martes, 30 de enero de 2018

Relato 201


                                          Adolescencia
       
         La mataré —dijo para sus adentros— no veo otra solución.
         Paola estaba circulando por la autovía de Mataró en el tramo de 80 Km./h. y había reducido la velocidad de un modo automático. Por trabajo recorría mucho aquella zona y se la conocía al dedillo. “No soporto a esta petarda, lo de anoche fue la gota que colmó mi paciencia”. Su escasa paciencia. Apenas pudo descansar, pasó la noche dando vueltas en la cama, repasando mentalmente la discusión que había tenido con Patricia, se había levantado varias veces a beber agua, y estaba irritable. Por la mañana salió de casa dando un portazo sin desayunar y con un intenso dolor de cabeza. “No puedo continuar viviendo una situación tan estresante ni un minuto más, a mis cuarenta y seis años no tengo porqué aguantar impertinencias de nadie y menos de una mocosa tan mal criada y respondona que aprovecha cualquier situación para desafiarme y hacer exactamente lo contrario de lo que le pido. Eso me destroza, no puedo razonar, me saca de mis casillas.” Y daba golpes contra el volante hasta enrojecerse las palmas de las manos y apretaba los dientes con tal fuerza que su rostro adquirió un aspecto tenso, apergaminado, amenazante. De la guantera extrae un cede y lo pone en marcha. “He de resolver este asunto, acabará conmigo, sólo de verla me produce escalofrío y mi corazón se acelera sin que pueda controlarlo. Anoche mismo después del notición no paraba con la sopa de hacer ruido con la cuchara churrupeándola y le pedí que ¡por favor! no lo hiciera, por buena educación y ella siguió ignorándome, tuve que gritarle  para que se dignara a mirarme con sus grandes ojos celeste y carita de cordera degollada y me contestara con toda la calma que no lo podía evitar ¡Será insolente la criaja esta!" La música envuelve el coche, pero Paula no la oye. "Cuando bebe una Coca cola o lo que sea deja la lata en el primer lugar que le viene en gana y no soporto tener que decirle una y mil veces que la recoja y la tire en el cubo de la basura, me saca de quicio tener que ir siempre detrás suyo, vigilándola como si fuera una sargenta, cuando no soy ni su madre, ¡es inaudito!” Se le humedecieron los ojos y se mordió el labio inferior hasta hacerse un poco de sangre.
          El tráfico estaba detenido a causa del semáforo que une la autovía con la carretera de la costa y aprovechó para limpiarse la pequeña herida del labio con uno de los pañuelos de papel que extrajo de la guantera. “No se merece esta sangre que estoy derramando por ella”. Escuchaba sin atención The dark side of the moon, uno de sus temas preferidos de Pink Floyd, en la caravana diaria. “Y aparenta ser una mosquita muerta con su semblante de ángel y su mirada de lástima y luego siempre por detrás criticando todo lo que hago, yo que se lo doy todo, pero esto se ha acabado, juro que esto lo voy a acabar muy pronto, aunque no me corresponda,  tan cierto como que me llamo Paola. No tolero que se rebote ante mí y menos con el desprecio con el que lo hace, con este aire de soberbia, ella, una cría de catorce años. ¡Qué sabrá ella de la vida! Si su padre se hubiera encargado de darle una buena educación como yo he hecho con los míos, ahora no tendría ni yo ni él estos problemas. Cuanto más lo pienso más me cabreo.” Y seguía Animals.
          Arrancó con potencia de la primera línea y tomó  la segunda salida de la rotonda  dirigiéndose hacia Calella de Mar por la carretera interior muy transitada a aquellas horas. "Tiene celos de mí, considera que le he robado a su padre e intenta hacerme la vida imposible para romper nuestro matrimonio, pero no lo va a conseguir. O ella o yo, ésta es la cuestión y pienso plantarle cara. Mientras vivíamos juntos se comportaba de otro modo, pero desde la boda se ha vuelto insoportable. Ha de cambiar si quiere seguir viviendo en mi casa, aquí las normas las pongo yo y quien no esté conforme que se vaya. Claro que en el lote van padre e hija, la custodia es de la madre, pero he de compartirla cada quince días. Anoche colmó el vaso, ya no la aguanto ningún otro fin de semana más, simplemente digo basta, la detesto”. Ahora  The Wall.
