Televisor
Cada mañana antes del desayuno Leo mira por la
ventana como si fuera un televisor donde dan su programa favorito.
Observa emerger la ciudad poco a poco de las tinieblas como
un barco fantasma con sus mástiles y velas ondeando al viento, y encenderse las
luces de los camarotes y apagarse las de los dormitorios o lavabos de las casas,
el trajinar de las redes en manos marineras y el inconfundible olor a salitre.
Y las farolas tiemblan por el muelle, resuenan voces de
pescadores, traqueteo de cajas, chasquidos de botas, humo de cigarrillos a
contraluz cargados de humedad, sueltan cabos, se liberan norayes, arrancan los
primeros motores, salen barcos a faenar…
Y Leo los ve desde su televisor, sentado en una silla de
ruedas, conoce el nombre de cada uno de ellos por el ruido de sus motores, y los
ve alejarse como cada mañana y luego se queda ensimismado mientras la ciudad se
despierta, atruenan tubos de escape, pasos acelerados, las primeras luces y una
incipiente lluvia que moja la pantalla de su ventana y empaña los mismos tejados
rojizos y acerados como cubiertas, antenas como aparejos y las chimeneas de
niebla.
F.X. 16/3/2021
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