Psicópata
Luce un hermoso
domingo, soleado y tranquilo, no tengo prisa, me siento generoso, apacible,
conduzco mi deportivo con parsimonia, disfrutando de esta espléndida mañana. Me
gusta conducir relajado los domingos, estoy atento a las necesidades de los
otros conductores, busco paz y armonía, la armonía circulatoria que no
encuentro en los días laborables. El vehículo de delante frena bruscamente y
pone el intermitente derecho, ha visto un coche que sale y quiere aparcar en su
sitio. Tranquilidad, es domingo, luce el sol y estoy de fiesta. Freno y aguardo
detrás suyo a que haga la maniobra, pues primero ha de salir el vehículo que
está aparcado y luego esperar a que el otro vehículo haga treinta y tres
maniobras para aparcar. Eso puede llevar su tiempo según quien lo intente.
Pacientemente aguardo, es domingo, mi día de fiesta, padres me han invitado a
comer, no hay prisa, me gusta disfrutar de la calma de las mañanas festivas,
hay menos tráfico, escucho el canto de los pajaritos en los árboles de la
calle, la frescura de la primavera, y en esto estoy cuando casualmente veo por
el retrovisor un coche familiar, gris, con un tipo dentro, de unos cincuenta
años, obeso, que me está haciendo gestos con manos y dedos como pidiéndome
explicaciones por haberme detenido. No le doy importancia y cuando el vehículo
de delante termina la maniobra de aparcamiento arranco y me paro en el
siguiente semáforo que se ha puesto en rojo. El tipo de atrás me sigue, se
detiene y me toca el claxon insistentemente, saca los brazos por la ventanilla,
me hace gestos ostensiblemente hostiles y me grita para preguntarme si soy un
gilipollas o qué, y si me voy a parar en todas partes. Deduzco que el hombre
tiene prisa, pero no puedo hacer nada, la calle es estrecha, sólo da para dos
coches, el semáforo está rojo, es domingo y hace sol. Cuando se pone verde arranco y el tipo me avanza raudo y se
detiene a mi lado en el siguiente semáforo. Entonces vuelve a la carga, sigue
insultándome y yo procuro mantener la calma, le miro, cuento mentalmente hasta
diez, incluso le sonrío, trato de explicarle
que había un coche aparcando, que es domingo, que luce un bonito sol y que no
hay motivos para dejarse llevar por los nervios y le pido que se tranquilice,
que cuando se ponga verde ya podrá irse donde le plazca. Entonces, ante mi
sorpresa el tipo se enfurece aún más, me amenaza por la ventanilla con los
puños y golpea con fuerza los cristales de mi deportivo. Eso ya es pasarse de
la raya, eso no se lo tolero a nadie, que me toque el coche, eso no, el tipo se
merece un escarmiento aunque la mañana sea soleada y padres me esperen para
comer. El tipo arranca su coche familiar gris antes que yo pueda hacer lo mismo
y me sitúo detrás suyo, simplemente le sigo, descaradamente le sigo sin
cláxones ni enfurecimientos, solamente me pego detrás suyo como una lapa sin
disimulo. Al principio no se da cuenta, luego sí, cuando acelera y trata de
dejarme acelerando y frenando bruscamente como si quisiera provocar un accidente.
Así pasamos un cuarto de hora, él delante y yo detrás persiguiéndolo por las
calles de Barcelona, respetando las reglas de circulación. Sin embargo, yo
estoy atento, le sigo sin alarmarme, es un coche familiar, con adhesivos de
críos, debe tener familia, esposa, hijos u hijas, simplemente voy tras él,
quiero conocerlos. Cuando el tipo se para en doble fila y pone los
intermitentes de emergencia, yo hago lo mismo, me detengo detrás suyo y pongo
las luces de emergencia. Cuando se baja del coche y me echa una mirada
asustadiza, yo le mantengo la mirada sin moverme del asiento. La mañana es plácida,
domingo, día de poco tráfico, día de descanso, hoy el estrés no existe. Al poco
vuelve con unos bultos que introduce en el portón de su familiar, lo cierra, y
entre dubitativo y temeroso se me acerca.
—¿Vas
a seguirme todo el día? —me pregunta,
irónico.
—Sólo hasta tu casa —le contesto— tengo
interés en conocer a tu esposa y tus hijas, para ver si son tan cretinos como
tú. Tengo todo el día.
El
tipo me mira y su semblante se torna blanco, de repente se ha acojonado. Ni me
replica, lívido, sube a su coche, cierra la puerta dando un trompazo, lo pone
en marcha, rascando nerviosamente el arranque y sale disparado a toda
velocidad, saltándose el semáforo rojo que tiene enfrente para evitarme. Cuando
me detengo por el semáforo, estoy a tiempo de ver como se empotra el coche
familiar contra un camión de gran tonelaje que cruzaba la vía con su semáforo
en verde.
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