martes, 28 de diciembre de 2021

Relato 405

 

                                          Limbo

 

La luna, una ce acostada, colgaba del techo estrellado de un hilo invisible. Parecía dormida. De cuando en cuando una ráfaga de viento la despertaba, se desplazaba unos centímetros (o era la rotación de la tierra) y volvía a quedarse dormida en otra parte del espacio. Es difícil percibir el movimiento constante de los objetos, en especial cuando es de noche y se tiene sueño. Es difícil percibir el paso de la vida cuando es de noche y va muy lento. Aún así se distinguía el aro que completaba el círculo lunar, el limbo que la proyectaba al mundo. En aquel crepúsculo la luna dormida era la protagonista.

        Tres palmeras datileras, un banco de madera pintado de verde, la mar rugiendo de fondo, un hombre con pantalones de pana y una camisa a cuadros apoyado en una gayata, una mujer con un vestido largo y un tocado que le cubre el cabello gris. Están sentados en el banco, uno al lado del otro, con las manos unidas en el regazo de ella, la cabeza levantada, mirando la luna huidiza. El rostro se les ilumina.

        —Ahí está, ahí estaba y ahí seguirá...

        —Pero nosotros no lo veremos...

        —Que lo veamos o no, no es importante para la noche.

        —Lo es para mí.

        —Aún así, seguirá existiendo la luna, su limbo, el cielo estrellado...

        —Existir o no existir parece circunstancial y frágil, unos segundos en la tarima de la eternidad, apenas un pestañeo...

        —¡Y cuidado con los orzuelos...je, je! Nacemos con fecha de caducidad y lo sabemos, aunque hacemos como si no...  

        —Otros ojos, estoy segura, contemplarán asombrados lo mismo. Sentados en otro banco verde o en lo alto de una montaña, o en una noria...     

        —Sí, no paramos de dar vueltas y más vueltas...

        —Y puede que hasta susurren que todo es frágil, pasajero, evanescente...

        —El asombro está ahí, querida, para quien lo quiera ver.

        —Las veces que he levantado la cabeza cuando me he sentido perdida...

        —Nos creemos únicos como la luna o el sol, pero el cielo está lleno de estrellas que palpitan y desaparecen.

        —Y de agujeros negros.

        —Y de misterios.

        —Como tú.

        —Y como tú, querida.

        —¿Todavía?

        —Todavía.

        —La noche estrellada siempre es un misterio.

        —Como el limbo de la luna y tu áurea de mujer sabia.

        —¡Qué cosas dices!

        —Como la gravedad.

        —Sí, y como el amor.

        —El amor es el mayor misterio, es la etérea gravedad humana.

        —¿Tú crees que la ciencia algún día romperá el hechizo?

        —No lo sé. Somos polvo reciclado de estrellas. Ahí arriba están nuestros hermanos desintegrados, un ciclo interminable. Se me antoja difícil que se pueda investigar el ser vivo sin caer en la cuenta de que es un ser vivo quien lo investiga.

        —¿Seremos granos de arroz siderales lanzados al universo, que ignoramos formar parte del mismo saco?

        —¿Una especie de paella marinera universal en continua expansión?

        —Sí, más o menos, cocinados al fuego lento de los eones.

        —Unidos todos por el misterio, la materia, el vacío y el azar.  

        —Y el espíritu. La mejor alianza, tal vez...

        —Sin duda, como tú y yo.

        —Me enterneces. 

        —Has sido la mujer de mi vida, la única persona que he elegido.

        —¡Qué cosas dices!

        —Observa, la luna, su limbo, mira, nos envuelve.

        Efectivamente, la luna reclinada se levanta del lecho, se despereza y extiende su halo lumínico hacia la pareja del banco verde, junto a una de las tres palmeras, y, mientras se incrementa el rumor de la mar, ellos se abrazan y se funden en un beso límbico en el centro del escenario. 