        El tráfico se había vuelto más fluido gracias a tercer carril que han abierto a la altura de Arenys y Paula pudo acelerar a fondo y desahogarse avanzando a un Mercedes conducido por un tipo con bigote de cepillo al que pronto perdió de vista por el retrovisor. “Sólo con pensar en ella mira como te pones, si, ¡te tiemblan las piernas! Es indignante, se cree que por ser hija de divorciados tiene todos los derechos a fastidiarme y a jorobar de paso a mi hija. Es obvio: tiene celos por las atenciones que le presta su padre desde que nos casamos. Tal vez fue un error. Maldita pendona que no tiene donde caerse muerta y se piensa que es la reina de Java a la que todos hemos de servir pleitesía. Además, la muy mentirosa, ha dejado de hablarse con mi hija, porque le estaba robando ropa y cuando se lo eché en cara lo negó, muy ofendida,  con todo el descaro del mundo. ¡Y le estaba mostrado el jersey que se había embutido en el bolso! ¡Increíble! Siempre a su bola colgada del móvil hablando sin parar y con el portátil a cuestas escribiendo sobre mí y sobre lo mal que lo está pasando en esta vida incluso lanzando amenazas veladas contra todo aquel que no esté de acuerdo con ella. Según mi hija explica un montón de barbaridades en el Facebook y allí quedan registradas. ¡Peor para ella! He de hacer algo, es un mal ejemplo para mi hija y está arruinando mi matrimonio. Sería mi segundo fracaso”. The Division Bell suena, pero ella no la escucha.
         Ha empezado a llover y Paola aminora la marcha, activa el limpiaparabrisas, y nota  sobre el techo del vehículo un monótono repiqueteo que le incrementa el dolor de cabeza con el que se levantó “¡Y qué notición! Así sin avisar su madre nos llamó anoche para decirnos que se iba a Zambia con su novio durante un mes como enfermera de ayuda humanitaria y que teníamos que aguantar a su hija durante todo este tiempo, que la tratáramos bien que Patri se quejaba que no la cuidábamos. ¡Serán imbéciles! No la soporto. Ya estoy harta de ir siempre de bombera de un lado a otro apagando fuegos que no he provocado y encima con taquicardias, poniendo en peligro mi salud, todo por una extraña. Demasiado quemada para ir a socorrer a nadie. Yo sólo quiero ser feliz, quiero que me dejen en paz, que se me está escapando la vida por el agujerito del desagüe y no quiero perdérmela. He de poder liberarme de esta intrusa, la ahogaré en la bañera, haré ver que ha sido un accidente, resbaló y se cayó, se quedó  inconsciente, y ya está, eso es,  así lo haré, me libraré de ella.” A Momentary Lapse Of Reason, está empezando.
            La nube de tormenta pasó y volvió el cielo gris. Paola llega a Calella y en el mar resplandecen láminas de plata que reflejan ojuelos de sol. Desde la carretera ya divisa el hospital comarcal. No hay aparcamiento y lo hace en la zona reservada al personal sanitario, para el motor, se arregla el cabello, espera a que empiece Words. Consulta el reloj, va con adelanto, en la cafetería desayuna una magdalena bañada en chocolate y un par de cafés cortos que le sacian el hambre y le alivian la migraña. Doce años  como jefa del departamento comercial de un laboratorio farmacéutico de Barcelona le dan seguridad. Ha quedado con el director de cardiología del hospital, el Dr. Brualla, a fin de presentar un nuevo fármaco y planificar estrategias de venta. Le conoce desde hace tiempo, separado recientemente de la doctora Ruiz, siempre le ha parecido una persona atenta y encantadora teniendo en cuenta que según su experiencia la mayoría de médicos son arrogantes y pretenciosos. “Debe rondar la cincuentena y sí, es verdad, es calvo, pero se mantiene apuesto y atractivo, a mí siempre me ha caído bien, no sé, tal vez podría probar.”

