Adelaida
Hola Adelaida, hola de nuevo. Ya sé que estuve ayer y
antes de ayer y estaré mañana y pasado, pero no tengo nada que hacer, nada
mejor que venir a verte, Adelaida. Aquí te dejé, aquí te vi por última vez y
aquí te busco y te encuentro. Ya sabes que soy un hombre fiel. ¿Te acuerdas de
cuando tú estudiabas primero de Psicología en la Central y quedábamos en el
quiosco de la plaza Universidad un rato antes de comer para vernos? Bueno, sí,
más o menos como ahora, es cierto. Sabes, Adelaida, yo seguí acudiendo a aquel
quiosco semana tras semana aún cuando a ti ya te habían trasladado lejos de
allí, a la nueva facultad de Diagonal. Aunque no estabas, yo te veía como te
veo ahora y te amaba como te amo ahora y te hablaba en silencio, y no como
ahora que te puedo hablar y compartir este rato contigo, el único que me
permiten salir del hospital. Me acuerdo tanto de ti, Adelaida, y se me hace tan
difícil la soledad. Allí donde miro me apareces tú. Te veo en todas partes, en
los espejos, en los escaparates, en las fotos. El otro día estuve revisando
cuando lo de Lisboa y volví a sentir el mismo aroma de los naranjos en flor y
te vi, Adelaida, te vi de nuevo riendo
en aquel vetusto café, ¿te acuerdas? Sí, el que está enfrente de la estatua de
Pessoa, tú, con aquel enorme sombrero de ala ancha y tu bufanda de cuadros
grises y rojos y tu inconfundible aire bohemio, y tu encanto ¡Ay Adelaida!, tu
hermosura contrastaba con aquel local pasado de moda repleto de fotografías
antiguas, olor a rancio y congelado por los siglos. Hay quien dice que recordar
es vivir de nuevo, pero yo creo que sólo se vive una vez, y yo sólo vivo cuando
estoy contigo. El resto del día malvivo. No te creas, Adelaida, que exista
tanta diferencia entre la vida y la muerte, apenas un delgado hilo, parecido al
que separa al loco del cuerdo. En la sala del hospital donde estoy casi todos
están muertos aunque parezcan vivos y hay algunos que parecen muertos que en
cambio viven; casi nadie se da cuenta. Salvo tú, Adelaida, nadie me entiende,
piensan que desde que te fuiste me he vuelto loco, esquizofrenia dicen, pero no
saben nada. Cada mañana, antes de salir para venir a verte, pasa un enfermero
por mi cama con un vaso de agua y una pastilla violeta y se asegura que me la
tome, pero hace tiempo que he aprendido a tragármela y luego a vomitarla. Para
qué seguir viviendo así, sin ti. Te encuentro tanto a faltar, son tan frías las
sábanas y es tan oscura la noche, tan vacía. Por doler me duele el aire que
aspiro y hasta cada latido de mi corazón ausente. Mi vida está contigo,
Adelaida, sólo contigo, aunque todos lo encuentren extraño.
Yo no
estoy loco, sé bien que tú estás muerta, Adelaida, que estás encerrada en este
agujero postrero, llenando de paz y serenidad esta enorme cementerio, esta
residencia de la cuarta edad, como tú decías. Estando contigo es el único
momento del día en el que me siento revivir de nuevo. A veces tengo la
sensación de que con tanto venir a verte, te estoy robando energía vital y de
que tú te mueres más y más y yo, en cambio, tomo más y más vida de ti. Hace poco leí a una
psicóloga que decía que se acepta mejor una muerte que una separación, pero yo
no puedo estar de acuerdo. Tal vez estaba divorciada o tal vez sea porque
siendo mujer vive la separación de otra manera, yo no lo sé. Solamente sé,
Adelaida, que tu muerte ha significado la mía y tu presencia mi vida. Te he
traído flores silvestres, flores que he ido picoteando aquí y allí por el borde
del camino mientras venía. Son amapolas rojas y anaranjadas, están por todas
partes, ¡Ay si pudieras verlas, Adelaida! Son para ti, con todo mi amor. Sí, a
mí también me gustan, pero esa rojez de sangre me inquieta. No consigo
olvidarme, no puedo. No sé qué me sucedió, Adelaida, fue un arrebato, una
pasión enfebrecida, una locura. Aquella sangre corriendo por tu cara, te quiero,
Adelaida, te quise y siempre te querré, no sé qué me pasó, te derrumbaste ante
mí con tu mirada huyendo despavorida. Tenía las manos ensangrentadas, ¡Dios
mío!, y un cuchillo que colgaba. Perdóname, Adelaida, perdóname.
PD:
La violencia es el último recurso del incompetente. Isaac Asimov 1920-1992.
No hay comentarios:
Publicar un comentario