martes, 27 de julio de 2021

Relato 383

 

                            Nido (2)                    (Concluye el relato 379)

Paco, el jardinero fiel, que lleva treinta y dos años con la tía Matilde, es un hombre afable, con barriga volumétrica, ojos saltones como búhos y un conocedor consumado de los secretos de la naturaleza y amante de los pájaros. A Ricardín le hace gracia el donaire con que espanta las moscas con la gorra amarilla de la Cooperativa del pueblo.

        Ricardín recurrió a Paco. Estaba decidido a solucionar el misterio del nido. Ricardín seguía triste pensando qué les podría haber pasado a las tres crías de los mirlos que de un día a otro desaparecieron del nido.

Y no habían vuelto, ni siquiera los papis a dar un vistazo al huevo, que efectivamente acabó pudriéndose en el nido. Ricardín lo fotografió con el móvil subido a la escalera y vio que en pocos días el huevo abandonado empequeñeció, mudó a color oscuro y se llenó de gusanitos crema, minúsculos, que acabaron con todo.  

        —Han sido las urracas —le contestó Paco con seguridad absoluta, seguramente una sola…

—Lo siento, Ricardín, no podías hacer nada. Las urracas son hermosas con su plumaje blanco y negro, pero malas bestias, odio a estos animales, te lo digo de verdad, Ricardín, son muy listas y ladronas.

 Ricardín cayó en la cuenta, mientras Paco hablaba de las urracas, de haber visto un ave de esos colores que le recordó las pelis de Charlot, merodeando por los alrededores del nido.

—Forman parte de lo córvidos, sabes, Ricardín, vigilan los nidos ajenos y cuando ven que se quedan solos aprovechan para llevarse con su poderoso pico a las crías una a una a lugar seguro y se las comen sin piedad alguna. Lo siento, de veras. —concluyó Paco.

        Ricardín no había oído hasta entonces la palabra córvidos.

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