Nací
Odio el día de mi
nacimiento; cuando nací, madre quedó destrozada. Padre no me ha perdonado,
aunque diga que sí. Sin embargo, yo no tuve nada que ver, soy inocente, fui y
seguiré siendo inocente. Fue una complicación en el parto. Venía de nalgas,
madre no quería cesárea y el médico se retrasó. Para cuando alcanzó mi cabeza,
estaba morada con el cordón alrededor del cuello, casi me estrangula. Luego
vinieron las prisas, el fórceps, la respiración asistida, los viales, monitores
y las lágrimas. Padre suplicaba:
—Dios mío, sálvalos, por lo que más
quieras, ¡sálvalos!
Me salvó, pero el daño fue irreparable.
Parálisis cerebral. Llevo treinta y dos años así, en esta silla de ruedas, sin poder
expresar lo que pienso. Madre murió para el mundo, abandonó su trabajo,
brillante, de arquitecta para atenderme. Lo hizo por mí. Lo siento, madre. Mi
hermano mayor, Francisco Javier, me ha pedido que con su ayuda escriba mi
experiencia natal. Para vosotros —me ha dicho— para compartirla con el mundo en
su blog. Ahí la tenéis. Me siento paralizado por dentro y por fuera,
incomprendido, menospreciado, impotente. Madre está ahora conmigo, callada, me
sonríe y escucha. Tiene los ojos rojos, antes la he visto llorar a escondidas.
Fue horrible. Padre está muy cambiado, trabaja mucho, casi nunca está en casa.
Soy inocente, pero lo siento tanto. Lamento haber llevado tanto dolor al mundo,
todo este desafío. Preferiría haber nacido muerto. O no haber nacido. Saludos
de Gabriel, el hermano tonto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario