eternidad, apenas un pestañeo...

        —¡Y cuidado con los orzuelos...je, je! Nacemos con fecha de caducidad y lo sabemos, aunque hacemos como si no...  

        —Otros ojos, estoy segura, contemplarán asombrados lo mismo. Sentados en otro banco verde o en lo alto de una montaña, o en una noria...     

        —Sí, no paramos de dar vueltas y más vueltas...

        —Y puede que hasta susurren que todo es frágil, pasajero, evanescente...

        —El asombro está ahí, querida, para quien lo quiera ver.

        —Las veces que he levantado la cabeza cuando me he sentido perdida...

        —Nos creemos únicos como la luna o el sol, pero el cielo está lleno de estrellas que palpitan y desaparecen.

        —Y de agujeros negros.

        —Y de misterios.

        —Como tú.

        —Y como tú, querida.

        —¿Todavía?

        —Todavía.

        —La noche estrellada siempre es un misterio.

        —Como el limbo de la luna y tu áurea de mujer sabia.

        —¡Qué cosas dices!

        —Como la gravedad.

        —Sí, y como el amor.

        —El amor es el mayor misterio, es la etérea gravedad humana.

        —¿Tú crees que la ciencia algún día romperá el hechizo?

        —No lo sé. Somos polvo reciclado de estrellas. Ahí arriba están nuestros hermanos desintegrados, un ciclo interminable. Se me antoja difícil que se pueda investigar el ser vivo sin caer en la cuenta de que es un ser vivo quien lo investiga.

        —¿Seremos granos de arroz siderales lanzados al universo, que ignoramos formar parte del mismo saco?

        —¿Una especie de paella marinera universal en continua expansión?

        —Sí, más o menos, cocinados al fuego lento de los eones.

        —Unidos todos por el misterio, la materia, el vacío y el azar.  

        —Y el espíritu. La mejor alianza, tal vez...

        —Sin duda, como tú y yo.

        —Me enterneces. 

        —Has sido la mujer de mi vida, la única persona que he elegido.

        —¡Qué cosas dices!

        —Observa, la luna, su limbo, mira, nos envuelve.

        Efectivamente, la luna reclinada se levanta del lecho, se despereza y extiende su halo lumínico hacia la pareja del banco verde, junto a una de las tres palmeras, y, mientras se incrementa el rumor de la mar, ellos se abrazan y se funden en un beso límbico en el centro del escenario. 

        El público formado por gente mayor ovacionó de pie efusivamente. 

martes, 13 de abril de 2021

Relato 368

 

                                Ella

A ella le ha despertado la explosión de un trueno inesperado del firmamento, encabritado, de un cielo eléctrico y rabioso que parece el fin del mundo. Afuera el frenético aguacero, adentro el desasosiego.

Ella, en medio del dormitorio, sola, entre la gran cama deshecha y la noche loca de pirotecnia, con su tenue camisón rosa de tirantes, despeinada y legañosa, mirando de pie el gran ventanal de dos hojas entreabiertas.

        La tormenta le ha alterado el sueño, se ha desatado furibunda una lluvia que se ha colado por la ventana con un viento frío que ha roto los batientes y ha inundado el suelo. Se le ha mojado el camisón, las sábanas y los pies desnudos se le enfrían. Dependo demasiado del exterior, piensa. Cierra la ventana y se seca los pies con una toalla vieja.

        Ella vive en una azotea maltrecha de un tercer piso donde todo cruje y todo le infunde miedo. Otea el techo, lo ve húmedo, ruega no se derrumbe, oye el paso de la lluvia por la canaleta del tejado y los borbotones del agua cuando toma el tubo de caída. La lluvia es espesa y oculta casi toda vista de la calle.

        Un relámpago repentino ilumina sus pezones desnudos bajo la húmeda tela del camisón rosa como una sombra chinesca. Las luces de neón verdes y amarillas de un letrero de la fachada donde dice pensión Margarita colorean su rostro de rímel corrido. La gente corre por las aceras bajo el diluvio, ve taxis, ambulancias, paraguas doblados, farolas parpadeando.

        Siente frío desamparo, soledad en esa buhardilla que parece abandonada de la civilización, la cama tan ancha para ella sola, se estremece, resbalan gotas por el cristal, llora de miedo o del aislamiento que viene a ser lo mismo y se quiebra. Un rayo fortuito entra por la ventana y le atraviesa el corazón y ella cae al suelo, derrotada, vacía de vida.

        Del charco de agua del suelo emerge un nenúfar rosa.

martes, 6 de abril de 2021

Relato 367

                                                Diversión

        —Divertiros —dice el gnomo de barba blanca y tan larga que le llega a los pies. —Tenéis una hora— y sitúa en la mesa un despertador de campanilla, que programa para una hora después girando la llave de sonería. Alza la cabeza, mira por unos segundos al auditorio, sonríe (apenas se le ven los dientes) y desciende con cuidado los dos escalones del estrado recogiéndose la barba, no sea que me vuelva a caer como la última vez, barrunta. —Divertiros —repite en el umbral de la puerta, antes de salir del aula, silbando. Tictac.

        Los bebés se han quedado solos en sus cunas, algunos duermen, otros bostezan, la mayoría mueven sus manitas al aire y balbucean. Hay de negros y blanquitos y de muchos colores intermedios, de ojos rasgados y sin rasgar, de cabellos rubios, morenos y del color del azafrán. Relucen hermosos con el sol que se cuela por el ventanal de la gran sala. Tictac.

         Algunos levantan la cabeza y se sientan en la cuna, otros se bajan y dan sus primeros pasos al encuentro de otras cunas, de otras manitas, de otros bebés. Los despreocupados balbuceos se han vuelto inteligibles, intercambian palabras, surge lo mío y lo tuyo, se forman alianzas y rivalidades, juegan unos contra otros, se lanzan pañales, sabanitas apelotadas, ríen, lloran, se emocionan y divierten (obedecen al sabio gnomo). Todos acaban desnudos y se reconocen distintos, con sexos diferentes. Anda, tú no tienes pilila, se oye decir, sorprendidas. Tictac.

        Hay bebés espabilados que con el material de las cunas construyen útiles para sus amigos y amigas, con los que ganarse sus favores, otros juegan en equipo, al corro de la patata, a la investigación, a la rayuela o a la política, unos lo hacen mejor que otros, porque cada cual es como es —acuerdan—, pero todos se divierten (la consigna del gnomo). Emergen simpatías y antipatías y una fuerza desconocida: el deseo sexual, las ganas de emparejarse y el de ganarse la vida por sí mismo, y el amor y los celos y el dolor. Tictac.

        Los bebés se han hecho mayores, les han salido arrugas en la piel y callos en el corazón, las ilusiones se han marchitado al descubrirse ilusas, algunos ya no están, otros van a irse pronto de la sala, todos han tenido infinitos momentos de diversión (era el mandato), pero el tiempo se acaba. El sol rasea y enferma. Tictac.

        La alarma suena, un riiiiiiiiiiiin estridente, inacabable. El reloj despertador vibra y se desplaza peligrosamente al borde la mesa, el gnomo no aparece, el reloj cae al suelo, se hace trizas y deja de sonar.

        En el aula no queda ya nadie, se acabó la diversión.