Aviones
Las palabras son aviones de papel, conforman un texto volador. Las lanzamos
al vuelo con mayor o menor acierto y con toda la delicadeza de la que somos
capaces para que vuelen lejos. Incluso soplamos nuestro aliento en el morro
para insuflarles ánimo y alma, doblamos las alas con esmero, alisamos el papel firmemente
a fin que puedan surcar cielos remotos,
sin saber nunca y eso es lo divertido, dónde aterrizarán. ¿Sabe un profesor a
dónde van a parar los aviones que da a sus alumnos? No. Ni lo sospecha. Alice
Monroe lo dice de maravilla en su cuento Ficción.
Pueden ir a tantos sitios: al cubo de alguna papelera que el basurero puede
recoger, a la terraza de enfrente donde un crío aprende a pilotar, al despacho oval
de algún ejecutivo, a las manos de un desesperado, a un zahorí del desierto, a
un rico de la lista Forbes, al hortelano de tomates y alcachofas, al barquero
del río manso, a un político, al niño o niña de mirada inocente, al oficinista
de un banco, a su director, a un atasco, a una jubilada, a los esquimales del Canadá
en su iglú o al fondo de un volcán apagado donde unos turistas lo recogen como reliquia.
Lo que sí sabemos es que estos aviones inevitablemente van a recabar en alguna
parte del planeta, siempre llegan a algún aeropuerto y más ahora con Internet,
a algún potencial lector. O son como las semillas de la parábola añeja, que
dependen del terreno a dónde caigan para que fructifiquen. Y la buena noticia
es que siempre fructifican. Eso es lo maravilloso y recóndito. Aunque lo
ignoremos. Esa es mi esperanza. Lo que decimos, hacemos o escribimos, lo que
sea y del modo que sea, tiene su repercusión en alguna parte del espacio o del
tiempo más allá de nosotros mismos y del ahora. Infaliblemente. Somos un
instante en el tiempo sideral, aunque nuestra influencia sea perenne. Sigue
aleteando, como las ondas de un estanque global e infinito, nunca se pierde, se
recicla, es energía viva. Y lo asombroso es que ignoramos el efecto que
provocaran sus vuelos a lo largo de la historia humana. A veces hasta regresan
como los bumeranes. Por eso hay que ser pulcro con las palabras que ligeras
vuelan: escogerlas, acariciarlas, sentirlas, amarlas. Las palabras son
frágiles, como el ser humano, del papel que sale volando. No es lo mismo decir
un te quiero que no decirlo, no es lo mismo. Ni una palabra que un silencio.
Los espacios en blanco son palabras silentes, palabras que ni se ven ni se
oyen, necesarias, que palpitan y dan sentido a la existencia. No es lo mismo
decir que gruñir, ni callar a mal hablar, ni sentir que pensar, ni volar que
aterrizar. La vida es la que es, ni corta ni larga, inacabable, repleta de
incertidumbres, repleta de libertad.
Cuando soltamos las palabras aviones
desde nuestro balcón particular se las damos a los lectores del mundo, al
vecindario del barrio, las vemos planear en espirales generosas, seguimos su pista
con los ojos húmedos hasta que se pierden, las vemos alejarse, volverse
puntitos blancos y desaparecer. En ese momento, justo ahí, dejan de pertenecer
al hablante, al escribiente, al actor, ¡celebrémoslo! —dice Raquel, podemos
descansar. ¡Descansemos! Ahora se han transformado en aviones públicos, a
disposición de los lectores potenciales, por vosotros, por nosotros, se
convierten en patrimonio de todos. Compartimos las palabras de papel y eso nos
da alegría, alivio y seguridad. Podemos contar contigo, —susurra el viento a
nuestros oídos, —seguimos latiendo. ¿Lo oís?
Ahora, desde esta atalaya de la
ciudad de Barcelona donde vivo lanzo al mundo este avión de palabras, náufrago
de papel y de islas, con esperanza, largamente elaborado con mil artes de
papiroflexia. Es de papel virtual blanco y unas hormiguitas negras le merodean,
conformando una exhortación:
"Qué el año 2016 nos sea
amable y benigno. Entre todos podemos conseguirlo. También con ellos. Gracias."
Ved volar el avión virtual, planea sin reposo,
está dando vueltas al mundo azul. Es enorme, resistente, de papel de buena
calidad, de las palabras calladas que todos ignoramos. Observad, vuela sin
intención de aterrizar, está envolviendo el globo de nácar azucarado. Va a
elevarlo. ¡Formidable!