martes, 26 de septiembre de 2017

Relato 183

                                                    Kàtia

        ―Dus un pentinat molt maco, Anna, m’agrada.
―Ah! Gràcies, Carlota, acabo de sortir de la perruqueria.
―Se’t nota. De la Kàtia’s Estil?
―Sí.
―Ho fa molt bé, és una noia excel·lent. Tinc hora per la setmana que ve. Per cert, continua tan prima?
―Sí. Ella ens deia que eren nervis de la feina, però nosaltres no ens ho creiem, te'n recordes? Alguna cosa més li passa.
―Segur. No potser que menjant de tot i molt, com assegura, no s’engreixi. Em preocupa veure-la cada vegada més feta un secall.
―D’això et volia parlar, Carlota. Aquest matí en un moment de confidència se m'ha posat a plorar y m’ha explicat quelcom que et vull comentar. Ens necessita.
―A nosaltres?
―Sí, a nosaltres, com a testimonis.
―Per què?
―Té problemes de parella.
―Millor això que tenir la tènia!
―No facis broma, Carlota, la noia ho està passant malament.
—Vaig arribar a pensar-ho, no t'ho perdis.
—Té una situació complicada.
―Ens asseiem en aquell banc?
―D’acord.
―I, aleshores, què li passa a la Kàtia, què t'ha comentat?
―És el seu marit, la maltracta física i psicològicament!
―Què dius! Que li fot les mans a sobre! No m'ho hagués imaginat mai.  Recordo que una vegada em va dir que el seu marit era alt i ferm, encara que poc tolerant i que s’havia de fer sempre el que ell deia. Jo no vaig voler preguntar-li més.
—Kàtia pensa que només la vol pels diners i pel llit, i li comença a fer fàstic; no se sent estimada, només utilitzada, explotada. Ell està a l'atur des fa anys, sense ofici ni benefici. Òbviament tampoc està bé.
—I, què més?
―Que està farta del Mario, que la convivència se li fa impossible, que darrerament s’ha tornat més obsessiu, la vigila dia i nit, li revisa el mòbil, les despeses, el que compra i amb qui es troba, i de tant en tant envia amigues a la perruqueria per controlar-la. Malfia de la seva dóna.
―Serà barrut! Què em dius, Anna? Malfiar-se de la Kàtia, és ben boig!
―Ha decidit separar-se del Mario.
―Separar-s’hi? Normal.
―Això mateix, Carlota, s’ha acabat el bròquil! Kàtia el vol deixar, està perdent-li la por.
―La vella i trista historia de sempre. Una pena.
―Es veu que els esbroncs a casa seva són a diari, per això passa tantes hores a la feina; li sap greu pel Dani, que amb vuit anys, l’abraça i plora, no entén res. Ho ha vingut suportant fins ara pel crio, però  ja no pot més...
—Això no ho suporta ni ho ha de suportar ningú.
— Exacte. A més, la Kàtia està perdent la salut. Les proves mèdiques indiquen una possible leucèmia, m’ho ha confessat, entristida, aquest matí. Ha d'actuar i canviar de vida. Ens necessita.
―El que sigui menester. En què la podem ajudar, nosaltres?
―Em va demanar si podríem acompanyar-la al jutjat, per recolzar-la i fer-li de testimonis si se'ns demana. Vol presentar una denúncia per maltractament i iniciar el procés de separació del Mario. Per ella és important, que l'acompanyem, se sentirà reconfortada.
―Per mi d’acord, Anna. La Kàtia és una noia íntegra, tota la clientela li faria costat, n'estic segura. No la deixarem sola.
―Sabia que podia comptar amb tu, Carlota.
―Quan té previst anar-hi?
―El proper u d’octubre a les nou del matí.

martes, 19 de septiembre de 2017

Relato 182

                                         Itinerario

17/Noviembre/2010,  miércoles.

