martes, 30 de marzo de 2021

Relato 366

 

                                Esperanza

No pierdan la esperanza.

Llegará un día en que aprenderán a vivir desde el corazón, desde la emoción del sentimiento y abandonarán para siempre el cálculo interesado del pensamiento, la vida de plástico.

 Llegará un día o una noche en que lo auténtico se impondrá al artificio.

 No pierdan la esperanza: vivir de otro modo es posible y está al alcance de cualquiera que se mire en el espejo del otro.

En la madrugada de este veintiséis de marzo me ha sucedido a mí.

martes, 23 de marzo de 2021

Relato 365

 

                                   Bueno

La despierta el zureo de una tórtola en el tejado, no el despertador. Las seis cincuenta de un miércoles de marzo.  Pronto cambiaran el horario, entraran en el de verano, otra hora de más, las tardes alargaran los días, la gente paseará por los parques y las semillas de los chopos volaran como angelitos caídos del cielo, causando menos alergias este año por las mascarillas. Sin embargo, el día seguirá siendo de veinticuatro horas.

Se remueve en la cama, tiene frío, “debería haberme puesto un pijama más grueso”, tira un poco del edredón con cuidado de no despertar a su marido y se abriga. Tiene que levantarse si no quiere llegar tarde a la funeraria. Le da pereza. Ojalá no tuviera que levantarse y pudiera quedarse despierta en la cama, abrigadita, con el zureo de las tórtolas como única compañía, igual que cuando vivía en el campo con sus padres. También había gorriones, jilgueros, urracas…

 Clarea por la ventana y el día parece bueno.

“¿Bueno, para quién?”

martes, 16 de marzo de 2021

Relato 364

 

                                   Puente (4)

Ese puente que has partido en mil pedazos por un momento de inconsciencia.

Gracias a los ingenieros del verso y de la obra los puentes salvan lo que la naturaleza separa.

Nunca caigas al puente del olvido, podrías romperte la crisma, ceder un turno y perder la vida.

martes, 9 de marzo de 2021

Relato 363

                                       Maletas

 

Eugenia, la nueva, permanecía callada, medio sentada en una de las ocho sillas de cojín violeta ocupadas por mujeres y dispuestas en círculo en el centro de la sala principal de La nostra illa, en el barrio de Gracia de Barcelona.

        Todas la miraban, todas querían ayudarla, animarla, espabilarla.

        —Haz la maleta, déjalo. Pon sólo lo imprescindible, no hace falta más. Tenemos experiencia. No puedes seguir así, te destruirá...

        Una de las presentes, amiga de Eugenia, le había aconsejado ir a esa sesión de soporte y Eugenia había aceptado a regañadientes. Su amiga, que le había dicho que si aceptaba los hechos daría el primer paso para el cambio a mejor, se sentía satisfecha. Eugenia se había presentado al Centro.

        —Las denuncias sirven de poco, él no va a cambiar. Apodérate...

        Eugenia estaba allí, es cierto, pero ausente. Las manos, agarrotadas, sujetando el asiento, la mirada perdida hacia un parquet desgastado y viejo, el rostro veteado de costras, el pelo, revuelto, las cejas, deshechas, los pómulos, vencidos, la ropa a jirones, en especial la camiseta, una con festones rosas que decía: RESPÉTAME.

        —Puedes quedarte aquí unos días... hasta que te recuperes y te sientas mejor. Te dejaremos ropa..., lo que necesites...

        Sonaba la música acuática de Haendel, majestuosa y relajada, una de las preferidas de Eugenia, cosa de su amiga, seguramente, pero Eugenia no la oía, apresada en el cuerpo de dolor, absorta en su mundo interior.

        —Ahora lo ves todo negro, pero hay luz al final del túnel, hay solución...

        Eugenia apenas levantaba la cabeza y reseguía con la mirada las vetas agrietadas del suelo, le parecían arrugas del tiempo, lloriqueaba como una niña herida, hipaba, se sonaba la nariz. A su alrededor pañuelos de papel arrugados flotaban en el parquet como ánades semihundidos.  

        —Tenemos abogadas, no te preocupes por el dinero, saldrás adelante...   El sol de las primeras horas de la tarde y una ligera brisa se colaban por el ventanal de aluminio blanco y dibujaban en el parquet sombras chinescas con la cortina batiente, sombras que bailaban y se escondían en las esquinas de la sala. Eugenia, que las perseguía con la mirada, tiritaba y se estremecía.

