Bueno
La
despierta el zureo de una tórtola en el tejado, no el despertador. Las seis
cincuenta de un miércoles de marzo.
Pronto cambiaran el horario, entraran en el de verano, otra hora de más,
las tardes alargaran los días, la gente paseará por los parques y las semillas
de los chopos volaran como angelitos caídos del cielo, causando menos alergias
este año por las mascarillas. Sin embargo, el día seguirá siendo de
veinticuatro horas.
Se
remueve en la cama, tiene frío, “debería haberme puesto un pijama más grueso”,
tira un poco del edredón con cuidado de no despertar a su marido y se abriga.
Tiene que levantarse si no quiere llegar tarde a la funeraria. Le da pereza.
Ojalá no tuviera que levantarse y pudiera quedarse despierta en la cama,
abrigadita, con el zureo de las tórtolas como única compañía, igual que cuando
vivía en el campo con sus padres. También había gorriones, jilgueros, urracas…
Clarea por la ventana y el día parece bueno.
“¿Bueno,
para quién?”
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