martes, 25 de diciembre de 2018

Relato 248

                                     Nadal

Fum, fum, fum i el foc s'estengué més ràpid que una daina. No arribaren a 

tastar els torrons, els pobres innocents. Per Nadal també funcionen els 

crematoris.



martes, 18 de diciembre de 2018

Relato 247


                                                Duelo

Hoy, hace tres años, murió padre, mi querido padre. Tenía 89 años, muchos según mis hijos y nietos, pero siempre insuficientes para mí. Y eso que había perdido la cabeza, que no recordaba ni su nombre, ni el mío ni el de su esposa, que había olvidado cosas tan sencillas como vestirse, calzarse, caminar firme, defecar, comer, beber, orinar... Había olvidado casi todo lo que necesita un ser vivo para sobrevivir por sí mismo. Sin embargo, era todavía mi padre, mi referencia. En defensa suya he de reconocer que su muerte no debía haber sido una sorpresa para mí, llevaba años enfermo de Alzheimer, preparándonos a su manera para este momento, perdido en un mundo que se le antojaba hostil.
        Sin memoria, tal vez por ello, por el hecho de darle descanso a la razón, podía expresarnos tanto afecto, tanta ternura, como quizás nunca antes había sido capaz de verbalizar a sus hijos, generalmente parco, severo e insensible. Padre era y se comportó como un artista nato, indiscutible y el trabajo su mayor pasión y satisfacción. Se pasó la vida trabajando de pastelero, su afición y trabajo favoritos, casi una obsesión, destacar en su oficio, ser alguien de renombre en su profesión, que se le valoraba su talento y creatividad. Su tesón tuvo éxito de muy joven cuando desde su pueblo de Móra d'Ebre se dio a conocer al mundo publicando en la revista La Confitería Española espectaculares figuras de chocolate o de azúcar glaseado como un juego de la oca imposible a tamaño natural (que aún conservamos) o un tapete con figuras de lucha grecorromana y pronto empezó a recibir el reconocimiento del mundo artístico y un montón de premios nacionales y del extranjero. Tenía una enorme habilidad con el cornet. Es cierto que eso le ocupó mucho tiempo, tiempo que no dedicó a sus hijos, es un hecho, pero él necesitaba el triunfo social por encima de todo, no había nacido para educar a sus hijos.
        Y sin embargo lo hizo, a su manera, padre ha estado en los momentos dramáticos de mi vida, cuando enfermé de pequeño con riesgo de muerte, cuando caí de la bici y me operaron de la pierna con ocho puntos o cuando la salmonelosis de mayor, que estuve ingresado una semana. Padre y madre siempre han estado juntos y cuando los he necesitado a mi lado. Os doy las gracias, padres, por vuestra entrega, por vuestro amor incondicional, gracias. Padre nos quiso a su modo, como se quería antes, como de lejos, formó parte de una época en la que expresar los afectos era considerado una debilidad, pero no lo era expresar la ira. ¡Qué cosas!
        A veces, recuerdo ahora, tenía destellos del pasado. Una vez me preguntó: a mi me ha gustado mucho trabajar, ¿verdad?, aunque no recordaba de qué. Sin cabeza, cierto, pero con un gran corazón, padre se ha ido para siempre, resulta duro escribir esto, para siempre, él era mi referente y ya hace tres años. No volveré a verle, ni a tocar sus manos arrugadas, manos que de joven me izaban al cielo cuando era su querido bebé. Con gran orgullo hace años me decía tú fuiste el primero en hacerme padre.
         Sé que esto de morirse sucede cada día, las personas nos morimos, incluso al nacer o por accidente o enfermedad, muchas ni llegan a la vejez, mueren asesinadas, perseguidas, arrastradas por la vorágine de guerras estúpidas, que causan migraciones humanas de gran dolor y desespero. Morirse es natural, unas formas desaparecen y vienen otras, el propio sistema evolutivo de la humanidad  requiere reciclarse, pero no me acostumbro a la muerte, no creo pueda acostumbrarme, allí donde la veo sigue causándome desconsuelo, estupor y desconcierto.
        Todos los que estamos ahora aquí vivos, moriremos, es un hecho, el tiempo es el mayor demócrata, nos iguala a todos por el mismo rasero, siempre nos alcanza, ahora estás, ahora dejas de estar, no hay que llevarse a engaño. Con todo son muchas las personas que viven como si la muerte no fuera para ellos, nadie les dijo al nacer que un día u otro morirían, seguramente por eso, porque padre vivió como si nunca hubiera de morirse y yo me lo creí, me sigue doliendo tanto su  desaparición. Y porqué  es mi padre, porqué alguien le ha de llorar y porque necesito desahogarme. Me duele dentro un montón. Tres años después y aún estoy de duelo.

