martes, 7 de agosto de 2018

Relato 228


                                      Interrupción

En el malecón de los jóvenes enamorados dentro de un coche una pareja se está magreando a fondo. Amor furtivo y anhelado, de fin de semana, el moblé de los pobres. Es sábado por la noche, los cristales están entelados, hace calor fuera y dentro, y mucha humedad. Sobre todo mucha humedad. La música del CD  ha terminado y los ledes verdes del aparato parpadean, la algarabía del paseo marítimo les llega con sordidez y también las voces de los paseantes que buscan entre vahos el frescor de la noche, desudarse, y de fondo, la siempre oscura, batiente, continua, incansable mar. Hacen el amor al ritmo de las olas, adentro, afuera, adentro, afuera, concentrada la pareja en un vaivén inacabable y mirándose a los ojos escondidos a las luces de los faros que pasan y tocan el claxon. Él no tiene ni veinte años, delgado como un fideo, un ñiquiñaque, ella, con colita corta, alta, morena, es la primera vez. Siempre hay una primera vez para todo.
         Menos mal que tienen el coche cerrado por dentro, unos gamberros han intentado entrar, forzando las manetas de las puertas y luego desalentados han golpeado con sorna los cristales con las palmas de las manos, profiriendo palabras malsonantes. ¡Vaya susto que les han dado! ¡Se han separado de inmediato! Sobre el cristal trasero del vehículo ven las huellas mojadas de las palmadas, goteando.
        La pareja, asustada, se acurruca, se esconde a la mirada ajena, están en el asiento de atrás del vehículo, un Prius, se cubren como pueden y se acarician por debajo de la ropa, de la poca que les queda puesta, tratando de  seguir avivando el juego del amor. Sin embargo, les han interrumpido, les han cortado el buen rollo, parece que nada de lo que siga va a ser igual. Se abrazan, se besan, se masturban, tratan de recuperar lo perdido y se toman su tiempo, pero él ya no puede, se le ha ido la erección y ella no consigue empalmarlo, algo se ha desconectado en el cerebro del fideo, el miedo le puede más que el amor, se ha terminado.
        Él se siente avergonzado, ella le quita importancia.
        —No pasa nada —le musita mordiéndole la oreja.
         "Hasta el próximo fin de semana, si llega", piensa él, pero le responde:        —Gracias por tu comprensión, han sido esos malditos tíos.
         Cuando el coche arranca y se aleja del malecón de los enamorados en el suelo de la calzada queda un condón enrojecido, rezumante y lleno.

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