20 horas. Sale puntual de clase de escritura. El profe le ha encargado un Diario breve para la semana que viene. ¡Madre mía! Coincide en el ascensor con un árabe ¿Os lo podéis creer? Lleva chilaba clara, pañuelo en la cabeza y un carrito de la compra. Le saluda y sonríe. Vendrá de dar algún curso de cocina, piensa, estos de La Sedeta. Planta baja. Ja mai jalem ni jalarem, le suelta entre bromas. Ríen. Se acuerdo de su suegro. Él lo decía con mucha más gracia. Además, escribía fluido, mejor que yo. ¡Madre mía! Alcanza la calle. Frío. Ya no llueve. Tres días seguidos, demasiado. Avanza con zancadas rápidas como si tuviera prisa ¿Prisa? Absurdo. Costumbre. Aminora el paso. Un autobús, el 55 le parece, escupe humo negro. Creí que esto estaba prohibido. ¿Pasaran la ITV, supongo? Enfila plaza Joanic. No viene nadie. Cruza en rojo. Desde el otro lado una mujer se lo recrimina con la mirada. La ignora, o hace ver que la ignora. Si tuviera que ser siempre legal acabaría más neurótico. También os ocurre eso, ¿verdad?
        La floristería todavía abierta. Huele a romero. Toma Escorial. Ve a un tipo que hacía tiempo que no veía. ¡Qué cambiado está! Claro que él dirá lo mismo de mí. Además, ahora cojea. Yo no, de momento. Toco madera. Y se detiene para tocar el marco de una puerta. Una señora habla a su perro. Él les mira, sin pararse. Le abronca —¡Chelín!— por hacer caca fuera de donde el plástico del suelo. Culea y se sitúa bien, moviendo las orejas, buscando la aprobación de la dueña. Alguien grita, ¡me queda el último para hoy! En confianza: siempre le queda el último a esa señora miope. Gira a la izquierda por Encarnación. El bar, preparando el lleno para la Champion, mesas con cervezas, tele panorámica, todo a punto. Al otro lado de la calle ve al vecino plasta. ¡Madre mía! Os lo aseguro, plasta, plasta. Reduce el paso. Se entretiene ante un escaparate apagado. Disimula. Hace como si no le hubiera visto. El tipo le desconcierta. ¿Qué? Parece que él hace lo mismo conmigo: mira al cielo oscuro, acelera el paso y menea la cabeza como si se hubiera olvidado algo. Me lo tomo con calma. Cuando llegue al portal de su casa habrán pasado unos minutos y el tío plomo ya estará en su pisito con la bata puesta, soltero y solo. Efectivamente, así es, se ha librado. No hay moros en la costa ni en el portal. Sube. Nadie en casa. ¡Qué extraño! Se pone a escribir su pequeña peripecia. Puede servir para el Diario ese. ¡Madre mía! No creo sirva, la verdad. Su mujer llega poco después con el carro de la compra, repleto.
        —¿Si que vienes tarde?
        —Calla, calla, que he visto al pesado del Porras y me he ido a dar un par de vueltas a la manzana con el dichoso carro éste. ¡Cualquiera le aguanta!

        ¿No os decía? 21,30 h.     

martes, 12 de septiembre de 2017

Relato 181

                                            ¡Finita!