martes, 11 de diciembre de 2018

Relato 246

                                   Muñeco
       
        —¿Dónde se acovacha tu muñeco, pendeja?
        —No patine, señor, no lo sé, palabrita de Dios.
      —¿Dónde, Pimpinela, dónde? Está copado. No me jorobes, destangada. Estaba contigo ahorita mismo, la  piltra está revuelta, aún arde. ¡Ándale!
        —Se ha ido, señor, por el ventano, por mi santa madre bendita.
        —Tú, mira por la ventana. Tú, al cuarto de baño, tú, a la cocina. Andaos con tiento, es un cuchillo largo, lleva chumbo.
        —No me pilotees, Dolores, que te la estás jugando. ¿A dónde el pibe?
        —No lo sé, señor, ha saltado a la carrera, les ha olido.
        —Aquí no hay nadie, señor, y a la calle imposible, hay demasiada altura.
       —El muñeco está aquí, lo presiento, ahora mismo nos está observando. Se está riendo de nosotros. ¿Habéis revisado los armarios? ¿Bajo la cama? ¿En la nevera? ¿Detrás de las puertas? ¿En el balcón?¿En algún libracho?
        —Nada, señor, ni rastro, aquí sólo usted, esta turra y nosotros tres.
        —No puede habérsenos escurrido otra vez. Explorad altillos, claraboyas, trampillas, ¡joder! Revisarlo todo. Está aquí, lo sé.
        —¿Dónde está tu chorbo, coneja? Boquea clarín o te fileteo. 
        —No me lime, señor, con todos mis acatos yo no soy una jetona, vino a por una chupa y se abrió, no tengo nada que ver con el cofrade que buscan.
        — ¡Hay que chingarse! ¡Guzmán!
        —Señor.
        —La bocha es corta. ¡Desnúdala!
        —Malditos seáis, jodidos fiches.
        —¿Y ahora, señor?
        —Ensartadla.
        —¿Los tres? 
        —Los tres y yo vigilo. Que haya fiesta negra, que grite y haya bronca.
        —A su orden.
        —El muñeco no tardará en presentarse al borlote, estoy seguro.
       
        Sin embargo, la mañana siguió monótona y aburrida como la de un lunes cualquiera en Ciudad Suárez.                 

martes, 4 de diciembre de 2018

Relato 245

                                       Maduro

 Nadie lo sabe. Permiso, pues, para que mudo vaya entre paréntesis. El (mudo) Alfonso Maduro Carpe escribe rápido en un taco de notas azules y las deja caer al suelo aleatoriamente como si repartiera obleas (hay un buen montón bajo la mesa, algunas pisadas, gasta un cuarenta y siete o así). Escribe  y gesticula sin parar (domina un lenguaje de signos extraño, ininteligible), lo que no deja de sorprender en un tipo de ciento veinte años, cumplidos ayer. También podría ser que no fuera lo que se dice un mudo cien por cien integral, sino resultado de una mudez por bloqueo emocional, enfermedad circulatoria de la vejez o un trauma no resuelto de la infancia y aún, si así fuera, se pirrarían por oírle algún día hablar (por su prominente úvula, especulan que tendría una voz gangosa, otros, sedosa). La esperanza nunca se pierde  reza un cartel en la pared de un verde claro relajante.
        Si pudiera existir un mudo de nacimiento, entonces, no tendría solución. Aún así, ¿resistiría lo suficiente para operarse, madurar y hablar? Dudoso, enganchado día y noche a la silla de ruedas donde duerme con pañales a medida (un cuarenta y seis o así) y una anatomía adaptada al asiento como un capacho rígido, rodillas dobladas, brazos extendidos, cuello a  noventa grados, sin apenas movimiento, ligero tembleque, escupiendo papeles como los funcionarios, formularios. Tanto tiempo allí y nada saben de su vida. Si no fuera mudo, podría haber elegido quedarse mudo para ahorrar energía o saliva, (escasas a su edad) o quizás mutatis mutandis, cansado de hablar en vano prefiriera guardar silencio y gesticular por el gusto de gesticular y escribir veloz por el gusto de escribir. Incomoda el mutismo del inválido, gangosa o sedosa, ¿cómo su voz?, no se acostumbran a ser ignorados. ¿Habla o no, o  disimula?, (de ahí la precaución del principio). Tal vez más tarde, a la hora de comer, si come, le delate un susurrante basta. Pero, en estos momentos Alfonso Maduro Carpe sigue lanzando papeletas al vuelo como una ametralladora desbocada:
       