        El público formado por gente mayor ovacionó de pie efusivamente.

martes, 21 de diciembre de 2021

Relato 404

 

                                Viaje (2)

    Daba vueltas en la noria en un viaje terminable. Suerte que al no ir solo era 

más llevadero.

martes, 14 de diciembre de 2021

Relato 403

 

XPR

No puede ser que el sin etiquetas XPR (por confidencialidad) se tope mayoritariamente con gente conflictiva y loca, con personas que constantemente le contradigan y le quieran amargar la vida, a él, que es una persona feliz. El otro día fue a comprar unas chuletas por encargo de su pareja y el tipo se negó a vendérselas alegando que estaban reservadas, cuando las tenía expuestas al público en el mostrador frigorífico sin ningún aviso. Se tuvo que quedar unas pechugas de pollo, que, por supuesto le hizo filetear.

Contradecirle es una constante en la vida de XPR. Le pasa con mucha frecuencia, por ejemplo, ayer intercambió unas palabras con un cualquiera en el ascensor y el tiempo estaba soleado, pero cuando XPR le preguntó por qué llevaba paraguas, el cualquiera de la escalera le respondió con tono severo: luego lloverá. XPR calló, pero hizo un mohín de desagrado. ¿Acaso te molesta? —continuó el cualquiera. XPR se limitó a sonreír. Estaba indignado, habían querido cabrearlo de buena mañana, era evidente que iba a lucir el sol todo el día, como así sucedió. XPR está persuadido que hay mucha gente envidiosa a la que no le gusta ver personas felices, les dan rabia y tratan de fastidiarles el día, sea como sea.

  Las estadísticas oficiales dicen que de cada cien individuos uno está lamentablemente pasado de rosca y … ¿me van a tocar todos a mí, rompiendo las sagradas estadísticas? —se preguntaba XPR.

Pero cabe también preguntarse y así lo hizo XPR: ¿Y si el loco fuera yo y no los otros? XPR consideró pertinente la pregunta.

 Así que XPR repasó mentalmente su modélica vida: Tengo cuarenta y cuatro años, vivo en pareja desde hace quince, tenemos un hijo y una hija que adoramos, un piso de protección oficial hipotecado en las afueras de Barcelona, un trabajo fijo en el Instituto Nacional de Empleo, un Primus ecológico en el garaje del edificio que ya está pagado y que pronto tendré que renovar, un perro galgo rescatado de la perrera del que se enamoró mi pareja, una pecera de agua salada con peces de colores para el disfrute de los peques y los palos de golf para cuando vamos a la playa. (Y que, dicho sea de paso, él aprovecha para ir al golf, pues odia estar tendido al sol, sin hacer nada).

¿Está loco por no querer estar con la familia en la playa? XPR considera que en absoluto, que él es un buen representante del planeta, respetuoso con las leyes de su país, al corriente con el fisco, conservador de la especie y afectuoso con los suyos.

Aunque pensándolo bien, —reflexionó XPR mientras conducía su Primus —si el loco fuera yo, si por casualidad me reconociera como tal en mis relaciones sociales, pero en absoluto en mi vida privada entonces, ¿Podría ser un loco a tiempo parcial, existe eso?

Descartó la agorafobia porque no era su caso, el sin etiquetas no tenía miedo de salir a la calle ni de la sociedad, con la gente del trabajo se llevaba ni fu ni fa, estaban demasiado ocupados en el empleo propio y ajeno para incordiarse entre sí.

Sin embargo, la idea de que pudiera ser un loco parcial le encantó a XPR. Le otorgaba prestigio, diferenciación, carácter. Fue sentirse loco parcial y liberarse por completo de su ansiedad y sus miedos sociales, su vida adquirió de pronto un sentido inesperado, se le volvió poderosa, infalible, plena. Era evidente que él era un loco social, nada más y nada menos que un loco parcial.