¡Finita! ¡Qué poca sería mi vida sin los recuerdos, Finita! Sobre este papel virtual te estoy viendo partir con tu madre a la vendimia, a Francia. ¿trece, catorce? No tendrías más años, no más, Finita, y te ibas de mí para siempre. Yo no volvería al pueblo, ya con catorce años tenía edad de trabajar. Eran los primeros días de septiembre, hacia las ocho de la noche, ibais a coger un tren nocturno, no quise despedirme, o no pude, lloraba tras la persiana de la cocina, te fuiste con tu maleta de cartón y tu cola de caballo, miraste atrás al girar la esquina y te detuviste, me buscabas con tu mirada, caí en la cuenta de que me estabas viendo a contraluz, que la luz de la cocina me delataba, y enseguida me aparté, estaba llorando.
        Finita, no quise que lo supieras, me daba vergüenza, y mi tía detrás de mí cocinando en los fogones de leña, trasegando aros, se reía con disimulo, qué haces Raúl, no te pongas triste, esto no es nada. Para ella no sería nada, para mí era mucho, por la esquina se había ido mi amor, el primero, y sin habernos despedido.
        Finita, antes de que te convirtieras en Josefina, tú fuiste mi primer amor, aunque nunca te lo dije, ni tú tampoco. Por las mañanas me bastaba con estar contigo en tu portal. Hacíamos planes para ir a bañarnos al río o a pasear por el puente, aunque no recuerdo haberte cogido de la mano, estaba mal visto tan jóvenes, demasiado atrevido quizás. Me caía bien tu madre, gallega, de sonrisa fácil, espontánea y amable. Tu padre me infundía respeto, cuando él llegaba de la mina, dejábamos de vernos. Cuando se iba con su viejo 4L volvía a tu portal y nos reencontrábamos. A veces estaba semanas fuera y nos solazábamos, podíamos jugar al escondite por la noche con la cuadrilla de la calle hasta las tantas, mientras que las familias del arrabal se arremolinaban a tomar la fresca, después de la cena. Se sentaban en sillas de anea, haciendo corrillo delante de la casa de mis tíos, dialogando con la noche, antes de la llegada de la tele. En ocasiones compartían caracoladas picantes en una enorme cazuela de barro y corría la bota de vino negro y nos lo dejaban probar. A ti, Finita, muy poquito porque te manchabas, alegaban que el agua no casa nada bien con los caracoles. Después de tanto jugar, cansados y sudados también nosotros nos sentábamos en coro junto a ellos y me situaba detrás de ti y acariciaba con los dedos tu larga cabellera que pendía del respaldo de la silla de anea, una de bajita, la peinaba finamente, le daba repasos sucesivos como si pasara un rastrillo con mis manos, como si arara tierra de barbecho, delicadamente y tú cerrabas los ojos y me gustaba relajarte y verte relajada. Y a veces también te abanicaba y tú me abanicabas con tus ojazos tristes. Y yo quería hacerte feliz, Finita, ahuyentarte el halo de tristeza que te carcomía. Esto fue antes de que te fueras aquella noche con tu madre a Francia a la vendimia. Antes de que yo dejara de ir al pueblo en los veranos y no te viera nunca más. Justo antes de que terminara nuestro sueño de adolescencia y empezara la leyenda.
         Seguí preguntando por ti año tras año. Te habías ido. Conociste a un chico de Tarragona y te fuiste con él. Tuvisteis un hijo. Te asfixiaba el ambiente hogareño, tu padre con silicosis se había vuelto aburrido, agresivo y bebedor, imposible la convivencia, incluso tu madre perdió la sonrisa grácil y tuvo que abandonarlo. Mientras él se juntó con una pelandusca de otro pueblo, tu madre, sola y amargada, envejeció de golpe, volviéndose histérica, desquiciada y hasta perdió la cabeza. Encontrarla así me rompió el corazón, de eso hace tiempo, casi no la reconocí. Me dijo que al principio ibais a verla con frecuencia, que luego las visitas se distanciaron porque teníais trabajo y que al final ya casi ni tú ibas. Mi tía, en cambio, me aseguró que habías dejado de ir porque te avergonzabas de ella, que no entraba en razón porque la había perdido y no soportabas ver a tu madre así de loca y que le estabas buscando un lugar de acogida, que tú ya tenías lo tuyo, que tu marido se había quedado en el paro y lo llevaba mal, había engordado y empezado a beber sin control y estabais en proceso de separación.
         Lo siento mucho, Finita, nada presagiaba un futuro así cuando de niños jugábamos por los soportales de la calle. ¿Por qué no puede seguir la vida tan hermosa como cuando somos críos? ¿Por qué perdemos la inocencia y los problemas se hacen grandes cuando crecemos? Tal vez te hubiera ido mejor si no te hubieras convertido en Josefina. Tal vez.
        Te sigo viendo, Finita, a través de la persiana verde en esta noche de septiembre, sigo llorando desde la cocina de mi tía, quien tampoco existe, de un tiempo que sólo existe en mi memoria, ni siquiera sé si a estas alturas de la vida, Finita, existes tú. Con todo, quiero decirte que fuiste mi primer amor, el amor más romántico que tuve, no recuerdo haberte besado ni acariciado tu cuerpo nunca. Salvo el cabello, permaneciste virgen para mí. Fue el nuestro un amor sin contacto.

         Y ahora, en esta bochornosa noche de septiembre, cincuenta años después, me acuerdo de ti, Finita, de nuestro dulce y puro amor. Quiero que sepas que aún te amo, lloro y recuerdo.              