        La fruta madura cae al suelo, se revienta y lo mancha todo.
        Un hombre llora en un banco del parque y la tarde se esfuma. Otoño.
        Sorpresa. Encogido bajo un paraguas.
        Madurar es crecer por dentro, reventar la piel que aprisiona. Liberarse.
    La niña se va por la esquina, lleva una gabardina que dice adiós.   Déjala.      
        Escalpelo.
        Carretera sin fin. Camina sin zapatos. La arena quema, suda, se hunde.
        Apertura.
        Crece lo que está vivo, rumor de voces escritas, apelotonadas.
        Los peces envejecen sin arrugas, surfean, no se ahogan.
        No seas chiquillo.
        Fragmentos de metal incrustados en la piel. Pasos rápidos. Miedo.
        El paso del tiempo no avanza.
        Cruza por el paso cebra un avestruz.
        El semáforo está en rojo.
        Sangre en la calzada.
        No hace frío, es un día de verano.
        Madura.
        Chirrían las ruedas.
        Enfangados en la piscina, no hay manera.
        Crecimiento sin peso lenticular.
        Envejecer no es madurar. Coge el tren de las siete y del pinar las piñas.
        ¿Sigues teniendo frío, hambre, sed?
        Acuérdese. Rellene las casillas sin salirse del recuadro.
        Crece lento, el tranvía azul.
        Maduro, madura.                                                    
        La noche acecha de madrugada.                    

martes, 27 de noviembre de 2018

Relato 244


                                        Amigo

Amigo, el por qué le maté no importa ahora, ni el cómo ni el cuándo, lo que ahora importa es qué voy a hacer con este cadáver que tengo ante mis pies y cómo demonios me las voy a apañar para continuar viviendo sin él, cargando con su ausencia y con la culpa de esta muerte, esto es lo que verdaderamente importa.
        Muertes, lo que se dice muertes se producen miles a diario y de todo tipo, violentas, accidentales, asesinados o por enfermedad, todas las muertes son naturales, faltaría más, pero este tipo extraño que me está mirando con ojos compasivos tras unas gafas de pasta y con un hilillo de sangre todavía tibio cayéndole de los labios, a éste, amigo, lo he matado yo. Esto es lo que realmente importa.
        Las muertes anónimas no me interesan, las veo por la tele a diario, casi no me afectan. Sin embargo, ésta sí. A éste, amigo, lo he estrangulado yo y no me ha resultado fácil, nada fácil. No porque fuera corpulento, que no lo era, enclenque más o menos como yo mismo, ni porque le hubiera dejado de amar o de odiar, que tampoco, o que le tuviera miedo, que sí, o escrúpulos, eso no importa. No importa el por qué le haya matado sólo deciros que el difunto llevaba conmigo más de sesenta y cinco años, sesenta y cinco años de honda compenetración, nada fácil, os lo aseguro.
        Lo contemplo ante mí, ahí, tendido en el suelo con su traje de trabajo y la corbata a topos amarillos, lo veo tan tranquilo, tan apacible, parece mentira y mi corazón se enternece, —lamento haberte matado, lo lamento pero no me has dado otra opción —le digo en voz baja, mientras me seco el sudor del rostro con un pañuelo gris. ¿Qué voy a hacer, contigo?
        Estoy indefenso, amigo, él siempre había resuelto todos los problemas por los dos, yo, a su lado, era invisible, completamente invisible, invisible todo el tiempo. Y ahora, estoy solo, me he quedado sin él después de tantos años, vacío de nombre y apellidos, vacío de apoyos y de seguridad, sin mi cara mundana, vulnerable, tembloroso, me pregunto, ¿qué haría él con este muerto?    Yo no lo sé, es la primera vez que mato a alguien y espero no volver a hacerlo. Deseo no volver a hacerlo, me gustaría no volver a hacerlo nunca más. Sin embargo, esta muerte era inevitable, o él o yo, la cosa no podía continuar, no podía continuar así de ignorante, así de ignorado. Me he liberado de su vida pero aún no de su cuerpo, este es el problema, amigo, este es el problema.
        Debo deciros que le he amado tanto como le he odiado o más, que iba con él a todas partes ya fuera de día o de noche, que le he conocido a fondo y sé bien de sus desmanes sociales, de su egoísmo, de su fachada pretenciosa. Debo deciros que ha reprimido mi palabra siempre, que ha reprimidos mis silencios siempre, que me ha menoscabado siempre. Sistemáticamente ha rehusado escucharme, ¿cómo puede darse así una convivencia sana?
         Incluso cuando le insinué que podría morir estrangulado, se revolvió inconscientemente con una estridente carcajada. He tenido mucha paciencia, amigo, le he seguido a todas partes como si fuera su doble, su lado invisible. Con todo, llega un día, un día glorioso, en el que cualquier ser humano quiere inevitablemente matar a su propia sombra y, entonces, lo lleva a cabo.
        Y ésta es, amigo, la cuestión definitiva, ¿qué debo hacer con este muerto?