        Paola se acerca al médico portando una cartera repleta de documentos, vestida con un traje chaqueta carmín y tacones altos y en su andar sinuoso y seductivo se adivinaba la pregunta que en un momento u otro de la conversación le formularía al Dr. Brualla: ¿Tiene usted hijos? 

martes, 23 de enero de 2018

Relato 200


                                      Atreviment
      
       ―Anem?
                ―Ara no, no m’apeteix.
                ―Però, havíem quedat que aniríem, oi?
                ―Sí, però això era abans. Ara no m’apeteix.
                —Abans de la discussió?
                —Abans.
                —Podem anar a la següent sessió.
                —Potser sí, ja veurem. També pots anar-hi sol.
                —¡Què faria jo al cinema sol!
                —Doncs, ja seria hora que ho provessis. Vull quedar-me a casa. Vull estar tranquil·la.
                —No hem diguis això. No vull deixar-te sola.
                —Ja sóc grandeta, ¿no et sembla?
                —Ja ho sé, però es que no veig que em pugi agradar anar sol al cinema. Allà al mig de la foscor sense tu al meu costat em sentiria buit i abandonat.
                —Atreveix-te, amor. T’anirà bé.
                —Vols dir, mare?

martes, 16 de enero de 2018

Relato 199

                                 Venecia (y 13)    (ver relato 188)
 (en verde) Preguntas, Albert, por la Loggetta: a los pies del campanile hay una construcción de mediados de XVI, de Sansovino, hermosa y suntuosa a base de mármol de Carrara y piedra de Istria, que llama mucho la atención del turista. Fue centro de reunión de gente rica de Venecia, centro comercial de la época. Ocho columnas de mármol sostienen la amplia terraza, y en el centro los tres arcos de la entrada. En las cuatro hornacinas hay estatuas de dioses romanos antiguos mientras que en los bajorrelieves dominan las escenas mitológicas. También preguntas por la biblioteca marciana (marciana por San Marcos, no por extraterrestres como tú sugieres, tonto) de finales del XVI, que cuenta con más de un millón de libros impresos, infinidad de manuscritos con miniatura y cerca de tres mil incunables. Miniatura viene de minio, es decir, del óxido de plomo rojo que se utilizó al principio no como antioxidante, sino como componente de la tinta para iluminar los dibujos o pinturas de lo códices ilustrados en el medioevo. Es un edificio clásico (los venecianos honraban a los romanos con quienes negociaban) con arcos dóricos en la planta baja y en el frontal alternan triglifos y metopas. El friso está rematado con relieves sucesivos de querubines y guirnaldas de flores y frutas. La decoración escultórica de los arcos es de Alessandro Vittoria. Un rasgo notable de Venecia es que está prohibido hacer picnic en esta piazza, (se persigue y multa) y también la pesca, el agua de Venecia está contaminada como tu LLobregat (hace tiempo, sí, Angelina, ahora no, con las depuradoras) y el pescado viene de fuera y sale por las nubes, de hecho aquí todo está muy caro, lo insólito se hace pagar y lo pagamos todos, los turistas y nosotros. Mi amiga Silvina ya ha dejado de comer pescado y yo estoy volviéndome vegetariana. Últimamente me encuentro más cansada y me duelen los huesos y hasta el alma, no sé si esta ciudad me está matando a golpes de marea o me está oxidando, el caso es que no me siento bien y quiero hacerme un chequeo. ¡Qué bueno que tengas noticias de la señora desconocida! Ha resultado ser una ex-operadora de Telefónica de España, una mujer independiente, soltera, que viajó mucho, que hace años estuvo aquí, en Venecia, y que al parecer murió sola y sus fotografías de viaje (¿a quién le podrían interesar?) fueron a parar a un mercado de segunda mano (donde tú compraste los negativos por pura curiosidad) seguramente como comentas por haberse vaciado el piso donde vivía cuando falleció. ¡Qué pena el olvido, Albert, qué pena me da! Qué bueno, que fuera otra ex operadora la que reconociera la foto del diario, una ex amiga, Amparo, que te llamara de ¿Palencia o Valencia?, no se ve claro y hablaras con ella. Ahora ya sabes el nombre de tu desconocida —Lourdes García Albano— y que nació en Málaga y que trabajó casi cincuenta años en una centralita de Madrid, que podría tener ascendencia italiana por parte de madre, que según su amiga se volvió con los años huraña y distante, sin casi amistades, y yo digo, Albert, ve a saber qué le sucedió a Lourdes para volverse así de amagada, porque todo tiene una razón de ser, ¿sabes, Albert?, que según te dijo fue la misma Amparo quien arrojó las cenizas de Lourdes al mar malagueño siguiendo su última voluntad. ¿Te das cuenta, Albert, que de ella no queda ya nada más que tus fotos rescatadas de un mercado antiguo? Siento escalofríos, no sé, igual hasta tengo fiebre, se me está removiendo el estómago, tú, lejos, el tiempo pasa, suerte tengo de tener a mi amiga Silvina, cerca. En momentos difíciles se agradece tener al lado alguien que te quiera de verdad. Besos, Ciao. XXX         
       
        Ésta es la última postal que tengo de Angelina. Y es de hace años. No sé que habrá sido de ella ni el resultado de su chequeo y en estas horas inciertas me apena no saberlo. Estuve unos meses escribiéndole postales, ansioso de saber y no me contestó ninguna. No sé qué habrá sido de ella, si seguirá viva, si tendrá pareja, tal vez hijos, tal vez sea abuela, o lo más probable haya mutado en Sirena de las aguas venecianas.
        No lo sé y me apena. Me duele el olvido como ella misma dejó escrito.

        Sigo pendiente de ir a Venecia, todavía, a rescatar a Angelina, a rescatarnos del pasado vivido, me conozco la ciudad al dedillo por sus postales, pero tal vez, sólo tal vez, no pueda ir nunca. 

martes, 9 de enero de 2018

Relato 198

                                      Carbón

Para un republicano convencido como Guillermo Pomar Flecha desafiar a los Reyes magos era desde crío más una devoción que una obligación. Sin embargo, semejante insolencia acabó teniendo consecuencias. Después de setenta años alterando el orden establecido, cometiendo todo tipo de desmanes sociales como desvestir a los ricos para vestir a los pobres, saltándose las reglas más elementales de la buena convivencia terminó recibiendo el pasado día de Reyes el castigo largamente amenazado: negro carbón de Cook.
       
        De negro carbón de Cook recibió diez toneladas.

    —Tendré para calentarme hasta el final de mis días —exclamó, sorprendido.
        

