VENECIA (3) (ver relato 77)
¡Una lupa, mira que eres exagerado!
Con que letra de hormiguita obrera, la que labora, hace miel y cera. Pues la
tuya es de zángano por lo poco que escribes y lo mucho que tardas en contestar.
Es evidente, Albert, que hablas mejor que escribes, siempre tan lacónico y
serio, lo tuyo no es escribir, perdona que te lo diga, es otra cosa, tú ganas
en las distancias cortas, lo tuyo es la ternura, la extraño, te extraño. (Y yo,
Angelina, yo también te extraño, pero no me seas boa constrictora, no me
asfixies, dame un respiro, volemos, sí, juntos, sí, pero de uno en uno. Eso he
de decírselo, lo de la boa, no, que se cabrearía). Paolo, un colega que hace la
Toscana, un ragazzo muy enrollado (un ragazzo muy enrollado, ¿qué significa
esto? ¿Hay italianos que no sean enrollados? Si hay hombres que son infieles
por naturaleza, el italiano lo es por costumbre. ¿Qué te ocurre, Albert? diría
que te comportas como si estuvieras celoso. Si no fuera por ella y sus postales
seguramente ni te acordarías de Angelina. No seas cruel, tampoco es así, pero sí
que hay algo de verdad. Vale, estuvisteis juntos 5 días, ¿y qué? Además está lo
del merengue, aquello sí fue bueno, siempre nos quedará el merengue. Anda, sonríe
un poco. Qué tontería, ¿yo, celoso? ¿Acaso 8 meses largos de postales dan
derecho a alguna cosa? Un ragazzo enrollado, será estúpido). Paolo ―continua
Angelina― es muy aficionado a la astrología y dice que escribo pequeño y
apretujado porque mi ascendente es Vergine (Verge, decís vosotros) y que por eso
soy detallista, avara y práctica, pero yo no creo en la astrología, salvo cuando
me es favorable. Vergine, yo, tú te crees, con lo corrida que estoy. (Angelina
no se corta ni un pelo, vaya Mata Hari de Venecia, ni que fuera una cortesana,
que no lo es, supongo). Me gusta aprovechar el papel y la vida, escribo cada
postal como si fuera la última, apuro mi bebida como si fuera la última, vivo
como si no hubiera mañana, Albert, por eso no pongo fechas, no insistas,
suficiente tengo con saber en que día de la semana vivo. Me pasa como a ti, que
trabajo todos los días, ¿aún estás en la pastelería? (Esta postal debe tener
como 12 años, cuando dejé la tienda donde la conocí, donde empezó lo del
merengue, vaya que sí) no hay diferencia entre el miércoles y el domingo, todos
son días de laboro para mí. Estoy sentada una vez más en el Florian,
escribiéndote, (el Florian no es un parque, tonto, ni una marca de burro (mantega, decís vosotros) sino
que es una cafetería muy conocida de la piazza) y desde esta atalaya me llega
nítido el sabor salobre del Adriático, diviso el trasiego frenético de los
vaporetti de la dársena de San Marco (la foto de la postal) y oigo el ronroneo
suave y constante del oleaje verdoso de las barcazas que surcan el pequeño
canal. Estoy tomándome un Spritz, también verde, porque le añado un poco de
menta piperina. Me gusta más. Dices que tú tampoco sabes a donde van a parar
las fotos que nos han hecho, pero que cada vez que ves la de tu abuelo materno,
con la boina, rodeado de colombas, contigo, en la plaça Catalunya, lloras. A mi
también me pasa con mi padre, a eso me refiero, que aunque no estén presentes
siguen como si estuvieran aquí, con nosotros. ¿Cómo puede algo estático
movilizar tantas emociones? Será que los difuntos siguen viviendo en los ojos
de quienes les contemplan. Ya lo dijo no sé quien, un físico creo, las
fotografías no son más que agujeros en el tiempo emocional, un tiempo emocional
que siempre va en presente, siempre. O puede que fuera un psicólogo, no sé. Termino,
no me cabe más, ¡qué me traes loca! (¿loca, yo? si se enrolla como una persiana
veneciana, Maldito ragazzo). Besos, Ciao!, X X (continuará)
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