martes, 20 de noviembre de 2018

Relato 243


                                  Encargada

        ¿A la calle, hija?
        —Sí, de un día para otro. Es desesperante, otra vez sin trabajo.
        —Lo sentimos, hija, te apoyamos en lo que necesites. ¿Qué te dijo la encargada?
        —Que no había superado el periodo de prueba, sin más explicaciones, me dio el finiquito y se quedó tan fresca.  
        —Pero, ¡si fuiste la dependienta líder de ventas del mes pasado de todas las tiendas de Barcelona!
        —Ya, y me lo curré mucho, pero según ella no doy el perfil.
        —No lo entiendo.
        —Ni yo. Un trabajo que me gustaba.
        —Si hasta te quedabas más tarde para completar las ventas.
        —Sí. Luego la encargada cambiaba el tíquet para ponérselo a su nombre, por las comisiones. Aquel día, el que me quedé hasta las nueve, hice una venta de 625 euros y se la adjudicó ella por la cara. Y no te lo pierdas al día siguiente se pavoneaba de la venta con los jefes y las otras dependientas.
        —¿Y tú no le dijiste nada?
        —Que la venta la había hecho yo, y no ella.
        —¿Y?
        —Que yo estaba de prueba y ella mandaba.
        —Pues, vaya joya. Debe tener buenos padrinos.
        —Yo mantuve la calma, ya sabes, padre, el trabajo en esa tienda de Tea Xop me interesaba, y en ningún momento le levanté la voz. Estoy dolida. Superé con un excelente el cursillo de formación de un mes, me lo curré mucho; no hay derecho, padre, no hay derecho...
        —No lo hay, hija, es injusto. Déjame abrazarte. Me entristece que te pase eso, tú vales mucho para la venta. Le preguntaste por qué te echaban.
        —Sí. Varias veces. No concretó, me respondió con evasivas, me he quedado con las ganas de saberlo. Cuando insistí me dijo que había informado a sus jefes que yo no era suficiente líder para sustituirla. Que para ser líder hay que tener mala leche, dice.
        —¡Si tú eres una líder natural, si has llevado un negocio propio!
        —Sí, pero al estar con los dos meses de prueba no quise comentar nada.
        —¿ Y sustituirla?
        —Sí, para cuando esté de baja. Quiere quedar embarazada.
        —¡Qué edad tiene tu encargada?
        —Es una cría, la Claudia tiene unos 28. El mundo es extraño, padre, favorece a los pavones y castiga a los prudentes.
        —Sí, muy extraño. Demasiado. ¿Por qué no pruebas de hablar con sus jefes?, no te quedes con las ganas de saberlo. Aquí yo veo gato muy encerrado.
        —Sí, lo haré, que al menos sepa por qué me ha echado.
        —¡Qué menos!

martes, 13 de noviembre de 2018

Relato 242


                                    Despedida

Por un momento piensa que las palabras que acaba de cruzar con el botones pueden ser las últimas que pronuncie, las últimas que vibren en su garganta, ¡qué miedo!, las últimas que escuche alguien. Pero, no, luego vendrán más, no muchas, algunas. Cierra tras de sí la puerta de la habitación 313, deja la tarjeta magnética encima de la mesita, la pequeña maleta Roller junto a la cama. No creo que la abra. Siempre hoteles y más hoteles, sin una casa propia, la misma moqueta granate, los cajones vacíos, el armario con perchas desvencijadas, vacías de vida, la desolación le parece irrespirable. Abre el balcón, aún lleva la chaqueta de cuadros, la corbata gris, la mueca triste. Anochece. Afuera, en la plaza del Sol, un bullicio de gente joven se arremolina en grupitos sentados en el suelo de la plaza, alrededor de unas cervezas. Ríen, hablan, gesticulan, disfrutan, despreocupados, el mundo les pertenece. Siempre ha sido taciturno, esta noche se siente además nostálgico. Ojalá estuviera con ellos. Se imagina un titular: Poeta estrellado durante la noche en Barcelona. El recurso al suicidio le mantiene vivo, le da margen de maniobra, una excusa. 313 es un capicúa.  El trece le persigue desde que nació un trece de diciembre. Le dedicó un librito que tuvo cierto éxito: Trece poemas y tú. De eso hace tiempo, de joven. Ahora le pesan los años, la tristeza, la soledad, el silencio. Esta noche intentaré guardar silencio, pero no va a poder. No tiene bastante fortaleza para guardar silencio. Hay demasiado bochinche en la plaza, en su cabeza, un runrún constante, un hervidero de voces que martillea su cerebro desde niño. Sólo las mujeres se lo apacigua. Marca un número en el móvil, el del primer nombre femenino de la agenda. Espera de pie en el balcón. El aire es cálido aun siendo noviembre. Suceden unos tonos interminables, los jóvenes celebran algo en círculo, otros se añaden, las terrazas de los bares se llenan. Viene más gente de otras calles, serpentinas de colores. Una voz responde al fin, una voz lejana.
        —Ana, soy yo —dice, sin dejarla hablar —,ven a verme, estoy aquí, he vuelto, en el hotel de Gracia. Oye ruidos de platos, la tele y una respuesta:
         —No puedo, sabes que es imposible, lo nuestro pasó, ya no existe.
        —Ana, necesito verte, esta noche lo necesito, cenemos juntos, para que el pasado sea presente.
        —No puedo, estoy con la cena, mi hijo llora, Carlos está por llegar, no puedo, déjame.
        La cantinela crece en su cabeza, en la plaza del Sol, en el barrio de Gracia. Imagina otro titular: Desde el balcón de un tercero se precipitó al vacío un poeta en Barcelona.  El tiempo se acorta, no se resigna, llama a otra mujer, no quiere morir solo esta noche. Sin respuesta. Insiste, marca otros números, agota la agenda, nadie contesta. Ninguna de sus amantes responde, nadie está para él disponible. Aguantar no sirve de nada. Hace tiempo que sabía que llegaría este momento, y el runrún que no cesa.
        En una hoja de papel del hotel escribe:
        Queridas Ana, Esmeralda, Carmela, Rocío, Rosa, Enriqueta, Elvira y Yolanda, queridas, os he amado a mi manera, os he llamado y no queréis saber nada de mí, necesitaba veros, estoy en el hotel de Gracia, quiero despedirme de vosotras: ojalá os pudráis en vida antes de que yo muerto. Os deseo lo peor, adiós.  (Lo siento, Julia).