martes, 5 de septiembre de 2017

Relato 180

                                       Quadre

A l'escola d’art Carme Muset del carrer Gran de Gràcia 159 de Barcelona tothom anava aquell matí plujós i fred de corcoll. S'havia perdut un quadre. De vegades succeïa que quadres petits es canviaven de lloc i apareixien penjats en una altra ubicació, però sempre es trobaven. Per això, tot el desviure i el neguit generalitzat d'aquell matí de dilluns, ja fossin professores o alumnes els que cercàvem l'obra extraviada, era força excepcional. Tothom se’n feia creus, no era possible que s'hagués fet fonedís, ni que s'hagués perdut, era obvi que ningú havia entrat a robar en el cap de setmana, no pot haver marxat sol! —s'exclamava, airada, Maria José, la directora de l'escola. Es tractava d'un fet molt estrany ja que aquell quadre, no era precisament de mida reduïda. Tenia la grandària d'una figura humana. L'interessat, una persona de mitjana edat, calb per més senyes, l'havia deixat el divendres anterior recolzat a la paret que dóna al carrer Gran, de la sala on es posa la model, però, quan va anar a recollir-lo aquell matí per continuar pintant, allí no hi era.
        L'home s'estava fent un autoretrat de cos sencer seguint les indicacions de la titular de l'escola, la Sra. Carme, mare de Maria José i duia unes quantes sessions, però no es podia dir de cap manera que estès acabat. És cert que tenia les expressions facials força resoltes, incloent-hi una calba esplèndida i unes ulleres de pasta enllestides, i en el tors nu i més aviat escanyolit se li apreciaven les clavícules i, cobrint-lo duia una camisola sedosa i lleugera, una mena de vel blanquinós que insinuava un cos dret i, a pesar de la primesa, ben proporcionat. Des de la cintura li queia una túnica vaporosa d'un blau celeste, cenyida amb un cordó daurat, que s'estenia mandrosa per sobre d’uns peus encara inacabats, conformant uns plecs delicats que mig ocultaven les sandàlies només esbossades i que volien ser alades. Encara que la cara se li semblava força la resta era una recreació irreal, una mena d'auto idealització que aquell alumne s'estava pintant mentre imaginava, mirant-se al mirall, ves a saber què amb la inestimable ajuda de la Carme. Faltaven les mans i el ram de flors silvestres que les unia en el centre de la composició, una mena d'ofrena floral no se sap pas a qui. Per més que cercàvem no apareixia.
         La professora Anne va suggerir que potser s'havia guardat enrotllat, ja que al ser de tela hagués estat factible sense ocupar gaire espai. Es varen revisar la sala de les carpetes de l'entrada a l'esquerra, així com la principal, després del rebedor i les contigües, però sense que les perquisicions donessin per desgracia cap resultat satisfactori. Fins i tot la noia xinesa de la carbonera (així anomenàvem a la sala on es fan els dibuixos a carbó) va plegar un moment per unir-se a les forces de cerca, tornat de seguida al seus models d'alabastre, decebuda. No es va trobar res. L'alumne es deia Francesc Xavier i feia gairebé cinc anys que acudia a rebre regularment classes a l'escola i era la primera vegada que li succeïa alguna cosa semblant. No podia ser. A qui podria haver interessat aquell autoretrat força fantasmagòric i encara inacabat? La Mercè, una altra professora, va proposar que potser s'havia entaforat darrera del les aquarel·les; però després d'una exhaustiva comprovació d'una per una es va haver també de descartar. Allò era un misteri. Algú va dir d'avisar a la policia, crec que va ser una companya, L'Anna Cap Problema (l’anomenàvem així pel seu bon caràcter), però de seguida es va descartar fer intervenir personal aliè a l'escola. Havia de sortir, fos com fos, no podia haver escapat sol, encara no tenia els peus completats, i les sandàlies a penes eren esbossades. A més, on havia d'anar sense flors a les mans? 
            La primavera va irrompre de nou i pels amplis finestrals orientats a Llevant l'escalfor del sol omplia de calidesa les principals estances de l'escola. L'obra continuava sense aparèixer, però, en el món de l'art, sempre es confia en un atzar favorable a situacions compromeses. L'alumne,un xic contrariat, va començar un de peixos sobre fusta, que seria el seu darrer quadre, ja que a final d'aquell mes de març plegava. Tenia massa obra acumulada i no disposava de suficient espai per guardar-la, sense dir que les exposicions no li havien anat prou bé. Les classes continuaven com sempre. Podia sentir a la professora Maria José insistir en la necessitat de construir grisos acolorits i de cercar la harmonia pictòrica ampliant la gamma dels matisos, evitant sobretot emprar colors directes del tub. La Carme repetia sovint davant les pintures de les seves alumnes tres frases fonamentals per estimular la creativitat de la sempre posada en qüestió auto afirmació personal de l'artista: m'agrada molt, és molt maco, et felicito. Té molta experiència didàctica ja que va fundar l'escola fa més de vint-i-cinc anys.
            Va ser l'Anne la primera qui es va fixar. L'alumne ja no estava a l'escola. Darrera de la columna de marbre de la sala on se situa la model va veure al terra un manyoc de roba arrugada d'un color blanquinós. La Carme va identificar-ho com una part de la vestimenta que duia el personatge del quadre de l'autoretrat perdut. Al cap d'uns dies enfront del mateix lloc va descobrir-se la túnica blavosa de la mateixa composició. Era incomprensible. Ningú no entenia res. Anaven sorgint miquetes per aquí miquetes per allà, però el quadre restava invisible. Un altre dia, concretament un dimecres, que es quan acudeix més alumnat a l'escola es materialitzà davant de tothom unes sandàlies alades al bell mig de la sala gran i allí mateix a la vista de tots els presents es va anar configurant un preciós ram de flors silvestres, cenyit amb el cordó daurat de la túnica del quadre perdut. Duia margarides i alegries, anemones, fresies i blauets, i entre mig una targeta on tothom va poder llegir amb lletres grosses parpellejant una paraula: GRÀCIES. El misteri no va acabar de ser resolt mai. Al cap d'uns dies trobaren una tela blanca enrotllada de la mateixa mida que la perduda i al darrera figuraven unes inicials F.X. Del personatge ni rastre. Es diria que s'havia evaporat com l'alè de la primavera.

         Potser havia estat només un somni, potser es tractava d'una emoció que havia volat o un sentiment de melangia, o tal vegada no fos més que un esperit divertit que havia volgut gastar una broma pujada de color.