martes, 2 de enero de 2018

Relato 197

                                             2018

No el meu oncle David amb les seves magnífiques paelles al camp, ni l'oncle Pere, l'estimat oncle Pere, pagès bon jan i artista del billar, ni l'avi Domingo, qui s'emocionava per res, i tocava el clarinet a la banda del poble i ensenyava als analfabets, ni l'àvia Cinta, la lúcida miop que des de casa ho controlava tot, ni el meu pare Xavier, pastisser, lluitador de mena, de memòria colossal, però sí la meva mare, valenta, d'esperit jove, la meva mare, sí. No la meva padrina Cinteta, ni la tieta Carme, ni l'oncle Agustí ni el seu fill Frederic, ni l'àvia Encarnació, ni l'avi Xavier, potser va ser el primer, sí, el primer. Ni l'Aureli, el meu sogre, l'home més racional i espiritual que he conegut, ni tan sols ell, però sí la meva dona, els nostres fills, jo mateix, nosaltres, sí.
        No la veïna Pilar, grossa i seductora, ni el seu marit Tonyo, sovint amb una galleda buida a la mà, ni l'Enric, amic d'infància, després carter del poble, ni la Isabel i el seu fill Ricard, qui un dia es va ficar una canica al nas, no se la podia treure i ens espantarem molt, ni la Teresina, companya de jocs atrevits, ni la Antonieta dels Xarans, sempre escotada i de pits exuberants, ni el seu plàcid marit, el Manel, ves a buscar-me picadura a l'estanc, fill, que em fan mal les cames i hi anava content, jugàvem a escacs al carrer, jugàvem al carrer. Ni les converses filosòfiques amb el seu fill Batista, un estoic nat, ni el Joan, home fort, rabassut i treballador, sempre bramant, sempre corrent, ensellant la mula al carro de bon matí, ni la Maria,la fatrelluda, remugant amb una branca de romaní als llavis i un farcell al cap, ni la Josefina, que hi vivia al costat, d'ulleres gruixudes ni el seu marit, l'Emili, calb, que no podien tenir fills i viatjaven molt, saludant amables al passar pel portal, saludant i somrient. No, ells tampoc.
         Ma cosina Maria Carme, sí, però no el seu marit, el Ramón, caçador de conills i llaurador, home de poques però sinceres paraules, i ma cosina Rosa Maria, sí, però no el seu marit, l'admirable Enric de la bòbila, sempre de bon humor i l'acudit a punt, que ens encisava cantant jotes amb la seva veu potent, ell, no. Ni els seus pares, tan vitals, que mai en tenien prou: ampliem, ampliem... Mai en tenim prou. Tampoc el masover Joan, prim com un secall, faixa fosca, pantalons de pana, burilla a la boca, desdentat, que al passar s'aturava, somreia i ens engegava: bueno..., i seguia costa amunt amb el sac a l'esquena, fumejant.
         Ni la presumida i alegre Carmeta, amiga íntima de ma padrina i sa companya de missa dels dissabtes, sempre buscant marit, trobant-lo al final en el ball, un home de fora, adinerat, ni sa mare, vestida de negre dol, carregada de cistells recoberts amb mocadors de quadres marrons i grocs, ni la riallera veïna, la Dorita, la que anava a veremar a França amb sa filla Fina i que va acabar embogint, sola, ni el seu marit, el miner, que després es va fer afilador i anava per la comarca amb un Cuatre cavalls i cara de pomes agres, ni l'Aventí, ideant històries que em fascinaven asseguts en un pedrís al sol, ni la Ramona, ni l'Antonio, ni el Carles, ni la Clara ni l'Empar, amics entranyables de carrer, no, cap d'ells.
         Ni el doctor Sedó, titular de la única farmàcia del poble, ni el practicant Jesús, alt com un sant Pau, que cada migdia venia a punxar-me al cul amb unes injeccions que prèviament bullia i em deia: bufa, hijo, bufa, i jo bufava i bufava i no en feia mal. Ni el boig del Carbassó que vivia en una casa derruïda a tocar del castell, ni el sabater tartamut amb qui també jugava a escacs, ni el perruquer de bigoti fi que no callava mai, ni el senyor Garí, l'home gros i afable que reparava bicicletes assegut, ni els seus dos fills que heretaren l'ofici i obriren una altra botiga al pont, ni el falaguer Fernando, l'encarregat del reg veïnal, amb qui xerrava sovint sobre el vol dels ocells i que al mecanitzar-se el reg es va fer enterramorts, ni la Balbina, ni la Paquita, ni la Rosita, ni el Sisco, ni l'Amorós, ni la Quitèria, ni el Garreta, ni la filla del Benito, tampoc ella, la bellíssima Angelina...

        No, cap d'ells, d'elles, estimats tots, han vist entrar l'any 2018.