martes, 6 de noviembre de 2018

Relato 241

                                       Regreso

Cuando regresó a casa, después de dar una vuelta en el coche fúnebre, ya 

nadie le hizo caso, definitivamente.

martes, 30 de octubre de 2018

Relato 240


                                   Gambes

Divendres, 21/9: La Júlia ha anat a la peixateria del poble. No hi havia esta mai i no tornarà, diu. La Nuri és de vacances. Era a última hora i havia poc peix i de qualitat diversa. La Júlia n’entén i ha seleccionat les peces. Ha dut navalles per a mi, cargols de punxa, musclos per compartir i escamarlans per ella. També sardines per esmorzar un dia d’aquests i ha triat una sípia entre un grapat que sabia segur que tindria sencera la bossa de tinta. Ha descartat els llucets, tenien els ulls apagats. Al darrer moment s’ha fixat en una caixeta de gambes salades i n’ha dut una pel vermut del diumenge. Ha estat arribar a casa, treure-la de la bossa i estendre’s per la cuina una pudor insuportable. Això put, li he comentat, aquestes gambes estan dolentes. Ha buscat la caducitat i no caduquen fins el 27, ha obert la caixeta traient-li el precinte i la fetor s’ha estès pel pis com una bafarada pestilent. Encara així n’ha provat una i l’ha escopida immediatament, rentant-se les mans i la boca de seguida. Demà aniré a reclamar els quinze euros de les gambes, ha exclamat, emprenyada. S’ha sentit estafada i ferida en l’amor propi. Res com la Nuri, una persona de confiança, xiuxiuejava.

Dissabte, 22/9: La botiga era plena de gent, s’ho temia i encara haver anat amb cura amb la reclamació l’espectable ha estat lamentable. La caminada sota el sol per arribar-hi i per tornar-hi l’ha deixada sufocada, ha arribat suada, i ara mateix s’està dutxant. La peixatera li ha tornat els quinze euros no sense muntar-li un xou amb la clientela. En certa forma era inevitable, ella tracta de mantenir la parròquia fidel, ha de protegir el seu negoci. Quan Júlia després de fer una llarga cua li ha dit amb tota la delicadesa del món que la caixa de gambes estava dolenta, que pudia intensament a podrit i estaven toves, la peixatera ha alçat les celles, ha agafat la caixa, l’ha olorada, què dius, reina!, aquesta és l’olor normal de les gambes salades, t’ho pots ben bé creure, estan bones, jo n’entenc. Júlia, estorada, s’ha quedat callada i ha pogut copsar en dècimes de segon com si fos una espectadora la mirada de la gent fitant-la de dalt a baix, sentint-se jutjada i condemnada a parts iguals. De seguida i amb gran desimboltura la peixatera n’ha agafat una, de gamba, l’ha pelada i se l’ha menjada sencera davant de tota la clientela que se la mirava expectant. Boníssima, reina, ja t’ho dic, no t’ofereixo una altra caixa perquè ja deus tenir mania, ja se sap com van aquestes coses, però estan perfectes, me les van dur al matí, t’ho ben asseguro, mira que et dic, guapa, ves per on, ja tinc aperitiu per compartir després amb la família. En vol provar una, vostè, Sra. Hermina? És que estic refredada i sense gust, saps, Rosa. Aleshores, la peixatera seguint el seu domini de l’escenari es dirigí, segons m’ha contat la Júlia, a un client obès i calb de la segona fila i li soltà, i tu, Ricard, què en vols provar una? L’home va dubtar de primeres, però després la va assaborir lentament conscient que era el blanc de moltes mirades inquisidores, jo la trobo bona, afirmà per fi, que me’n pots donar una altra? No, que me’n quedaria sense!, exclamà la peixatera i tothom va riure menys la Júlia, qui va marxar capcot, però amb la sensació d’haver complert la missió que s’havia encarregat.

