Indecisión
―No
puedo más, hijo, me va a estallar la cabeza, estoy segura.
Madre
tiene ochenta y ocho años, una sobreviviente de la guerra, terca, de carácter fuerte y
poderosa intuición. Mantiene la cabeza despierta, el control de la casa y de
padre enfermo con noventa y uno, a rajatabla.
―Llevas
demasiadas cosas, madre, aflójate, libera tensión, permítelo. Acabará sucediendo una desgracia, temo tus presentimientos, te lo digo de verdad,
madre, y luego qué, todos a correr.
―Hago todo lo que puedo, hijo, he de poder
seguir adelante, cuidar a tu padre, atender los pagos, las reparaciones de
casa, ir al médico, recetas, cuidarme la tiroides, no quiero importunaros más,
mucho hacéis ya, os lo agradezco, disfrutar de la vida ahora que podéis. La
vida es una estafa.
Madre
se viene ocupando de padre con Alzheimer desde hace cuatro años y por su manera
de ser dirige personalmente todos sus movimientos, le hace ir como títere de
aquí para allá, y le obliga a hacer por su bien —dice, lo que corresponde en
cada momento como si no quisiera aceptar las limitaciones de padre y sobretodo
no quiere que nadie de fuera venga a casa a echarle una mano.
—No
ves, madre, que estás agotada, con los nervios a punto de reventar, así no
puedes seguir.
—Día a
día, hijo, así vamos nosotros viviendo, cada día que llega es un día nuevo que
agradezco.
—Unas
horas a la semana, por favor, madre, una asistenta de geriatría os iría
estupendo, padre se acostumbraría a su cara y tú podrías orientarla y guiarla
en lo que necesitaras. Sería tiempo ganado al futuro, a mejor no iremos y si te
gustara podría más adelante quedarse incluso a vivir con vosotros.
—Insisto: nadie, no quiero a ningún extraño en
casa, te lo pueden robar todo, tú no sabes lo que sucede en el mundo, da miedo.
Los cuidadores se vuelven despiadados y crueles, son unos profesionales sin
amor. A los viejos no nos quiere nadie, sabes hijo, estorbamos en todas partes.
Ahora
toca correr, madre con un ictus en el hospital incapaz de decidir.
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