Interrupción
En el malecón de
los jóvenes enamorados dentro de un coche una pareja se está magreando a fondo.
Amor furtivo y anhelado, de fin de semana, el moblé de los pobres. Es sábado
por la noche, los cristales están entelados, hace calor fuera y dentro, y mucha
humedad. Sobre todo mucha humedad. La música del CD ha terminado y los ledes verdes del aparato
parpadean, la algarabía del paseo marítimo les llega con sordidez y también las
voces de los paseantes que buscan entre vahos el frescor de la noche, desudarse,
y de fondo, la siempre oscura, batiente, continua, incansable mar. Hacen el
amor al ritmo de las olas, adentro, afuera, adentro, afuera, concentrada la
pareja en un vaivén inacabable y mirándose a los ojos escondidos a las luces de
los faros que pasan y tocan el claxon. Él no tiene ni veinte años, delgado como
un fideo, un ñiquiñaque, ella, con colita corta, alta, morena, es la primera
vez. Siempre hay una primera vez para todo.
Menos
mal que tienen el coche cerrado por dentro, unos gamberros han intentado
entrar, forzando las manetas de las puertas y luego desalentados han golpeado con
sorna los cristales con las palmas de las manos, profiriendo palabras
malsonantes. ¡Vaya susto que les han dado! ¡Se han separado de inmediato! Sobre
el cristal trasero del vehículo ven las huellas mojadas de las palmadas,
goteando.
La pareja, asustada, se acurruca, se
esconde a la mirada ajena, están en el asiento de atrás del vehículo, un Prius, se cubren como pueden y se
acarician por debajo de la ropa, de la poca que les queda puesta, tratando
de seguir avivando el juego del amor.
Sin embargo, les han interrumpido, les han cortado el buen rollo, parece que
nada de lo que siga va a ser igual. Se abrazan, se besan, se masturban, tratan
de recuperar lo perdido y se toman su tiempo, pero él ya no puede, se le ha ido
la erección y ella no consigue empalmarlo, algo se ha desconectado en el
cerebro del fideo, el miedo le puede más que el amor, se ha terminado.
Él se siente avergonzado, ella le quita
importancia.
—No pasa nada —le musita mordiéndole la
oreja.
"Hasta
el próximo fin de semana, si llega", piensa él, pero le responde: —Gracias por tu comprensión, han sido
esos malditos tíos.
Cuando
el coche arranca y se aleja del malecón de los enamorados en el suelo de la
calzada queda un condón enrojecido, rezumante y lleno.
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