Dilluns, 24/9: De camí al tren ens hem desviat una mica per passar pel davant de la peixateria. És tancada. A la persiana hi ha un cartell mal escrit a mà i enganxat amb cinta adhesiva que diu: tancat per malaltia.

martes, 23 de octubre de 2018

Relato 239



                               Inevitable

Vive pendiente del móvil, cada vez que suena le salta el corazón, no importa la hora que sea. En cualquier momento puede suceder lo inevitable. Su madre y/o un infarto.

martes, 16 de octubre de 2018

Relato 238


                                           Mochila

Espera que llegue el autocar de línea y sube, lleva una mochila grande, pero extrañamente nervioso se la deja en la parada. ¡En qué estaría pensando! El vehículo arranca y cuando se da cuenta le dice al conductor que pare, que se ha descuidado la mochila en la acera: creía que la iba a colocar usted en el portaequipajes. El hombre le responde sin mirarle: no es asunto mío, la mochila va con el pasajero y  usted decide qué hacer con sus pertenencias, si cargarlas o dejarlas, el viajero es dueño de su vida, allá usted. Y añade con aire cansino: si tuviera que estar pendiente de todo, acabaría loco. Y puso la tercera y la cuarta casi al instante, el motor ronqueó, el tipo, satisfecho, esbozó una sonrisa pérfida, mientras apuraba una breva maloliente y ocultaba su calvicie con una gorra de plato azul con una estrella centrada. Será desgraciado, piensa el viejo que acababa de subir y le suplica: por favor, necesito la mochila, se lo ruego, deténgase. El conductor hace como si fuera a levantar el pie del acelerador, pero aborta el intento y continúa conduciendo aquel trasto a mayor velocidad. El viejo piensa, ¿qué le habría costado parar un instante a ese jodido? Cómo se lo digo a mi hermana? Su hermana Luisa vive en Tachuela, a 250 kilómetros de donde se encuentra, y lleva algo importante para ella en la mochila, algo que la liberaría de la depresión en la que está sumida desde hace trece años. ¿Cómo se lo digo a mi hermana? ¿Me creerá? Avanza por el pasillo del autocar rápido hacia el fondo, va casi vacío, "en Lozana se llenará, seguro", repiquetea los cristales con las puntas de los dedos, aprisa, más aprisa, alcanza el asiento trasero y busca con la mirada la mochila, la ve al fondo, de pie en la parada, va haciéndose cada vez más y más pequeña, hasta que la pierde de vista. Se revuelca en el asiento, rebobina mentalmente, cae en la cuenta de que en realidad lleva poca cosa de valor en la mochila: unas cuantas piezas de ropa de recambio, un bocadillo de tortilla, unos planos de la heredad que anhela su hermana, la cabeza de su cuñado, pero ningún documento personal, ni recuerdo, ninguna fotografía, nada que merezca la pena. Aliviado, se sienta junto a la ventanilla y contempla el paisaje que fluye libremente, se frota los ojos, sonríe apenas, musita: mi hermana comprenderá, comprenderá, seguro.

martes, 9 de octubre de 2018

Relato 237

                                   Animales                                (A Ricardín)

        —Está bien, mami.
        —Ahora, cómete tu sepia.
        —La sepia no es de verdad,¿no?
        —No.
        —Entonces, no habla ni tiene cabeza, ¿no?
        —No.
        —En dónde está su cabeza?
        —No tiene cabeza. Sólo es parte de la sepia cortada.
        —¡Ah!, y la cabeza está en el mar.
        —No. Está en la pescadería.
        —¿Un hombre la cortó?
        —Sí, la cortó.
        —¿Por qué?
        —Para que podamos comer. Si no, nos la tendríamos que comer entera.
        —Pero, por qué?
        —Para comerla, es muy grande, igual que cortan los pollos y las gallinas.
        —Ah!, los pollos y las gallinas. Nadie come gallinas.
        —¿Nadie come gallinas?
        —¡Ellos son animales!
        —Eh? Vale, hijito, entonces, cómete las patatas.
        —Sólo las patatas y el arroz.
        —Está bien.
        —Las sepias son animales.
        —Está bien.
        —Todo eso son animales, mami. Los peces son animales, las sepias son animales, las gallinas son animales, las vacas son animales, los cerdos son animales.
        —Pues sí.
        —Entonces, cuando comemos animales, ¿ellos mueren?
        —Así es.
        —¿Por qué?
        —Para que podamos comerlos, amor.
        —Pero, por qué ellos mueren. No me gusta que ellos mueran, me gusta que sigan de pie, felices.
        —Bien. Entonces no volveremos a comer carne. ¿Está bien?
        —Esos animales debemos cuidarlos, no comerlos.
        —Tienes razón, hijito. Cómete entonces las patatas y el arroz.
        —Está bien. Pero, ¿por qué estás llorando, mami?
        —No, no estoy llorando, es solo que me tocaste el corazón.
        —¡Ah!, entonces, dije algo bonito.
        —Ahora come, hijo, no es necesario que te comas la sepia. Así está bien.                                                        

martes, 2 de octubre de 2018

Relato 236



                                    Pesadilla  
                             
En la mañana del uno de octubre de 2017 Estéfano Pablos Ñame no sobrevivió a la pesadilla y quedó convertido definitivamente en una araña doméstica, todo casco ahuecado, ojuelos de sapo y largas patas aporradas. 

