Adolescencia
La
mataré —dijo para sus adentros— no veo otra solución.
Paola estaba circulando por la autovía de
Mataró en el tramo de 80 Km./h. y había reducido la velocidad de un modo
automático. Por trabajo recorría mucho aquella zona y se la conocía al dedillo.
“No soporto a esta petarda, lo de anoche fue la gota que colmó mi paciencia”. Su
escasa paciencia. Apenas pudo descansar, pasó la noche dando vueltas en la
cama, repasando mentalmente la discusión que había tenido con Patricia, se había
levantado varias veces a beber agua, y estaba irritable. Por la mañana salió de
casa dando un portazo sin desayunar y con un intenso dolor de cabeza. “No puedo
continuar viviendo una situación tan estresante ni un minuto más, a mis
cuarenta y seis años no tengo porqué aguantar impertinencias de nadie y menos
de una mocosa tan mal criada y respondona que aprovecha cualquier situación
para desafiarme y hacer exactamente lo contrario de lo que le pido. Eso me
destroza, no puedo razonar, me saca de mis casillas.” Y daba golpes contra el
volante hasta enrojecerse las palmas de las manos y apretaba los dientes con
tal fuerza que su rostro adquirió un aspecto tenso, apergaminado, amenazante. De
la guantera extrae un cede y lo pone en marcha. “He de resolver este asunto,
acabará conmigo, sólo de verla me produce escalofrío y mi corazón se acelera
sin que pueda controlarlo. Anoche mismo después del notición no paraba con la
sopa de hacer ruido con la cuchara churrupeándola y le pedí que ¡por favor! no
lo hiciera, por buena educación y ella siguió ignorándome, tuve que
gritarle para que se dignara a mirarme
con sus grandes ojos celeste y carita de cordera degollada y me contestara con
toda la calma que no lo podía evitar ¡Será insolente la criaja esta!" La
música envuelve el coche, pero Paula no la oye. "Cuando bebe una Coca cola
o lo que sea deja la lata en el primer lugar que le viene en gana y no soporto
tener que decirle una y mil veces que la recoja y la tire en el cubo de la
basura, me saca de quicio tener que ir siempre detrás suyo, vigilándola como si
fuera una sargenta, cuando no soy ni su madre, ¡es inaudito!” Se le
humedecieron los ojos y se mordió el labio inferior hasta hacerse un poco de
sangre.
El tráfico estaba detenido a causa del
semáforo que une la autovía con la carretera de la costa y aprovechó para
limpiarse la pequeña herida del labio con uno de los pañuelos de papel que
extrajo de la guantera. “No se merece esta sangre que estoy derramando por
ella”. Escuchaba sin atención The dark side
of the moon, uno de sus temas preferidos de Pink Floyd, en la caravana
diaria. “Y aparenta ser una mosquita muerta con su semblante de ángel y su
mirada de lástima y luego siempre por detrás criticando todo lo que hago, yo
que se lo doy todo, pero esto se ha acabado, juro que esto lo voy a acabar muy
pronto, aunque no me corresponda, tan
cierto como que me llamo Paola. No tolero que se rebote ante mí y menos con el
desprecio con el que lo hace, con este aire de soberbia, ella, una cría de
catorce años. ¡Qué sabrá ella de la vida! Si su padre se hubiera encargado de
darle una buena educación como yo he hecho con los míos, ahora no tendría ni yo
ni él estos problemas. Cuanto más lo pienso más me cabreo.” Y seguía Animals.
Arrancó con potencia de la primera línea y
tomó la segunda salida de la rotonda dirigiéndose hacia Calella de Mar por la
carretera interior muy transitada a aquellas horas. "Tiene celos de mí,
considera que le he robado a su padre e intenta hacerme la vida imposible para
romper nuestro matrimonio, pero no lo va a conseguir. O ella o yo, ésta es la
cuestión y pienso plantarle cara. Mientras vivíamos juntos se comportaba de
otro modo, pero desde la boda se ha vuelto insoportable. Ha de cambiar si
quiere seguir viviendo en mi casa, aquí las normas las pongo yo y quien no esté
conforme que se vaya. Claro que en el lote van padre e hija, la custodia es de
la madre, pero he de compartirla cada quince días. Anoche colmó el vaso, ya no
la aguanto ningún otro fin de semana más, simplemente digo basta, la detesto”. Ahora
The
Wall.
