Carta
Queridos reyes magos:
Vuestra magia es una caca. Aún estoy esperando
la bici de cuatro cohetes a propulsión que os pedí el año pasado y también la
pelota del mundo con los países que no están en guerra. ¿Cómo voy a poder
verlos sin cohetes en la bici y sin saber a dónde ir? Dice la seño que a un
piloto francés de nombre raro, San no sé, le gusta tanto viajar que se ha
quedado viviendo en el espacio dando vueltas alrededor de la bola del mundo
como un astronauta. Y que ve todos los
mares de la tierra igual a grandes bañeras y que cambian de azules a verdes y
de más colores a pardos y hay barcos de
pesca con redes y otros muy grandes con arpones para ballenas y unos largos y
aplanados que llevan petróleo y otros con turistas y piscinas, que parecen
casas flotantes de lujo y unos que llevan cañones y soldados y hasta aviones
pequeños, que son grises y muy feos y la seño dice que los sigue de muy lejos
por si acaso no le fueran a disparar y que no puede hacerles fotos porque no
tiene móvil, pero yo sí y podría dejárselo, si tuviera mi bici a chorro, que ya
os la pedí el año pasado y vosotros, reyes magos, que andáis muy revueltos por
Oriente, no me hacéis ni caso.
También ve todos los bosques de la tierra,
ahora menos que cuando él nació, dice la seño, por la intensa deforestación y que
cambian de verdes claros a oscuros, muchos verdes diferentes y árboles enormes en
la selva con algunos animales como el chimpancé, el mono saltarín, el orangután,
que se parece a la seño, y está a punto de extinguirse, los rinocerontes, las
gacelas, ¡ah! y los elefantes que hay de dos tipos, unos de África y otros de
Asia y según la seño entre ellos no se conocen. Y los ríos que desembocan en mares muy grandes y que parecen serpientes meneándose
por el campo como lagartijas y también a las manos de la seño, muy arrugadas, aunque
eso no lo dice ella. Y los puntos
blancos en el campo que son casitas y las grandes ciudades con sus edificios
altos y rascacielos y torres con antenas que le dan miedo dice la seño como a
mí las agujas en el culete, y los coches y los autobuses y la contaminación y las
escuelas, las plazas y la gente corriendo o paseando con sus perros y sus gatos
en los parques o jugando en el estanque con sus barquitos de vela.
Los columpios no puede verlos porque él está
muy lejos, muy arriba, casi al cielo y no lleva prismáticos, dice la seño. También
que no pasa por encima de los países que están en guerra porque podrían
lanzarle una bomba aérea o nuclear o algo así. Yo también quiero una bola donde
estén los países que no están enfadados y volar con mi amigo, el navegante
espacial, y verlos desde encima y sin peligro. ¡Eso ha de ser tan divertido! Y
yo quiero hacer lo mismo, y necesito la bici a propulsión. A veces, en el
patio, levanto los ojos para ver si lo veo pasar, pero debe ir a mucha
velocidad con sus cohetes a chorro, el sol me deslumbra y no lo veo nunca. Por
la noche no vuela porque no tiene linterna ni móvil.
Le pregunto a la seño por qué se matan los mayores
y se nos mima tanto a los peques como nosotros y ella no sabe porque existen
las guerras ni los países en guerra ni las armas de guerra, dice que cada vez
hay más y de más complicadas que ni ella las entiende y eso me extraña y que es
antibélica o algo así y que en Oriente, vosotros, los reyes magos, las guerras
no las habéis podido parar nunca. Y eso también me extraña. No sé qué clase de
magia tenéis, pero yo creo que es una caca. Ahora ya no estoy seguro de si voy
a querer la bici de cuatro cohetes a propulsión o no, ni la bola del mundo de
los países en paz, o no. Creo que me voy a esperar a ser algo mayor y a que
paréis las guerras con una magia de verdad, no sea caso que me maten los
armados o me maree con tanto dar vueltas al mundo. Mejor este año os voy a
pedir el libro de mi amigo, el cosmonauta, que la seño dice que se llama El pequeño príncipe, como yo, añade siempre riéndose. Y no sé por qué.
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