martes, 1 de diciembre de 2015

Relato 88

                                       VENECIA  (3)      (ver relato 77)

¡Una lupa, mira que eres exagerado! Con que letra de hormiguita obrera, la que labora, hace miel y cera. Pues la tuya es de zángano por lo poco que escribes y lo mucho que tardas en contestar. Es evidente, Albert, que hablas mejor que escribes, siempre tan lacónico y serio, lo tuyo no es escribir, perdona que te lo diga, es otra cosa, tú ganas en las distancias cortas, lo tuyo es la ternura, la extraño, te extraño. (Y yo, Angelina, yo también te extraño, pero no me seas boa constrictora, no me asfixies, dame un respiro, volemos, sí, juntos, sí, pero de uno en uno. Eso he de decírselo, lo de la boa, no, que se cabrearía). Paolo, un colega que hace la Toscana, un ragazzo muy enrollado (un ragazzo muy enrollado, ¿qué significa esto? ¿Hay italianos que no sean enrollados? Si hay hombres que son infieles por naturaleza, el italiano lo es por costumbre. ¿Qué te ocurre, Albert? diría que te comportas como si estuvieras celoso. Si no fuera por ella y sus postales seguramente ni te acordarías de Angelina. No seas cruel, tampoco es así, pero sí que hay algo de verdad. Vale, estuvisteis juntos 5 días, ¿y qué? Además está lo del merengue, aquello sí fue bueno, siempre nos quedará el merengue. Anda, sonríe un poco. Qué tontería, ¿yo, celoso? ¿Acaso 8 meses largos de postales dan derecho a alguna cosa? Un ragazzo enrollado, será estúpido). Paolo ―continua Angelina― es muy aficionado a la astrología y dice que escribo pequeño y apretujado porque mi ascendente es Vergine (Verge, decís vosotros) y que por eso soy detallista, avara y práctica, pero yo no creo en la astrología, salvo cuando me es favorable. Vergine, yo, tú te crees, con lo corrida que estoy. (Angelina no se corta ni un pelo, vaya Mata Hari de Venecia, ni que fuera una cortesana, que no lo es, supongo). Me gusta aprovechar el papel y la vida, escribo cada postal como si fuera la última, apuro mi bebida como si fuera la última, vivo como si no hubiera mañana, Albert, por eso no pongo fechas, no insistas, suficiente tengo con saber en que día de la semana vivo. Me pasa como a ti, que trabajo todos los días, ¿aún estás en la pastelería? (Esta postal debe tener como 12 años, cuando dejé la tienda donde la conocí, donde empezó lo del merengue, vaya que sí) no hay diferencia entre el miércoles y el domingo, todos son días de laboro para mí. Estoy sentada una vez más en el Florian, escribiéndote, (el Florian no es un parque, tonto, ni  una marca de burro (mantega, decís vosotros) sino que es una cafetería muy conocida de la piazza) y desde esta atalaya me llega nítido el sabor salobre del Adriático, diviso el trasiego frenético de los vaporetti de la dársena de San Marco (la foto de la postal) y oigo el ronroneo suave y constante del oleaje verdoso de las barcazas que surcan el pequeño canal. Estoy tomándome un Spritz, también verde, porque le añado un poco de menta piperina. Me gusta más. Dices que tú tampoco sabes a donde van a parar las fotos que nos han hecho, pero que cada vez que ves la de tu abuelo materno, con la boina, rodeado de colombas, contigo, en la plaça Catalunya, lloras. A mi también me pasa con mi padre, a eso me refiero, que aunque no estén presentes siguen como si estuvieran aquí, con nosotros. ¿Cómo puede algo estático movilizar tantas emociones? Será que los difuntos siguen viviendo en los ojos de quienes les contemplan. Ya lo dijo no sé quien, un físico creo, las fotografías no son más que agujeros en el tiempo emocional, un tiempo emocional que siempre va en presente, siempre. O puede que fuera un psicólogo, no sé. Termino, no me cabe más, ¡qué me traes loca! (¿loca, yo? si se enrolla como una persiana veneciana, Maldito ragazzo). Besos, Ciao!, X X       (continuará)                                     

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