 Era justo lo que XPR necesitaba para ser completamente feliz: un diagnóstico.                                 

martes, 7 de diciembre de 2021

Relato 402

 

                                  Canción

        —Me gusta venir a recuperar la voz aquí..., ¿sabes?, a este lado de la bahía... sentarme y divisar la isla de Alcatraz... la bahía barriguda... oler a pescado fresco... Me siento bien en Sauzalito... Suelo venir, sí, y ... solo.

        —Hoy no.

        —No, es cierto, hoy no.

        —¿Te molesta?

        —Al contrario, me gusta tu compañía... La soledad... nunca me deja.

        —Es que... te he visto sentado aquí... en el muelle... ensimismado... con la guitarra... y hacía tanto tiempo... que me ha parecido...

        —No ocurre nada. Siéntate aquí, a mi lado... si quieres.

        —¿Aquí?

        —Sí, más allá de la muesca... es mi marca en la roca.

        —Está caliente la piedra.

        —Sí, se mantiene un poco, pero dentro de un rato se enfriará.

        —¿Vienes con frecuencia?

        —Cuando estoy ronco, sí... y... cuando me siento triste.

        —¿Y eso te pasa mucho?

        —Últimamente sí, Zelma... Añoro Georgia, mi hogar.

        —Y yo. Georgia...¡Qué recuerdos! A propósito... ¿Cuántas veces ganaste el concurso de jóvenes talentos en el Douglass Theatre? 

        —Quince veces seguidas. ¡Me prohibieron que me siguiera presentando!

        —¡Eso es también Georgia!

        —Sí, también. ¡Por eso me vine a San Francisco!

        —Me siento bien sentada aquí contigo. Me relaja el borboteo del océano en silencio y las luces de los barcos flotando como pelotas de ping-pong.

        —Es cierto...Este ronroneo del Pacífico me calma y me inspira. ¡Las horas que he pasado contemplando la marea! Parece que nada va a cambiar, pero todo cambia a cada oleaje...  

        —Sí, y a cada respiración... ¿Cómo va el grupo?

        —Mal, no consigo lanzarlo, está estancado, no avanzo con mi carrera.

        Esos brazos míos  (These arms of mine, 1962) fue un bombazo.

        —De eso hace ya un tiempo, Zelma, y ...sí... nos ha ido bastante bien, pero ahora... estoy bloqueado...

        —Seguro que encontrarás el camino, el grupo es bueno y tú tienes una voz rasgada preciosa, aterciopelada, ideal para los ritmos lentos. ¡Me encanta!

        —Eres muy amable, querida, pero... me gustaría cambiar de estilo, no sé, cambiar pacíficamente... como cambia el océano sin moverse del sitio.

        —¿Cambiar de estilo?

        —Sí. No lo sé, todavía. Es un sentimiento... Algo como fundir el Folk con el Soul. Siento que sería más auténtico, más acorde con el fondo de mi mar...

        —Fundir el Folk con el Soul... ¡Um! Podría funcionar... Lo importante es dejarte llevar por el corazón... yo creo... Eres aún muy joven... Triunfarás.

        —Llevo días aquí... ¿sabes?, descansando mi garganta, escurriendo el tiempo... interrogando el océano...He escrito una canción... sentado aquí, en el muelle de la bahía... sobre esta muesca... con ese estilo nuevo... y tengo esperanzas...No sé, podría ser buena... me gusta... ¿La quieres oír, Zelma?

        —Por supuesto, Otis...

 

P.D. Texto libremente adaptado a diálogo y extraído de las páginas 36 y 37 del libro My life with Otis de 1972, escrito por Zelma Atwood, esposa de Otis Redding, muerto en accidente aéreo con su banda el diez de diciembre de 1967, a los 26 años, un mes antes de que publicara su gran éxito Sitting on the dock of the bay, la canción póstuma que le ha hecho inmortal.

 

In memoriam.