martes, 25 de septiembre de 2018

Relato 235


                                                Glorieta
          —¡Aquí!
          —¿Aquí?
          —Sí, aquí irá la glorieta.
        Luisa señaló una pequeña elevación del terreno en la montaña de Collserola con Barcelona a los pies y una hermosa vista al mar Mediterráneo.
        —Y aquí pondremos el banco de piedra, el que vimos ayer, pero con cojines estampados de azul. Nada ni nadie podrá ocultarnos esta panorámica. Aquí no sentaremos tú y yo cuando seamos mayores, nos estrecharemos las manos y veremos juntos cómo se van apagando las luces de los barcos, las de la ciudad y se encienden las estrellas al anochecer.
        Puede que sea porque no tenemos hijos el caso es que Luisa sueña con algo así desde hace años, viene ahorrando desde que nos casamos, pero su tienda de bolsos da para poco más que ir viviendo y yo me gano la vida como mecánico de coches, me gusta mi trabajo, pero la gente joven empuja fuerte con la informática. Llevo mucho tiempo en el oficio, soy un experto en embragues, frenos, dirección asistida y puesta a punto de cualquier vehículo, tengo un sexto sentido, no me hacen falta las máquinas de test, que, sin embargo,  sí utilizan los jóvenes.
        —Y allí construiremos la casita, una de planta baja, con un porche que la rodee completamente.
        Luisa se dio la vuelta y miró hacia el oeste donde el terreno es más llano, repleto de maleza y arbustos bajos, con algunos pinos y encinas, un terreno susceptible de ser nivelado, aunque —pensé— habrá que eliminar casi todos los árboles para levantar la pequeña casa de montaña que ella desea.  
        —¿Un porche que la rodee?
        —Sí, que rodee la casa, y nos iremos cambiando de sitio a medida que el sol cambie, para evitarlo en verano y disfrutarlo en invierno. Sí, Raimon, es la casa que quiero para nosotros dos y ahora podemos, ahora haré realidad este sueño gracias a  mi querido tío Alfonsín, ¡menuda suerte hemos tenido!
        Efectivamente, su tío Alfonso emigró a Venezuela en busca de fortuna, cuando Luisita era una cría (y ahora ha cumplido los cuarenta y seis) y si bien es cierto que era su sobrina preferida, nunca más se supo de él hasta ahora, cuando el notario nos avisó de su muerte y nos confirmó que en el testamento había otorgado a Luisa el terrenito de Collserola, (único bien que tenía, de casi una hectárea, que heredó de su madre) para regocijo de mi esposa que saltaba de alegría.   
        Luego pasamos tres años largos ahorrando más, sacrificándonos y construyendo la casa, el dinero se iba rápido entre planos y arquitectos, aparejadores, obras y permisos. La aparejadora jefa tenía un BMW, lo llevaba al taller, me cuidaba personalmente, incluso en más de una ocasión lo probamos juntos. Estaba encantada conmigo y yo con ella, parecía que nos conociéramos desde hacía mucho. Intimamos, tal vez demasiado, bueno sí, ya se sabe estas cosas pasan. Yo me cuidaba de los elementos más técnicos de la casa como el número de enchufes y su posición mientras que mi mujer del aprovechamiento del espacio, de la decoración y de la distribución de habitaciones. Quería que hubieran tres dormitorios, dos baños completos y una sala de estar con chimenea en el centro, redonda, y una cocina con arcón frigorífico. Y que el porche circunvalara la casa con columnas jónicas. Luisa y yo nos pasamos muchas horas sentados en el peñasco donde iba a erigirse el dichoso cenador hablando de nosotros, dibujando, imaginando, discutiendo del proyecto de la casa y de nuestro futuro.
         Se dejó para el final la edificación de la glorieta en el promontorio con el banco de piedra que Luisa quería, en el mismo donde nos íbamos a sentar de mayores con nuestras manos entrelazadas para ver juntos el anochecer. Nunca llegó a verlo terminado. Una lástima, no pudo ser, todo sucedió muy rápido, sin pensar, ella pasó un tiempo en el arcón frigorífico que tanto quiso y ahora está aquí conmigo, enterrada en el centro de la glorieta, mientras yo, solo, sentado en este banco de piedra con cojines azules que nunca me gustaron contemplo junto a ella lo que un día pudo haber sido y nunca fue, apagarse las luces de los barcos, de las casas y de las estrellas de este mi último y seguramente postrer atardecer.      

