martes, 1 de noviembre de 2016

Relato 136

                                         Oscuro

La callejuela estaba poco iluminada, tal vez  porque algunas farolas tenían las bombillas fundidas, rotas o desconectadas, lo que fuera, pero eso era algo que a él no le inquietaba. Me refiero a mi amigo Enrique Gracia Montes, de sesenta y seis años, enviudado recientemente, que abordó el callejón oscuro despacio y con los ojos pegados al suelo, caminando muy atento a los desconchados del adoquinado y a sus agujeros, con las manos metidas en el abrigo, un cigarrillo negro humeante entre los labios y una gorra vieja de marinero como sombrero. Si la escasa luz lo permitiera, si pudierais verle de cerca, verías un rostro demacrado, hendido por profundas arrugas, una nariz sobresaliente y unos ojos pequeños,  chispeantes de anís, hundidos en el fondo de unas cuencas de piel abarquillada. Si pudierais verlo de cerca verías la viva sombra de un hombre descoyuntado, eso es lo que, sin duda alguna, veríais. Juan se detuvo ante unos zapatos rojos con hebilla, de tacón alto y medias de malla, negras. Levantó la vista lentamente, escupió de modo rutinario el cigarrillo tras una larga calada, retuvo el aire unos instantes  y luego, evitando echarle el humo a la cara, le preguntó:
       
            —¿Cuánto?

        No sé qué le respondió la joven, sólo que él hizo un gesto con los hombros como si pensara “qué diablos” y apresurando el paso por la estrecha callejuela, aún con las manos en el bolsillo, se vinieron  a mi apartamento.   

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