martes, 16 de octubre de 2018

Relato 238


                                           Mochila

Espera que llegue el autocar de línea y sube, lleva una mochila grande, pero extrañamente nervioso se la deja en la parada. ¡En qué estaría pensando! El vehículo arranca y cuando se da cuenta le dice al conductor que pare, que se ha descuidado la mochila en la acera: creía que la iba a colocar usted en el portaequipajes. El hombre le responde sin mirarle: no es asunto mío, la mochila va con el pasajero y  usted decide qué hacer con sus pertenencias, si cargarlas o dejarlas, el viajero es dueño de su vida, allá usted. Y añade con aire cansino: si tuviera que estar pendiente de todo, acabaría loco. Y puso la tercera y la cuarta casi al instante, el motor ronqueó, el tipo, satisfecho, esbozó una sonrisa pérfida, mientras apuraba una breva maloliente y ocultaba su calvicie con una gorra de plato azul con una estrella centrada. Será desgraciado, piensa el viejo que acababa de subir y le suplica: por favor, necesito la mochila, se lo ruego, deténgase. El conductor hace como si fuera a levantar el pie del acelerador, pero aborta el intento y continúa conduciendo aquel trasto a mayor velocidad. El viejo piensa, ¿qué le habría costado parar un instante a ese jodido? Cómo se lo digo a mi hermana? Su hermana Luisa vive en Tachuela, a 250 kilómetros de donde se encuentra, y lleva algo importante para ella en la mochila, algo que la liberaría de la depresión en la que está sumida desde hace trece años. ¿Cómo se lo digo a mi hermana? ¿Me creerá? Avanza por el pasillo del autocar rápido hacia el fondo, va casi vacío, "en Lozana se llenará, seguro", repiquetea los cristales con las puntas de los dedos, aprisa, más aprisa, alcanza el asiento trasero y busca con la mirada la mochila, la ve al fondo, de pie en la parada, va haciéndose cada vez más y más pequeña, hasta que la pierde de vista. Se revuelca en el asiento, rebobina mentalmente, cae en la cuenta de que en realidad lleva poca cosa de valor en la mochila: unas cuantas piezas de ropa de recambio, un bocadillo de tortilla, unos planos de la heredad que anhela su hermana, la cabeza de su cuñado, pero ningún documento personal, ni recuerdo, ninguna fotografía, nada que merezca la pena. Aliviado, se sienta junto a la ventanilla y contempla el paisaje que fluye libremente, se frota los ojos, sonríe apenas, musita: mi hermana comprenderá, comprenderá, seguro.

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