martes, 18 de septiembre de 2018

Relato 234


                              Farra

Asomando la cabeza por el balcón del séptimo les dijo a sus vecinos del lado: podéis dejar de hablar tan alto, por favor, y hablar más bajito, son las tres de la madrugada, estáis montando una farra de escándalo, no me dejáis dormir y resulta que mañana he de ir a trabajar. ¿Queréis?
        Fueron sus últimas palabras.

martes, 11 de septiembre de 2018

Relato 233

                           
                                   Investigación
       
Veamos:
Hechos: El bar de copas de la calle Gaudí de Barcelona tiene desde hace un mes y medio las persianas cerradas con un rótulo de imprenta que dice: cerrado por asuntos personales.
Conjetura 1: el dueño o dueña se ha puesto enfermo gravemente o alguno de ellos o ambos han tenido un grave accidente.
Conjetura 2: una profunda depresión ha alejado al dueño/a del local.
Conjetura 3: el dueño y la dueña se han discutido entre sí  y están en pleitos.
Conjetura 4: quien se ha puesto enfermo o ha tenido un accidente es un familiar, ya el hijo/a, el padre o la madre o algún allegado y no mejora.
Conjetura 5: problemas con Hacienda, impuestos no pagados, pocos ingresos, dificultades económicas que han obligado al cierre y a la huida precipitada.
Conjetura 6: que el dueño o dueña se ha tenido que desplazar a otra ciudad, temporalmente, por algún asunto urgente no publicable.
Conjetura 7: una ruptura con el socio del negocio, caso de ser una sociedad.
Conjetura 8: un lío de faldas, una infidelidad del dueño o de la dueña, que ha provocado tal vez una crisis matrimonial y una ruptura de la relación afectiva.
Hechos: Hace dos semanas alguien escribió a mano debajo del letrero el siguiente mensaje: no te rindas nunca ni espiritual ni físicamente.
Conjetura 1: Se trata de un cliente o clienta que conocía al dueño/a y que estaba al corriente de la problemática que tenían y les da ánimos.
Conjetura 2: se trata de una persona muy cercana, tal vez un amante.
Hechos: según nuestro grafólogo se trata con una probabilidad cercana al 82% de letra de mujer.
 Conjetura 3: la clienta o amante estaba al día de lo que acontecía en el bar de copas. Debía ser una clienta habitual y de confianza del dueño o dueña.
Conjetura 4: después de un mes del cierre la clienta sigue infundiendo ánimos, a él o a ella, lo que la hace suponer que el dueño o dueña continúan vivos.
Hechos: Nadie sabe nada del paradero de los dueños desde el cierre del local. Nadie les echa en falta. A fecha de hoy no nos ha llegado ninguna denuncia por desaparición.
Conjetura 5: están de viaje o simplemente han huido al extranjero.
Hechos: Una vecina del inmueble de la calle Gaudí requiere nuestra presencia por ruidos en el bar cerrado.
Hechos: enviamos una patrulla que contacta con la denunciante. Los agentes comprueban que efectivamente se perciben sonidos extraños dentro del bar, como canicas corriendo por el suelo. Requieren el servicio de los bomberos.
Hechos: los bomberos proceden a levantar la persiana del bar. No hay luz, el subministro está cortado, encienden las linternas, huele raro como a podrido, las botellas en los estantes llenas de polvo, el mostrador sucio, grasiento, los bomberos caminan sobre un suelo que crepita, son hombres con experiencia, intuyen problemas, enfocan la linterna hacia abajo, aquello está lleno, repleto de algo extraño, como enormes lentejas negras, son cagadas de ratas, hay a millones, a medida que se adentran en el local pueden sentir que están rodeados de ojos observándolos, ojos de grandes ratas de cloaca al acecho, de largas colas, están por todas partes dispuestas a saltar sobre ellos en cualquier momento, son ojos enrojecidos, rabiosos, achinados, los bomberos retroceden, la olor es cada vez más hedienta, nauseabunda, respirar les cuesta, temen por sus vidas, van a por máscaras y a por agua y raticida líquido, apesta a muerto.
Hechos: Los bomberos aplican agua a presión con raticida para exterminar la mayor parte de la población roedora que se rebela amenazante y en medio de la pestilencia y del asco, entre los gruesos cadáveres de ratas flotando, jadeando, babeando, los bomberos avanzan con impermeables botas, con máscaras protectoras y encuentran en el fondo del local unos restos que parecen humanos, sin poder especificar si de hombre o mujer o de ambos, pues están despedazados, roídos, desmembrados, en un estado de avanzada descomposición. Queda para la científica.
Veamos:
Conjetura 1: El dueño mató a la dueña o al revés usando todo el raticida que tenían en el local por alguna causa a investigar.
Conjetura 2: Alguno o alguna de Uds. frecuentaba el local.
Hechos:   Pues, entonces, ¿quién puso el letrero en la persiana?