martes, 28 de agosto de 2018

Relato 231


                               Estrategia

Suele llevar dos sillas bajas, de esas de plástico, blancas y un pareo enorme, cuadrado, con un mandala de formas geométricas, cuando baja sola a la playa.

martes, 21 de agosto de 2018

Relato 230

                                          Roser

És la meva xicota, la que estimo i m’estima, la noieta de la que et vaig parlar i de la que estic del tot enamorat; la que em té seduït i ben atrapat; embadalit i esmaperdut em moc entre els plecs de la seva sensualitat; és afectuosa i tendra, no en conec cap d’igual, i em té el cos i el cor robat, irremeiablement fascinat pel seu tall esvelt i sa figura delicada, per la seva elegància natural i el seu rostre bell i proporcionat que atorga a dojo una enorme serenitat; és comprensiva fins la medul·la, respectuosa i tolerant, em sento ja t’ho pots ben creure completament embruixat; quan ella hi és la resta del món es desenfoca com uns simples figurants i el meu cor cavalca de nou desenfrenat per la meva pell eriçada com un far dringant en una tempesta en alta mar.  
        Així li va parlar i en acabar un Maurici somrient i emocionat (se’n recorda bé) va allargar al seu oncle David una fotografia de la seva estimada Roser, de fet era la seva presentació familiar, una foto en blanc i negre, de cartera, dedicada  <amb tot el meu amor>, de mig cos i un xic de costat, d’estudi, amb un rostre resplendent; i després de donar-li, callà i guardà expectant el veredicte del seu oncle preferit, qui, sense dir res la retingué entre els dits uns segons llargs i per fi digué: és molt bonica, tindràs sort. Sí, replicà un Maurici esvanit, i tant! i ..., t’has fixat, balbucejà, amb els seus llavis fins, què en són d’interessants? Sí, somrigué, condescendent  l’oncle  (se’n recorda bé de la seva fesomia amable) i afegí: té llavis de persona sensible i delicada, llavis que saben parlar i callar, que saben besar i estimar. I tant! prosseguí un Maurici cada vegada més excitat i..., t’has fixat, oncle, què n’és de profunda la seva mirada? Sí, és cert, té ulls grossos de persona intel·ligent, de qui vol beure’s el món a glopades intenses, un oceà de pau i de passió hi entreveig, dues perles de corall brillants són els seus ulls de peixet enamorat. I tant!, iterà un Maurici exaltat,(se’n recorda bé de la seva exaltació) i continuà...,i t’has fixat en la seva rialla, què n’és de neta i de franca? Sí, contestà l’oncle tot somrient:  espontani  i sincer és el seu somriure, de totes, totes captivador, sens dubte dels que engresca i es contagien, una rialla alegre i emotiva, fill, una estupenda companya. I tant! i..., t’has fixat, oncle, en els seus cabells ondulats, què n’és de temptador el seu pentinat? i del seu posat, què me’n dius? Sí, és clar, són suggestius els seus cabells i s’esbullen generosos sobre les espatlles i quina gràcia el giravolt que se li forma enmig del front, una ona divertida que li atorga simpatia si més no picardia.  I tant!, carai, oncle, i tant!..., i en Maurici insistí i se’n recorda bé com cada vegada s’anava sentint més i més esvalotat, i t’has fixat en el seu nas, no trobes que mostra un traç de molta personalitat? Sí, i a més la inclinació de les seves narius denoten una paciència a prova de foc. I tant! ara que ho dius, i tant!..., i t’has fixat, oncle, amb la seva delicada pell blanca? Sí, i amb l’harmonia del seu conjunt a joc amb la roba i les arracades que du, es veu que és una senyoreta de gust, una personalitat acusada, una raresa, trobo. Crec que has fet molta sort, fill meu, molta sort, va acabar arrodonint.
        El seu oncle David tenia tota la raó del món, era una persona de bon judici a qui tots teníem en gran estima; feia, però, vint anys que havia mort, vint anys. Maurici es queda pensarós, s’eixuga els ulls, desa la fotografia en blanc i negre que té entre els dits a la caixeta secreta dels vells records, quaranta anys ja! exclama, què veloç passa tot. A sopar, estimat, el criden, ja vaig, Roser, gràcies, contesta tendrament. 
        Continua igual d’enamorat com aquell distant dia quan li va mostra a l’oncle David la fotografia de la seva dona i amant.                   

