martes, 29 de diciembre de 2015

Relato 92

                              Aviones

Las palabras son aviones de papel, conforman un texto volador. Las lanzamos al vuelo con mayor o menor acierto y con toda la delicadeza de la que somos capaces para que vuelen lejos. Incluso soplamos nuestro aliento en el morro para insuflarles ánimo y alma, doblamos las alas con esmero, alisamos el papel firmemente a fin que puedan  surcar cielos remotos, sin saber nunca y eso es lo divertido, dónde aterrizarán. ¿Sabe un profesor a dónde van a parar los aviones que da a sus alumnos? No. Ni lo sospecha. Alice Monroe lo dice de maravilla en su cuento Ficción. Pueden ir a tantos sitios: al cubo de alguna papelera que el basurero puede recoger, a la terraza de enfrente donde un crío aprende a pilotar, al despacho oval de algún ejecutivo, a las manos de un desesperado, a un zahorí del desierto, a un rico de la lista Forbes, al hortelano de tomates y alcachofas, al barquero del río manso, a un político, al niño o niña de mirada inocente, al oficinista de un banco, a su director, a un atasco, a una jubilada, a los esquimales del Canadá en su iglú o al fondo de un volcán apagado donde unos turistas lo recogen como reliquia. Lo que sí sabemos es que estos aviones inevitablemente van a recabar en alguna parte del planeta, siempre llegan a algún aeropuerto y más ahora con Internet, a algún potencial lector. O son como las semillas de la parábola añeja, que dependen del terreno a dónde caigan para que fructifiquen. Y la buena noticia es que siempre fructifican. Eso es lo maravilloso y recóndito. Aunque lo ignoremos. Esa es mi esperanza. Lo que decimos, hacemos o escribimos, lo que sea y del modo que sea, tiene su repercusión en alguna parte del espacio o del tiempo más allá de nosotros mismos y del ahora. Infaliblemente. Somos un instante en el tiempo sideral, aunque nuestra influencia sea perenne. Sigue aleteando, como las ondas de un estanque global e infinito, nunca se pierde, se recicla, es energía viva. Y lo asombroso es que ignoramos el efecto que provocaran sus vuelos a lo largo de la historia humana. A veces hasta regresan como los bumeranes. Por eso hay que ser pulcro con las palabras que ligeras vuelan: escogerlas, acariciarlas, sentirlas, amarlas. Las palabras son frágiles, como el ser humano, del papel que sale volando. No es lo mismo decir un te quiero que no decirlo, no es lo mismo. Ni una palabra que un silencio. Los espacios en blanco son palabras silentes, palabras que ni se ven ni se oyen, necesarias, que palpitan y dan sentido a la existencia. No es lo mismo decir que gruñir, ni callar a mal hablar, ni sentir que pensar, ni volar que aterrizar. La vida es la que es, ni corta ni larga, inacabable, repleta de incertidumbres, repleta de libertad. 
       
        Cuando soltamos las palabras aviones desde nuestro balcón particular se las damos a los lectores del mundo, al vecindario del barrio, las vemos planear en espirales generosas, seguimos su pista con los ojos húmedos hasta que se pierden, las vemos alejarse, volverse puntitos blancos y desaparecer. En ese momento, justo ahí, dejan de pertenecer al hablante, al escribiente, al actor, ¡celebrémoslo! —dice Raquel, podemos descansar. ¡Descansemos! Ahora se han transformado en aviones públicos, a disposición de los lectores potenciales, por vosotros, por nosotros, se convierten en patrimonio de todos. Compartimos las palabras de papel y eso nos da alegría, alivio y seguridad. Podemos contar contigo, —susurra el viento a nuestros oídos, —seguimos latiendo. ¿Lo oís?
         
        Ahora, desde esta atalaya de la ciudad de Barcelona donde vivo lanzo al mundo este avión de palabras, náufrago de papel y de islas, con esperanza, largamente elaborado con mil artes de papiroflexia. Es de papel virtual blanco y unas hormiguitas negras le merodean, conformando una exhortación:
       
        "Qué el año 2016 nos sea amable y benigno. Entre todos podemos conseguirlo. También con ellos. Gracias."
       

         Ved volar el avión virtual, planea sin reposo, está dando vueltas al mundo azul. Es enorme, resistente, de papel de buena calidad, de las palabras calladas que todos ignoramos. Observad, vuela sin intención de aterrizar, está envolviendo el globo de nácar azucarado. Va a elevarlo. ¡Formidable!

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