martes, 21 de noviembre de 2017

Relato 191

                                Pierre

        —¿Eres el presidente, verdad?
        —Sí, este año, así es.
        —Soy Pierre, acabo de venir al tercero, el de la terraza.
        —Bienvenido, Pierre. Yo soy Albert. (y le da la mano)
        —Gracias. ¿Te puedo pedir una cosa, Albert?
        —Dime.
        —Las llaves del cuarto del contador de la luz. Para tomar la lectura y el consumo actual.
        —Uf, me pillas en mal momento, voy tarde, a la noche lo miramos, ¿vale?
        —A la noche no estaré, ¡lástima!, ¿no me la puedes dejar y te la pongo luego en el buzón? Me harías un favor, Al.
        —Ten, no la pierdas, no tengo otra. (la saca del llavero y se la entrega)
        —Gracias, Al. No te preocupes, te la dejo luego en el buzón.
        —Adiós.
        Al cabo de un rato, Pierre abre el cuarto, localiza el contador de luz del tercero, con un destornillador quita la tapa, los fusibles y los cables, los cuales pontea uno a uno con una regleta gruesa y transparente, repone los fusibles, oculta la trampa con un adhesivo que lleva preparado en una cartera, uno que dice: subministro interrumpido por falta de pago. Coloca de nuevo la tapa, revisa el conjunto, asiente, sonríe y cierra la puerta del cuarto. Antes de dejar la llave en el buzón de Albert hace una copia en la ferretería.
       
        Así estuvo quince años, con luz pero con el subministro interrumpido.

        —Tu nuevo vecino tiene mucha cara, ve con cuidado, va de dandy, a nosotros ya nos debe varios encargos. No te fíes. Pide con su carita de niño abandonado y luego se le ve en el bar con sus whiskys garlando como un cosaco y a nosotros que nos zurzan. Que lo aguante su puta madre rica.
        —Parece amable, la comunidad no tiene queja ni yo tampoco.
        —¿Sabes que hace catorce años que no paga el alquiler? Pagó el primero y se acabó. A la propietaria, la Sra. Valdés, le da lástima echarlo, eso dice, pero yo creo y que eso quede entre tú y yo, que se la está beneficiando. Como ella es viuda y mayor y él, joven, apuesto y con tanta labia, pues eso, que cada vez que viene para cobrar el alquiler se lo cobra en especies y todos tan contentos. Pero aquí ese pájaro ya no viene a comprar, se la tenemos jurada, el dinero por delante, Pierre, aquí no se te fía.  
        —Ahora se le ve con una mallorquina jovencísima.
        —¿No oíste el otro día la tunda de palos que le dio? Si resonaba el edificio. Me lo dijo la vecina de enfrente. La pobre quedó desfigurada, vino cojeando a por unas alitas de pollo para ponérselas en la cara. Ya no la hemos visto más. Aparte de cabrón yo creo que ese tío es un macarra. Siempre se le ve con tías buenísimas paseando como un papichulo por el barrio con su acento francés y aire aristocrático.
        —Sí, es verdad, pero también tiene amigos. A veces organizan fiestas en la terraza, alguna vez he tenido que avisarles por la escandalera, nada más.
        —Pa mí, que es bisexual, porqué sí, se le ve con tíos y tías a todas horas.
        —No seáis tan mal pensados, exageráis.
        —Mal piensa y acertarás.
        —No siempre es así, creo yo.
       
         Doce años más tarde.
       
        —¿Te acuerdas del sinvergüenza de Pierre?
        —¿El vecino que desahuciaron hace quince años?
        —Sí, ese, el franchute. Se cambió de barrio, fue a la Ribera, vivió un tiempo como proxeneta, ya te lo decía, lo vi el otro día, va con muletas, delgado como un espino, calvo, seguramente sidoso, casi no lo reconocí, él sí, agachó la cabeza.
        —Un tipo tan seductor, de buena familia y con un final tan mísero.
        —Pregunté, sabes, me dijeron que pasó una temporada en la cárcel donde se dedicó al tráfico de drogas, un tipo de la peor calaña. Y que unos mallorquines le dieron de hostias hasta dejarlo por muerto. Que cada vez que se recuperaba lo molían de nuevo, un castigo eterno como le pasó a un tal Prometeo, de la mitología, me dijeron. En fin, que se lo merecía. ¡Qué coño!, tipos así no deben existir. Uno recoge lo que siembra, ¿no te parece, Albert?

        —Sí, claro, lo que siembra. 

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