        —Ten, chiquilla, ponte este jersey, estás temblando.

        Eugenia hizo un gesto de agradecimiento, se puso el jersey por encima, levantó un poco el rostro, todas la miraron, rehuyó las miradas, le parecían acusatorias, se sentía observada, perseguida, culpable. 

        —No tienes la culpa de nada, chiquilla, estamos contigo, dinos algo...

        Eugenia se fijaba en las hormiguitas que caminaban por el zócalo, eran muy pequeñas, una detrás de otra, inseguras, a veces daban vueltas sobre sí mismas y reemprendían el camino batiendo las antenas. En otras circunstancias Eugenia las hubiera seguido para encontrar el hormiguero y fumigarlo.

        —Yo salí con lo puesto, con el camisón y las bragas en la mano, sin maleta, ni llaves, ni nada...

        Eugenia sonrió levemente el gracejo de la rubia oxigenada y se sonó una vez más la nariz. Había aflojado la tensión en manos y cuello. Se alisó el cabello hacia atrás con los dedos y se frotó los ojos varias veces seguidas. El parquet se encendió de luz en una bocanada de sol limpio.

        —No tengas miedo y no te preocupes por la maleta, te acompañaremos a casa, aquí tenemos muchas. Aquella habitación está llena de maletas usadas, ya vacías y olvidadas, de maletas que superaron el maleficio machista.   

        —Gracias —acertó a musitar Eugenia antes de desmayarse.

martes, 2 de marzo de 2021

Relato 362

 

                                         Tablas

 Voltea sin parar la cabeza, incontrolable, a los dos lados. Había firmado tablas por repetición de jugadas con el maestro de ajedrez Reblov, pero el tic nervioso le indica que algo no funciona.

Volvía de Berga con su Fiat, reproduciendo mentalmente la partida. ¿Qué pasa si en la cuarenta le meto la dama en e7? Creo que gano. Sólo con pensarlo, le tiemblan los párpados. Repasa la secuencia: el peón de alfil cae, y con él, el flanco de dama no lo puede defender, no Ad5, como decía, le sacrifico el caballo en f7 y la dama no puede zampárselo por la descubierta, y tampoco el rey, cinco jaques seguidos, ¿cinco?, sí, y le cazo la dama por la retaguardia. Además, forzado comer el caballo, pierde calidad ¡Cómo se me ha pasado algo tan simple!

El tic le da la razón, menea la cabeza como un áspid. Quizás él sí lo vio, disimuló y me enredó con palabrería. Después de cinco horas de juego, le duele todo, hasta las meninges, regresa a Barcelona hecho un revoltijo.

Sí, he sido ingenuo, apurado de reloj me he precipitado, he aceptado demasiado pronto sus tablas, una celada. Aunque tablas tampoco está mal, vamos a ver, es un maestro con buen Elo, yo, con negras, la partida liosa y larga, cuarenta y tres jugadas, la sala, ¡uf!, siempre igual en los pueblos, barullo, mirones, no te dejan concentrar.

Aun habiendo seguido la rutina de comerse las dos tabletas de chocolate negro y bebido las tres tónicas tiene la boca seca, rezuma saliva espesa, además de estragado, ahora, fastidiado.

De7 ganaba, cómo no me fijé antes, y mira el retrovisor desenfocado por el tic y da golpes al volante con las palmas de las manos ¡Cómo no la vi!

¡Qué ganas tiene de llegar a casa para reproducir la partida en el Fritz y confirmar los temores! Si pudiera retroceder en el tiempo, ¡ay!, si pudiera, le jugaría De7 y su rival tendría que abandonar. Le vería restregarse los cabellos con sus gruesos dedos y ajustarse los lentes al mismo tiempo, la cara, descompuesta, el asombro en sus ojos.

Y el tumulto de la gente alrededor del tablero, el sudor infame, los murmullos crecientes, va a ganar, va a ganar el pipiolo, el maestro no puede defender el peón de alfil, no puede, se le cae la posición, mirad, mirad ¡Qué excitación! Su cabeza en estos momentos parecía un ventilador.

        A la altura de Manresa se saltó un stop y un camión cisterna le arrolló.