martes, 14 de agosto de 2018

Relato 229

                                             Final
 Lo sorprendente es el final. Seguro que si les ofrezco una cama por una hora, la hubieran aceptado de buen grado. Seguro. 
        Llevo rato observándolos desde la primera planta del apartamento que he alquilado delante del mar. Ellos están absortos uno con el otro, aparentemente, ajenos a lo que sucede en derredor, tonteando en el murete de la playa. Él, sin camisa, con el torso al viento, gafas de sol, sentado en el pequeño muro de medio metro con tejanos ajustados y descalzo, de cara al mar, de cara a ella, morena, de pelo largo y lacio, con escote generoso, una blusa negra, de pie en la arena, algo por debajo de él, coqueteando, balanceando sus senos enormes de un lado a otro. Casi al azar, le asoma un pezón, el izquierdo, se lo cubre con el sostén negro, picarona, le sonríe al escondérselo. 
      El mar rompe su espuma blanca, hace calor pero no es sofocante de momento, estamos en agosto, es tiempo de bañarse, algunos pasean por la arena despreocupadamente y otros montan sus sombrillas para reservarse el sitio. Él no sabe donde colocar su mirada, si en la gente, si en las olas, o en la insinuante canaleta de ella con el pendular bailoteo de sus senos ciclópeos, como si se los ofreciera en bandeja, allí mismo, ante la mar rompiente y a él le parece tenerlos a su merced, allí mismo, con todo el descaro, con todo el coqueteo habido y por haber. Pero no, no es el lugar, como si pensara, el hombre se remueve en el asiento, mira hacia los lados, bebe de su cerveza de lata, todo el pechugón le queda insinuado, turgente, a su alcance. 
       Le veo incómodo, como si no supiera donde ponerse ni como manejarse. A ella le hace gracia su desazón, continua incansable con su galanteo de ave de gallinero en celo. Él la sigue con la vista, se le cae la baba, sigue sus contoneos con sonrisa de hombre espoleado, le desconciertan sus meneos, intuyo que a ella le agrada llevarlo al límite, verle excitado, contenido en su aparente timidez, él se aferra al cigarro que chupa con frenesí, ella se le acerca, lo toma de su boca y hace lo mismo, mientras él le echa miradas furtivas a sus domingas entre avergonzado y cohibido, que no paran de tejer una danza salvaje. 
       A ella le agrada provocarle en público, es evidente, se agacha un poco para mejorarle la perspectiva, y toda vanidosa ríe y levanta los brazos graciosamente para anudarse el cabello con una goma elástica, rosa, y luego se lo suelta, divertida, una y otra vez, y se le acerca, le besa, se separa y se ajusta la falda y él se seca las manos en los tejanos y mira alrededor sin ver nada y apura otro trago de cerveza. Ella le pide sentarse a su lado. Él la ayuda a subirse al murete sujetándola por debajo de los brazos, las manos descansan fugazmente en sus axilas y en sus senos danzantes, la sienta a su lado, se vuelven a besar, él disimiladamente le roza los muslos, los pechos, ella se aparta, se ajusta el cabello como haría una leona de anuncio y su rostro se ilumina.
       Y vuelven a la carga, sin pudor, se funden en un beso de tornillo, duradero, se separan un poco para tomar aire y vuelven a anudar sus bocas apasionadas y él la estruja contra sí con sus brazos tersos, tensos y desnudos rodeándole su fina cintura y ella se deja abrazar, derritiéndose en un beso, retozando juntos, disfrutando felices. Al poco se separan, ella ríe jocosamente y se ajusta las gafas, unas de montura rosa, a juego con la goma del cabello. El viento mueve su melena negra, ahora sopla algo de Levante, él, picado, ojea el horizonte y el paseo, termina la lata, hay pocos transeúntes, el sol sigue bien vivo, parecen acalorados, hasta yo lo estoy, hacen ademán de quitarse ropa, intuyo lo harían si pudieran. Justo entonces fue cuando estuve a punto de ofrecerles la cama. 
      Sin embargo, todo se frustró. Él, de un brinco salta al paseo, tiernamente la baja a ella y vuelven a besarse, él le sujeta la cara con sus manos durante el beso, luego se pone la camisa de cuadros, coge una mochila del murete y ella una bolsa de mano con escenas de leonas, tiran las latas vacías a la papelera, encienden un cigarrillo que comparten y empiezan a caminar por el paseo marítimo, hacia alguna parte que desconozco, se van cogidos de la mano, muy acaramelados. 
       Entonces sucedió lo sorprendente, lo juro, ambos se carcajeaban cuando se giraron y, mirándome directamente a los ojos, agitaron las manos para decirme adiós.

martes, 7 de agosto de 2018

Relato 228


                                      Interrupción

En el malecón de los jóvenes enamorados dentro de un coche una pareja se está magreando a fondo. Amor furtivo y anhelado, de fin de semana, el moblé de los pobres. Es sábado por la noche, los cristales están entelados, hace calor fuera y dentro, y mucha humedad. Sobre todo mucha humedad. La música del CD  ha terminado y los ledes verdes del aparato parpadean, la algarabía del paseo marítimo les llega con sordidez y también las voces de los paseantes que buscan entre vahos el frescor de la noche, desudarse, y de fondo, la siempre oscura, batiente, continua, incansable mar. Hacen el amor al ritmo de las olas, adentro, afuera, adentro, afuera, concentrada la pareja en un vaivén inacabable y mirándose a los ojos escondidos a las luces de los faros que pasan y tocan el claxon. Él no tiene ni veinte años, delgado como un fideo, un ñiquiñaque, ella, con colita corta, alta, morena, es la primera vez. Siempre hay una primera vez para todo.
         Menos mal que tienen el coche cerrado por dentro, unos gamberros han intentado entrar, forzando las manetas de las puertas y luego desalentados han golpeado con sorna los cristales con las palmas de las manos, profiriendo palabras malsonantes. ¡Vaya susto que les han dado! ¡Se han separado de inmediato! Sobre el cristal trasero del vehículo ven las huellas mojadas de las palmadas, goteando.
        La pareja, asustada, se acurruca, se esconde a la mirada ajena, están en el asiento de atrás del vehículo, un Prius, se cubren como pueden y se acarician por debajo de la ropa, de la poca que les queda puesta, tratando de  seguir avivando el juego del amor. Sin embargo, les han interrumpido, les han cortado el buen rollo, parece que nada de lo que siga va a ser igual. Se abrazan, se besan, se masturban, tratan de recuperar lo perdido y se toman su tiempo, pero él ya no puede, se le ha ido la erección y ella no consigue empalmarlo, algo se ha desconectado en el cerebro del fideo, el miedo le puede más que el amor, se ha terminado.
        Él se siente avergonzado, ella le quita importancia.
        —No pasa nada —le musita mordiéndole la oreja.
         "Hasta el próximo fin de semana, si llega", piensa él, pero le responde:        —Gracias por tu comprensión, han sido esos malditos tíos.
         Cuando el coche arranca y se aleja del malecón de los enamorados en el suelo de la calzada queda un condón enrojecido, rezumante y lleno.