El tráfico se había vuelto más fluido
gracias a tercer carril que han abierto a la altura de Arenys y Paula pudo
acelerar a fondo y desahogarse avanzando a un Mercedes conducido por un tipo
con bigote de cepillo al que pronto perdió de vista por el retrovisor. “Sólo
con pensar en ella mira como te pones, si, ¡te tiemblan las piernas! Es
indignante, se cree que por ser hija de divorciados tiene todos los derechos a
fastidiarme y a jorobar de paso a mi hija. Es obvio: tiene celos por las
atenciones que le presta su padre desde que nos casamos. Tal vez fue un error.
Maldita pendona que no tiene donde caerse muerta y se piensa que es la reina de
Java a la que todos hemos de servir pleitesía. Además, la muy mentirosa, ha
dejado de hablarse con mi hija, porque le estaba robando ropa y cuando se lo
eché en cara lo negó, muy ofendida, con
todo el descaro del mundo. ¡Y le estaba mostrado el jersey que se había
embutido en el bolso! ¡Increíble! Siempre a su bola colgada del móvil hablando
sin parar y con el portátil a cuestas escribiendo sobre mí y sobre lo mal que
lo está pasando en esta vida incluso lanzando amenazas veladas contra todo
aquel que no esté de acuerdo con ella. Según mi hija explica un montón de barbaridades
en el Facebook y allí quedan
registradas. ¡Peor para ella! He de hacer algo, es un mal ejemplo para mi hija
y está arruinando mi matrimonio. Sería mi segundo fracaso”. The Division
Bell suena, pero ella no la escucha.
Ha empezado a llover y Paola aminora la
marcha, activa el limpiaparabrisas, y nota sobre el techo del vehículo un monótono
repiqueteo que le incrementa el dolor de cabeza con el que se levantó “¡Y qué
notición! Así sin avisar su madre nos llamó anoche para decirnos que se iba a
Zambia con su novio durante un mes como enfermera de ayuda humanitaria y que
teníamos que aguantar a su hija durante todo este tiempo, que la tratáramos
bien que Patri se quejaba que no la cuidábamos. ¡Serán imbéciles! No la soporto.
Ya estoy harta de ir siempre de bombera de un lado a otro apagando fuegos que
no he provocado y encima con taquicardias, poniendo en peligro mi salud, todo
por una extraña. Demasiado quemada para ir a socorrer a nadie. Yo sólo quiero
ser feliz, quiero que me dejen en paz, que se me está escapando la vida por el
agujerito del desagüe y no quiero perdérmela. He de poder liberarme de esta
intrusa, la ahogaré en la bañera, haré ver que ha sido un accidente, resbaló y
se cayó, se quedó inconsciente, y ya
está, eso es, así lo haré, me libraré de
ella.” A Momentary Lapse Of Reason, está empezando.
La nube de tormenta pasó y volvió el cielo
gris. Paola llega a Calella y en el mar resplandecen láminas de plata que
reflejan ojuelos de sol. Desde la carretera ya divisa el hospital comarcal. No
hay aparcamiento y lo hace en la zona reservada al personal sanitario, para el
motor, se arregla el cabello, espera a que empiece Words. Consulta el
reloj, va con adelanto, en la cafetería desayuna una magdalena bañada en
chocolate y un par de cafés cortos que le sacian el hambre y le alivian la
migraña. Doce años como jefa del
departamento comercial de un laboratorio farmacéutico de Barcelona le dan
seguridad. Ha quedado con el director de cardiología del hospital, el Dr.
Brualla, a fin de presentar un nuevo fármaco y planificar estrategias de venta.
Le conoce desde hace tiempo, separado recientemente de la doctora Ruiz, siempre
le ha parecido una persona atenta y encantadora teniendo en cuenta que según su
experiencia la mayoría de médicos son arrogantes y pretenciosos. “Debe rondar
la cincuentena y sí, es verdad, es calvo, pero se mantiene apuesto y atractivo,
a mí siempre me ha caído bien, no sé, tal vez podría probar.”
Paola se acerca al médico portando una
cartera repleta de documentos, vestida con un traje chaqueta carmín y tacones
altos y en su andar sinuoso y seductivo se adivinaba la pregunta que en un
momento u otro de la conversación le formularía al Dr. Brualla: ¿Tiene usted
hijos?